Gabriel García Márquez va a volver a Cartagena. Pero esta vez, hecho cenizas.
El premio Nobel de literatura colombiano regresará a la ciudad donde construyó la única casa que hizo en su vida, a la que en 1948 le dio la oportunidad de trabajar en lo que amaba, pero que también -como él mismo contaba- en un principio lo discriminó por su colorida manera de vestir o su origen pueblerino.
Será un sábado en la tarde, el próximo 12 de diciembre.
El escritor, fallecido en abril de 2014, insistió varias veces, casi con angustia, que su mayor ambición no era convertirse en un escritor reconocido o derrochar gran poder, sino que para él los más importante siempre era conseguir el “amor de sus amigos”.
“No quiero homenajes, ni quiero plata, ni quiero escribir la gran novela de la historia, yo quiero que mis amigos me quieran”, mencionó el Nobel de literatura colombiano décadas atrás en una entrevista.
Paradójicamente, este sábado, será un camino de honor en Cartagena el que escoltará sus cenizas desde el avión privado que lo trasladará de Ciudad de México hasta el carro que lo llevará a la Universidad de Cartagena, donde a partir de la fecha estará a la vista de lugareños y turistas de la capital del Caribe colombiano.
Y aquí, en la ciudad amurallada, todos hablan de él. No hay transeúnte accidental cartagenero que no le indique a usted afanosamente y de la nada, cuando pasa frente o cerca de la enorme casa anaranjada en la que el Nobel pasó largas temporadas de vacaciones durante las últimas dos o tres décadas de su vida, que “ahí es, esa es la casa de Gabo”.
Subirse, por ejemplo, en uno de los infinitos taxis amarillos que deambulan en manada por la ciudad y lanzarle cualquier pregunta al taxista sobre el escritor, significa que éste dispare de regreso una pastoral con datos “únicos” sobre su paso por Cartagena.
Con ese mismo entusiasmo sobre el escritor y el mito, todos parecen sentirse muy orgullosos de que el único premio Nobel del país vaya a quedar anclado por los siglos por venir a esta ciudad dentro de un relicario, al alcance de todos.
Sin embargo, la decisión de su esposa e hijos de repatriarlo a Cartagena no parece tener el mismo eco dentro del corazón de todo el mundo. Ya varios detractores, entre expertos, lectores del común y hasta algunos familiares, han levantado la mano para opinar en contra de lo que consideran una movida desafortunada.
Pero, ¿Es importante el destino de las cenizas de García Márquez? ¿Qué hubiera querido él mismo? ¿Cómo debería ser ese camino de honor? ¿Con militares o prostitutas? ¿Era Cartagena realmente la ciudad que anhelaba Gabo para vivir la eternidad?
Entrevisté a Ariel Carillo Mier, filólogo y profesor de literatura del Caribe y latinoamericana, y autor de varios artículos sobre García Márquez, para intentar responder estas preguntas.
“Las cenizas son significativas para el turismo cultural, no para la historia de la cultura”
“Lo que García Márquez tenía que aportar a la humanidad ya lo hizo: su obra. Cuando un escritor muere entra en una especie de limbo o purgatorio que linda con el olvido, mientras se maduran las reflexiones sobre su obra sin las presiones que pudiera ejercer la fama y el poder del hombre vivo. Muchas voces disidentes se atreverán ahora, sin temor a represiones, a emitir juicios negativos sobre la vida y la obra del inventor de Macondo, y de esas discusiones surgirá una apreciación mucho más equilibrada de sus aportes al mundo de las letras”.
“¿Qué quedará de sus actitudes y aciertos, equivocaciones y negociaciones políticas? De seguro no mucho. Su vida privada será sometida a escrutinios y revelaciones a lo mejor vergonzosas. Pero nada de eso afecta. La literatura colombiana sin su nombre no va mucho más allá del patio, no se reconoce en las letras universals”.
“Frente a eso nada tienen que decir unas cenizas que han podido dispersarse en el mar Caribe o en el río Magdalena. Que permanezcan en una urna en Cartagena de Indias y Mulatas no será en breve más que una anécdota que nada le interesará a los verdaderos admiradores de su obra, los lectores. Será un episodio más de nuestra trivialidad política. Sólo en su obra tales cenizas, como el amor constante más allá de la muerte, tendrán sentido y constituirán la pobre y común expresión material de su amor a la humanidad”
“García Márquez tuvo consciencia de Caribe”
“Antes se definía en Colombia a la gente de la región sólo como costeña porque la expresión “Caribe” era relacionada, con cierto veneno y de manera discriminatoria por la gente del interior del país, con la palabra “caníbal”, debido a la presencia fuerte de los negros llegados de África siglos atrás. Pero es el mar Caribe el que baña estas costas, no el Océano Atlántico, como se insistía hace años; y es justamente García Márquez el que siempre tuvo conciencia de eso y lo reafirmó en toda su obra.
Para él, el “día de la semilla” está asociado con las raíces de esa cultura. García Márquez valora la música de las gaitas, el acordeón, valora los carnavales, valora las distintas manifestaciones culturales y se siente orgulloso de eso”.
García Márquez va a Checoslovaquia, en Europa, y de pronto ve un carrito de raspado y dice “Se parece a los que yo he visto por allá”… Él ya tenía en su imaginario completamente la conciencia, sin ningún tipo de complejo, de lo que era ser del Caribe.
“Valor civil”, “trapo viejo”, los apodos de Gabo en Cartagena
“Era estrafalario con esas camisas de colorines fuertes y con unas combinaciones totalmente enigmáticas, de las que él sabía la clave nada más. Por eso mismo en Cartagena le decían “Valor civil”, porque cómo se atrevía a ponerse esa ropa. “Trapo loco” también le decían, porque nadie lo entendía.
Esos sobrenombres dicen mucho de la relación de las dos ciudades. Es decir, de Cartagena se dice que los cartageneros son los cachacos de la Costa, porque guardan mucho la apariencia, están pendientes del apellido. Barranquilla es una ciudad más abierta en ese sentido, sin ningún tipo de pedigree. Y esa generación de barranquilleros amigos de García Márquez en particular eran un poco deslenguados. Por ejemplo hay un personaje que es un mito, era el gran amigo Álvaro Cepeda Zamudio, que utilizaba un lenguaje supremamente crudo, soez, y eso García Márquez lo tomaba. Tenían esa costumbre de estar burlándose de todo el mundo, de negarse cualquier posibilidad de solemnidad”.
“Cien años de soledad”, un vallenato de 100 páginas
“La influencia de la música en García Márquez es una de las líneas que me ha interesado estudiar precisamente por la relación entre su literatura y la música popular. García Márquez dijo por ejemplo, y la gente ha pensado que era una broma, que “Cien años de soledad” es un vallenato de 360 páginas. Yo me he puesto a rastrear las afinidades tanto en lo temático como él lo lingüístico, entre algunas canciones que pudo o no conocer García Márquez, pero que estaban ahí en el ambiente y “Cien años de soledad”, por ejemplo, uno de los temas que impacta a García Márquez en “Cien años de soledad” es lo que sería la llegada de la modernidad a estos pueblos del Caribe.
“Por ejemplo, Calixto Ochoa, que acaba de morir, tiene una canción que se llama justamente “El calabacito alumbrador”. Es una canción que pegó mucho palo en 1961, o un poco más adelante. ¿Y qué es un calabacito alumbrador? Pues es un foco, un bombillo. Fíjate que en “Cien años de soledad” hay un capítulo cuando llega la luz eléctrica a Macondo y la gente se impresiona con el ruido que hace. Incluso Calixto Ochoa le saca como tres canciones al tema, hay uno que se llama la muerte de Menejo, donde el tipo en su ignorancia quiere cortar el calabacito con todo y hoja, y al meterle el machete al cable, se electrocuta”.
“Un siglo de soledad” nunca hubiera servido”
“Una de las grandes virtudes de Gabriel García Márquez era la capacidad de titular. “Cien años de soledad”, por ejemplo, se asocia con “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. [El escritor colombiano] Fernando Vallejo, que le tiene tanta rabia y tanta tirria a García Márquez molestaba con lo del título. Decía “Bueno, pero por qué no le puso “Un siglo de soledad”?. Pero, claro, es que no tiene el mismo efecto que el número cien, que es una cifra redonda y resonante. García Márquez lo sabía”.
La Costa supersticiosa
“La abuela que criaba a García Márquez vivía en este ambiente de superstición de la Costa. La única manera de controlarlo era a partir de esos cuentos. Según le decía ella, en la casa, que era una casa muy grande, había varios muertos. Le decía “No te metas en ese cuarto porque ahí está el tío Lázaro y te va a salir”, “No te metas en ese cuarto porque ahí está la tía tal…” , y él sentía como que a veces veía pasar por ahí a los personajes. Cuando llegaba la hora de la noche que caía en un terror tremendo del cual nunca se recuperó, ni siquiera mayor. Apenas pisaba la noche el volvía a esa experiencia. La única tranquilidad la tenía cuando ya entraba el rayo de luz”
“No debía dormir muy bien, no debía dormir muy bien y después en la otra época cuando era periodista, bueno trabajaba mirando los cables en la noche y escribía de noche, cuando todo el mundo estaba durmiendo y él no tenía así como la comodidad, se quedaba ahí en el periódico y se ponía a escribir”.
Influencia de García Márquez en las letras del Caribe
“Escribí un artículo sobre la influencia de García Márquez en los escritores del Caribe colombiano en el que me refiero a una doble influencia, una negativa, de los que simplemente se limitan a copiar sus recursos. Y las segundas partes nunca son buenas. Estos quedan muertos porque cuando tú dices fulano de tal es “garciamarquiano” ya murió. Hay otros que lo han tomado en un sentido positivo, que es la lección de la disciplina, el rigor de la investigación, de preservar la vocación que han asimilado otros escritores, así que ellos han logrado encontrar su propio camino.