Palabras en el acto de entrega de los premios Gabriel García Márquez de Periodismo de la FNPI.
Medellín, Colombia, 20 de noviembre, 2013.
No quiero empezar estas palabras con algo que parezca una lisonja, pero al abrirse esta memorable jornada de los premios Gabriel García Márquez, la ciudad de Medellín se convierte en la capital del periodismo iberoamericano. Esta es una ciudad de la cultura, abierta a la modernidad y al cambio, y con vocación iberoamericana.
Hemos construido una sólida alianza entre Medellín y la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano de cara al futuro, y con voluntad de que sea duradera, porque su mejor pretensión es la de contribuir a la formación de los periodistas jóvenes, de modo que puedan entrar en el mañana con las mejores herramientas posibles.
De manera que nuestro agradecimiento más sentido a su alcalde, el doctor Aníbal Gaviria, por su apoyo entusiasta e irrestricto para hacer posible estas jornadas; a la sociedad civil y a las empresas aliadas Bancolombia y Sura; y sin olvidar a nuestro aliado institucional permanente, la Organización Ardila Lülle.
Vamos a vivir en estos días una verdadera fiesta alrededor de las ideas, de la libertad de información, del avance de la comunicación hacia la modernidad, y una fiesta también de la imaginación. Porque el periodismo que nuestra Fundación busca es el periodismo contemporáneo y desafiante que fundó Gabriel García Márquez, el que equipara y enlaza rigor con imaginación.
Es por eso que Medellín será en estos días la capital del periodismo iberoamericano.
Un eje de atracción de miles de periodistas de las lenguas española y portuguesa que seguirán por internet las diversas mesas, exposiciones y talleres que tendrán lugar después de la entrega de los premios en este acto, para los que concursaron medios y periodistas de todos nuestros países, incluidos los del ámbito latino en Estados Unidos, y agencias de prensa internacionales.
Los 12 miembros del Consejo Rector del Premio, y los 37 jurados, 12 por cada una de las tres rondas organizadas para la calificación, provenimos de 14 países diferentes, además de Colombia. Y los ganadores y finalistas son originarios de Costa Rica, El Salvador, México, Brasil, Perú, Argentina, Colombia, y Chile, con lo que podemos hacer un amplio recorrido por nuestra geografía.
Desde que la Fundación empezó sus tareas, el año que entra hará 20 años, ha contribuido a cambiar el rostro del periodismo iberoamericano.
No hemos sido ajenos al auge que la crónica ha logrado, y a su justa valoración como un verdadero género literario, recuperando así un terreno histórico, desde los cronistas de indias a los modernistas; a la vitalidad que ha logrado el periodismo de investigación; y a la difusión del concepto del periodismo como un servicio público, y por tanto independiente, todo bajo el afán nunca descuidado de trabajar por la innovación y la renovación urgente del oficio.
Miles han acudido a través de todos estos años a nuestros talleres y seminarios, y centenares han participado en nuestros concursos. Estamos conscientes, como Gabo lo ha estado desde un principio, que la Fundación lo que hace es facilitar herramientas a los periodistas que buscan mejorar sus conocimientos y técnicas para el ejercicio de su oficio. Lo demás queda librado al talento y la disciplina de cada quien.
Igual que ocurre con el novelista, el periodista verdadero nace de esa necesidad íntima y urgente de contar a otros lo que le es singular o extraordinario, y que de otra manera nunca llegarían a saber. Es lo que podemos llamar la vocación. Se tiene o no se tiene. Y el periodista se hace verdaderamente en los rigores y en los desafíos de la práctica, en la calle, en las salas de redacción, entre los instrumentos del oficio, y entre sus riesgos. La grandeza comienza siempre por el riesgo.
Estamos convencidos de que la información libre y veraz, creativa y dinámica, será parte esencial de la sociedad del futuro, y hacia ese futuro es que la Fundación quiere avanzar, proveyendo a los nuevos periodistas dos instrumentos esenciales: uno de ellos es la búsqueda permanente de la excelencia en su trabajo. La pretensión imprescindible de ser los mejores, que debe alentarlos siempre; la nuestra es que se sepa que son los mejores, según la regla de Gabo.
El otro es la coherencia ética que no debe faltar nunca en cada una de las líneas que escriban, que es al mismo tiempo la búsqueda de la verdad sin concesiones al poder, a ninguna clase de poder. Ese zumbido del moscardón del que habla Gabo debe ser siempre inquietante en el oído, y es un moscardón que para volar necesita de alas. No hay ética sin alas para el vuelo.
Asumimos el desafío de los profundos cambios tecnológicos en la comunicación, los de este valiente mundo nuevo que apenas empieza a ser explorado, y por eso es que los premios que por primera vez van a entregarse en su nueva modalidad, toman en cuenta las nuevas plataformas digitales.
Se trata también de hacer que la revolución digital sea a la vez una revolución democrática, que multiplique las oportunidades de informar e informarse. Que los espacios electrónicos que hasta hace poco apenas podíamos imaginar, puedan ser aprovechados de manera atrevida y creativa, y defender al mismo tiempo su libre uso frente a las pretensiones de restringirlos.
Porque otra vez tenemos de frente la vieja lucha entre el arbitrio del poder y la libertad de la palabra, que sin haber terminado aún en el ámbito de los medios tradicionales, hoy se reabre en el de la comunicación digital. Defender la palabra, para que impere el poder de la palabra.
La pregunta clave que debemos plantearnos no es si morirán los medios impresos de información, sino, si morirá el espíritu de libertad de la información, acosado por aquellos que ven en la difusión de las ideas una amenaza, como en el pasado.
Cuando el poder no es democrático busca pretextos para imponerse, alegando con alevosía valores tradicionales que se basan en la defensa de la soberanía, la seguridad nacional, la seguridad ciudadana, la moral, las buenas costumbres, la patria, la religión.
Y peor que todo eso, cuando se trata de imponer a los ciudadanos una ideología única.
Antes fue el espacio de la letra impresa, hoy es el espacio de la red cibernética, que llena de susto a los custodios de la fe única porque se trata del espacio más libérrimo que ha existido nunca, donde campean toda clase de ideas, propuestas e iniciativas.
Que cada quien pueda abrir desde su casa un espacio de opinión con un blog que a la vez genera opiniones de quienes leen, emitir mensajes a través del tuit que convocan a miles, manejar su propia emisora de radio, su propia estación de televisión digital, su propio periódico o revista, publicar un libro volviéndose su propio editor, comienza a ser temido, amenazado y restringido, bajo los mismos viejos alegatos con criterios de abuelitas asustadas o de tías solteronas púdicas calzadas con botas militares.
Mandar a apagar un espacio de información o de opinión en la red, o someterlo a leyes o disposiciones arbitrarias hasta asfixiarlo, es lo mismo que mandar a quemar, como en el pasado, libros y periódicos, o asaltar las salas de redacción.
Uno de los monumentos más impresionantes que he visto nunca, erigido en contra de la intolerancia, está en la plaza de Opera en Berlín, allí mismo donde los nazis quemaron miles de libros. Uno se asoma a una ventana que se abre en el pavimento, y lo que mira en el fondo son estantes vacíos. El vacío es lo único que satisface a la represión contra la libertad. Y está allí inscrita una frase de Heinrich Heine que nunca debemos olvidar: “donde se queman libros se acaba quemando personas”.
Libros, periódicos, revistas, espacios virtuales de información. Todo puede llegar a ser quemado. Todo entra en el ámbito de defensa de la libertad de expresión, amenazada por regímenes de inspiración mesiánica, que convierten la intolerancia en parte esencial de su credo, y persiguen todo lo que se opone a sus dogmas.
Pero hay otra clase de poderes que también nos amenazan, los del crimen organizado, que tampoco toleran a quienes investigan los alcances cada vez más profundos y disolventes del tráfico de drogas, y de uno de los negocios más inicuos que podemos concebir que es el de secuestrar a los inmigrantes pobres para extorsionar a sus familias; y estos carteles no sólo amenazan a los periodistas para acallarlos, sino que los asesinan, como podemos verlos con aterradora frecuencia en diversos países de América Latina.
Esos periodistas, muchos de ellos de medios de provincia, si no tienen renombre en su mayoría, tampoco tienen miedo. Y sin esa disposición valiente a cumplir con su oficio, el periodismo concebido en su dimensión ética no existiría.
Y es a ellos a quienes debemos recordar a la hora de vencer las tentaciones de plegarnos a la comodidad de la autocensura, de ceder a las presiones para no escribir lo que debemos, de renunciar a nuestro espacio de libertad frente a las amenazas o halagos.
Por eso, los premios que hoy entregamos no son ni gratuitos en su intención, ni inocentes. Se premia la calidad, la creatividad, la seriedad a fondo en el ejercicio del oficio. Pero son premios para un periodismo independiente que tiene la valentía de investigar a los poderes públicos y privados, legales e ilegales, que mete el dedo en las llagas de la corrupción y de los abusos, y que busca que nuestras sociedades estén cada vez mejor informadas, y por lo tanto sean más democráticas y tengan mejores posibilidades de desarrollo, de justicia y de equidad.
Queremos darle alas al moscardón.