Ha sido una campaña electoral larga, tediosa, poco iluminadora y repetitiva, salvo por el regreso de la plaza pública y el foco en algunas regiones, como escenarios de conexión entre candidatos y ciudadanos. Ya conocemos el resto del diagnóstico, que no pocas veces es presentado con cara de pretexto, con base en el ´esqueísmo´, ese vicio lingüístico, que es eficiente como vía de escape moral o profesional… Es que los discursos de odio, es que el hedor de las redes sociales, es que la dependencia de las encuestas en tela de juicio, es que los debates cuadriculados y aburridos, las fake news contaminantes, la propaganda negra, la discursitis…
¿Y el periodismo? cómo ha sido el cubrimiento en estos meses de tensa calma? ¿Sigue siendo necesario el periodismo en esta época de des-intermediación?
Intentos ha habido, así como esfuerzos específicos de algunos pocos medios por destejer la maraña de las propuestas, por acercar al ciudadano, por entrever las diferencias, por hacer la tarea.
Ha habido también momentos reveladores, como ese, en el debate de Canal Capital, de la disputa entre Vargas Lleras y Petro por la autenticidad de las cifras que cada uno traía a colación. La mayoría de los medios, usuales referentes de comprobación, antes o después, no aparecieron en su rol de esclarecer y verificar. O como cuando se agitó la polémica por los resultados dispersos, con metodologías distintas, de las encuestadoras, o como cada vez que tuitea cada partido y entra en acción la “bodega” de cada candidato.
Ahí está la nuez de las discordias. Porque el papel de medios y periodistas para cubrir campañas, antes que buscar formatos innovadores, encuadres distintos o narrativas descrestadoras (aspectos en los cuales hay numerosas e interesantes iniciativas) es, como se ha dicho tantas veces, brindarle a la ciudadanía información útil para que pueda decidir. Y luego verificar, verificar, verificar, verificar. En esos dos mandamientos –parafraseando Las Escrituras-se resumen todos los demás y allí cobran sentido.
Ese papel orientador, salvo contadas excepciones, se extravió en esta campaña en la que los medios no han podido establecer la agenda propia ni guiar la agenda política desde la perspectiva del interés de los ciudadanos. Las estrategias políticas supieron cosechar en la incertidumbre que dejó el resultado del plebiscito y en la ambigüedad de la normatividad electoral, para “inventarse” en los comicios legislativos, la primera vuelta, antes de la verdadera primera vuelta, y de paso engendrar los protagonistas y el foco de atención de la opinión pública, seguido a pie juntilla por medios, tendenciales digitales, encuestas, debates, y lo más importante, por la conversación ciudadana.
Dos caras de una misma moneda
Muestra preocupante ha sido, por ejemplo, el papel pasivo, libreteado e inane de los periodistas moderadores en casi todos los debates entre los candidatos. Limitados por el formato, el tiempo y la inefable intención de diferenciarse en la puesta en escena, los periodistas ratificaron que en esas dinámicas son fácilmente reemplazables por un reloj sonoro, un maestro de ceremonias o una modelo elevada a la categoría de presentadora. Si preguntar es el oficio del periodista, en los debates esa tarea ha quedado inconclusa.
Contrasta con ello el evidente espíritu inquisidor de quienes, en los medios audiovisuales, esencialmente en radio y en vísperas de la segunda vuelta, miden con diferente actitud, tono, encuadre y rasero de preguntas a los candidatos, -con la disculpa de representar a los que no tienen voz-, dejando entrever posiciones personales cuando no bajas pasiones.
No deja de ser inquietante, por ejemplo, la posición soberbia de quienes indagan, arrinconando, a los candidatos de izquierda y expresan una sutil sumisión cuando se trata de cuestionar a los de derecha. Las hordas entre las audiencias saben leer y aprovechar estas coyunturas para atizar los fuegos; y algunos candidatos, como Uribe y Petro, para irse lanza en ristre sobre los comunicadores, los medios y sus intereses subterráneos. El resultado es la paulatina deslegitimación del periodismo como mediador y garante de transparencia.
El tiempo o el número de palabras, como indicadores de justicia o equilibrio en el tratamiento informativo, dedicados a cada aspirante, han pasado a segundo plano. Cuentan, en cambio, las emisiones o las publicaciones en los horarios o días de mayor circulación, lo que ha sido objeto de múltiples reclamos.
Tiempos de hiper sensibilidad
Sobre excitado el ambiente, cualquier evento dispara las reacciones. No es sino ver la agitación que produjo la inclusión de un comercial del candidato Duque, durante el debate del Canal RCN. Leyendo en el substrato preexistente de ese medio, las redes dispararon antes de preguntar. Cuando el canal aclaró que se trataba de una coincidencia –infortunada porque recordaba su sesgo editorial- ya la atención de la opinión pública estaba en otros menesteres.
La susceptibilidad también se evidenció cuando la Campaña de Petro denunció que el mismo Canal no quería pasar sus comerciales. Prendido el fósforo, las masas no necesitaron más argumentos, ni siquiera cuando el medio explicó, a través de su defensoría, que los mencionados comerciales tenían problemas técnicos o estéticos, como la utilización indebida de símbolos y banderas.
Conocida la estrategia política de los candidatos y puesta en perspectiva por el uso alternado de propaganda negativa, mensajes subliminales y utilización, -no pocas veces descarada, como en el caso de pancartas y vallas- en busca de exacerbar prejuicios y creencias con falsos dilemas, como el miedo o la esperanza, medios y columnistas ingenua o perversamente reciclaron esas emociones con portadas, titulares grandilocuentes y notas persuasivas que dejaban ver, al socaire, su ideología fletada.
Ha habido momentos tensos que dejaron ver displicencia pro el trabajo reporteril, como cuando Yolanda Ruiz de RCN Radio quiso indagar, con preguntas breves, sobre aspectos personales de Vargas Lleras y el entonces candidato, evidentemente incómodo, quiso cerrar esa parte de la entrevista con la lacónica frase “Qué preguntas tan chimbas”. O cuando hubo una confrontación verbal con fuertes adjetivos entre Darío Arizmendi y Gustavo Petro en medio de una entrevista en Caracol Radio, a escasos 10 días de la segunda vuelta, que derivó en pugnacidades en las redes sociales, con ecos poco constructivos.
O narrativas que causaron malestar como cuando algunos medios aludieron, con titulares espectacularizantes y tendenciosos, al pasado de Gustavo Petro para señalar que un “guerrillero nunca había llegado tan lejos”; O como cuando se conocieron los resultados de la primera vuelta, algunos medios audiovisuales cortaron en sus emisiones la intervención del mismo Petro para irse a comerciales o para darle paso al discurso del candidato Duque.
Trivialización y show
Mientras algunos medios le han apostado juiciosamente al fact checking y a contrastar los programas o las posiciones de los candidatos frente a los grandes problemas del país, la mayoría de ellos siguen preocupados por las formas llamativas a tal extremo que han contaminado y trivializado los formatos y los contenidos.
Sirvan de ejemplo los programas en manos de presentadoras de farándula, con mucho acento y poca ropa, tratando, ingenua e infructuosamente, de darle un aire fresco a los perfiles de los candidatos. O a los enfoques de preguntas ´originales´ acerca de los pasatiempos, el tipo y costo de zapatos o el color del pelo y su relación con sus propuestas políticas. O los programas en canales internacionales con presentadores en decadencia que viven del escándalo, con invitados colombianos como pretexto para lanzar diatribas o hacer proselitismo, pauperizado por la ausencia de argumentos.
Esa efervescencia del alma colectiva ha tenido momentos tensos y paradójicos. Los primeros, cuando se revelaron amenazas contra un caricaturista, a cargo de un maltratador inveterado vinculado con el Centro Democrático, y luego en contra de los mismos candidatos, que no tuvieron mucha resonancia por los mutuos señalamientos de ser estrategias propagandísticas en la fase final de la campaña.
Las paradojas corrieron a cargo de medios y opinión pública que al tiempo que solicitaban morigerar los tonos- apoyando incluso una campaña en ese sentido, que sonó como saludo a la galería- reclamaban con el mismo ahínco por la ausencia de confrontación en los debates. Se trata de esa doble moral que no entiende la política como disenso y voz enérgica pero no enfatiza en los señalamientos, que rayan en el código penal, que desde redes sociales o en las regiones se enrostran mutuamente los candidatos o sus áulicos.
— ¿Y lo demás?
— Lo mismo, gracias.
Desde el punto de vista de las estéticas y narrativas, se siguen presentando carencias identificadas en procesos anteriores. Prácticas repetidas que se han ido naturalizando a despecho de los diagnósticos reiterados.
• El cerofuentismo, el unifuentismo, incluso reforzado con fuentes del mismo origen siguen viciando los relatos periodísticos.
• El origen de la información afincado en las declaraciones, versiones, opiniones, debates o ruedas de prensa solo reivindican formas de decir, que suelen ser cambiantes y a veces contradictorias sin base factual.
• Exposición de informaciones fragmentadas, episódicas e inconclusas que solo se comprenderían con el transcurrir de los días, y que, por ende, desconocen los hábitos dispersos de las audiencias que se quedan con los titulares, las imágenes o las primeras versiones.
• La verificación como método, -que es el estándar más preciado y más claro en la dinámica periodística- al igual que el llamado periodismo de investigación –en momentos en que más los necesita el ciudadano para tomar decisiones- parecen desligados de la reportería diaria; como si se tratara de una cesión de responsabilidades o de un cisma en la sala de redacción entre los periodistas “de registro” y los que profundizan y comprueban. El resultado son esas medias verdades o mentiras dobles, como el uso de mujeres en bikini a favor (o como contrapropaganda) a la campaña de Vargas Lleras, los tuits alarmantes sobre el orden público del uribismo, o los nunca comprobados estudios superiores del candidato Duque, la presunta carta a su hija, las versiones de adhesiones o rechazos de figuras de la cultura, el arte o el espectáculo, o la fundamentación en agencias internacionales de noticias que también cayeron en fake news, causando desconcierto y confusión.
• La ausencia de más periodismo de interpretación en los medios masivos del país, más allá de los paneles de expertos, y que hoy también parecen condenados, desde la producción, a tomar parte en la dicotomía, el maniqueísmo, o la pugnacidad entre perspectivas diametralmente opuestas; y por el ´síndrome del poderoso´, en virtud del cual los expertos y los analistas han sido desplazados por políticos y funcionarios que, aunque ya tienen tribuna propia, aprovechan esos espacios para reforzar sus posiciones, sin objeción de los ciudadanos. De esa manera quedan sin aclararse fenómenos como la “conversión” al uribismo de Vivianne Morales; el vargasllerismo de Armando Benedetti; el duquismo de Cesar Gaviria, o la diferencia entre los diversos tipos de encuestas, ya sea de percepción, conocimiento, favorabilidad o de pronóstico, para citar las más polémicas que se atrevieron, en vez de representar fotografías alusivas a momentos de la campaña, a tratar de generar fenómenos de opinión pública.
• Sigue la dependencia de las redes sociales, graduadas como fuente oficial, no obstante que no ofrecen posibilidad de contraste o contrapreguntas, y que los perfiles de las mismas insisten, en su mayoría, que son opiniones personales, como trasunto de sus emociones, rabias, disgustos y pasiones propios de la instantaneidad, la espontaneidad y la ausencia de reflexión.
• Para la campaña de la segunda vuelta se ha incrementado la sectarización, insuflada en columnas, titulares y adjetivos, que se ha corrido varios puntos más allá de la polarización, proverbial en estas instancias, más aún, cuando quedan dos candidatos en liza por la preferencia de los votantes.
• El tratamiento de la agenda internacional no parece siempre inocente o circunstancial en asuntos que tocan, así sea tangencialmente o de manera comparativa, la realidad nacional, como la situación en Venezuela o los sucesos que terminaron con el cambio de gobierno en España.
• Finalmente, escasean las historias, rostros y necesidades de la gente de a pie en relación con las propuestas, candidatos y debates de la campaña presidencial, relegados a aparecer como sujetos pasivos de las narraciones, o en el peor de los casos, como cifras o números deshumanizados.
• Adicionalmente, y no obstante que son las primeras presidenciales sin la presencia de las FARC como grupo armado ilegal, la labor periodística tiene dificultades en varias regiones del país, como el Catatumbo y algunas zonas del sur del país y del golfo de Urabá, amén de los 76 municipios que tienen presencia de armados ilegales del ELN, las mala llamadas disidencias de las Farc o bacrim. Ha habido estigmatizaciones como las del exprocurador Ordóñez contra Ramiro Bejarano y las de Uribe contra Daniel Coronell. Han surgido amenazas en lo que va corrido de este año electoral, según el monitoreo de la FLIP, a 3 periodistas en Valledupar, o agresiones en Cúcuta contra periodistas de Noticias Caracol, Caracol radio y Red Más Noticias, para no profundizar en los, por lo menos, 6 casos de intimidaciones o amenazas durante las elecciones legislativas en Sincelejo, Pereira Bogotá y Florencia, Caquetá, o en los 22 casos de agresiones y estigmatizaciones a periodistas y medios desde febrero, según el Censurómetro de la misma FLIP.
Claro, no es papel de la prensa animar esta fatigante campaña, aunque se entiende su propósito de ganar audiencias, pero no por ello puede perder su papel central de procurar el sentido de los hechos dispersos, contextualizarlos y relacionarlos, pero sobre todo de entregar información verificada y confiable para que el ciudadano pueda votar libremente. Ahí no puede ceder el protagonismo
Los vientos de los odios y sectarizaciones, la lluvia de debates y encuestas y las mareas de las fake news y la propaganda y la violencia de las redes sociales no puede ser un pretexto de resignación o para que pierdan su rumbo en las veleidades ideológicas y los intereses personales, familiares o empresariales. Ese es parte del oficio: remar sin descanso, como un piloto insomne, en medio de las tempestades.
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*Apartes de este artículo fueron publicados en la revista Razón Pública antes de la primera vuelta, pero esta versión aparece corregida y aumentada.
**Analista, columnista profesor e investigador de la Universidad Javeriana. www.mariomorales.info.
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