Natalia Gómez Carvajal ganó la Beca Rosalynn Carter en 2014 con una propuesta de explorar la vida de los refugiados colombianos desplazados por la violencia que viven en asentamientos urbanos en pobreza extrema y que sufren de enfermedades mentales.
Con el apoyo económico de de 7000 dólares que provee la beca, Gómez recorrió el departamento colombiano del Chocó -particularmente los municipios de Istmina y Quibdó- y Bogotá para construir las historias urbanas y rurales que incluyó en su trabajo Las heridas mentales del desplazamiento forzado. Allí constató que más que padecimientos de salud mental o síndrome postraumático, lo que tienen los refugiados es una gran capacidad de resiliencia y una fuerza enorme para seguir adelante.
Creada en 1996 por el mencionado Centro, la Beca Rosalynn Carter ha beneficiado y entrenado a numerosos periodistas de Estados Unidos, así como de Rumania, Sudáfrica, Nueva Zelanda y Colombia, con el fin de mejorar la calidad de la reportería sobre salud mental en esos países.
Para 2019, la administración de la beca en Colombia, a cargo de la Universidad de la Sabana, ha abierto la convocatoria para todos los países de América Latina, con el apoyo de la FNPI. Esto con el fin de revelar el estado de la salud mental en la región y reducir el estigma y la discriminación en contra de personas que padecen de enfermedades mentales.
A continuación, Natalia Gómez nos cuenta las enseñanzas que recibió como becaria Carter, su análisis sobre el cubrimiento que se hace sobre la salud mental en Colombia y América Latina. Lee la entrevista y postúlate a la Beca Rosalynn Carter 2019-20 hasta el 1 de julio de 2019.
¿De dónde surge tu interés por investigar la vida de los colombianos desplazados por la violencia que sufren de enfermedades mentales?
Para mí, una de las peores tragedias del conflicto armado es el desplazamiento forzado y todo lo que eso puede implicar. Hablamos no solo de personas sin techo que se asientan en las grandes ciudades y en municipios que desconocen, sino también de las experiencias y recuerdos de violencia que estas personas cargan de por vida como su única posesión. Una posesión que no pidieron, que no desean y de la que difícilmente podrán deshacerse: la pérdida de seres queridos de manera sangrienta -muertes de las que a veces han sido testigos-, la violencia sexual, los hostigamientos y las amenazas de muerte, el reclutamiento forzado de un hijo o una hija...
Esta experiencia traumática no acaba al llegar a un lugar ‘más seguro’. Llegar a una ciudad es algo violento: hay rechazo, estigmatización, pocas oportunidades laborales, dificultades enormes para la adquisición de una vivienda digna. Durante la reportería, me di cuenta de que el Estado tiene aún muy poca información sobre la salud mental de las víctimas de desplazamiento forzado y considero que este es un punto clave para poder avanzar hacia la reconciliación del país.
Como ciudadana y como periodista siempre me he sentido impotente ante estas personas. Son más de 6 millones registrados en la Unidad de Víctimas, y siempre me he preguntado cómo hacen para vivir con todos esos recuerdos y todo ese rechazo. Me parece insoportable, y al mismo tiempo pienso en su fuerza y en sus ganas de continuar, de salir adelante, de reconstruirse, a pesar de que el Estado les da la espalda. Siento que es un tema que sigue vigente, porque el Estado sigue abordando esta tragedia desde un punto de vista asistencialista, sin preocuparse de las causas puntuales de la violencia.
¿Cómo ayudó la asesoría de expertos y el apoyo económico que recibiste como parte de la Beca al momento de desarrollar tu trabajo?
Los expertos de la beca fueron esenciales. Cada cierto tiempo teníamos citas telefónicas en las que discutíamos sobre el proyecto y resolvían mis dudas sobretodo en materia médica y psiquiátrica. Uno de los grandes problemas del periodismo frente a temas de salud mental es que no sabemos hablar de esto. Usamos palabras como enfermedad, problema, perturbación... es un lenguaje que marca una frontera invisible entre las personas consideradas ‘sanas’ y las enfermas, y se pierden los elementos para que se reconozcan los unos a los otros como iguales. Así, en el tema que escogí para la beca, la frontera se dibuja entre las personas en situación de desplazamiento forzado y todos los demás. Este lenguaje es una prolongación de la violencia. Le agradezco especialmente a Bill Lichtenstein por su acompañamiento.
El apoyo financiero lo destiné a recorrer el Chocó, particularmente en Istmina y Quibdó, y Bogotá para construir las historias urbanas y rurales que conforman el trabajo, de la mano de Sara Rojas, la videógrafa de El Tiempo que fue mi compañera y cómplice en esta aventura. Por supuesto, el periódico y Ernesto Cortés, editor de la sección Bogotá y redactor jefe de El Tiempo me concedieron el tiempo necesario para elaborar el reportaje. Hubiera querido hacer un gran especial multimedia, pero ni la coyuntura ni el flujo de trabajo del equipo multimedia me lo permitieron. La versión publicada en el periódico impreso me satisfizo mucho más.
¿Cuál es tu recuerdo favorito de tu paso por el Centro Carter en Atlanta?
Es difícil escoger. Creo que los días de inmersión en Atlanta, en el Centro Carter, fueron fundamentales. Además de expertos escuchamos a personas que padecen diferentes enfermedades ya otros periodistas. En Colombia estos temas son aún tabú y es liberador escuchar a los protagonistas de estas historias, porque están abiertos a que les hagamos preguntas. En el Centro hay un ambiente propicio a la escucha. Nuestros errores son admitidos y corregidos para que podamos dar cuenta de los temas de salud mental.
Pero recuerdo con mucha vividez la lectura que Mary Pember, periodista independiente en asuntos indígenas de Estados Unidos y becaria de mi promoción, hizo de su texto en nuestro segundo y último encuentro en Atlanta. Su tema es el trauma histórico de los pueblos indígenas y al ser ella misma descendiente indígena sus relatos son potentes. En periodistas como ellas uno siente cómo el periodismo serio es una forma de activismo.
Y otra cosa que me marcó mucho en Atlanta, la ciudad de Martin Luther King y de la lucha de los derechos civiles de las poblaciones afroamericanas, es la segregación racial que persiste, geográfica y arquitectónicamente: la pobreza y el sutil abandono de la calidad de la infraestructura urbana de los barrios negros. Es un tema que me atrae mucho, como exeditora de la sección Bogotá y persona que ama estudiar la manera en que construimos las ciudades.
¿Cómo calificas el cubrimiento sobre salud mental que se hace en el país y la región?
El cubrimiento noticioso de temas de salud mental hace zigzag entre la invisibilidad y la estigmatización, salvo contadas excepciones. Somos muy ligeros, en especial cuando hablamos de adolescencia y de farándula. Y siento que hemos empeorado ahora que no existe el tiempo para reflexionar antes de publicar en internet y en las redes sociales. Pienso, por ejemplo, en el cubrimiento sobre el suicidio de Alan García, expresidente de Perú. Al ser un caso de tinte político y económico, los medios están obligados de hablar de ello y a cubrirlo; pero hay que preguntarse cómo. ¿En qué es constructivo un periodismo que se dedica a divulgar las últimas imágenes de García en vida o antes de dispararse? Vemos entonces ciudadanos que promueven el suicidio de las personalidades involucradas o salpicadas en casos de corrupción y convertimos al suicida en mártir. Todo esto en lugar de profundizar en los tentáculos del escándalo de Odebrecht en Colombia, por ejemplo. Le fallamos muy a menudo al periodismo y alimentamos el sensacionalismo todavía con más frecuencia.
¿De qué manera la beca ayudó a cambiar tu propia percepción sobre las enfermedades mentales?
Siempre he tenido una gran sensibilidad hacia este tema y creí no tener estereotipos al respecto. Al inicio de mi investigación, me di cuenta de que al pensar en la salud mental de quienes han vivido conflicto armado, las primeras palabras que venían a mi mente eran ‘fragilidad’ y ‘víctima’. Afirmé y redescubrí que, más que los padecimientos de salud mental o del síndrome postraumático, lo que tienen estas personas es una gran capacidad de resiliencia y una fuerza enorme para seguir adelante en un país que aún no sabe cómo vivir en paz. En definitiva, cambié la palabra ‘víctima’ por la de ‘sobreviviente’.
¿Qué impacto percibes que tuvieron los trabajos periodísticos que produjiste como parte de la Beca?
Esta es una pregunta dura, porque siento que en la marea de información que se produce a diario, cada día producimos menos impacto desde el periodismo, a menos de que se trate de destapar escándalos políticos y de corrupción. Creo que quienes leyeron Las heridas mentales del desplazamiento pensaron en una dimensión más de la realidad colombiana y es la dimensión emocional. Queda como un archivo, entre muchos que dan cuenta de la complejidad del conflicto armado colombiano. Creo que cuando hacemos periodismo el impacto está más que nada en el periodista y en el equipo que elabora la información: no hay periodismo sin un verdadero encuentro con quienes comparten sus historias.
¿Por qué recomendarías esta experiencia a otros periodistas?
Ante todo, lo recomiendo porque es una de las raras ocasiones en que periodistas y expertos de Estados Unidos y de otros países del mundo están al servicio de reporteros independientes y de diferentes medios de Colombia para hacer informaciones de calidad sobre salud mental. No se trata de un acceso a fuentes, sino de un verdadero acompañamiento. También porque es una de las escasas oportunidades para hacer un reportaje de largo aliento. ¿Cada cuánto podemos los periodistas de hoy tomarnos un año para hacer un solo reportaje?
Sobre la Beca Rosalynn Carter para periodismo en salud mental 2019
Es entregada por el Carter Center de Atlanta y la Universidad de La Sabana, en asocio con la FNPI - Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. El acuerdo otorga dos becas para periodistas latinoamericanos que investiguen y produzcan reportajes que revelen el estado de la salud mental en la región. La convocatoria está abierta hasta el 1 de julio de 2019.
Creada en 1996, la Beca Rosalynn Carter ha beneficiado y entrenado a numerosos periodistas en Estados Unidos, Rumania, Sudáfrica, Nueva Zelanda y Colombia. Su objetivo consiste en mejorar la calidad de la reportería en salud mental en regiones donde más se necesita y, luego, facilitar que los países socios asuman las actividades de la beca. Para 2019, la administración de la Beca en Colombia ha abierto la convocatoria para todos los países de América Latina.