Hay un dilema duro para los periodistas que cubrimos política: o tomamos partido para que la gente elija bien. Y sentimos que no somos objetivos ni imparciales como es nuestro deber; o nos mantenemos alejados y los políticos corruptos son los que toman ventaja. Entre esos dos extremos ¿qué hacer?
Luis Carlos Rojas
Periodista radial
Barranquilla, Colombia
R.- El ideal que describen los códigos éticos parece inalcanzable: que la información política sea útil para todos los ciudadanos, sean del partido que sean. Esto supone:
a) Una fe grande en la capacidad del ciudadano para utilizar la información como materia prima de sus decisiones políticas.
b) La convicción de que a mejor información corresponde una mayor libertad en la decisión de los electores. En cambio, si la información es mala o mediocre, el elector será manipulable.
c) El deber del periodista no es librar al país de los malos gobernantes, sino el de abrir los ojos de los electores para que su decisión sea inteligente y libre.
El periodista, por tanto, se mueve entre dos extremos posibles:
– El mesianismo, que le hace creer que es el único que puede ver con claridad lo que sucede;
– El otro extremo es el del periodista que no cree, o nunca ha visto, el impacto de la información y por eso produce noticias anodinas y prescindibles.
Entre esos dos extremos opera el periodista convencido de que su lector, oyente o televidente bien informado, es el que producirá votos inteligentes y libres, y para que esto sea así, el elector necesita creer en la información que la prensa le ofrece.
Más que periodistas matriculados en buenas causas, lo que el electorado espera es la posibilidad de creer en los periodistas y en sus informaciones.
Documentación
Los periodistas tienen la dolorosa conciencia de las encuestas que indican que nuestro quehacer sufre un vacío de credibilidad, que incluso cuando estemos premiando nuestra mutua excelencia, hay una desconfianza sustancial por parte de aquellos a quienes servimos.
Las encuestas se ven confirmadas por la experiencia diaria. Recibimos desafíos en cuanto a nuestra actuación, nuestros prejuicios, y hasta por la posición que ocupamos en la sociedad. Esa posición es única. La prensa es un negocio privado que cumple una función pública vital bajo la protección de un status constitucional, inmune contra muchas formas de presión y persuasión a que sí están expuestas otras instituciones. La forma como la prensa ha utilizado esta situación ha sido vista con ojos críticos por parte de muchos de los que intentamos servir. Parte de ese escepticismo es inevitable. Cuanto más importante es un bien o un servicio, más crítica se pone la gente respecto a su calidad.
Algunas de las críticas son injustificadas. Por ejemplo, la noción de que estamos tratando de suplantar al gobierno electo para manejar el país, o tomar su dirección, en mi opinión es totalmente infundada. Pero nos hemos ganado algunas de esas críticas por pecados de omisión, por errores de reportaje y de juicio al invadir la privacidad y la sensibilidad de las personas.
Y lo que es más importante, nos hemos ganado cierta desconfianza al ser ambíguos, confusos y ocasionalmente, al dar una impresión distorsionada sobre la naturaleza de nuestra labor, o por no detenernos a explicar o explicarnos en qué estamos. También mostramos arrogancia cuando tenemos que responder a las críticas. Somos un grupo de hipersensibles como nunca imaginó nadie encontrar. Lo podemos digerir pero a la mayoría de nosotros nos cuesta mucho.
Y ,más aún, nos resistimos a admitir, reporteros, locutores, editores o productores, que ejercemos gran influencia en esta sociedad y preferimos considerarnos simples escribas que estamos registrando las palabras y acciones de los demás. Resulta tanto más fácil pero es un autoengaño, y tampoco es el único.
David S. Broder en Tras las ocho columnas, Gernika, México, , 1997. P. 13, 14.
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