“Busquen mentores”. Así se lo dijo la maestra Alma Guillermoprieto a jóvenes que preguntaban sobre cómo hacer buen periodismo, en el octavo encuentro de Periodismo de Investigación de Consejo de Redacción, en el 2015 en Bogotá. Y lo afirmó con la convicción de que en las redacciones están barriendo con los experimentados, con los editores de vieja data, para ahorrarse unos pesos, sin reparar en cómo afecta esto la calidad de los contenidos.
Este oficio en el que se aprende más haciendo que estudiando, requiere de maestros laboriosos que nos vayan corrigiendo y guiando en el camino. A veces son editores o excelentes reporteros de trayectoria o cultores de las letras, los hay diversos. Para Gabriel García Márquez las verdaderas aulas eran las salas de redacción, pero no tanto como las jornadas de trabajo de campo, al decir de Javier Darío Restrepo.
Precisamente en la novela El guardián del fuego, que he llamado de la ética periodística, de este maestro de la ética, hay un veterano, Santiago, que se mete en mil problemas. También aparece una periodista novata que crea mil problemas, Marta Sofía. Luego de entender ella que no había que hacer daño para informar bien, recoge todas sus embarradas y en un gesto de humildad le dice al experimentado: “En adelante, serás mi maestro”.
“A una persona inexperta hay que darle experiencia, y si es ambiciosa, ponerla ante una oportunidad de demostrar lo que puede hacer”, le dice Santiago a la reportera cuando le da una lección de por qué debe dejar de hacer periodismo de testimonios e ir al frente, en donde suceden las cosas.
El problema es que a muchas de nuestras redacciones llegan martas sofías, hombres y mujeres, y no encuentran ese faro, simplemente porque no existe o, en otros casos, porque existiendo, no les interesa ser guías de nadie. Aún hay mucho veterano que cree que este oficio es de lobos solitarios y que si a ellos les costó hacerse solos, los demás deberán hacer lo mismo. Nada más alejado de las exigencias de hoy, cuando el periodismo cada vez más se hace mejor en equipo.
Otras veces estos jóvenes se encuentran con personas que no tenemos esa capacidad y entrega para enseñar, lo que requiere de mucha paciencia; o porque los tiempos no lo permiten, en estos ritmos de vértigo que tenemos en Latinoamérica.
Así, muchos jóvenes periodistas con garra, terminan en las manos de mentores nada ortodoxos, que también abundan, y al final de su paso por los lugares de práctica creen que esa es la mejor forma de hacerlo. Como la apodada Retaquita de la novela Cinco Esquinas de Mario Vargas Llosa, que haciendo periodismo amarillo era la mejor, todo porque así se lo aprendió a quien siempre consideró su maestro: Rolando Garro.
Un ejemplo
El propio Jack Fuller, autor de Valores Periodísticos, y referente mundial de ética en este campo da ejemplo de honestidad al relatar que cuando empezó su carrera de redactor de notas policiales “era un mentiroso aceptable en la búsqueda de la verdad”. Aprendió a hacerse pasar por el ayudante del forense para obtener información, como veía que lo hacían todos sus antecesores. “Atribúyanlo a mi juventud. (…) Aunque había cantado en el coro de la iglesia y había sido capitán de los guardias de tránsito escolares, rara vez me cuestionaba si estaba haciendo algo malo; simplemente estaba haciendo mi trabajo”, explica. Poco a poco Fuller entendió que esta práctica común en los medios era perniciosa, porque casi siempre era la forma de acortar el camino del periodista con la información, pero en ese engaño por conseguir la verdad, perdía la credibilidad del periodismo. Él lo hacía porque veía que era lo normal, de hecho escribe que le encantaba la adrenalina que sentía en esos momentos, pero cuando cayó en la cuenta de la mala praxis que ejercía empezó a convertirse en un faro, en un mentor para los que aprenderían de él.
Este ejemplo muestra que la preocupación que expongo aquí no es infundada.
Las facultades de periodismo deberían tener como un criterio para enviar a sus practicantes a algunos medios o empresas, el de ver si realmente pueden aprender lo correcto en esos lugares. Veo con preocupación que decenas de jóvenes cada semestre llegan a sitios que no son precisamente ejemplo de buen periodismo, pero las universidades se desentienden y no reparan en el daño que puede causar un mal mentor, que no es un mal menor. Después nos quejamos de que falla la ética de muchos profesionales.
Este asunto es de más hondo calado de lo que parece. Hablamos de jóvenes en formación, que si no han aprendido a dudar de todo aún, pueden ser fácilmente influenciables. Ya he escuchado a algunos decir en público que aspiran a ser como esos periodistas que no distinguen entre ser informadores o políticos, o como los que son chantajistas o los que simplemente quieren su protagonismo y no el de la información.
Busquen mentores, sí, pero que realmente les aporten, guías, que tutelen su formación y no que la manden a un caño. Fue Ben Bradlee el que escribió: “se puede juzgar a un hombre por sus héroes, por los líderes que elige seguir”, y estoy completamente de acuerdo con ello. Dicho esto, agrego que podemos también juzgar a las facultades de periodismo que envían a las fauces de ciertos informadores nefastos a estos aprendices que pueden fácilmente equivocar el camino y terminar atrapados por el lado oscuro de la Fuerza. Ya lo he visto, aunque mantengo la fe en que la mayoría sabrá distinguir entre una cosa y otra. ¿Ustedes qué creen?
***
Las opiniones expresadas en nuestra sección de blogs reflejan el punto de vista de los autores invitados, y no representan la posición de la FNPI y los patrocinadores de este proyecto respecto a los temas aquí abordados.