(Texto original em português abaixo).
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Es común que alguna vez nosotros los periodistas nos cuestionemos si debemos o no hacer una especialización: ¿enfocarse en un área nos otorga mayor credibilidad como reporteros o nos encasilla como profesionales? Yo me incluyo entre aquellos que miran la especialización con simpatía. Como en muchas profesiones, sea en medicina, derecho o ingeniería, el periodismo tiene diversos campos de actuación: política, economía, deportes, cultura y demás. Está claro que, antes de todo, somos periodistas. Ningún reportero va a dejar de narrar un hecho que pase por debajo de su nariz porque su especialidad es la política, la economía o el deporte. Sin embargo, tomando como base los más de veinte años en los que he actuado casi que exclusivamente como reportera de economía (hoy en día, en la revista Piauí, que se publica mensualmente, escribo sobre diversos temas) estoy segura de que el periodista especializado, en el calor de los hechos, tiene condiciones de explicar el mundo con más claridad y profundidad para sus lectores que aquél sin cualquier familiaridad con el tema.
Son variadas las exigencias para hacer un buen periodismo económico. Aparte de, obviamente, aquellos valores que son comunes a todos profesionales de la prensa – imparcialidad, honestidad, curiosidad, garra y motivación – existen otros que son fundamentales para un reportero económico.
El primer de esos valores es la claridad. Ninguna otra área del periodismo lidia con términos y expresiones más alejadas del ciudadano común que la economía. Ahí vamos: déficit primario, déficit consolidado, interés nominal, cambio, base monetaria, balanza de pagos, balanza comercial, mercado futuro, retención de productos agrícolas, y más una miríada de términos y siglas muchas veces incomprensibles para los legos. Una de las batallas diarias de un reportero económico es traducir ese lenguaje técnico para que todos puedan comprender de qué forma eso impacta en lo cotidiano.
Para hacer comprensible lo que parece incomprensible, el reportero de economía necesita utilizar un lenguaje claro, muy diferente de aquel usualmente empleado por economistas o expertos del mercado financiero. El reportero de economía no tiene necesariamente que ser un brillante economista o matemático. En realidad, le compete a él, justamente, la labor de traducir el idioma hermético del mercado, de los economistas y de la academia, en vez de reproducirlo.
En Brasil, y creo que en la mayor parte de los países latinoamericanos, en las décadas de los 80 y 90, en razón de incontables crisis económicas seguidas de otras tantas incontables tentativas de contornarlas, la economía ha ganado protagonismo en la prensa. Con el fin de las dictaduras y la conquista de la estabilidad política en la mayor parte de esos países, fueron las arrasadas economías de esos lugares – sobre todo con la crisis de la deuda externa de los 80 – las que exigieron mayor atención de los nuevos gobiernos y, como consecuencia, del periodismo. Se hacía necesario organizar con urgencia las economías paralizadas. Una vez con el regreso de la libertad de prensa, la sociedad estaba ávida por comprender qué pasaba con las finanzas nacionales y personales.
Toda una generación de periodistas fue entrenada para explicar ese nuevo mundo de sucesivos planes económicos que intervenían de manera violenta en el cotidiano de los ciudadanos.
Desde entonces, el periodismo económico cada día recibe más atención. Creo que no hay nada más difícil que explicar la economía para legos. Y difícilmente un periodista no especializado logrará traducir tan bien a sus lectores ese mundo tan lleno de sacudidas diarias como los reporteros especializados.
Dividiendo las aguas
En Brasil, a principio de los 80, el primer periodista a aparecer en televisión explicándole a la población, de manera inteligible, el desorden económico por el cual pasaba el país fue Joelmir Betting. Él fue un divisor de aguas. Echando mano de un lenguaje coloquial, que hacía con que todos pudiesen entender lo que estaba pasando, Joelmir estableció el tono de lo que sería la cobertura económica de allí en adelante.
Después de Betting, la claridad se tornó una obligación. Antes de él, el noticiero económico se restringía apenas a los que entendían del tema. La claridad se tornó tan imperativa que Ricardo Noblat, entonces director de redacción de la sucursal del Jornal do Brasil en Brasília, donde, recién graduada, trabajé en lo final de los 80, pasó a prohibir a todos nosotros, periodistas de economía, el uso de términos técnicos. Todas las informaciones emitidas por el gobierno tenían que ser analizadas y transmitidas para los lectores de forma clara para que ellos pudiesen entender las razones y consecuencias de cada una de aquellas medidas. Noblat, un experto en política, no comprendía bien el universo económico. Por eso, antes de enviar nuestros textos a la sede del periódico, él se los leía con lupa. Y si no entendiese, se los devolvía al autor hasta que se quedase claro para él de qué se trataba el texto.
Fue una lección para todos nosotros. Los textos producidos por los periodistas de Jornal do Brasil fueron tornándose un primor de claridad. Y nosotros, a partir de la exigencia de nuestro director, automáticamente nos vigilábamos para que no utilizásemos las jergas de los economistas. Al final, no estábamos en el diario para escribir apenas para aquellos que entendían la economía y sí para todos los lectores: del financista al ciudadano o ciudadana con un solo peso en el banco. Del empresario a los consumidores impactados con el alza en los precios en los supermercados.
Hoy en día tal razonamiento parece obvio, pero no lo era hace dos décadas. Por todo lo que he vivido, sé que la claridad sigue siendo uno de los principales atributos de un buen periodista de economía. Para alcanzar a este objetivo, sin embargo, es necesario, en primer lugar, que el periodista conozca del tema y comprenda lo que le están diciendo. Por esa razón es que la especialización es sumamente importante en esa área. Mientras más se conoce del tema, menores son las posibilidades de que el reportero sea manipulado. Así, disminuyen las chances de que publique una información equivocada.
Más allá de la economía
Otro punto fundamental para el buen periodismo económico es la diversidad de pensamientos de los entrevistados. En ese medio, es fundamental la consulta a fuentes confiables con puntos de vistas diversos, de manera que el reportero, luego de cosechar todas las informaciones, pueda describir la situación de la manera más precisa y menos maniqueísta posible. Una vez más, entonces, cuanto más inmerso en ese universo el reportero esté, más acceso él tendrá a esas fuentes.
Eso no significa, sin embargo, que el reportero de economía tiene que ser un tipo encerrado en el universo económico. Esa es la tercera condición para un periodismo económico de excelencia: la ampliación del área del conocimiento y la apuración de la mirada y de la sensibilidad para el mundo a su alrededor. Un buen reportero de economía necesita obligatoriamente estar atento a todo lo que pasa no solamente en su país como en todo el planeta. Nada puede ser visto con indiferencia.
En un mundo cada vez más globalizado, lo que afecta a un país en una región lejana del mapa puede interferir en la economía, en los negocios, en las finanzas personales y en la vida de personas que viven en una región diametralmente opuesta. Por ello, el reportero de economía tiene que estar atento a las más diversas variables, sean políticas, sociales, económicas o ambientales.
Una discusión entre los presidentes de los Estados Unidos y China puede llevar los mercados al colapso. Una disputa comercial entre países puede arrasar la economía del eslabón más débil, con trágicas consecuencias para la subsistencia de su población. Desastres ambientales pueden comprometer la producción y destruir la economía de un país y, al mismo tiempo, impactar la vida de otras tantas personas alrededor del planeta. Alzas o caídas repentinas del petróleo van a interferir fatalmente en el bolsillo del consumidor en cualquier lugar donde haya un vehículo o un motor movido por ese combustible. Esquemas de corrupción pueden destrozar la industria, el comercio y las finanzas de un país llevando a trágicas consecuencias, como el desempleo de 13 millones de personas recién ocurrido en Brasil.
Guerras, accidentes naturales, olas migratorias, nuevos descubrimientos científicos y tecnológicos y otro torbellino de acontecimientos van, al final, de alguna manera, a impactar la economía de los países y, sobre todo, los bolsillos de sus ciudadanos.
No podemos ser indiferentes
Pero, más allá de todo eso, creo que la principal condición para hacer un buen periodismo de economía es nunca olvidarse del ser humano. En la punta de todos los números y datos que nos toca a nosotros traducir; de las cotizaciones que nos compete explicar; de la volatilidad del comercio exterior; de las reformas laborales, pensionales, financieras; de la alza y caída de la minería, del petróleo y de la soya, van a estar los seres humanos. El reportero de economía nunca puede actuar con indiferencia ante esa gran variable. Ha de tener en la mente, en todos los textos que escribe, que personas van a ser afectadas por cada decisión tomada en el universo económico. En cierta ocasión, el economista brasileño André Lara Resende, preocupado con la visión economicista del mundo, me dijo, con cierto pesar: “El mundo está tan preocupado con el mercado que, cuando decimos que el calentamiento global puede destruir la humanidad, el efecto es casi nulo. Ahora, si decimos que eso puede destruir al mercado, la cosa cambia de figura”.
Compete, por lo tanto, al periodista de economía no perder esa sensibilidad. Es necesario percibir, contar o incluso anticipar las diversas variables teniendo, siempre, al ser humano como su preocupación final. Al hacer sus relatos, el reportero no puede tomar en consideración apenas el mercado y los inversionistas globales. Es necesario volver a mirar a la sociedad. El noticiero económico tiene que cuestionar de qué manera la vida de las personas y del planeta es impactada por los movimientos del mercado global: las empresas, el empleo, el día a día de las personas, del medio ambiente, de la vida de otros seres vivos. Al final, necesitamos seguir creyendo que la humanidad sí es más importante que el mercado.
¿Y cuál es la importancia de que la información económica no pierda su dimensión humana? Ciertamente es mucho mayor que el efecto en el bolsillo de cada uno. Cuanto mejor informada una sociedad, mejores condiciones ella tendrá para cobrar responsabilidad tanto del sector público como del privado. Actualmente, en función de un periodismo crítico, muchas empresas están, por ejemplo, dándose cuenta de la importancia del desarrollo sostenible, reduciendo la emisión de gases contaminantes o, en el caso de lo rural, buscando contener la deforestación. Gobiernos, empresas – de la ciudad o del campo – bancos, mineras, están siendo cada vez más cobradas por su forma de actuar en el mundo. La máxima de se extraer ganancias a cualquier costo es cada vez más cuestionada. En ese escenario, el periodista económico puede desempeñar un importante rol al explicar, revelar aciertos y errores, y apuntar salidas.
Puede parecer frustrante que no consigamos ir mucho más allá de eso. Pero, al final, este juego es el juego que nos atañe a nosotros: el de informar bien. Y, al final del día, sin ninguna duda, la buena información es y será, cada vez más, un importante impulsor de cambios.
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Las opiniones expresadas en nuestra sección de blogs reflejan el punto de vista de los autores invitados, y no representan la posición de la FNPI y los patrocinadores de este proyecto respecto a los temas aquí abordados.
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Traduzindo os números
Por Consuelo Dieguez
Um questionamento feito vez por outras por jornalistas é a necessidade ou não da especialização: ela dá maior credibilidade ao repórter ou o engessa como profissional? Eu estou entre aqueles que veem com simpatia a especialização. Como em tantas profissões, seja na medicina, no direito, na engenharia, o jornalismo tem vários campos de atuação: política, economia, esportes, cultura, e por aí vai. É claro que, antes de tudo, somos jornalistas. Nenhum repórter deixará de relatar um fato que se desenrole debaixo de seu nariz porque sua especialidade é política, economia, ou esporte. Mas, tomando por base os mais de vinte anos em que atuei quase que exclusivamente como repórter de economia (hoje em dia, na revista Piauí, uma publicação mensal, escrevo sobre temas variados) estou certa de que o jornalista especializado, no calor dos acontecimentos, tem condições de explicar o mundo com mais clareza e profundidade para seus leitores do que aquele sem qualquer familiaridade com o tema.
Várias são as exigências para se praticar um bom jornalismo econômico. Tirando, obviamente aqueles valores que são comuns a todos profissionais de imprensa -- imparcialidade, honestidade, curiosidade, garra e empolgação -- existem outros que são especialmente fundamentais especialmente para um repórter econômico.
O primeiro deles é a clareza. Nenhuma outra área do jornalismo lida com termos e expressões mais distantes do dia a dia do cidadão do que o econômico. Vamos lá: déficit primário, déficit consolidado, juros nominais, câmbio, base monetária, balanço de pagamentos, balança comercial, mercado futuro, retenção de produtos agrícolas, e mais uma miríade de termos e siglas muitas vezes incompreensíveis para os leigos. Traduzir esse linguajar técnico para que todos entendam de que forma tudo isso impacta no seu dia a dia, é uma das batalhas diárias do repórter econômico.
Para tornar compreensível o que parece incompreensível, o repórter de economia precisa se utilizar de uma linguagem clara, muito diferente da normalmente empregada pelos economistas ou especialistas no mercado financeiro. O repórter de economia, não precisa, necessariamente, ser um economista ou um matemático brilhante. Na verdade, cabe a ele, justamente, traduzir a linguagem hermética do mercado, dos economistas e da academia, e não reproduzi-la.
No Brasil, e acredito que na maioria dos países latino- americanos, nas décadas de 80 e 90, em razão das incontáveis crises econômicas seguidas de outras tantas incontáveis tentativas de debelá-las, a economia ganhou protagonismo na imprensa. Com o fim das ditaduras e a conquista da estabilidade política na maioria desses países, eram suas economias esfaceladas, principalmente pela crise da dívida externa dos anos 80, que exigiam maior atenção dos novos governos e, consequentemente, do jornalismo. Era preciso organizar com urgência as economias paralisadas. Com a liberdade de imprensa recuperada, a sociedade estava ávida por compreender o que acontecia com as finanças nacionais e pessoais.
Uma geração de jornalistas foi treinada para explicar aquele mundo novo de sucessivos planos econômicos que interferiam violentamente no cotidiano dos cidadãos.
Desde então, o jornalista econômico vem sendo cada vez mais exigido. Acredito que não tenha nada mais difícil de explicar para os leigos do que a economia. E, dificilmente um jornalista não especializado conseguirá traduzir tão bem para os seus leitores esse mundo cheio de solavancos diários.
No Brasil, no começo dos anos 80, o primeiro jornalista a aparecer na TV explicando para população de forma inteligível a confusão econômica em que o país estava metido, foi Joelmir Betting. Ele foi um divisor de águas. Valendo-se de uma linguagem coloquial, que permitia que todos entendessem o que estava se passando, ele deu o tom do que seria a cobertura econômica dali em diante.
Depois de Betting, a clareza virou obrigação. Antes dele, o noticiário econômico era apenas para os entendidos. A clareza se tornou tão imperiosa, que Ricardo Noblat, então diretor de redação da sucursal do Jornal do Brasil, em Brasília, onde, recém formada, trabalhei no final dos anos 80, passou a proibir de todos nós, jornalistas de economia, o uso de termos técnicos. Todas as informações emitidas pelo governo tinham que ser analisadas e transmitidas para os leitores de forma clara para que eles pudessem entender as razões e consequências de cada uma daquelas medidas. Noblat, um especialista em política, não compreendia bem o universo econômico. Por isso, antes de enviar os nossos textos para a sede do jornal, lia-os com lupa. E se não entendesse, devolvi-os ao autor até que ficasse claro para ele do que se tratava.
Foi uma lição para todos nós. Os textos produzidos pelos jornalistas do Jornal do Brasil foram se tornando um primor de clareza. E nós, a partir da exigência do nosso diretor, automaticamente nos policiávamos para não usarmos os jargões dos economistas. Afinal, não estávamos ali para escrever apenas para quem entendia de economia e sim para todos os leitores. Do financista ao cidadão ou cidadã com uma mísera poupança no banco. Do empresário, aos consumidores aturdidos com a alta dos preços nos supermercados.
Hoje em dia, isso parece o óbvio. Mas, há duas décadas, não era o habitual. Por tudo que vivi, tenho para mim que a clareza continua sendo um dos principais atributos de um bom jornalista de economia. Para alcançar este objetivo, no entanto, é preciso, em primeiro lugar, que o jornalista conheça o assunto e compreenda o que está sendo dito. Por isso, a especialização é tão importante nessa área. Quanto mais conhecer do assunto, menos possibilidades ele terá de ser manipulado. Dessa forma, diminuem as chances dele passar uma informação equivocada.
Outro ponto importante para o bom jornalismo econômico é a diversidade de pensamento dos entrevistados. Nesse meio, é fundamental a consulta a fontes confiáveis com pontos de vistas diversos, de forma que o repórter, após colher todas as informações, possa descrever a situação da forma mais precisa e menos maniqueísta possível. Novamente aí, o repórter terá mais acesso a essas fontes, quanto mais imerso ele estiver neste universo.
Isso não significa, porém, que o repórter de economia tem que ser um sujeito fechado no universo econômico. Eis aí a terceira condição para um jornalismo econômico de excelência: a ampliação da área de conhecimento e a apuração do olhar e da sensibilidade do repórter econômico para o mundo que o cerca. Um bom jornalista de economia precisa obrigatoriamente estar atento a tudo o que acontece não só no seu país como em todo o planeta. Nada pode ser encarado com indiferença.
Num mundo cada vez mais globalizado, o que afeta um país numa remota região do mapa, pode interferir na economia, nos negócios, nas finanças pessoais e na vida de pessoas que vivem numa região diametralmente oposta. Por isso, o repórter de economia tem que estar atento as mais diversas variáveis sejam políticas, sociais, econômicas e ambientais.
Um bate boca do presidente dos Estados Unidos com o da China pode fazer os mercados desabarem. Uma disputa comercial entre países pode arrasar a economia do elo mais fraco, com trágicas consequências para a subsistência sua população. Desastres ambientais podem comprometer a produção e destruir a economia de um país e, ao mesmo tempo, interferir na vida de outras tantas pessoas ao redor do planeta. Altas ou quedas bruscas de petróleo fatalmente interferirão no bolso do consumidor em qualquer lugar onde haja um veículo ou um motor movido a esse combustível. Esquemas de corrupção podem destruir a indústria, o comércio e as finanças de um país levando a trágicas consequências, como o desemprego de 13 pessoas, como ocorreu recentemente no Brasil.
Guerras, acidentes naturais, ondas migratórias, novas descobertas científicas e tecnológicas e mais um turbilhão de acontecimentos irão, ao final, de alguma maneira, impactar a economia dos países e, principalmente, os bolsos de seus cidadãos.
Mas, para além de tudo isso, acredito que a principal condição para se se fazer um bom jornalismo de economia é nunca se esquecer do ser humano. Na ponta de todos os números e dados que nos cabem traduzir; das cotações que nos cabe explicar; da volatilidade do comércio exterior; das reformas trabalhistas, previdenciárias, financeiras; da alta e queda do minério, do petróleo e da soja estarão os seres humanos. O repórter de economia nunca pode agir com indiferença a essa maior variável. Ele tem que ter em mente, em todos os textos que escreve, que pessoas serão afetadas por cada decisão tomada no universo econômico. Certa vez, o economista brasileiro André Lara Resende, preocupado com a visão economicista do mundo, me disse, com certo desalento. “O mundo está tão preocupado com o mercado, que quando dizemos que o aquecimento global pode destruir a humanidade, o efeito é quase nulo. Já se dissermos que isto pode destruir o mercado, a conversa é outra.”
Cabe, portanto, ao jornalista de economia não perder essa sensibilidade. É preciso perceber, contar ou mesmo antecipar as diversas variáveis tendo sempre a preocupação final com o ser humano. Ao fazer os seus relatos, o repórter não pode levar em consideração apenas o mercado e os investidores globais. É preciso voltar os olhos para a sociedade. O noticiário econômico precisa questionar de que forma a vida das pessoas e do planeta é afetada pela movimentação do mercado global: as empresas, o emprego, o dia a dia das pessoas, do meio ambiente, da vida dos outros seres vivos. Afinal, precisamos continuar acreditando que humanidade é, sim, mais importante que o mercado.
E qual a importância da informação econômica não perder sua dimensão humana? Certamente muito maior do que o efeito no bolso de cada um. Quanto mais bem informada uma sociedade, melhores condições ela terá de cobrar responsabilidade tanto do setor público quanto do privado. Atualmente, em função de um jornalismo crítico, muitas empresas estão, por exemplo, se dando conta da importância do desenvolvimento sustentável, reduzindo emissão de gases poluentes ou, no caso rural, procurando conter o desmatamento. Governos, empresas – da cidade e do campo – bancos, mineradoras, estão sendo cada vez mais cobrados por sua forma de atuar no mundo. A máxima de se extrair lucro a qualquer preço é cada vez mais questionada. Nesse cenário, o jornalista econômico pode desempenhar um importante papel ao explicar, revelar erros e acertos e apontar saídas.
Pode parecer frustrante não conseguirmos ir muito além. Mas afinal, este jogo é o jogo que nos cabe jogar: o de bem informar. E, no fim das contas, sem dúvida alguma, a boa informação é e será, cada vez mais, um importante impulsionador de mudanças.