Cerca de 200 personas, en su mayoría extranjeros, se han congregado en el último piso de este hotel. En una pista de baile de discretas dimensiones, los asistentes se han juntado en parejas. Mano en la cintura, pie derecho adelante. Con pasos muy similares al merengue, cada quien improvisa como puede para disfrutar del jazz de manera diferente: en una danza tan caliente como el calor de la noche cartagenera.
Laura está convencida de que en Cartagena de Indias, la omnipresente cocina peruana encuentra uno de sus más grandes retos en cuanto a la fusión. Y no niega que combinar estos sabores tan disímiles se ha convertido hoy en una especie de obsesión personal.