¿Existe una receta ética contra la amenaza y la censura?
4 de Septiembre de 2015

¿Existe una receta ética contra la amenaza y la censura?

Según Reporteros sin Fronteras en lo que va de 2015, ya suman 38 los periodistas asesinados en diferentes escenarios y países y 138 los encarcelados.
Fotografía: Scott Robinson en Flickr / Usada bajo licencia Creative Commons
Gustavo Villarrubia

Cuando aún no nos reponemos de la imagen de Rubén Espinosa, el fotógrafo asesinado brutalmente días atrás en México, nos llegan las crudas imágenes del conocido periodista mozambiqueño Paulo Machava, abatido a tiros en Maputo el 28 de agosto.

Paulo se desempeñaba como editor del diario electrónico “Diario de Noticias” y  según los medios locales que cubrieron su asesinato, su “crimen”  habría sido estar organizando una manifestación para el  día siguiente (sábado 29), pidiendo la liberación de dos colegas periodistas presos, ambos por denuncias contra el gobierno de ese país.

Según Reporteros sin Fronteras en lo que va de 2015, ya suman  38 los periodistas asesinados en diferentes escenarios y países y 138 los encarcelados.

Estas cifras no registran a tantos otros  que debieron abandonar su ciudad,  país o incluso la profesión temiendo por su seguridad. Tampoco se cuentan aquellos que debieron renunciar a sus medios de información, cuando la censura o la obligación de publicar falsas noticias no pudieron contra su ética periodística.

En estas últimas semanas he notado gran interés  de algunos jóvenes que, iniciándose en el mundo del periodismo,  al conocer estos casos cada vez más frecuentes, parecen andar buscando la “receta ética contra la amenaza y la censura”.  Una receta que sirva para que cuando se vean enfrentados a estas situaciones, puedan desempeñar su trabajo sin grandes dilemas personales o profesionales.

Si bien los argumentos causantes de las muertes, amenazas y censuras contra la profesión periodística son más o menos las mismas, sin importar el país ni la religión, ni el régimen que este tenga, me atrevo a decir categóricamente que ¡la receta contra esto no existe! Pero, como sucede con toda enfermedad, uno puede tomar ciertas precauciones que podrían ayudar a prevenir algunos casos. Para esto es necesario que esas precauciones se tomen en conjunto, se difundan y se compartan las experiencias personales.

Es en este sentido que quiero compartir aquí para que cada lector pueda reflexionar, opinar, aconsejar y discutir, dos experiencias que están sucediendo en este momento, e invitar a otros periodistas a que me escriban para compartir las suyas. Considerando que no hay mejor experiencia que ayude a la reflexión, por más terrible que esta sea, que la de aquel que vivió lo que cuenta.  La que les comparto hoy se trata de secuestro y censura.

 

El estigma del secuestro y la amenaza

Testimonio de Luis Cardona

Luis Cardona era director de un periódico local en Nuevo Casas Grandes, municipio cercano a Ciudad Juárez, México, cuando el 19 de septiembre de 2012 fue secuestrado por un grupo de hombres armados que lo condujeron a lo que él dice reconocer como una comisaría de policía.

Luis siempre estuvo con los ojos vendados. Se le acercó un hombre que lo empezó a golpear, con patadas en su cara y cuerpo. Luego de un rato le preguntó cuánto ganaba por su trabajo como director del diario. Luis le respondió: 250 pesos mexicanos al día (16 USD).  El diálogo del otro lado se cortó abruptamente con unas frías palabras: “¿y por esa pendejada te vas a morir?”.  Fue golpeado hasta perder la conciencia, y dejado abandonado en un cerro. Su historia del secuestro la pueden consultar en el siguiente video “Soy el Número 16”.

He escrito y hablado mucho al respecto: no existen recetas, no existen pasos ni protocolos que te salven la vida. Solo puedes prevenir, y exigir al Estado respeto a tus derechos constitucionales. Es increíble que solo quien permite que te agredan puede defenderte. No creo en las ONG, no creo en los mecanismos del Estado, no creo en el exilio fuera del país. Recibí apoyo de las ONG, estoy dentro del Mecanismo de Protección y me mantengo en el país pero fuera de mi región.

Las contradicciones solo me marcan un camino: continuar, persistir, trabajar, luchar, lograr el respeto a mis derechos. Si en el intento se me va la vida, lo prefiero a seguir pisoteado. NO es un juego, es mi convicción. Respeto al que se aleja, al que prefiere el exilio, conozco ese temor, estuve al borde la muerte, mi vida estuvo en sus manos  y se que puede volver a estar, si no es que está ya. No es dramatismo telenovelero, mi vida no es una telenovela, cada día me despierto luchando, duermo cuando el cansancio me vence. Lo siento, no tengo una receta, tengo lo que escribo, si eso puede ayudar a otros, mejor.

Morir es fácil, les digo. Solo se va la luz. Entonces el periodista se vuelve famoso, cuando allá donde ejercía su compromiso social era invisible, hasta que el poder decide que su vida se termina.

Y si no mueres, como en mi caso, lo que viene después también es un calvario, te destrozan la familia y pierdes la estabilidad laboral. Quedas con un estigma, se te hace difícil conseguir empleo, entregas tu currículum y cuando se enteran por lo que has pasado, hasta ahí no más llegas, nadie quiere broncas en este país.

Los periodistas desplazados somos recordados incluso por nuestros propios compañeros, solo cuando acontecen situaciones tan lamentables como el asesinato de otro periodista. De ahí en fuera a nadie le importas, como todo, con el tiempo dejas de ser noticia.

Cada vez que matan a un periodista nos unimos más en éste reducido grupo que a nadie importa. Del que muchos se aprovechan para cubrir sus necesidades de fama y magnanimidad mal habidos, con fondos de organizaciones filantrópicas que lavan su dinero en arcas que no nos defienden, que no garantizan la seguridad de nuestras familias, que solo te llaman para invitarte a sus ignominiosos aniversarios, mientras tu recorres los vagones del metro sintiendo la presencia de la muerte en cada rostro, en cada ser que se para junto a ti.

Los teatros, las filtraciones, las mentiras, los escándalos, las inoperantes ONG, los mecanismos burocráticos de protección a periodistas, la autoprotección. Todo vale madre. Lo evidente es que no existe un lugar en México que sea seguro para los ciudadanos periodistas, para nadie. Todo este temor, esta impotencia, el coraje insumiso, no lo calman las estadísticas de ninguna Organización No Gubernamental, por más famosa que sea. Han muerto decenas de periodistas en los Estados de la República de México, en la impunidad total, ajenos a la justicia de un Estado corrupto que se colude con el crimen para asesinarnos, secuestrarnos, amenazarnos, callarnos a chingadazos. A como de lugar.

La reflexión en nuestras platicas. El ¿ahora que vamos a hacer cabrón?, no nos deja dormir. Unos cierran las puertas, no salen más que a trabajar y en el trayecto manejan su paranoia. La mayoría niega el miedo para no transmitirlo al compañero. Somos entes de una misma especie, desplazados, agredidos, estigmatizados. Te das cuenta que a todos les valemos madre, que solo a los verdaderos camaradas les importamos y son muy pocos.

La ONG mientras no se rediseñen y continúen emergiendo como “solución” a la responsabilidad del Estado, seguirán siendo lo que señalo. Nada, simples recolectores de datos para estadísticas de revistas caras que regalan en sus instalaciones a las víctimas para que sepan que ya son parte de ellas, pero no más.

Creamos en nosotros mismos, en nuestra capacidad de agrupación, de autoprotección. Como periodistas debemos estar más unidos cada vez, en cada rincón sin discriminación, porque no existe un solo nivel de periodismo que no sea atacado por el poder, en cualquiera de sus manifestaciones.

Existen organismos dignos y honestos, creados por verdaderos periodistas que no se asumen como “protectores del periodismo en México”, que son mucho más efectivos en acciones de capacitación y nos muestran el camino sin tener que quedar a deberles el favor.

Desafortunadamente el Mecanismo de Protección a Periodistas es un monstruo sin cabeza que no ha aprendido a caminar. Por eso debemos hacer que camine. Es un derecho que tenemos acogernos a su protección, y una responsabilidad del gobierno hacer que fluyan las condiciones necesarias para ello.

Quienes hemos estado al borde la muerte, quienes hemos sido agredidos, sabemos de lo que se trata, no permitamos más que la impunidad se convierta en estadísticas de organizaciones no gubernamentales creadas para vivir del abuso de las víctimas.  Mi consejo compañeros es que nuestra lucha sea por nosotros mismos y presionemos a las instancias del Estado a tomar la responsabilidad que le corresponde en la seguridad de los periodistas agredidos.

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Más posts en el blog de Gustavo Villarrubia.

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