Corría el año 2004 cuando la reportera de televisión Gwen Ifill popularizó el término ‘Síndrome de la Mujer Blanca Desaparecida’. Hacía referencia a la exagerada atención que los medios de comunicación le prestan a este tipo de casos criminales donde la víctima es una mujer blanca y atractiva, en comparación con las desapariciones de mujeres afroamericanas, hispanas o indígenas.
La expresión ha vuelto a cobrar relevancia luego de que la influencer de 22 años Gabby Petito fuera reportada como desaparecida por su familia en el mes de agosto. Ella y su novio Brian Laundrie habían emprendido un idílico viaje en camioneta por todo Estados Unidos en el mes de junio. Son poco claras las circunstancias de la muerte de Petito. Pero la autopsia realizada por las autoridades de Wyoming, estado donde fue hallado el cuerpo sin vida tras semanas de búsqueda, confirmó que había sido por estrangulamiento. En medio de la búsqueda se reveló un video donde se muestra que la policía había intervenido en una pelea de la pareja cuando visitaban Utah. Luego, Laundrie había tomado un vuelo de regreso a casa de sus padres en septiembre para desaparecer posteriormente en el parque natural Myakka River de la Florida, donde sus restos fueron posteriormente hallados junto a otras evidencias clave para el caso.
De acuerdo a un estudio de la Universidad de Wyoming citado por The New Yorker, 710 mujeres indígenas habían desaparecido durante la última década solo en ese estado. Sin embargo, ninguno de estos casos logró tanta relevancia como el de Gabby Petito. Su historia contrasta con la de Verónica Reyes-Díaz, hispana desaparecida desde enero del 2020. “Ella (Gabby) desapareció hace tres semanas y tenía a toda la nación, al FBI, a todos involucrados. ¿Nosotros? Nada”, dijo su padre Fidencio Minjares a un diario de Tampa. “Tenía aproximadamente la misma edad que Gabby, tenía 24 años. Entonces, ¿por qué su vida es más importante que la de mi hija? ¿Por qué? ¿Porque mi hija es hispana? ¿Porque es morena? Eso no debería importar”.
Aunque la disparidad de la atención mediática es evidente, invocar el ‘Síndrome de la Mujer Blanca Desaparecida’ resulta incómodo. Se conoció que un veterano reportero del canal KTUV de Oakland fue suspendido de su cargo luego de discutir con el director de noticias por la excesiva atención prestada a la historia de Petito, en donde se mencionó el polémico síndrome.
Incómoda o no, esta expresión llegó para quedarse y seguir generando debates. Tanto es así que ha sido motivo de investigaciones académicas. La Revista de Criminología y Ley Criminal publicó en 2016 un artículo de Zach Sommers de la Universidad Northwestern, donde examina el cubrimiento mediático de este tipo de casos. En sus conclusiones se destaca que “las disparidades de raza y género son evidentes a través de múltiples fuentes y utilizando múltiples métodos de análisis”. Sin embargo, destaca que el concepto ‘Síndrome de la Mujer Blanca Desaparecida’ es empírico y requiere de mayores estudios para confirmar si evidentemente hay un sesgo tanto en los medios informativos, como en las autoridades encargadas de la investigación criminal.
Si bien este tema no ha sido abordado todavía por nuestro Consultorio Ético, sí hay reflexiones del maestro Javier Darío Restrepo sobre la universalidad del periodismo que vale la pena traer a colación, pues la atención dedicada a la historia de un crimen no debería ser determinada por el color de piel o el atractivo físico de los protagonistas. Cuando se le preguntó a Restrepo cómo debería manejarse el criterio periodístico para decidir qué temas cubrir y con qué nivel de énfasis, él aseguró que “hay una característica del periodismo, que define su condición de servicio público, y es su universalidad. El periodista informa para todos porque su tema es lo público y su actitud es la defensa y fortalecimiento de lo público”.