Solo una cosa me dolía tanto como la muerte del maestro Javier Darío Restrepo: el no haber grabado la última conversación que tuve con él. Pero ocurrió un milagro.
La charla fue el 4 de octubre de 2019. Jamás imaginé que apenas dos días después me estaría enterando de su partida. Fue un conversatorio abierto al público que tuvimos en Patio de las Azaleas del Jardín Botánico de Medellín para presentar el último libro que él escribió: La Constelación Ética.
Fue una tarde hermosa. El sol resplandecía sobre nuestras cabezas, pero no necesitábamos protegernos de él gracias a la sombra amable de los guaduales. En el fondo, los pájaros se escuchaban cantar mientras hablábamos sobre qué tenían que ver las herraduras de oro con la ética periodística, o por qué una tribu aborigen en una remota isla del pacífico infestada de volcanes ha desarrollado comportamientos éticos más elevados que los del resto de la humanidad.
A pesar de que me había advertido que no había pasado buena noche por una gripa que lo afectaba tras haber volado desde Bogotá, el maestro Javier Darío se veía fuerte, sólido y tan brillante como siempre se le veía. No he conocido a otra persona con esa misma capacidad de hablar hilando una máxima tras otra. Todas sus frases de esa tarde merecían ser labradas en piedra.
La charla no fue grabada ni transmitida en redes sociales, debido a que las presentaciones de libros fue un formato nuevo en aquella séptima edición del Festival Gabo, pensado en darle más acción al lugar donde todos los asistentes al evento suelen simplemente ir a relajarse tomando un café.
Por meses estuve convencido de que la entrevista solamente viviría en mi memoria, y la de los casi 50 asistentes que nos acompañaron aquella cálida tarde en la ciudad de la eterna primavera. Aunque en el fondo, guardaba la esperanza de que alguno de ellos la hubiera grabado.
Pasaron tres meses. Compartí mi dolor por no haber grabado esa conversación con los asistentes a la Jornada Ética, un evento donde le rendimos homenaje al maestro Javier Darío el pasado 21 de enero en la Universidad de los Andes. Hablando medio en serio y medio en broma, saqué mi teléfono y activé la grabadora al empezar el conversatorio. “De esa última conversación con Javier Darío aprendí que como periodista, debo grabar siempre”, dije. Jaime Abello, Mónica González y Yolanda Ruiz, mis compañeros de panel, me miraron como si hubiera dicho más bien “por si alguno de ustedes se muere, voy a grabar”. El auditorio se llenó de risas.
Pero el haber compartido mi dolor sirvió para que ocurriera el milagro. Resulta que entre los asistentes al homenaje se encontraba Martín González, un estudiante de periodismo que también había estado en aquella inolvidable tarde en la que tuvimos el privilegio de beber por última vez de la fuente de sabiduría que era Javier Darío. Martín se acercó a mí después de la charla para darme la buena noticia. “No esté triste, yo grabé esa última entrevista con Javier Darío Restrepo”.
Le di a Martín todos mis datos de contacto: teléfono, correos electrónicos. Me faltó haberle dado hasta el teléfono de mi mamá, por si no lograba ponerse en contacto conmigo. Pero él, muy diligentemente, al día siguiente me había enviado el archivo de audio. Lo escuché completo de inmediato y se me aguaron los ojos recordando.
Recordé cómo, después de la entrevista, lo acompañé mientras decenas de jóvenes se acercaban para tomarse selfies con él. Era como ver a una estrella de rock caminando por el Jardín Botánico. Y él, sin demostrar cansancio, los atendía uno a uno generosamente. Se notaba que el contacto con estudiantes de periodismo lo revitalizaba y lo llenaba de esperanza.
Cuando la nube de fans se dispersó para seguir inspirándose en los demás eventos del festival, caminamos hasta el vehículo que lo esperaba para llevarlo a la casa de su hermana donde se hospedaba. Hablamos sobre el tema que lo obsesionaba por esos días: un libro que preparábamos juntos en el que recopilaremos todos sus discursos sobre ética periodística. “¿Le puedo dar un abrazo, maestro?”, le dije al despedirme, sin sospechar que sería el último que le daría.