Al crimen no hay manera de festejarlo: Alejandro Almazán
20 de Abril de 2017

Al crimen no hay manera de festejarlo: Alejandro Almazán

A propósito de la convocatoria a participar en el Premio Gabriel García Márquez de Periodismo 2017, que está abierta hasta el próximo 17 de mayo, la Red Ética Segura contactó a Alejandro para conversar sobre las reflexiones éticas que debió hacer al escribir y luego de publicar su laureada crónica.
Alejandro Almazán | Fotografía: FNPI

Con su crónica titulada Cartas desde la Laguna, el reportero mexicano Alejandro Almazán ganó el Premio Gabriel García Márquez de Periodismo 2013 en la categoría de Texto.

El trabajo narra cómo desde que los Zetas y el cartel de Sinaloa entraron en guerra, en 2005, las ciudades de Gómez Palacio, Durango y Torreón, que juntas forman el área conocida como La Laguna, se convirtieron en un territorio en el que lo único que prospera es la muerte.

“Por su estructura, por su prosa, por sus personajes, Cartas desde la Laguna es un ejemplo de búsqueda exitosa, de riesgo bien recompensado, una crónica extraordinaria”, estimó el jurado.

Almazán es periodista y escritor. Ha colaborado para medios como Milenio Semanal, Emeequis, Reforma y El Universal. Ha ganado tres veces el Premio Nacional de Periodismo en la categoría Crónica. Actualmente escribe para la revista Gatopardo y el Grupo Milenio.

A propósito de la convocatoria a participar en el Premio Gabriel García Márquez de Periodismo 2017, que está abierta hasta el próximo 17 de mayo, la Red Ética Segura contactó a Alejandro para conversar sobre las reflexiones éticas que debió hacer al escribir y luego de publicar su laureada crónica.

Mientras escribías ‘Cartas desde la Laguna’, ¿en algún momento pensaste en que tu crónica podía hacer que se estigmatizara a Gómez Palacio, Durango y Torreón como ciudades violentas y peligrosas?

No. Creo que los reporteros no vamos por el mundo pensando en cómo deshonrar al prójimo. La que le pinta la cara o desmaquilla a un lugar es la realidad. Las decenas de muertos y de desaparecidos que había para ese febrero de 2013, la fecha en que reporteé la historia, fueron los que le endilgaron los sambenitos a La Laguna. Yo no le hice la fama, ni todos los reporteros locales que, ellos sí, se juegan el pellejo. Yo no disparé ni desaparecí a nadie. Fui a preguntar por qué se estaban matando en La Laguna y la respuesta resulto ser que los Zetas y el grupo político que lo controla querían la plaza del cártel de Sinaloa y del grupo político que lo controla.

Cuando publiqué el texto en la revista Gatopardo, hubo un lector/habitante de La Laguna al que le molestó que yo tratara al Cerro de la Cruz como si fuera la pus. “Generalizaste”, me reclamó y yo me disculpé. Le dije, sin embargo, que yo no sentía que había echado en un mismo costal a narcos y a gente que sale adelante como dios manda. Como el lector/habitante insistió en mostrarme a la gente de buena voluntad que vive en el cerro, me invitó a una carne asada. Quedamos en vernos un mes después, allá en Torreón. Pasados unos días, sin embargo, el lector/habitante escribió una carta a Gatopardo, exigiendo derecho de réplica. La carta no se publicó porque venía cargada de insultos y de amenazas. (La carta está en internet: el lector/habitante encontró a un editor que se la publicó. La carta se llama Caperucita Roja va a comprar cocaína). Después supe que el lector/habitante era muy amigo de los narcos que azotaban al cerro y fue ahí cuando entendí su virulento reclamo.

A lo largo de tu carrera has escrito abundantemente sobre historias de narcotraficantes. ¿Cómo le respondes a quienes puedan decir que dar a conocer las vidas de los narcos es hacerle apología al delito? ¿Cómo contar sus historias sin convertirlos en héroes? 

Cuando empecé a reportear el narco, mediados de los noventa, la narrativa periodística que había en ese tiempo se centraba en lo mismo que hacía diez, quince años antes: contar quiénes eran los capos, sus rutas, sus socios colombianos, sus millones de dólares, sus excesos y sus traiciones. La relación con el poder apenas se asomaba (dicen que los políticos mexicanos de antaño eran más discretos, aunque igual de corruptos), y hablar del amasiato entre el poder y el crimen costaba la vida (sigue costando, y cada vez más de peor manera). Esa narrativa noventera (donde parecía haber buenos y malos) le benefició al gobierno, que en ese entonces exhibía en TV a los narcos como si fueran fenómenos de circo. Luego vino la guerra, en 2006, y con ella la impunidad. Hoy la narrativa habla del narcoestado.

No ha sido fácil reportear la violencia. Cada reportero ha ido aprendiendo, según sus sustos, en quién confiar, qué preguntar, cómo moverse en el pantano, qué publicar, cómo contarlo. Estoy seguro que en ese proceso cometí errores. Entender un mundo tan complejo como el narco ha costado miedo, amenazas y pérdidas. Si alguno de mis textos tiene aires de apología, ofrezco disculpas. Es cierto que vengo de un barrio torcido, pero en mis planes nunca ha estado santificar al crimen. Bien que sé que no existen los bandidos buenos. Al crimen no hay manera de festejarlo.

¿Y cómo contar sus historias sin convertirlos en héroes? Recordándole cada tanto al lector (con una escena, con una anécdota, con un dato, con algún documento) que el tipo que tenemos delante de nosotros es un victimario y mata; alguna vez fue víctima, sí, pero de ella no queda nada. Ahora es capaz de vender a su madre con tal de salirse con la suya.

Tú has estudiado bien a la figura del Chapo Guzmán. ¿Qué opinión te merece la famosa entrevista que le hizo Sean Penn?

Que uno de los mejores actores de Hollywood le vaya a ver la cara al Chapo Guzmán ya es noticia. Pero que el actor escriba sobre el encuentro como si hubiera ido a un narcotour solo desperdicia la exclusiva. Si bien a Penn no le interesa juzgar al Chapo, tampoco comprende frente a qué hombre está parado. Hay veces que lo trata como si fuera Tony Soprano.

Si el personaje está frente a nosotros no queda de otra que hacer periodismo: el lector, el televidente o el radioescucha querrá respuestas y hay que ofrecérselas. Penn nos dice que el Chapo es un Robin Hood, pero no nos explica por qué. Hay más dudas que claridad en ese texto. Otro problema de la entrevista es que sólo contribuyó a alimentar la historia de la bella y la bestia (el encuentro Kate del Castillo-Chapo Guzmán). Penn, Kate y el Chapo, voluntaria o involuntariamente, facilitaron que un asunto de corrupción e impunidad terminara convertido en una frivolidad.

Lo bueno de la entrevista: revela que un actor puede burlar a los servicios mexicanos de inteligencia e incluso los de la DEA y eso le incumbe al periodismo.

¡Participa en el Premio Gabo!

El Premio Gabo es organizado por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano –FNPI- con el apoyo de una alianza público-privada conformada por la Alcaldía de Medellín y los Grupos Bancolombia y SURA con sus filiales en América Latina. (Encuentra las bases para postular en este enlace).

Hasta el 17 de mayo, los periodistas que hayan publicado trabajos en español o en portugués entre el 1 de abril de 2016 y el 31 de marzo de 2017, en cualquier formato o tipo de medio, pueden postular a una de las cuatro categorías del concurso: Texto, Imagen, Cobertura e Innovación.

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