Se puede llegar a confundir la autorregulación y la autocensura en el periodismo porque en ambos casos el periodista, o su medio, decide renunciar a publicar algún tipo de información. Tratar ambos conceptos como sinónimos es un error que le hace daño al oficio y a la libertad de expresión. Mientras se necesitan más periodistas autorregulados, se necesitan menos autocensurados.
La autocensura se da cuando un periodista, o su medio, se abstiene de publicar información que es de interés público porque, aún cuando quiera hacerlo, tiene temor a las consecuencias que dicha publicación le traería. Por lo general, ese temor se justifica en hechos censuradores previos, como la existencia de amenazas contra la prensa, las presiones económicas de los pautantes, las constantes demandas judiciales injustificadas, la posible pérdida del trabajo, y, por supuesto, el asesinato de periodistas.
Precisamente, quienes censuran a la prensa, además de silenciar a su víctima, quieren enviar un mensaje de intimidación y miedo al gremio periodístico en general para que en el futuro no se cuenten las historias que los afectan. Por eso, la autocensura es una grave violación a la libertad de expresión, pues el periodista se ve obligado a renunciar a su legítimo derecho de expresarse libremente, privando a los ciudadanos del derecho que tienen a informarse.
Cifras preocupantes
Una reciente encuesta que hizo el Proyecto Antonio Nariño en Colombia, a casi mil periodistas de todo el país, mostró que cerca del cincuenta por ciento de los encuestados reconocía haber evitado publicar información por miedo a agresiones contra su vida.
En este caso, la encuesta ayuda a explicar, en parte, la disminución de los crímenes contra la prensa en ese país durante los últimos años. Además de los avances en seguridad y protección, también es cierto que muchos periodistas colombianos se autocensuraron por miedo a que los maten.
Ese no es un fenómeno exclusivo de Colombia, diferentes reflexiones sobre la libertad de expresión en América Latina muestran que quienes más se autocensuran son los periodistas locales. Aquellos que trabajan en regiones con presencia de grupos armados, donde hay estigmatización del gobierno, aquellos que trabajan en medios pequeños, y están amarrados a la pauta del gobernante de turno.
Es precisamente la motivación que lleva al silencio y los efectos que produce, lo que diferencia la autocensura de la autorregulación. En la autocensura el periodista lo hace forzado por un temor bien fundado que impide su libertad. Mientras que en la autorregulación, el periodista toma la decisión autónoma y voluntaria de regular lo que a su criterio debe publicar o no, basado en su responsabilidad y profesionalismo.
La autorregulación no es una receta de cocina que dice taxativamente cómo y cuándo un periodista se debe regular. Es la consecuencia de un proceso de reflexión interna – o con su editor y sus colegas –, que tiene en cuenta valoraciones profesionales y éticas. Eso sí, siempre debería estar enfocado en beneficiar la verdad y la calidad.
Como la autocensura y autorregulación son conceptos diferentes, su cuestionamiento ético también lo es.
¿Qué hacer?
Poner a un periodista autocensurado en el banquillo de los acusados por no publicar algo que conoce, es desconocer o ignorar el contexto en que muchos periodistas tienen que trabajar. Para cientos de periodistas en América Latina la autocensura es la única medida de protección y supervivencia que tienen.
Eso no significa que el periodista sea pasivo frente a la información que maneja. La autocensura no lo exime de la responsabilidad de buscar todos los caminos para que la gente sepa lo que está sucediendo.
Diferentes prácticas, como las alianzas entre medios para publicar historias sensibles en zonas autocensuradas, o la interacción constante de periodistas con la audiencia en redes sociales para construir y analizar historias, son éticamente correctas, protegen a los periodistas en riesgo, y defienden la libertad de expresión.
Pero si un periodista que cree que la libertad de expresión consiste en publicar toda la información que conoce y en decir todo lo que piensa, se le debe hacer, entonces, un cuestionamiento ético porque seguramente le falta autorregulación.
¿Se publican fotos de gente descuartizada? ¿Se usan adjetivos descalificativos para referirse a las personas? ¿Se cuentan historias que podrían poner en peligro comunidades? ¿Se hacen publirreportajes?
En todos esos casos el periodista está jurídicamente cobijado por el derecho que tiene a expresarse libremente ya que en la democracia el Estado debe velar por garantizar que haya libre circulación de ideas, informaciones y opiniones, así sean groseras, chocantes o de mal gusto.
Análisis distinto debe hacerse desde el punto de vista de la autorregulación y la ética periodística, donde posiblemente la conclusión para publicar no es la misma. Una publicación puede ser jurídicamente defendible pero éticamente reprochable.
El reto está en que se evite o se combata la autocensura para que el periodismo le dé a la gente información rigurosa, veraz y de calidad. No simplemente información que satisfaga el anhelo de libertad del periodista.
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Más sobre Andrés Morales: Abogado y periodista de la Universidad de los Andes, con maestría en Políticas Sociales y Desarrollo de London School of Economics. Ex director de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP). Asesor del Programa de las Americas del Comité para la Protección de Periodistas y consultor del Programa de Periodismo Independiente de Open Society Foundations.