¿Publicar o no publicar? Un dilema frente a las noticias falsas
13 de Noviembre de 2018

¿Publicar o no publicar? Un dilema frente a las noticias falsas

Carolina Robino, editora de BBC Mundo, debuta como bloguera de la Red Ética de la FNPI con esta reflexión sobre los dilemas periodísticos frente a las noticias falsas.
Fotografía: Saul Albert en Flickr | Usada bajo licencia Creative Commons
Carolina Robino

Fake news. Noticias falsas: ese término en el que tanto pensamos, que discutimos, que nos preocupa porque son un atentado a la verdad (o a la ilusión que tenemos de alcanzarla) y la democracia, que está tan en boga desde que Donald Trump comenzó a sobreutilizarlo durante la campaña que lo llevó a la presidencia en 2016,  pero que existe desde siempre. 

Pueden haber tenido otro nombre, pero la Historia de la Humanidad está plagada de noticias falsas y manipulación de información: han sido parte central de las guerras, los conflictos políticos y sociales, los grandes enfrentamientos y, por qué no decirlo, a una escala más pequeña de mezquinas rencillas familiares y románticas.

La gran diferencia entre las fake news con que los atenieses engañaron a los espartanos y viceversa durante la Guerra del Peloponeso y las que se difunden en la era del Brexit, Vladimir Putin y Trump es la masificación que estas últimas encuentran en las redes sociales. Y la facilidad con que pueden ser viralizadas no sólo por gobiernos o actores políticos, sino por cualquier persona con una mínima habilidad técnica y deseos de difundir un mensaje falso por intereses personales, comerciales o, simplemente, por jugar al listo. O al gracioso.

Ya hemos sido testigos de lo devastadoras que pueden ser. Las noticias falsas no sólo son capaces de influir en el resultado de elecciones, sino también de cobrar vidas como ha sucedido en los últimos meses en México y en India, donde videos falsos de hombres secuestrando niños que se han compartido masivamente por Whatsapp han terminado en el linchamiento de inocentes.

En ese contexto, sentados en una redacción, los dilemas éticos que surgen respecto de las fake news son numerosos: cómo combatirlas es quizás el fundamental.  

En la teoría en el mundo periodístico hay bastante consenso. Debemos defender con más ahínco que nunca los valores del periodismo de calidad, ir a las fuentes originales, denunciar las falsedades, cuidarnos de errores que pueden hacer peligrar nuestra credibilidad. Cada vez hay más eventos, discusiones y seminarios al respecto. Bienvenidos sean.

Sin embargo, en el día a día, cuando estamos decidiendo, hay otras interrogantes mucho más mundanas. 

Una de las que personalmente más me obsesiona es cuándo hablar de una noticia falsa y cuándo ignorarla.

Hay muchos ejemplos en que es obvio que investigarlas era fundamental. Grandes reportajes han nacido de contrastar y desmentir fake news y exponer en su lugar los hechos y datos que sí han sido confirmados.

Pero en la era de la sobreinformación, de tanto referirnos a un tema también podemos contribuir sin quererlo a normalizarlo e incluso a invisibilizarlo. 

Preguntas ante las noticias falsas

¿Cómo y cuándo darle espacio en nuestros medios a una noticia falsa que da vueltas por las redes, aunque sea para rectificarla?

¿Cuándo estamos aportando y cuándo simplemente dándole un eco que no merecía, agrandando algo que sólo vivía en Twitter o en nuestro limitadísimo timeline de Facebook y que de otro modo habría tenido la muerte rápida que se merecía?

¿Y cuándo, incluso si una historia parte de un hecho real por magnificarla o no confirmarla no la terminamos transformando nosotros mismos en fake news aunque no haya surgido de un deseo de manipular? 

Lo vemos con frecuencia cuando hay un terremoto u otra tragedia natural e informaciones, fotografías o videos se reproducen en los medios sin ser verificados. 

Otras preguntas que deberían ser un ejercicio cotidiano: ¿Qué piensa la audiencia de las noticias falsas? ¿Estamos haciendo suficiente esfuerzo para volvérselas relevantes? ¿Le estamos dando elementos que la informan y la educan o la estamos mareando? ¿Estamos contribuyendo realmente a que se valore la verdad? 

En la convención republicana de 2016, un periodista de BBC Mundo hizo un ejercicio revelador. Cargado de una lista de datos que se habían usado en la campaña y que a esas alturas ya se sabía que eran falsos, le preguntó a varios de los asistentes qué pensaban de esas mentiras. No nos importa, contestaron todos.

Ese es quizás el desafío más grande que tenemos frente a las noticias falsas: que el público las reconozca, pero también las rechace.

Con la masividad que alcanzan no es suficiente que discutamos el tema. Hay que salir a las universidades, a las escuelas, crear instancias para ayudar a que los ciudadanos identifiquen y distingan las fake news, contribuir a la alfabetización digital como una tarea urgente.

Tampoco alcanza que hagamos fact-checking por más loable que esa labor sea.

Nos tiene que importar que nuestras historias lleguen a la mayor cantidad de gente posible, mejorar nuestros canales de distribución, luchar contra los algoritmos y conquistar las redes sociales, cuidar nuestra credibilidad  y en la medida de lo posible no convertir un tema tan trascendente en ruido de fondo.

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