Y aquí estamos. Después de 25 años, una vez más, juntando fuerzas y talentos para reflexionar y hacer una radiografía… ¿del periodismo? Sí, pero lo más importante no es lo que hacemos, sino cómo lo hacemos para defender la vida. Porque resistimos bajo fuego. Intenso. Como uno de los volcanes que hacen erupción en Guatemala, país que hoy se estremece en lucha por recuperar su derecho a la vida y reiniciar la reconstrucción de la democracia. En otros, ese fuego serpentea como una alimaña que corroe y mata en silencio. Como ocurrió en Ecuador. O en Perú. Hasta que reventó. Estalló. Afloró.
Como nos recuerda en estas páginas Antonia Urrejola, expresidenta de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH): la regresión democrática ya no es el resultado de intervenciones violentas, guerras civiles o golpes militares. Y cita el último informe de Latinobarómetro que va directo a nuestra yugular: “La gran diferencia con la ola de recesión democrática de los años sesenta del siglo XX es que no hay militares, esta vez todos los dictadores son primero civiles elegidos en comicios libres y competitivos, que luego se quedan en el poder cambiando las reglas y haciendo seudo elecciones para mantener la categoría de “democracia”. Ya no se usan armas ni militares. Asumen la presidencia. Son electo-dictaduras civiles”.
Hace 25 años nacía El Faro. Un mundo ha transcurrido y ya nada es igual. Hace 25 años América Latina por fin se encontraba y enfrentaba los nuevos y viejos desafíos casi toda en democracia. Un sello: la polarización ideológica, real todavía en aquellos días, era un camino al que nadie tenía miedo. Centroamérica acababa de cerrar su última guerra y soñaba con la integración neoliberal. Vendrían décadas de ingresos inéditos para las arcas fiscales de nuestros países que permitían avizorar un nuevo combate contra la pobreza. La democracia florecía. La esperanza también.
El Salvador, el país que vio nacer a El Faro, celebraba poder hablar por fin del dolor de todos con un recóndito sentido de esperanza. Parecía que en 10 años, 15, hoy, todo iba a ser inevitablemente mejor.
No fue así. Los ingresos que recibieron nuestros países no cambiaron el rostro de pobreza de nuestros campos y ciudades. Fueron a parar a los bolsillos de transnacionales y funcionarios y cómplices locales. La corrupción nos corroyó el alma.
Por eso estamos aquí. Resistiendo. La democracia no solo cruje por todos los rincones de nuestro continente. Ha perdido significado. Apego. Adhesión. Principalmente porque ese concepto volátil, nuestro gran horizonte y escudo a defender, ya no garantiza a los ciudadanos ni lo mínimo que necesitan ni la esperanza que los despierta. Las instituciones evidencian ya sin pudor las grietas oscuras que ha dejado en ellas la corrupción sistémica. El gran ganador: el crimen organizado que avanza por estas tierras sin tregua. El balance está ahí: los muertos de nadie, los nuestros. Los cadáveres presentes y desaparecidos. Las y los ahogados en vida. Y los millones de inmigrantes que deben abandonar sus hogares en una desesperada búsqueda de un lugar que les permita vivir. Ser. En el camino, miles de ellos son presa fácil de los traficantes de la muerte.
De eso saben bien los más de seis millones de venezolanos que han sido obligados a abandonar su país. En el origen, nuevamente, la corrupción. De eso nos habla el periodista de investigación chileno Daniel Matamala en “Las raíces del saqueo”. Y nos hace una certera descripción del tránsito desde la “Venezuela Saudita” a la cleptocracia. Nos llena de imágenes de lo que fue en 1978 ese país que ostentaba el mayor consumo per cápita de whisky. Los Cadillac y Buicks repletaban la flamante nueva red de autopistas y las marcas de ropa ostentosa, para ser lucida en lugares chic como el Boulevard de Sabana Grande, estaban a la orden del día. Pero el boom de los comodities se acabó y, con ello, fueron quedando solo la corrupción y la represión. ¿Cómo sobrevivió Maduro?, se pregunta Matamala. Y responde: “Con un combo de represión más corrupción. Su dictadura cleptocrática se sostiene sobre la entrega de enormes recursos en dólares a los generales que garantizan la lealtad del ejército”.
Relatar bajo el prisma del periodismo de investigación la deriva de Venezuela es entrar en la fractura más honda y oscura que sacude a nuestra tierra. Allí se teje el círculo vicioso en que el saqueo y el autoritarismo se potencian, asfixian a las débiles democracias y convierten a los ciudadanos en prisioneros.
Otra pluma incisiva hace en estas páginas la radiografía del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, AMLO. Daniel Moreno se introduce en la trastienda de un presidente que prometió pasar a la historia y cuenta que su popularidad también se sostiene en el respaldo a los programas sociales que llegan a más de 25 millones de personas agradecidas, como muestran las encuestas.
Pero lo que más le importa a Moreno es la verdad sobre los desaparecidos y los muertos en medio de la peor crisis de violencia que ha azotado a su país. Resolver el caso Ayotzinapa y sus 43 desaparecidos, una de las banderas de AMLO -se sabrá la verdad, prometió siempre-, quedó en ilusión. Permitió que su ocultara la participación del ejército, su mejor aliado en el sexenio, y rompió con organismos internacionales y organizaciones dedicadas a defender los derechos humanos. Si por mi fuera, dijo López Obrador a La Jornada de México el 19 de julio de 2019, “desaparecería al ejército y lo convertiría en Guardia Nacional”. Hoy, el ejército y la marina tienen más poder y dinero que nunca y el crimen organizado expandió su lucrativo negocio, ayer anclado en la producción y tráfico de drogas. Hoy cada clan o grupo se instala en “la extorsión o el secuestro, la venta de gasolina o de refrescos, reparte lugares en los mercados, controla los cuerpos policiacos locales, corrompe militares y guardia nacional, designa funcionarios municipales de obras y servicios, compra y usa armas largas. Un ‘Estado’ paralelo al que tributar y obedecer como nunca en medio país”.
Del control que hace el crimen organizado del Estado y sus instituciones; y el miedo que se instala en las ciudades y zonas rurales nos habla Jennifer Ávila, la directora de Contracorriente de Honduras. Un país en el que la presidenta Xiomara Castro prometió combatir las mafias y la corrupción. Lo real: en diciembre de 2022 la presidenta decretó un estado de excepción que devolvió el control de los centros penales a la Policía Militar del Orden Público y revivió su protagonismo en la seguridad pública. Ávila concluye: “Pero Honduras no es El Salvador. En Honduras, un narcoestado, la copia del modelo Bukele no logró erradicar a las pandillas pero, al igual que en el país vecino, instauró un estado de represión”.
Un dato: periodistas y defensores de derechos humanos son los blancos predilectos de los grupos criminales que actúan en Honduras. En su último reporte, la Oficina Nacional de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos revela que en lo que va de 2023 han ocurrido 372 casos de amenazas y asesinatos de defensores de derechos humanos, ambientalistas y periodistas. 105 de las víctimas eran periodistas.
Donde la represión no tiene ni un solo día de tregua y se acrecienta día a día es en Nicaragua, bajo la dictadura de la dupla Daniel Ortega-Rosario Murillo. De ahí la importancia del diagnóstico y trabajo que realiza Dora María Téllez, la mítica comandante guerrillera sandinista que una vez forzó la caída de Somoza y décadas después resistió 606 días en una celda de confinamiento solitario a la que la relegó, bajo aquella misma bandera sandinista, la dictadura de su país en 2023. En un frente a frente profundo y revelador con el periodista Carlos Fernando Chamorro -multipremiado director de Confidencial, también condenado al exilio por Ortega y Murillo-, nos sumerge a fondo en la hoja de ruta por la que hoy transita Nicaragua.
Y como hablamos de resistencia, nada mejor que proclamar ante todos y todas cómo el pañuelo verde se volvió un símbolo de identidad, el más importante del Siglo XXI, para toda América Latina. Ese relato tiene su origen, un corolario y un tejido que relata de forma magistral la argentina Luciana Peker: el hilo entre los pañuelos blancos (de las míticas Madres de Mayo en su país) y los pañuelos verdes.
Luciana nos hace un mágico relato de cómo la ebullición del feminismo tomó lazos, prácticas, referencias y modos de construcción política y social de las mujeres que pelearon por justicia ante las violaciones a los derechos humanos. Porque, como relata, la lucha feminista latinoamericana no nació de un repollo, ni de un movimiento que solo pensara en las mujeres, sino de mujeres que pensaban en todos y dejaron el modelo de familia tradicional para ampliar la idea familiar a una revolución con y por las hijas. Propias y colectivas. Así, el feminismo latinoamericano peleó contra las dictaduras y por la democracia. Y ahora, cuando la democracia vuelve a crujir, la lucha se fortalece para que más mujeres defiendan sus derechos a vivir, votar y gozar en estas épocas globales de desilusión, depresión y decepción.
Buena parte de la amenaza que se cierne sobre los ciudadanos y busca debilitar las intuiciones democráticas es la avalancha de noticias falsas. La nueva lucrativa Industria de la Desinformación. La disección de ese negocio corre por cuenta de la periodista y directora de CLIP María Teresa Ronderos. Por sus líneas desfilan ejemplos de gobiernos y empresas privadas “con ética de caucho, que se están apalancando en las grandes plataformas. ¿Para qué?: para sustituir el poder y la libertad que le dieron a la gente común las redes sociales, por conversaciones falsas entre personas inventadas y mediarla por ‘medios’ que imitan al periodismo, pero sirven para la propaganda o la desinformación”. Se nutren de información íntima de millones de personas que dejan sus huellas en las redes sociales. Y eso les permite “diseñar perfiles psicológicos, la llave para que otros alimenten sus incertidumbres o temores con doctrinas pseudorreligiosas o teorías políticas conspirativas”.
“El odio moviliza a la gente”, enseñaba el consultor Xavi Domínguez, dueño de la firma Wish & Win, en un congreso sobre comunicación política en marzo de 2023. Y esa es la llave que usa el nuevo poder real -crimen organizado, transnacionales y gobiernos, políticos y empresarios corruptos, más militares y policías- para convertir en prisioneros políticos a millones de ciudadanos con noticias falsas. Al cooptar y suplantar la opinión pública, crean confusión y sentimientos intensos de desesperanza y desprotección. Han carcomido el respaldo a los sistemas democráticos. Sobre esos sentimientos se elevan los Bukeles, Bolsonaros, Maduros y Ortegas como los salvadores y garantes del orden perdido.
Cuando escribimos estas líneas, en Guatemala se juega una vez más el pulso entre el poder corrupto y el derecho a la vida digna de sus ciudadanos. Un capítulo más de una historia que estremece por su coraje y episodios de violencia y cobardía extrema. Todavía no sabemos si al presidente electo, Bernardo Arévalo, lo dejarán asumir el mando de su país en enero próximo.
Claudia Paz y Paz, una de las grandes constructoras de la justicia independiente truncada en Guatemala, escribió para estas páginas en estos días en que el pueblo se volcó a las calles. “Hoy 20 de octubre de 2023, pareciera que estamos a las puertas de una nueva primavera, que retoma aquella de 1944, que renació en la reciente primavera de la justicia. El futuro se escribe sin perder de vista el pasado. La claridad y fortaleza con la que resistimos ahora se nutre de todos estos senderos caminados y ojalá nos encamine a una nueva Guatemala.
¿Dónde está hoy la democracia?, nos pregunta Luciana Peker. Y advierte: el desafío es no dejar que quienes niegan las dictaduras, los genocidios, los femicidios, las denuncias de abuso y la libertad de los cuerpos de las mujeres, licuen los procesos democráticos en nombre del avance de la libertad.
Y proclama: “En Argentina, al igual que en muchos países de América Latina, la democracia está en peligro. Las mujeres ya saben que no es su culpa, que no tienen la brújula, ni portan el pecado, que sus avances se pueden reconvertir en reproche y que su reputación no es una mala canción, pero también tienen un legado: salir a buscarla. A la democracia no se la deja abandonada”.
Salir a la calle a hurgar, recorrer, identificar los nudos de la democracia y sobre todo los que corroen a los ciudadanos es lo que hace cada día la magnífica periodista española María José Bueno Márquez, directora del diario El País (España), referente del buen periodismo. “Resistir. Como en El Faro en El Salvador, los periodistas resisten en muchos países azotados de nuevo por el virus del autoritarismo con la excusa, hoy como ayer, de la Ley y el Orden. Pero también en países que disfrutan de un régimen de libertades públicas ese virus está de vuelta y con un creciente apoyo ciudadano en las urnas”, nos dice en este especial.
Pepa Bueno también nos lanza su proclama: “afrontamos viejos y nuevos desafíos para los que la tarea imprescindible es recuperar la confianza ciudadana. El pluralismo político es esencial en una democracia, pero no agota la representación de las sociedades contemporáneas y el periodismo tiene la obligación de salir a la calle –a la calle, sí, hoy como siempre, a la calle- al encuentro de todas esas realidades. Los ciudadanos tienen que percibir que miramos la realidad desde la altura exacta de sus ojos y reconocerse en nuestro trabajo. A la calle, a tratar de entender a quienes votan soluciones mágicas, disparatadas o retrógradas para problemas complejos. Para identificar en qué esquina de la democracia se quedaron olvidados lo que prefieren gobiernos autoritarios porque nadie resolvió sus seguridades básicas. A investigar, interpelar y exigir a los poderes públicos y privados el respeto real a las instituciones de la democracia. Nada nuevo en el fondo y todo un mundo por contar”.
Por eso hoy con más fuerza que ayer, estamos juntos. Combatiendo miedos y desesperanza, luchando por la subsistencia y la dignidad. Con rigor y ética, con talento y calidad. Porque el periodismo - no cualquiera- el buen periodismo, es hoy más importante que ayer. Es oxigeno puro para los ciudadanos. Debe serlo. Debemos hacer que lo sea. Y como a la democracia y a los ciudadanos no se les abandona, buscamos cómo ser más eficaces, más verdaderos, al salir y rescatar memoria y vida en las calles.