Decidí hacer caso a la recomendación dada por Borja Echevarría durante su más reciente visita a Bogotá, y comencé a ver Black Mirror, la aclamada serie de ciencia ficción británica producida en Reino Unido.
El director editorial de Univisión Digital lanzó la recomendación en medio de su conferencia “13 principios para el nuevo, nuevo periodismo” brindada en el marco del XIV Encuentro de Directores y Editores de Medios, convocado por la FNPI a principios de diciembre.
El primer capítulo de la primera temporada de serie me provocó náuseas durante varios días. Me afectó, como lo afectan a uno las buenas novelas.
Titulado ‘Himno Nacional’ (alerta de spoilers, muchos spoilers adelante), cuenta cómo el Primer Ministro británico es obligado a aparecer en televisión nacional teniendo relaciones sexuales con un cerdo para evitar que unos terroristas acaben con la vida de la princesa Susannah, a quien han secuestrado.
Al final del capítulo, se descubre que el cerebro detrás de todo el secuestro es un afamado artista, quien se suicida al ver que su plan ha salido a la perfección, liberando a la princesa. El suceso es calificado por la prensa como “la más grande obra de arte en la historia reciente”.
Profecía cumplida en Turquía
La noticia del asesinato del embajador ruso Andrei Karlov a manos del policía turco durante la inauguración de una exposición en un museo de Ankara me hizo pensar inmediatamente en ese primer capítulo de Black Mirror. Sin querer queriendo, el autor de la matanza terminó dándole tintes de obra de arte a su acto terrorista para enviar un mensaje político.
Las excelentes fotografías de Burnham Ozbilici, (ganador del Premio World Press Photo 2017)cuyo valor nos permitió ser testigos de la cruda tragedia ocurrida en Turquía, muestran al criminal en el centro de un happening, que ya no podremos borrar de nuestras mentes jamás.
Ahora bien, no es la primera vez que los criminales utilizan técnicas artísticas como las instalaciones y los happenings para enviar un mensaje. Los sanguinarios paramilitares conocidos como los ‘Pepes’ en la década de los 90 en Colombia se hicieron famosos por la manera en que adecuaban los cuerpos de sus víctimas, para enviar temerarios mensajes tanto al Gobierno de César Gaviria como a Pablo Escobar.
Dilemas éticos
El mismo día del asesinato del embajador ruso en Turquía, varios de nuestros seguidores en Twitter preguntaron si era ético publicar las fotografías y videos de lo que acababa de pasar en el Centro de Arte Contemporáneo de Ankara.
La respuesta la brindó el maestro Javier Darío Restrepo durante el webinar donde expuso las lecciones periodísticas que nos dejó este difícil 2016. “La imagen del Embajador de Rusia tiene un alto valor periodístico. Es un momento de la historia que no se puede ignorar”, afirmó.
A la pregunta ¿se deben publicar imágenes tan macabras?, la respuesta entonces es sí, debido a su contenido informativo. Pero luego debemos preguntarnos ¿cómo se deben publicar para evitar terminar sirviendo al propósito de los terroristas?… “Puede haber aciertos o fallas al mostrar la foto del Embajador. Depende del enfoque y el contexto que se le dé”, añadió Javier Darío.
En el mencionado capítulo de Black Mirror surgen preguntas similares. Los medios británicos cuestionan si deben reproducir el video donde la princesa es obligada por el terrorista a leer las exigencias de su rescate. El Gobierno había pedido a la prensa no difundirlo, pero esa prohibición no evitaba que el video estuviera ya colgado en miles de canales de YouTube y demás redes sociales. ¿Por qué no lo muestran si el video está ya en todos lados?, se preguntan atónitos los ciudadanos ante la pasividad de los medios.
Temo que casos similares se seguirán presentando en este convulsionado siglo que comenzó con los atentados del 11 de septiembre de 2001. Es decir, terroristas recurriendo a técnicas cada vez más sofisticadas para que sus mensajes sean escuchados, o más bien viralizados.
Cada atentado terrorista es diferente, y las imágenes que produzcan requerirán tratamientos especiales a la hora de publicarlas, dependiendo de su crudeza. Pero en las redacciones debemos estar preparados para responder con rapidez a los difíciles dilemas éticos que estos atentados produzcan, porque si no lo estamos, corremos el riesgo de dejar de ser relevantes.
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