Esta es la respuesta del director del Consultorio Ético de la FNPI a la pregunta planteada por Mariano Rodríguez, reportero independiente de la ciudad de Barcelona, España, respecto a la fotografía falsa del presidente venezolano entubado en una cama de hospital, publicada por el diario madrileño.
Como lo reconocieron honestamente los directores de El País, fallaron los mecanismos de comprobación que todo medio periodístico serio, mantiene en funcionamiento.
El mismo periódico había echado de menos ese mecanismo cuando, tras el atentado terrorista en la central de Atocha, en Madrid, publicó una edición extra con un titular equivocado que atribuía esa acción a la ETA, porque una alta fuente, el presidente José María Aznar, así lo había afirmado. En esa ocasión el periódico ratificó una convicción que los periodistas hemos consolidado con la experiencia del oficio: a ninguna fuente, por alta que sea, se le puede creer sin confirmación. Son especialmente sospechosas las fuentes de gobierno porque se mueven entre poderosas presiones e intereses. En este caso se le creyó a una fuente, sin confirmación alguna.
Fue una fuente de las más desconfiables porque exigía una suma importante de dinero. La práctica de pagar por la información hace desconfiables a las fuentes que convierten la información en mercancía y que, por tanto, se guían por el interés comercial antes que por motivación periodística.
Aparte del problema de las fuentes es necesario tener en cuenta la circunstancia de la casi total carencia de información sobre la salud del presidente, un hecho de interés para los venezolanos y para el mundo. La información de fuentes oficiales, sospechosa de interés partidista, es insatisfactoria para los periodistas y para la opinión pública; en esas condiciones aparece el sustituto de la información, que es el rumor. Cuando este sustituto llega a las redacciones pone a prueba los mecanismos de confirmación que, en este caso, no funcionaron.
El caso de la fotografía falsa enseña, además:
- Que en periodismo se aprende más de los errores que de los aciertos.
- Que en circunstancias como la de Venezuela, la falta de información creíble debe activar todas las alarmas para defenderse de los rumores.
- Que la práctica de la información comprada trae el peligro de dar por cierta una información deteriorada por la lógica del mercader.
- Que la asociación de la idea de una buena información, a la de informar antes que la competencia expone al periodista a los riesgos de la información apresurada.
El deber ético de entregar información confirmada y segura, como parte del compromiso con la verdad, supone tener en cuenta casos como este que se convierten en un aprendizaje, antes que en una coyuntura para condenar.
Documentación
No digo que se pueda hacer un periódico sin declaraciones, sino que hay que huir de hacer periódicos de declaraciones que emiten las jefaturas de comunicación de entidades públicas y privadas, pugnando por intercalar su particular teoría de las cosas en el tráfago informativo que nos inunda.
En el periodismo contemporáneo jamás, digo jamás, se ha convocado a una rueda de prensa o similar para dar una noticia. Puede que al margen de la voluntad del convocante esos conclaves contengan algún material genuinamente informativo, pero su divulgación nunca es el motivo de la convocatoria. Se trata de salir al paso de una información, dar una versión de las cosas antes de que se instale otra que no convenga, rebatir a quien sea cuando a nadie le importa lo que se rebata y dar curso a todo lo que le interese a la entidad o persona particular antes que al público.
Su desviación de lo profesional explica la existencia de los autodenominados periodistas institucionales.
Si hay algo que no puede ser un periodista es institucional. Se trata de profesionales, digamos que de la comunicación que han de vender al público los presuntos logros de sus respectivas federaciones. Y no nos confundamos, su función es tan legítima como la de cualquier profesional del periodismo, pero lo que hacen no es periodismo, por la sencilla razón de que su función no es servir al público sino al jefe.
En Europa se denomina, sin ningún cariño, institucional al periodista obsequioso con el poder, servidor de intereses que él puede considerar superiores, pero que escasos lectores reconocemos como propios. Declaracionitis y oficialismo van de la mano con ese periodismo llamado institucional.
Y al sucumbir a esa declaracionitis lo que hacemos es solo un periodismo de convocatoria, que a quien interesa es al que nos convoca y disciplinadamente nosotros vamos y lo contamos. Por eso digo que dejamos que nos hagan el periódico desde fuera, y aún peor cuando esos convocantes son los poderes públicos o fácticos que establecen agendas noticiosas.
Miguel Ángel Bastenier: Cómo se escribe un periódico. Fondo de cultura económica, Méjico, 2009. P 68-69.