En el año 2012, la información sobre presuntos abusos sexuales en el jardín infantil Hijitus de la Aurora, en un barrio acomodado de la ciudad de Santiago, generó un profundo impacto.
Se trataba de, en primer lugar, el caso de una niña supuestamente abusada por el monitor de computación del establecimiento, Juan Manuel Romeo, también hijo de la dueña del lugar. Un tipo “raro”, “extraño” y que “no mira a los ojos”, según dijo la madre de la supuesta víctima en su paso por diversos medios de comunicación, en los que hacía un llamado a denunciar y a hablar con los hijos.
De esto surgieron 64 acusaciones más de apoderados del recinto, sumadas a ataques de padres aterrados e indignados fuera de la casa donde cada día llevaban a sus niños. Niños que debieron ser cuidados.
El hecho fue ampliamente cubierto por los medios de prensa, se trataba de un “monstruo” protegido por su progenitora, y los rumores sobre las atrocidades que ocurrían en ese jardín crecían sin pausa. Juan Manuel Romeo y su madre, Ana María Gómez, fueron detenidos.
A Romeo se lo acusó finalmente de cuatro casos de abuso sexual contra menores, y a su madre de cómplice. Las paredes del jardín infantil fueron rayadas y los acusados agredidos al momento de su detención.
El abogado que llevaba las causas, Mario Schilling- ex apoderado- negaba que se tratara de una “histeria colectiva” cuando, día tras día, aparecía una nueva acusación.
Un giro en la historia
Dos años después, esas acusaciones quedaron en sesenta menos y finalmente los testimonios de las víctimas fueron desestimados. La justicia aseguró que el relato que dio origen al caso había sido inducido por la madre de la niña, y Juan Manuel Romeo y su madre fueron absueltos, aunque eso no liberó al ex profesor de computación del ya desaparecido jardin infantil del estigma de abusador de menores.
¿Cómo delvolver la inocencia? ¿Es posible cuando “presunto” o “sospechoso” aparecen muy débiles ante la palabra culpable? ¿Cuándo la noticia deseada supera al hecho real?
El “caso Hijitus”, como se le denominó en Chile, fue aterrador, es cierto, pues nos mostró que, frente a lo que los medios entregaban, todo podía ser vulnerado. La seguridad, la confianza, nuestros hijos, y que nada podría revertir el daño, el rotundo daño del abuso.
Pero lo cierto es que la víctima de esta situación fue un hombre joven que no “miraba a los ojos”, un “hombre raro” que en realidad era un hombre que padecía de epilepsia refractaria y que por eso era más introvertido y errático. Sólo eso. No un abusador.
El respeto a la presunción de inocencia no es suficiente. Escribir en condicional tampoco.
Casos como éste nos obligan a pensar en la histeria colectiva de aquellos padres que vieron abuso donde no lo había, y a preguntarnos si como seres humanos y sobre todo como periodistas no habremos caído en esa locura también, en esa espiral de miedo y de irracionalidad que nos hizo ver en lo diferente algo perverso. Y en lo raro a un culpable que hoy no tiene casa, ni jardín infantil ni vida normal, pues es insultado en la calle o en el supermercado. El hijo de una mujer que gastó lo que no tiene en una defensa. La verdadera víctima.
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* Lyuba Yez es periodista de la Universidad Católica de Chile y se ha especializado en el estudio de la ética aplicada a las comunicaciones y en la investigación de cobertura de tragedias. Actualmente es docente de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica y de la Escuelas de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado.
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