La buena hora de Padura

La buena hora de Padura

A Leonardo Padura siempre lo han llamado con el diminutivo del sobrenombre de su padre: Nardito. En su niñez, había una sola prohibición: no cruzar la calzada Managua, la avenida principal del barrio. A los once o doce años leyó algo de Verne y Salgari, por un primo tres años mayor que él que le prestó los libros.
Leonardo Padura posa para una fotografía en el Hay Festival Cartagena el 24 de enero de 2013. Álvaro Delgado/Archivo FNPI
Jorge Pinzón

Leonardo Padura preferiría hablar de béisbol o de cine italiano en las entrevistas, y no andar haciendo futurología barata sobre Cuba, donde nació en 1955 y de donde no ha querido irse.

Padura es uno de los autores que ha venido (un par de semanas antes de que reciba, en la Feria del Libro de La Habana, el Premio Nacional de Literatura) a la octava versión del Hay Festival en Cartagena.

– Me tiene hasta los huevos que me pregunten de política. Que no soy pitonisa, coño. A mí me gusta hablar de cine, de las peículas que me gustan, y de pelota, de los equipos de béisbol que me gustan –les dice a los escritores Roberto Ampuero y Luisa Valenzuela en casa de una crítica literaria colombiana a la que fue invitado para tomarse unos tequilas luego de su primer conversatorio en  Cartagena.

Dos horas antes, esta conversación inició con un tema que apasiona a Padura: el béisbol.

–          Si de algo sé en la vida es de pelota –me dijo mientras

encendía el primero de cuatro cigarrillos que compartiría en las siguientes tres horas con Lucía, la silenciosa Lucía, la mujer de la que se enamoró hace más de treinta años, cuando estudiaban filología en la Universidad de La Habana– Si eres cubano y naciste en los años cincuenta, tenías inevitablemente que ser del Habana, del Armendaris, del Cienfuegos o del Marianao, que eran los cuatro equipos de la liga profesional cubana. Y en esa época, la época de los cuarenta y los cincuenta en Cuba la pasión por el béisbol llegó, creo, a su punto más alto. Ese fue el momento en el que muchos cubanos empiezan ya a triunfar en grandes ligas de manera sistemática… Mi padre era almendarista y mi tío era habanista, lo cual significaba que eran enemigos feroces, pero sucede que ellos trabajaban juntos, tenían un negocio entre los dos, una pequeña bodega, y tenían que convivir, y habían convivido desde que mi padre era pequeño porque mi tío era el mayor, y en la tradición de la familia cubana de aquella época era como el segundo padre, y desde los siete u ocho años mi padre estaba trabajando con él y era una tortura para mi padre trabajar con él, porque mi tío era absolutamente irresponsable y lo que más le importaba en el mundo era la pelota, y a mi padre le interesaba el negocio también, aunque le gustaba mucho la pelota. Mi padre jugó mejor que mi tío, quien era muy mal pelotero y como le gustaba tanto cogía dinero de la bodega del comercio y subvencionaba a un equipo del barrio donde estaban todos los mataperros del barrio, y toda esa gente adoraba a mi tío Manolo Min… Yo escribí una crónica muy bonita sobre mi primer traje de pelotero, y en la historia de ese traje de pelotero está un poco resumida la historia de esa relación de mi padre y mi tío… Cuando nací, mi padre quería que yo fuera pelotero.

A Leonardo Padura siempre lo han llamado con el diminutivo del sobrenombre de su padre: Nardito. En su niñez, había una sola prohibición: no cruzar la calzada Managua, la avenida principal del barrio. A los once o doce años leyó algo de Verne y Salgari, por un primo tres años mayor que él que le prestó los libros.

– Pero después el libro que realmente me marcó fue el Conde de Montecristo, que lo leí alrededor de los quince o diesciseis años. Esa fue una novela que me conmovió mucho, esa historia sobre la justicia y la injusticia, y para un adolescente ese es un tema que es muy importante. Esa fue la primera historia que leí y por la que me dio ganas de, en algún momento, escribir algo, aunque todavía ni siquiera lo pensaba de una manera consciente.

Este periodista, ensayista, cuentista y novelista que ha escrito casi treinta libros, comenzó su trasegar periodístico en la revista El caimán barbudo, donde trabajó tres años y de donde lo expulsaron por un par de reportajes en los que, a juicio del régimen cubano, había atisbos de crítica a la Revolución. Entonces, como una especie de castigo, lo enviaron a trabajar al periódico Juventud Rebelde. Allí estuvo durante siete años, hasta que lo nombraron jefe de redacción de la Gaceta de Cuba.

Hoy Leonardo Padura es el escritor cubano más leído dentro de la isla. Su más reciente novela, El hombre que amaba a los perros es un verdadero fenómeno editorial en Cuba. Dos semanas después del primero de una serie de encuentros que hemos tenido para este reportaje, en el Pabellón Cuba, uno de los lugares donde se llevó a cabo la Feria del Libro de La Habana, casi mil personas hicieron una fila de horas para comprar un ejemplar de este libro en el que, a través de las voces de Trotsky, su asesino, Ramón Mercader, y un joven cubano aspirante a escritor, el desbarrancadero en que se convirtió el estalinismo y el fracaso de la utopía socialista quedan al desnudo.

El padre literario del detective Mario Conde es un habanero de un metro sesenta y nueve de estatura, rollizo y trigueño para quien la moda al vestir no es una preocupación. Los zapatos café, el pantalón negro y la camiseta de algodón naranja que lucía el día que llegó a Cartagena dan fe de su sencillez en la vestimenta.

Por estos días Padura está terminando de darle las últimas puntadas a su próxima novela, Herejes, que Tusquets, su cómplice editorial, publicará en septiembre. Y como todos las mañanas de su vida desde que, hacia 1995, decidió entregarse de cuerpo y alma a la literatura, Leonardo Padura Fuentes escribe en su estudio, en cuya entrada hay una placa que dice: “Le pido a Dios que nadie me venga a quitarme tiempo”.

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