“Lo que vamos a leer es una primera versión de cada crónica, apenas un primer borrador, un punto de partida”, dijo el maestro Alberto Salcedo Ramos en el taller organizado por la FNPI -Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano y la Fundación Proa.
A las diez de la mañana del sábado 5 de agosto, sobre la mesa rectangular instalada en una de las salas de la Fundación Proa, los 15 participantes le daban las puntadas finales a sus textos. Apartado, en otra mesa, Salcedo Ramos se reunía a solas con una cronista. Con el índice le señalaba la pantalla. La cronista explicaba. El maestro asentía a veces o movía a ambos lados la cabeza. El tiempo de las explicaciones y la excusas se va a acabando. “Listo. Dejen de escribir. Llegó la hora de leer”, dijo el maestro.
Antes de la lectura colectiva proyectada sobre una pared hubo tiempo para unos últimos consejos:
- Escribir es tejer. “Texto” viene del latín “textus”, que a su vez viene de “textere” que significa “tejer”. Cuando escribimos, tejemos, hilvanamos historias, escenas y datos.
- El texto final nunca es el primer texto. Con editor del otro lado o sin editor, nunca nos quedamos con la primera versión que escribimos. No hay que hipnotizarse con el propio texto.
- Escribir es fracasar. Pero es un fracaso con revancha: uno puede reescribir. En cada línea, fracasamos. Y en cada línea que reescribimos tenemos revancha.
- El talento puede terminar siendo un monstruo que te devora, porque el talento te deja anclado en la zona de confort.
- El exceso de narración nos lleva a la narratofilia. No todo puede ser narrado. Por ejemplo: la leche aumenta de precio. Eso es un dato. Uno no puede comenzar el texto diciendo: “Cuando se despertó esa mañana, el productor ganadero miró a sus vacas…”. ¡Pero dime ya cuánto cuesta el litro de leche!
- En el periodismo se entronizó la idea de que escribir bien es un lujo para los “cronistas”. No debería ser un lujo; escribir bien debería ser una obligación.
Con la sala en penumbras, llegó el momento de proyectar los textos. “Como enseña el maestro Javier Darío Restrepo: sean suaves con la persona y duro con el error”, dijo Salcedo Ramos. Todas las historias tienen como telón de fondo el barrio de la Boca. La primera en leer fue la argentina Cintia Kemelmajer. Es la historia de Escolástico Méndez el clon de Maradona. “Escribes con soltura, tu prosa fluye, no hay piedras en el camino. ¿Hacia dónde debe ir el texto? Debes elevar la apuesta. Métete en la psiquis de ese hombre, que vive una vida que no es de él. Ése es el desafío”, aconsejó Salcedo Ramos.
Carolina Moreno Espinoza, de Perú, leyó un fragmento de su crónica sobre la vida de un pintor sin manos. El maestro elogia: “Elegiste un tema riesgoso porque uno puede caer en la lástima o el miserabilismo, y tú evitaste todo eso”. Después siguió la española María Sanz Domínguez y su texto sobre el bar La Perla, de Caminito. Salcedo escuchó y luego dijo: “Tiene ritmo, gracia, belleza. Y tienes malicia literaria. Derrotas al cliché desde adentro. ¿Y saben qué es lo mejor de todo? ¡Que María tiene apenas 27 años!”.
Natalia Lazzarini (Córdoba, Argentina) y Nicolás Rotnitzky escribieron sobre el Riachuelo y la Bombonera. Salcedo Ramos destacó cómo lograron conectar esos íconos barriales con los vecinos, cómo impactan estos símbolos en la vida cotidiana de los porteños que viven en la Boca. También elogió el montaje narrativo y la multiplicidad de puntos de vista.
Felipe Llambías (Uruguay) y Carola Solé Casas (española residente en Paraguay) rondaron el fútbol. Felipe mostró cómo vive el barrio un partido de Boca pero sin hablar del partido amistoso que dos noches antes el club de la ribera disputó con el Villarreal de España. Carola acompañó día y noche a un autodenominado “ex barrabrava” de Boca. Salcedo Ramos destacó lo que los textos sugieren sin decir, de los temas que hablan pero sin nunca mencionarlos en forma directa.
Azul Cordó (argentina residente en Uruguay) escribió sobre un grupo de teatro, personajes clave de la cultura del barrio. Rosario Marina (Argentina) perfiló al Loco Banderita, un hombre que se hizo famoso porque cada vez que los jugadores de Boca entran a la cancha agita una bandera gigante vestido de murguero. La última en leer fue Mónica Yemayel (Argentina), quien trabajó una crónica sobre la editorial “Eloísa Cartonera”, que imprime libros cuyas tapas son armadas y diseñadas por personas que antes trabajaban de recolectar cartones en las calles de Buenos Aires. “Este texto es un homenaje a la palabra. Es una historia dentro de una historia y dentro de otra historia, muy bellamente escrita”, indicó el maestro colombiano.
Todos se llevaron la misión de concluir sus textos. Habrá una etapa de revisión online y una publicación en formato de libro digital con la ayuda de Fundación Proa. “Todos estos textos van a dar una mirada ambiciosa, fresca, sobre este barrio”, dijo Salcedo Ramos. “Dentro de ustedes hay alguien esperando, alguien que no quiere ser aplazado. Y esta semana no lo aplazaron. Por eso, esta semana fue ganancia. Gracias por hacer el esfuerzo, por haberse fajado, como decimos en Colombia”, concluyó.