I
En los años 90 yo era practicante en un diario hermoso que se llamaba El Mundo. Fue una escuela, mi verdadera escuela. Las tareas grandes estaban a cargo de los periodistas experimentados, a quienes había leído en los periódicos más importantes de Perú, mi país. Los admiraba y era un honor estar al lado de ellos aprendiendo. Recuerdo que en esa redacción que marcó mi carrera, esos grandes periodistas nos enseñaron a recoger los datos, corroborar los hechos, cruzar las fuentes, armar la agenda, enlazar los párrafos y escapar de los ‘dijo, señaló, indicó, manifestó y similares’.
Los practicantes o pasantes, como les llaman en algunos países, éramos estrictamente alumnos, pero poco a poco nos alistábamos para la gran oportunidad, la cual podría llegar en el momento menos pensado, decía mi entonces jefe, el gran Percy Ruiz.
Así que las grandes historias las hacían ellos, y nosotros debíamos leer, analizar y estudiarlas. No sabíamos cuál sería nuestro estilo, cómo lo encontraríamos. Yo me preguntaba si era capaz de hacer al menos seis párrafos. Me costaba mucho describir, detenerme en los detalles. Me dolía hacer un titular y la cara de Percy, cada vez que lo arruinaba, me hacía pensar que no estaba lista.
A veces, teníamos la suerte de acompañar a esos periodistas grandes o de tomar la posta en sus coberturas (que era ir a tomar datos y regresar a dictar lo que anotamos y vimos). Luego recuperábamos nuestros sitios de observadores y hacedores de las notas pequeñas o emergencias como incendios, accidentes de tránsito, asesinatos o conferencias.
Hasta que un día Percy me mandó detrás de una gran historia. Recuerdo que me costó escribir, pero no tanto como los primeros días. Al día siguiente, la nota estaba en portada y yo seguía temblando. Le busca errores una y otra vez. Dudaba de mi ‘lead’, pero al mismo tiempo estaba orgullosa de haber podido mostrar a mi jefe que había aprendido.
Fue en ese diario -que ya no existe- donde firmé un contrato por primera vez en la vida.
II
Las redacciones han cambiado hoy día. Los veteranos del oficio miramos con cierta envidia (de la buena) que un señor, ajeno al mundo de los diarios, como Jeff Bezos se da el lujo de contratar a unos 50 profesionales porque está convencido de que el periodismo se hace con periodistas y con otros expertos como los desarrolladores y los especialistas en datos.
Lamentablemente, en las redacciones latinoamericanas y europeas la figura del practicante y el pasante tiene un rol que en otra época hubiera sido impensable. Hay practicantes y pasantes que hacen las notas de portada, que editan secciones, que responden por los contenidos de la web, que hacen las grandes coberturas, y que en suma son obligados a asumir responsabilidades que los llevan a quemar etapas.
No hay lugar para el aprendizaje. El día a día, el tiempo real, la urgencia de publicar y el clásico “no hay plata” están matando las redacciones como escuelas. Por suerte, hay excepciones.
III
Para hacer un buen periódico la redacción debe ser una buena escuela, donde convivan los grandes y los chicos. Tres practicantes no reemplazan a un periodista experimentado. Cinco, tampoco. Copar las redacciones de chicos sin experiencia es hacer daño a esta nueva generación y estafar a nuestros lectores.
Hay que abrir la puerta a los practicantes, hay que recibirlos y enseñarles los secretos del oficio. Pero hay también que retenerlos si son talentosos.
No les enseñamos nada si los sentamos a recopilar memes o a buscar virales desesperadamente. O a copiar y pegar frenéticamente. En este plan de notitas de cinco líneas y noticias de trending topic solo estamos contribuyendo a la crisis del oficio. Tampoco enseñamos cuando les asignamos la papa más caliente del día (o la nota más fuerte) para quemar al más frágil de la cadena mientras los grandes hacen relaciones públicas.
Recomiendo el testimonio de la periodista Gladys Trujillo titulado ¿Dónde quedó lo que me enseñaron en la escuela de periodismo?
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