¿Es correcto usar en el lenguaje periodístico términos como “levantados””sicario,” “plaza”, “lugarteniente,” “ejecutado”? Cuando el periodista trabaja en zonas en donde se desarrolla una guerra, o alguno de sus equivalentes, existe el riesgo de utilizar el lenguaje de los contendientes, o sea, de manejar palabras cargadas. Un ejemplo es el uso del verbo “ejecutar” para designar la acción de asesinar. En su sentido original se ejecuta a alguien sentenciado por la justicia y condenado a la pena de muerte.
Es, por tanto, una acción que tiene un respaldo legal y que se adelanta en nombre y en defensa de la comunidad. Aplicar esta palabra para describir los asesinatos de los narcotraficantes no solo es inexacto sino que les da a esos asesinatos una apariencia de legalidad. Es sabido que las palabras se pueden utilizar como armas y que los distintos grupos –legales o ilegales- las incorporan a su arsenal.
Lo grave es que, en manos de periodistas apresurados o inconscientes, esas armas se activan y obtienen un amplísimo campo de influencia. Para evitar esa manipulación el periodista necesita conocer, en primer lugar, el sentido exactoi de las palabras con una elmental consulta al diccionario.
Hay, además, instrumentos como el que elaboró en Colombia la organización periodística Medios para la Paz con su libro: Diccionario para desarmar la palabra, en donde investiga las palabras más utilizadas por los grupos armados y se ofrecen alternativas. En segundo lugar es de gran utilidad práctica conocer y examinar críticamente el lenguaje de los subversivos manifiesto en sus comunicados y declaraciones.
Con estos dos elementos de conocimiento el periodista puede liberar su trabajo de la manipulación e impedir que se lo trate como “idiota útil” al servicio de los violentos.
Documentación.
El idioma fue democrático porque el pueblo se daba así mismo la gramática por el mero hecho de ejercerla, de decidir inconscientemente los verbos irregulares y los defectivos, de sentar las concordancias y definir el buen gusto general.
Ahora ha subido desde la base de la pirámide a su cúspide, y son los periodista y quienes aparecen con ellos en los medios informativos – políticos, jueces, banqueros, los personajes que acaparan la influencia en la televisión- los que mandan en la norma lingüística.
El ansia de poder de unos pocos no podía desapreciar ese territorio que un día perteneció a todos. En efecto, al lengua española se forjó en las aldeas, los mercados, pero se acuñó en las iglesias, los conventos, se unifica en las asambleas populares, en las fiestas, pero se esculpe en las leyes, los pergaminos. Se usa en los pueblos, se ratifica y refina en la literatura, flye de abjo hacia arriba.
En cualquier caso, la lengua se crea abajo y se consagra arriba para viajar enriquecida de nuevo hacia abajo; pero esta ratificación de los habitantes de prestigio no vulnera ni manipula el espíritu que les llega desde el pueblo, sino que se une a él para reforzarlo.
Alex Grijelmo: Defensa apasionada del idioma español. Taurus, Madrid, 1998. P. 40