A Leonardo Padura siempre lo han llamado con el diminutivo del sobrenombre de su padre: Nardito. En su niñez, había una sola prohibición: no cruzar la calzada Managua, la avenida principal del barrio. A los once o doce años leyó algo de Verne y Salgari, por un primo tres años mayor que él que le prestó los libros.
¿Qué ha pasado con la mujer de armas tomar que, pese a la opinión adversa de sus hijas Clara y Magdalena, que no soportaban verla encarnar el papel de loca, se lanzaba, año tras año, en los primeros días de febrero, cuando las mejores brisas del Caribe colombiano eran cómplices del aleteo de los bucles revueltos de su peluca ceniza, a las calles de La Arenosa para celebrar la existencia entre comparsas y ruedas de cumbia?