Carta a la loca del Carnaval

Carta a la loca del Carnaval

¿Qué ha pasado con la mujer de armas tomar que, pese a la opinión adversa de sus hijas Clara y Magdalena, que no soportaban verla encarnar el papel de  loca, se lanzaba, año tras año, en los primeros días de febrero, cuando las mejores brisas del Caribe colombiano eran cómplices del aleteo de los bucles revueltos de su peluca ceniza, a las calles de La Arenosa para celebrar la existencia entre comparsas y ruedas de cumbia?
Comparsa 'Disfrázate como quieras' durante el desfile de la Batalla de Flores en Barranquilla el 5 de marzo de 2013. Joaquín Sarmiento/Archivo FNPI
Jorge Pinzón

¿Dónde estás, Ninfa Barros? ¿Dónde te has metido desde que le prometiste a la Providencia que si tu hijo mayor se recuperaba de esa enfermedad que amenazaba con arrebatártelo, dejarías de disfrazarte de loca en los carnavales de la ciudad que te vio nacer? ¿A dónde fuiste a parar cuando cerraste el salón de belleza donde emperifollabas al payaso mago, al zapatero de los monstruos y a tantas otras celebridades curramberas? Algunos de tus antiguos vecinos del barrio San José dicen que te convertiste al cristianismo para redimirte del pecado al que te exhortó durante quince años el santo pagano con el que amanecías bebiendo ron en cualquier caseta carnavalesca o sembrando el terror con ladrillos de espuma o palos de icopor en la Vía 40. Otros, como la reportera Nistar Romero, que te entrevistó en 2004, cuando la tristeza devenida en depresión por la mala nueva sobre la salud de tu hijo comenzaba a asomarse en tu alma, dicen que quizás volviste a tu antiguo oficio de técnica en electrocardiogramas, pero no se atreven a asegurarlo. En los últimos años, tu amiga de infancia Doris García no te ha visto más que en un sueño en el que aparecías loca de contento en el estadio de béisbol. Si le hacías barra al equipo de tu hijo o al del amante que tuviste en tus años de auxiliar contable, es algo que la vieja Doris no se atreve a precisar. Un taxista que alguna vez te vio actuando en una de esas series de Telecaribe en las que hacías papeles de figurante, jura haberte llevado, hará cosa de un lustro, a la Universidad Libre de Barranquilla. ¿Acaso regresaste a la facultad de Derecho a terminar la carrera que dejaste en cuarto año por apuros económicos?

Con estas preguntas y especulaciones sobre tu paradero dándome vueltas en la cabeza, he salido a buscarte, sin éxito, en los últimos tres días. Mi libreta de notas está llena de rumores que hablan de la loca que fuiste en los carnavales hasta los primeros años del siglo XXI: que te fuiste a Panamá detrás de un hombre por el que morías de amor y que hace más de cuatro años no vienes a Barranquilla, que hace un mes moriste atropellada por un bus en una esquina del centro, que montaste un pequeño templo protestante sabrá dios en qué barrio.

¿Qué ha pasado con la mujer de armas tomar que, pese a la opinión adversa de sus hijas Clara y Magdalena, que no soportaban verla encarnar el papel de  loca, se lanzaba, año tras año, en los primeros días de febrero, cuando las mejores brisas del Caribe colombiano eran cómplices del aleteo de los bucles revueltos de su peluca ceniza, a las calles de La Arenosa para celebrar la existencia entre comparsas y ruedas de cumbia?

El número telefónico de la única Ninfa Barros que aparece en el directorio de la ciudad está fuera de servicio, y en la casa de dos pisos donde viviste durante más de veinte años hoy vive con su madre la secretaria de un notario. En esa casa viste crecer a los cuatro retoños que pariste cuando aún tus curvas despertaban el apetito de Robertico, como llamabas cariñosamente al hombre con el que viviste hasta que se te metió en la cabeza el capricho feliz de convertir en personaje de ficción a la loca Olga, esa loca de verdad en quien te inspiraste luego de verla deambular, una y mil veces, por el barrio Las Nieves.

Esta tarde, poco después de que el coordinador logístico del Carnaval me dijera que lo más probable era que estuvieras radicada en Venezuela, un sabueso de la sección judicial del periódico local me dijo que ahora trabajas en los juzgados del Centro Cívico de Barranquilla, adonde llegué para buscarte como quien busca una aguja en un pajar.

–          ¿Ninfa Barros, Ninfa Barros? No, no me suena, yo creo que en este edificio no trabaja ninguna Ninfa –me dijo la recepcionista mientras se alistaba para salir.

Ojos color miel, nariz ligeramente abultada, labios suculentos, piel blanca, caderas generosas, un metro setenta de estatura: así te retrata Julio Mario Martínez, un barranquillero del Barrio Abajo que sitúa tu debut en el carnaval hacia 1988 o 1989, cuando saliste por primera vez de tu casa vestida de la que se convertiría en la loca más famosa de Barranquilla.

Ahora, en vista de lo difícil que ha resultado encontrarte, loca escurridiza, no me queda más remedio que imaginarte, porque apenas en una foto he podido verte. En la única imagen tuya que conserva Nistar Romero apareces con tu disfraz anárquico. Luces mugrienta y en harapos de pies a cabeza, con el pelo enredado hasta los hombros, mirando a la cámara con el gesto lunático del esquizoide que está a punto de entrar en una camisa de fuerza. Y en todo el centro de la fotografía, la carcajada sicótica en la que exhibes una dentadura incompleta y podrida.

En un par de días debo irme de Barranquilla y lo más probable es que abandone la ciudad con el sabor agridulce de haberte conocido tan sólo de oídas, porque, sin saber siquiera que te buscaba, te me escabulliste hasta el último minuto.

Ninfa, loca, en mi memoria de reportero quedarás impresa como una sombra que no se dejó atrapar. Y como ya nadie podrá quitarte lo bailao, en la mitología de los carnavales tienes sin duda asegurado un palco en honor a la locura.

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