El periódico en que trabajo solo muestra a los candidatos que pagan y no muestra al partido de oposición. Al candidato de dicho partido le sacan noticias dirigidas a derrotarla. En una llamada que recibí de fuente cercana al partido vetado, le sacan los trapos sucios a sus opositores. ¿Es nuestro destino ser monigotes de la guerra sucia entre políticos?
Respuesta: Es un periodismo dañino y de baja calidad el que se hace desde las trincheras de algún partido o candidato, sin conciencia profesional. Una conciencia profesional mantiene presente el servicio que puede prestar la información a todos los ciudadanos, sin excepción. Resulta evidente, por tanto, que una información hecha para causar daño a una persona, del partido que sea, no obedece a una conciencia profesional. Cuando en un período preelectoral el periodismo cumple estos objetivos:
1. Informar a los lectores con información independiente y de buena calidad, para que sepan lo necesario para decidir en libertad.
2. Interpretar y dar voz a la comunidad de modo que todos se sienten representados.
3. Poner en circulación todos los temas que deben guiar la actividad de los políticos. Cuando estos objetivos son los que orientan al periodista, el ejercicio profesional fortalece la democracia y dignifica la profesión. El periodismo cumple su función cuando sirve a la sociedad, no cuando se sirve de ella. Se desvía de esa función cuando se pone al servicio de políticos, gobernantes, partidos o de los propios medios. La naturaleza social de esta profesión orienta su ejercicio a tareas de servicio de toda la sociedad, que son indispensables en una democracia. Dejar de cumplirlas o alterar sus objetivos, es incurrir en un engaño a toda la sociedad.
Documentación
La primera función de la comunidad democrática es crear una comunidad informada. La opinión pública nace de dos vertientes: de las personas con su potencial de conocer y evaluar; y de los flujos de información a los que ellas están expuestas. Los medios de comunicación de manera continua alimentan la conversación y la reflexión de las personas proporcionándoles un flujo ininterrumpido de información. Se ha estimado que una persona promedio está expuesta hoy a cinco veces más palabras-día que hace veinte años. Para que la información política sirva de base a una opinión pública activa y sofisticada se requiere, sin embargo mucho más que un volumen abundante de mensajes. Se requiere que la información sea producida y transmitida sin cortapisas de ninguna naturaleza, por tanto sin censura previa de autoridad, ni menoscabo del derecho a informar. Como dijo Milton en el siglo XVII “dadme sobre todas las libertades la libertad de saber, pronunciar discursos y disentir libremente de acuerdo a la conciencia.” Se requiere también asegurar la calidad de la información política. Una información política de mala calidad –unilateral, sesgada superficial o puramente retórica- crea una opinión pública mal informada y reduce la relación entre gobernantes y gobernados a un mero juego, sin incidencia en el curso de las políticas. Nunca antes, por lo mismo, la responsabilidad de las comunicaciones ha sido más formidable y exigente. De ellos depende, en gran medida que pueda florecer una opinión pública activa e influyente. José J. Brunner: Comunicación y Política, en Contribuciones, Buenos Aires, Konrad Adenauer, Buenos Aires 1996. Pp 9,10.