El debate sobre la inconveniencia de los espacios de comentarios en las páginas web de noticias ha sido una de las preocupaciones de la Red Ética Segura de la FNPI durante el último mes. A raíz de un artículo publicado por la revista Popular Science donde explicaban por qué habían decidido eliminar los comentarios de su portal de internet, realizamos un tuitdebate para saber qué opinaban los periodistas iberoamericanos sobre el tema.
Posteriormente se conoció que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos había fallado en contra de un periódico eslovaco al considerar que sí era responsable por el contenido de los comentarios publicados por los usuarios de su página de web, estableciendo así un nuevo marco legal sobre la necesidad de llevar un control juicioso de lo que se dice en los espacios de opinión que los medios de comunicación alojan en sus portales.
Ahora es la revista The New Yorker la que entra al debate con un artículo titulado “La psicología de los comentarios online”, donde psicóloga de la Universidad de Columbia María Konnikova analiza qué pasa en la mente de los usuarios cuando comentan y leen los comentarios de los demás visitantes de un sitio web de noticias.
La autora contradice la interpretación que los editores de Popular Science le dieron a la investigación de la Universidad de Wiconsin-Madison, afirmando que la solución no es eliminar los espacios de comentarios, sino más bien, implementar mecanismos donde los mismos usuarios de las páginas web puedan premiar a los comentaristas más pertinentes y respetuosos, o castigar a los groseros. Hemos traducido el artículo al español a continuación.
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Hace varias semanas, el 24 de septiembre, la revista Popular Science anunció que eliminaría los comentarios de su sitio web. Los editores argumentaron que los comentarios en internet, sobre todo los anónimos, socavan la integridad de la ciencia y la conducen a una cultura de la agresión y la burla que dificulta el discurso significativo. “Incluso una minoría rebelde ejerce el poder suficiente para inclinar una percepción del lector de una historia”, escribió la directora contenido online Suzanne LaBarre , citando un estudio reciente de la Universidad de Wisconsin-Madison como prueba.
Si bien es tentador culpar a internet, la retórica incendiaria ha sido durante mucho tiempo uno de los pilares del discurso público. Cicerón, para poner un ejemplo, llamó abiertamente a Marco Antonio “prostituta pública”, añadiendo “pero no digamos más de su libertinaje y desenfreno”. Entonces, ¿qué ha cambiado con la llegada de los comentarios en línea ?
El anonimato, principalmente. De acuerdo con una encuesta de Pew en septiembre, un cuarto de los usuarios de internet han publicado comentarios de manera anónima. A medida que la edad de un usuario disminuye, aumenta su renuencia a vincular un nombre real con una identidad en línea; el 40 por ciento de las personas en los 18 a 29 años de edad han publicado anónimamente .
Una de las críticas más comunes que se hace a los comentarios en línea señala la desconexión existente entre la identidad del comentarista y lo que está diciendo, un fenómeno que el psicólogo John Suler llamó el “efecto de desinhibición en línea“. La teoría dice que en el momento en que pierdes tu identidad, las limitaciones en tu comportamiento habitual se van también – o, para citar la caricatura de Peter Steiner en 1993, en internet nadie sabe que eres un perro.
Cuando Arturo Santana , profesor de comunicaciones en la Universidad de Houston, analizó 900 comentarios sobre los artículos relacionados con el tema de la inmigración elegidos aleatoriamente (la mitad de periódicos que permitieron publicaciones anónimas, como el Los Angeles Times y el diario Houston Chronicle, y la mitad de los que no lo hicieron, incluyendo EE.UU. Today y el Wall Street Journal), descubrió que el anonimato hizo una diferencia perceptible: un 53 por ciento de comentaristas anónimos eran groseros, en oposición a un 29 por ciento de los comentaristas no anónimamente registrados. El anonimato, concluyó Santana, incentivó la rudeza en los comentarios.
Por otra parte , el anonimato también ha demostrado estimular la participación. Al promover un mayor sentido de identidad de la comunidad, los usuarios dejan de preocuparse por su postura individual. El anonimato también puede aumentar un cierto tipo de pensamiento creativo y dar lugar a mejoras en la resolución de problemas. En un estudio que evaluó el aprendizaje de los estudiantes, los psicólogos Ina Blau y Avner Caspi encontraron que, mientras que las interacciones cara a cara tienden a proporcionar una mayor satisfacción, en ambientes anónimos la participación y la toma de riesgos florecieron.
Los foros anónimos también pueden ser muy auto-regulados: tendemos a descartar los comentarios anónimos o hechos con pseudónimos en un grado mucho mayor que el de comentario de otras fuentes, más fácilmente identificables. En un estudio de 2012 sobre el anonimato en las interacciones por computadora, los investigadores encontraron que, mientras que los comentarios anónimos tenían más probabilidades de ser rudos y radicales que los no – anónimos, también eran mucho menos convincentes a la hora de cambiar la opinión de los lectores sobre temas relacionados con la ética, haciéndole así eco a los resultados de estudios anteriores desarrollados por la Universidad de Arizona. De hecho, el científico informático Michael Bernstein de la Universidad de Stanford descubrió al analizar el muro de comentarios de 4chan, un foro de discusión en línea conocido por ser “grosero, vulgar y obsceno” y donde más del 90 por ciento de los mensajes son totalmente anónimos, que surgieron mecanismos espontaneos para controlar las interacciones de los usuarios y darle a los comentarista estatus que los calificaban como más o menos influyentes y creíbles.
Debido a los efectos contradictorios del anonimato, y en respuesta a la naturaleza cambiante de las publicaciones en línea, los investigadores de internet han comenzado a cambiar su enfoque, alejándose del anonimato para pensar en otros aspectos como el tono y el contenido. El estudio de la Universidad de Wisconsin-Madison que Popular Science citó, por ejemplo, se centró en si los mismos comentarios, anónimos o no, hicieron que la gente se comportara con mayor rudeza. Los autores encontraron que mientras más desagradables los comentarios, los lectores adoptaban opiniones más polarizadas sobre el contenido del artículo, un fenómeno que llamaron el “efecto desagradable”. Pero el efecto desagradable no es nuevo, ni exclusivo de internet. Los psicólogos se han preocupado mucho sobre la diferencia entre la comunicación cara a cara y las formas más distantes de hablar – como las cartas, telégrafo o teléfono. Sin las características tradicionales de la comunicación personal, al igual que las señales no verbales, el contexto y el tono, los comentarios pueden llegar a ser demasiado impersonales y fríos.
Pero prohibir los comentarios en un artículo puede simplemente llevarlos a un lugar diferente, como Twitter o Facebook – de una comunidad formada en torno a una publicación o idea, a otra sin ninguna identidad discernible. Tales entornos de grandes grupos, a su vez, producen efectos menos deseables, incluyendo un debilitamiento de la responsabilidad: al sentirse menos responsables por sus propias acciones, los usuarios se vuelven más propensos a involucrarse en comportamientos amorales.
En su obra clásica sobre el papel de los grupos y exposición a la violencia en los medios, el psicólogo social cognitivo Alfred Bandura encontró que, como la responsabilidad personal se vuelve más difusa en un grupo, la gente tiende a deshumanizar a los demás y ser más agresiva hacia ellos. Al mismo tiempo, las personas se vuelven más propensas a justificar sus acciones de manera auto-absolutoria.
Varios estudios también han demostrado que cuando las personas no creen que van a ser responsabilizadas por sus palabras, son más propensas a recurrir a atajos mentales en su pensamiento y escritura, procesando la información superficialmente. Se convierten, por lo tanto, en personas más propensas a recurrir a soluciones simplistas cuando se les presentan problemas complicados, como el psicólogo Philip Tetlock ha explicado en repetidas ocasiones durante varias décadas de investigación sobre la rendición de cuentas.
Eliminar los comentarios también afecta a la experiencia de la lectura en sí: se puede suprimir la motivación para comprometerse con un tema más profundamente, y para compartirlo con un grupo más amplio de lectores. Es un fenómeno conocido como realidad compartida, donde nuestra experiencia sobre algo que afecta por el hecho de compartirla socialmente. Al quitar los comentarios por completo, le quitas al usuario algo de esa realidad compartida, que es el motivo por el cual muchas veces queremos participar o comentar inicialmente. Queremos creer que los demás van a leer y reaccionar a nuestras ideas.
Lo que el estudio de la Universidad de Wisconsin-Madison puede mostrar en última instancia no es el poder negativo de un comentario en sí mismo, sino más bien, el efecto acumulativo de una gran cantidad de positivismo o negativismo en un solo lugar, una conclusión de que es mucho menos llamativa. Uno de los controles más importantes de nuestro comportamiento es el de las normas establecidas dentro de una comunidad determinada. En su mayor parte, actuamos en consonancia con el espacio y la situación, un partido de fútbol es diferente de una boda, por lo general. El mismo fenómeno puede entrar en juego en los diferentes foros en línea , en donde el tono de los comentarios existentes y la propia publicación pueden marcar el ritmo de la mayoría de las interacciones posteriores. Anderson, Brossard, y sus colegas tienen un vacío en su experimento, ya que crearon comentarios falsos en un mensaje falso, donde el tono era simplemente educado o rudo (“Si usted no ve los beneficios … es un idiota “).
¿Los resultados habrían sido los mismos si sus observaciones se hubieran hecho sobre una serie de comentarios en un artículo del New York Times, o un post de Gawker, donde los comentarios pueden ser promovidos o rechazados por los demás usuarios? En Gawker los usuarios pueden calificar el tono de los comentarios con sus votos para moverlos hacia arriba o abajo, creando un resultado sorprendente civilizado. La comunidad de lectores, en otras palabras, encuentra que es un perro quien está al otro lado del teclado, y lo pone abajo.
Como dijeron los psicólogos Marco Yzer y Brian Southwell, “nuevas tecnologías de la comunicación no alteran fundamentalmente los límites teóricos de la interacción humana, tal interacción sigue rigiéndose por las tendencias humanas básicas”. Ya sea online, por teléfono, por telégrafo, o en persona, nos regimos por los mismos principios básicos. El medio puede cambiar, pero la gente no lo hace.
La pregunta es si en lugar de las personas inteligentes y educadas, serán los trolls y los incendiarios quienes tendrán influencia en sus comentarios. La respuesta parece ser que, incluso estando protegido por la sombra del anonimato, un perro será delatado por sus ladridos. Entonces, consecuentemente, será tratado como se merece.
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Maria Konnikova es autora del best-seller del New York Times “Mastermind: Cómo pensar como Sherlock Holmes”. Tiene un doctorado en psicología de la Universidad de Columbia.
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Traducido por Hernán Restrepo