Reflexión pausada, “condición anfibia” y lucha por ser sostenibles: ¿qué mantiene vivo al periodismo en papel?
Más allá de catastrofismos, los editores Gumersindo Lafuente, Eduardo Huchín y Santiago Erazo reflexionan sobre el valor del periodismo impreso y los desafíos en un mundo digitalizado.

En algún punto, hablar del papel del periodismo es hablar –todavía– del periodismo en papel. No está muerto ni acabado este ‘formato tradicional’ que (descontado el trabajo de redactores, editores, diseñadores, fotógrafos, etcétera) demanda toneladas de papel y tinta, además del trabajo de rotativas o imprentas, de distribuidores y a veces de voceadores para llegar a los lectores. Pero solo mencionar su muerte puede sonar sensacionalista, en un mundo en el que todos los días se mueren cosas que después resultan que seguían vivas y donde nada muere del todo mientras se siga palpando o soñando. Porque si hay una materia –o material– que ha dado muestras de enorme resistencia, en una profesión repleta de desafíos, es el papel. Y así como es imposible pensar en el periodismo sin los soportes y herramientas que lo acercan al público, es imposible pensarlo sin su sostenimiento.
Ya hemos oído bastante hablar de las amenazas de cierre o de los cierres de medios que un día eran impresos, luego impresos y digitales y luego ni lo uno ni lo otro. La gratuidad parcial que trajo el internet dio paso a los muros de pago con algunas alternativas de visualización libre. La decadencia –y la transformación– se ubica en el auge de esta tecnología. Según el estudio ‘Medios impresos versus digitales: de la agónica lectura de periódicos a los nuevos consumos de información digital’, en los años noventa la comercialización de internet “significó el pistoletazo de salida de una revolución tecnológica que, por primera vez en la historia de los medios de comunicación social, podría llegar a poner fin a un estilo de informar que data de dos siglos de antigüedad”. A esto se sumaron los nuevos modos de consumo, la economía de la atención disputada en las redes sociales y una multiplicidad de plataformas en las que el periodismo busca adaptarse.
Tal vez la discusión se asemeje a la paranoia que hace más de una década resonaba con la multiplicación de los libros electrónicos o e-books: ¿reemplazarán al libro impreso? O lo que hubo hace más de un siglo con la llegada de la fotografía: ¿reemplazará a la pintura? En el hilo de preguntas retóricas o catastrofistas hay que sumar si los medios digitales reemplazarán a los impresos en su totalidad.
Santiago Erazo, editor de la revista colombiana El Malpensante, no habla de una competencia entre medios impresos y digitales (el versus que plantea el estudio citado), sino más bien de una convivencia. “En medio de la precariedad actual de los medios que siguen publicando en papel, los vaticinios de principios del siglo XXI sobre la muerte del libro y de los medios impresos en la era de internet no se cumplieron, pues lo impreso ha logrado convivir con lo digital. Existe una cierta condición anfibia que todavía no desaparece, aunque cada día se va reduciendo más”, reconoce.
Durante años, la pauta justificó o posibilitó que unas páginas se imprimieran y fuera rentable: el periodismo sobrevivía con la publicidad. En algunos casos sigue siendo igual: la publicidad es uno entre tantos bastiones del modelo de negocio, pero varía según el lugar, el tiempo, el medio y… ¿la capacidad de supervivencia? “No me gusta el enfoque de sobrevivir, suena a agonía”, dice el periodista Gumersindo Lafuente, editor de la revista impresa trimestral del elDiario.es, un medio nativo digital de España. Lafuente, maestro de la Fundación Gabo, dice que “una gran mayoría de las publicaciones que conocíamos ya no son ni sostenibles ni necesarias en el formato tradicional. Sin embargo, hay otras que o bien han evolucionado, o son de nueva creación y sí son útiles y luchan por ser también sostenibles desde el punto de vista económico”, agrega.
Por su parte, Eduardo Huchín, editor en México de Letras Libres, una revista mensual que nació a finales de los noventa tanto en edición impresa como digital, observa diferencias de enfoque entre los formatos. “Los medios digitales parecen perseguir la oportunidad: qué tan pronto pueden sacar un comentario”. Huchín dice que al comparar un medio digital con una revista impresa mensual, la diferencia se enfatiza: “Es imposible abordar un mismo hecho, una misma preocupación, desde la urgencia que desde el pensamiento reposado. Yo creo que los medios impresos tienen eso que ofrecer a su público: una manera de llegar a los acontecimientos, o a las reflexiones, que revele un ángulo distinto”, dice.
El argumento de Huchín recuerda una famosa reflexión de Gabriel García Márquez sobre las prisas en el oficio periodístico: “La mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor”. Es una frase de un discurso de 1996, cuando comenzaba la debacle de los impresos, que, como se sabe, no es una crisis propia del periodismo. Añade Huchín: “Quizás el papel pueda transmitir la sensación de lo mucho que necesitamos hacer pequeñas pausas y pensarlo mejor; y que algunos textos merecen un tipo de cuidado especial –revisión de fuentes, diálogo entre el editor y el autor, trabajo con la prosa misma– y más tiempo para realizarlos. Esa lucha contra la prisa, contra la inmediatez, creo que merece la pena, porque los problemas globales necesitan también de esa reflexión pausada”.
Según Lafuente, en algunos tipos de publicación, el papel seguirá siendo útil: “Seguramente en nichos temáticos concretos, para ritos de lectura más sosegados y alejados de la tecnología y en soportes en los que es especialmente valorado el producto como un objeto”. La revista que dirige ofrece ediciones monográficas dirigidas a la comunidad de socios y socias del medio que también escogen si la reciben en PDF o cualquier soporte electrónico; si prefieren recibirla en sus casas, les llega en un material biodegradable, sin plásticos. “Sé que cuando llegan a los buzones de nuestros socios les damos una alegría. Es una manera de ser parte de una comunidad que tiene unos ideales y los defiende”, afirma.
Erazo también habla del papel, con detalles que se vinculan con múltiples cierres y pistoletazos. “La irrupción de los papeles ecológicos, en especial el Earth Pact, hecho con el bagazo de la caña de azúcar, ha sido una respuesta tanto a las preguntas sobre la huella de carbono del papel como al desabastecimiento de este insumo”, dice. La revista que edita, El Malpensante, pasó del clásico papel esmaltado de las revistas al Earth Pact. Añade que hay quejas sobre la perdurabilidad y conservación de este papel a lo largo del tiempo, y por las huellas notorias de envejecimiento, pero dice que, por un lado, se trata del “resultado esperable e incluso bello de trabajar un papel así”, y por otro, “son las posibilidades que tenemos las revistas impresas y las editoriales en un momento en que el famoso propallibros –el papel que usaba buena parte de la industria editorial colombiana– se descontinuó”.
Si uno va más lejos, el asunto se recrudece, e instala a los medios impresos, en cuanto a la preocupación sobre su huella ambiental, en una indefensión absoluta. Erazo menciona un punto decisivo en los sobrecostos en los últimos años: la pulpa para el papel, que “se está usando sobre todo para el cartón y los empaques de papel, una industria que sí tiene unos efectos ambientales y sociales muy graves: en el Cauca, en Cajibío, estas empresas cartoneras están cultivando extensiones impresionantes de pinos y eucaliptos, especies invasoras que secan los ríos, arruinan el pH del suelo y desplazan a las comunidades indígenas –misak y nasa– de su territorio”.
El fin de lo impreso, entonces, no corre paralelo a ninguna defensa forestal. En una palabra: quizás detrás de la escasez del papel no existe tanto la escasez de una pulpa como el exceso de abuso sobre la tierra. Tampoco lo digital ha significado menos contaminación: la IA y el internet arrasan y contaminan.
En cualquier caso, nunca fue fácil ni para los impresos ni para los digitales. Lafuente menciona ejemplos de revistas nacidas en papel y “sostenibles” en España: Ballena Blanca (dedicada a temas de medio ambiente), Alternativas Económicas (sobre economía y finanzas), Salvaje (del mundo rural), 5W (con reportajes escritos y reportajes gráficos), Mamagazine (acerca de perspectivas de la maternidad) y Matador (con números anuales que son “casi una obra de arte”). En Latinoamérica, los casos de El Malpensante y Letras Libres son referencias vigentes en el campo del periodismo cultural. Una parte de su importancia anida en su archivo, que alberga análisis, reseñas, críticas, crónicas, columnas, poemas, fotografías e ilustraciones que con el tiempo se han convertido en un acervo y un material de consulta ineludibles para la memoria cultural de varias generaciones.
Aferrarse al papel (y a la misión del periodismo)
Menos compradores del impreso, y menos recursos para imprimirlo en publicaciones periódicas, no significa una disminución de consumidores de periodismo. “Los diarios y las revistas tradicionales venden cada vez menos, pero muchos tienen cada vez más audiencia en Internet o redes sociales”, dice Lafuente, y pone el foco en un reto de siempre: mantener la influencia. “El periodismo debe cumplir su misión, que es ser influyente en la sociedad, controlar al poder, denunciar la corrupción. No puede anclarse a sostener un medio impreso que cada vez es más difícil de financiar”.
Huchín sopesa los beneficios de lo impreso, entre los que está un impacto en la credibilidad y la confianza: “Muchos patrocinadores y anunciantes consideran que una versión impresa habla de la solidez de un medio. Sobre todo si se trata de medios con cierta historia, con cierta tradición. Creo que hay una sensación extendida de que los medios digitales son volátiles: un día están, al otro ya solo los encuentras en The Wayback Machine [plataforma que permite el acceso a versiones archivadas de páginas web y contenido multimedia]. Combinar las bondades del papel y de la edición digital otorga a un medio grandes posibilidades para conseguir anunciantes. De alguna manera ofrecer un producto tangible, pero también ofreces alcance”.
Erazo hace una observación en relación a la fidelidad de los suscriptores. “Nuestro público se sigue aferrando a nuestra apuesta por lo impreso, y todos ellos están suscritos porque creen en que lo impreso no es obsoleto, que sigue siendo válido en un mundo digitalizado”, dice. Y agrega una reflexión que puede leerse también como una confesión: “Vale la pena mencionar algo que puede sonar truculento, pero que es nuestra realidad y que habla de las transformaciones dentro de la revista: las suscripciones disminuyen a medida que van muriendo los suscriptores. Por supuesto, no es la única razón de la disminución en las suscripciones, pues la cultura del impreso está desapareciendo y con ella sus interesados, pero sí ocurre con relativa frecuencia que muchos de nuestros suscriptores lo son en parte por un asunto de fidelidad, que acaba cuando ya no están con nosotros”.
¿Y si la red colapsara?
Si, como plantean algunos expertos o ficciones, el internet y los dispositivos electrónicos colapsaran, ¿qué pasaría con los medios que son solo digitales? Hago esta pregunta especulativa a los tres editores: en ese caso hipotético, ¿el papel recuperaría su predominio y sería más buscado que ahora? Lafuente responde con practicidad: “Si la red colapsa, el formato alternativo será la radio. Cuando internet falle y necesitemos información, más nos vale tener a mano un transistor y muchas pilas, será nuestra salvación”.
De la ubicuidad de la inteligencia artificial, ya de por sí terrorífica, Erazo cree que puede surgir la necesidad paralela de “contar con productos y servicios hechos exclusivamente por humanos”. Agrega que “en un escenario así, lo impreso –la presencia humana detrás de un proceso editorial: escritores y periodistas, editores, impresores– podría ser atractivo en medio de un maremágnum de bits y píxeles”.
Huchín apunta a los colaboradores de los números de Letras Libres, que buscan el papel. Sin importar el grupo etario o la pieza que publiquen, “casi todos –diría todos, pero no quiero generalizar– quieren publicar en el impreso. Eso habla de cierto lugar que todavía tienen los impresos en el imaginario cultural. Ignoro si detrás de esa idea se alberga el miedo de que la web colapse y sus creaciones se pierdan. Posiblemente haya algo de eso”.
A lo mejor, como dice Erazo, deseen dejar unas cuantas huellas dactilares en el papel.