Luego del éxito de Spotlight, cinta ganadora del Oscar a Mejor Película en 2016, tenemos este año una historia periodística nuevamente nominada a esta honrosa categoría: The Post, traída a Latinoamérica con el lamentable título de Los Archivos del Pentágono.
A medida que veía la cinta, me trataba de responder una y otra vez a una sola pregunta: ¿Por qué razón Steven Spielberg, director que ya está por encima del bien y del mal, decidió aplazar el rodaje de la futurista Ready Player One, cinta que seguro será un éxito de taquilla, para poder terminar esta otra sobre la crisis de un periódico en la década de los 70?
La historia se basa en hechos reales acontecidos en el año de 1971, cuando Kay Graham, heredera del diario The Washington Post, se encuentra en el proceso de hacer una oferta pública de acciones de la compañía a fin de obtener los millones de dólares que aseguren tres años de salario para los 25 grandes reporteros que componían su redacción. “La calidad y la rentabilidad van de la mano”, es el mantra que repite una y otra vez cuando su junta directiva le pregunta por qué desperdiciar el dinero de esa manera.
Claro, y resulta difícil justificarlo para ella, impecablemente interpretada por Meryl Streep, cuando uno de sus inversores le pregunta por qué hay algunos reporteros de su unidad investigativa que llevan tres meses sin publicar ni un solo artículo.
The Post recrea un momento clave en la historia del periodismo moderno. Aquel en que los grandes medios de comunicación dejaron de ser pequeñas empresas familiares y locales, para convertirse en grandes corporaciones de cobertura nacional donde los dueños son una masa anónima de inversores de capital. ¿Cómo mantener los valores periodísticos fundacionales de una organización de noticias cuando algo así sucede?
Es en este coyuntural momento de salida a la bolsa de valores que llega a manos de Ben Bradlee (papelazo de Tom Hanks), un enorme archivo compuesto por más de 4.000 folios que contenía comunicaciones del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, donde se demostraba que durante una década se había mantenido la decisión enviar tropas en Vietnam, simplemente por la vergüenza de admitir que la operación militar en ese país había fracasado.
Vemos aquí entonces que las grandes filtraciones como Wikileaks o los Papeles de Panamá no son nada nuevo, y que desde ese entonces ya había personajes como el analista militar Daniel Ellsberg, un Edward Snowden de la época, quien estaba dispuesto a sacrificar su vida y reputación con tal de que se conociera la verdad sobre lo absurdo de la guerra.
Tres formas de censura
Cuando Graham y Bradlee están listos a publicar se enfrentan a múltiples formas de censura. Principalmente la del gobierno de Richard Nixon, quien amenaza con enviar a la cárcel por traición a la patria a los directivos del New York Times, diario que publicó los primeros fragmentos de la filtración y que ante las amenazas decidió guardar silencio, y posteriormente del Washington Post, que sí se atrevió a publicar todos los archivos. “La única manera de defender la libertad de prensa es publicando”, afirma Bradlee valientemente.
Pero aparece aquí otra forma de censura, silenciosa pero igualmente peligrosa, la de los bancos. Sí, aquellos banqueros que apoyaban al Post en su emisión de acciones, le recomiendan a la directora no publicar las filtraciones porque el ruido generado podría asustar a los inversionistas y tener como consecuencia un despido masivo de empleados. Ante este dilema, Graham responde preguntando si acaso está el bienestar de los empleados del diario por encima del bienestar de una sociedad que necesita conocer la verdad.
Aunque es la heroína de su historia, una gran virtud de Spielberg consiste en no retratar a Graham como una santa. Precisamente la tercera forma de censura que aparece en la película es la autocensura. Ella, una mujer rica y poderosa, está naturalmente rodeada de amigos ricos y poderosos: políticos y empresarios entre los que se destaca Robert McNamara, exsecretario de Defensa cuya reputación es la más lesionada con la publicación de los secretos del Pentágono. A pesar de su amistad, Kay consigue poner la misión de su periódico por encima de su amistad y decide imprimir. Es una de las grandes lecciones de ética periodística que nos deja la película: un buen periodista no puede considerarse amigo de sus fuentes.
Un divertido momento del filme contiene una lección de periodismo que me recordó al querido Miguel Ángel Bastenier, quien siempre decía que hay dos tipos de periodistas: los que son rápidos y los que no son periodistas. Se acerca la hora de cierre de la edición y Bradlee está listo para publicar las primeras revelaciones tras analizar miles de páginas con su equipo. Ahora necesita un reportero que escriba la historia. Al conseguirlo, el redactor le dice que la podría tener lista en dos días. “¿Qué tal si pretendes que eres periodista y no un novelista”, le increpa el editor furioso.
La cinta es también un elogio a las mujeres en los medios de comunicación. “Una mujer predicadora es tan rara como un perro que camina sobre dos patas”, dice Kay sobre el final de la historia citando a Samuel Johnson. Pero es gracias a mujeres como ella que se han dado grandes hitos en la historia del periodismo, como el Watergate, el cual aconteció apenas unos meses después de la filtración de los archivos del Pentágono.
Entonces, ¿por qué Spielberg tenía tanto afán por rodar esta película? ¿Qué mensaje nos quiere enviar?... No creo que lo haya hecho por la taquilla, pues las historias sobre periodistas jamás serán tan populares como Jurassic Park. Por un lado sospecho que la hizo con la clara intención de montarse en la tendencia de Spotlight y apuntarle al Oscar a Mejor Película, sabiendo que la Academia está dispuesta a concederle el galardón a este tipo de relatos cinematográficos.
Pero también quiero creer que el director quiere enviarle un mensaje a su país: en momentos en los que nos gobiernan patanes como Richard Nixon o Donald Trump, el mundo necesita más que nunca de esta forma de periodismo. Aquel periodismo atrevido, valiente, independiente y de calidad.