Reflexiones periodísticas a partir de una vaca
Una columna del joven reportero Gabriel García Márquez ha motivado diversas reflexiones en maestros y maestras del oficio. En el ciclo de talleres ‘Desde la mirada de Gabo’ resonó con fuerza, así como el debate actual en torno a la IA.

La vaca que paralizó el tráfico y el trajín de los habitantes de Barranquilla un martes de mediados del siglo XX, sigue apareciendo bajo el sol. Cuando Gabriel García Márquez publicó, con el seudónimo de Septimus, la columna sobre esa vaca “seria, filosófica, inmóvil”, echada en la vía pública “como un árbol de cuatro patas (y cola)”, no tenía manera de predecir que acababa de imaginar una de las crónicas favoritas de los talleres de periodistas y pensadores del oficio.
‘Una vaca cualquiera’, como tituló el texto recogido en los Textos costeños (1948-1953), es un animal que ya goza de libre albedrío, como si hubiera sido sacado del patio de la cárcel a la que la arrastró la policía después de trastocar el tiempo de un “martes reposadamente dominical”. La atención de la gente y la mirada del cronista convirtieron al rumiante en “el personaje más importante de la ciudad”, en medio de los cánticos de la vaca lechera y “la vertiginosa fiesta de la vaca” que culminó con su encarcelamiento.
Fuera de la prisión, liberada o al menos descualquierada en el texto, la vaca comenzó a deambular sola, como si el dicho “no decir ni mu”, un viejo reproche para las bocas cerradas, significara decir mu-cho.
En el ciclo de talleres periodísticos ‘Narrar desde la mirada de Gabo’, los participantes vieron pastar a la vaca en sus cuadernos de apuntes gracias a las reflexiones de algunas maestras. En Valledupar, en donde la presencia de las letras de García Márquez convive con los acordeones, la periodista puertorriqueña Ana Teresa Toro invocó a la famosa vaca ante un grupo de cronistas. Detrás de la decisión de hablar sobre el animal, dijo Toro, hay un reflexión sobre un ciudad fundada por ganaderos, a la que primero llegaron las vacas, y donde entonces, en los procesos crecientes de urbanización, los debates públicos enfrentaban “las aspiraciones de modernidad” con la pregunta: “¿Qué vamos a hacer con estos animales reales en la ciudad? ¿Construiremos un corral municipal o no?”
El texto circuló el 3 de abril de 1951 en La Jirafa, la columna que el futuro nobel mantuvo en el diario El Heraldo hasta el año siguiente. El cronista mexicano Juan Villoro –maestro en la estación Barcelona del ciclo de talleres– escogió este y otros textos del veinteañero García Márquez para la antología ‘Gabo periodista’. En el ensayo que lo acompaña, Villoro destaca el tono del escritor, “novedoso en un periodismo lastrado por una retórica pomposa y un surtido demasiado extenso de frases hechas”. No era el único peligro diario, ya que La Violencia en Colombia estaba en su apogeo. Un decreto promulgado en 1949 –un año después del magnicidio del político liberal Jorge Eliécer Gaitán– había incrementado la censura en los medios de comunicación. “En esa era convulsa, el cronista convirtió el sentido del humor en principio de resistencia”, añade Villoro en la antología.
Tampoco para la periodista y editora colombiana Carolina Arteta se trata de cualquier vaca. A diez horas de Valledupar y seis de Barranquilla, en Montería, la vaca retornó a la arena (o al pavimento). Durante el taler que dirigió, Arteta señaló cómo toma una historia minúscula como pretexto para contar otra mayor. Está la vaca invasora en el centro tumultuoso, pero también los cambios en el orden público de una ciudad que antes era rural. Además, con la transformación del martes en domingo, el narrador es consciente de la “capacidad narrativa del tiempo, que a veces lo damos por sentado; el tiempo también es un elemento narrativo”. Estos detalles, en el “laboratorio de lo cotidiano” que eran las columnas de La Jirafa, hacen que veamos “algo usual como algo inusual”, dijo Arteta.
No es otro el punto de vista de Villoro: “Los ‘textos costeños’ trabajan la materia narrativa desde un ángulo distinto: son el laboratorio de lo diario, la zona donde lo común se vuelve sorprendente”. Es lo que apreciamos en otras piezas que resistieron a la censura con una imaginación galopante, en las que García Márquez dedica jirafas al acordeón vallenato o a un hombre que no puede sonreír debido a un machetazo que “le cayó de filo sobre la risa y lo dejó serio, con una seriedad sonriente y burlona llena de cicatrices”.
El propósito no es solo contar o comprender; también hay una voluntad que se integra a la experiencia estética y humorística. “Redescubrir lo cotidiano tiene un cometido ético. El cronista no arregla los desastres, pero al narrarlos en forma divertida permite que el lector se reconcilie, si no con los defectos del mundo, sí con la manera de sobrellevarlos”, dijo Villoro.
Ana Teresa Toro resaltó, además, la valentía de un autor que se deja interpelar por la vaca, que entrega su atención a lo ‘insignificante’ mientras la ciudadanía y el tránsito se paralizan. “Es la mirada del cronista, la mirada de aquel que sabe que las cosas no son solo las cosas, sino que hay unas narrativas que se unen a ellas, y es la absoluta valentía de un hombre al decir: ‘¿Saben qué? Yo me voy a fijar en esta vaca’”.
De la vaca a la gallina, pasando por la inteligencia artificial
Existen otros desafíos de ética periodística que trascienden el ámbito del ganado vacuno. En la vaca dedujimos ya varios: resistencia frente a la censura, escritura prodigiosa, mirada que trastoca el curso habitual del tiempo. Y más: consciencia de la naturaleza en Colombia, un país donde la pregunta de qué hacer con los animales ha alcanzado hasta los hipopótamos del narcotráfico, y donde es un símil recurrente decir que los autobuses de servicio público transportan a los pasajeros como bestias de carga, un poco a causa de la prisa que llevan y otro poco por los huecos en las vías.
Pero existe un entorno en el que muchos profesionales se han sentido desplazados (como animales del campo en la vía pública): la inteligencia artificial. Durante el ciclo de talleres, se mencionaron algunas preocupaciones de jóvenes reporteros y creadores. En Aracataca resonó con énfasis. Tal vez mezclar procesamiento de datos con una vaca de mitad de siglo puede provocar una “conmoción cronológica” –dice el texto de la vaca– que haga pertinente las siguientes reflexiones a propósito de la pregunta de un participante: ¿de qué manera utilizar la IA para apoyarnos en nuestras narraciones?
La periodista y maestra de la Fundación Gabo, María Jesús Espinosa de los Monteros, considera que la IA es un “potenciador”, que no reemplaza al ser humano, que permite “empezar la carrera unos metros un poco más adelante”. Al referirse a los oficios humanos y el miedo a ser desbancados, habla de convivencia y coexistencia. “Entre otras cosas, porque es imposible que podamos luchar contra algo que va a suceder”, añadió acerca de las tensiones entre la “parte puramente algorítmica” de las máquinas y “la creatividad humana, que es única”.
Espinosa de los Monteros también citó el libro ‘No soy un robot’, de Villoro, en el que el cronista sostiene que “estamos todavía en la prehistoria de una nueva civilización”. Y agregó que la cuestión es encontrar “aquello en lo que las inteligencias humanas, las sensibilidades humanas y las emociones humanas seamos insustituibles”. Pero la cuestión no es solo contar historias: “Hay muchos muchos elementos dentro de las narraciones donde tenemos que ser insustituibles”, dijo.
Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Gabo y presente en el taller de Aracataca, dejó una duda abierta: “¿En qué momento la inteligencia artificial, que básicamente es una máquina basada en lo humano para reproducir y ser generativa, llegará a crear algo con verdadero aliento poético humano?”
Uno de los participantes planteó una descripción gráfica, de plato típico: “Dejarle todo a la inteligencia artificial es como si te comieras un sancocho de gallina sin gallina. Para mí, la base, la esencia, está en el ser humano”. ¿Y en la gallina?