Mi reino por el Carnaval

Mi reino por el Carnaval

Unas ochenta personas toman una calle del barrio todos los viernes, desde que comienza el año. Solo cuando tienen un evento paralelo al carnaval ocupan la rotonda presidida por la estatua de la cumbia también los miércoles. A estas citas complementarias acuden las parejas que Marriaga elige por cuestiones estéticas –“con una cara bonita, buen cuerpo, gordas no queremos”- y nivel de baile.
Bailarines de la práctica Cumbion de Oro en una calle de Barranquilla el 18 de enero de 2013. Joaquín Sarmiento/Archivo FNPI
Ana Marcos

“Abrí la puerta y apareció: ¡ay mi madre, la chica que me gusta!”, recuerda Álvaro Enrique. La suerte, el carnaval y la cumbia se unieron hace 16 años cuando este joven barranquillero de 36 se topó de frente con la mujer de su vida –por el momento-. Eliana, entonces, tenía 15 y la única intención de pasar la audición del Cumbión de Oro, la cumbiamba fundada por Gabriel Marriaga Tejada, en el sector de Siete Bocas, un barrio humilde de la ciudad colombiana de Barranquilla. “¿A ti te gusta esto?”, le preguntó el director de la formación. “Y ahí, empezó la aventura”, se apresura a contestar Álvaro, frente a la sonrisa pilla de su esposa.

Ante la cúpula del grupo de cumbia encabezada por Marriaga, su esposa Cira “y algunos veteranos”, apunta el líder, Eliana tuvo que demostrar sus dotes en el paso cortico y el movimiento de cintura que caracteriza a esta danza de coqueteo sin roces, originaria de la ribera del río Magdalena.  “Vestía camiseta amarilla y pantalón negro”, cuenta su marido, que por casualidad estaba aquella tarde en la casa de Gabo, el mote con el que se identifica a Marriaga en el barrio.

Desde hace 30 años, este matrimonio barranquillero recibe en su morada “carnavalera” a todo aquel que quiera compartir su amor por la cumbia. A partir de junio, comienzan con la selección y el entrenamiento de las parejas que durante más de dos horas bailarán por la vía 40, en la Batalla de Flores, el día del gran desfile del Carnaval, en el que participan más de 25.000 personas. “Las parejas del Cumbión tienen que estar preparadas para bailar durante más de dos horas al sol”, explica el director. No se trata solo de disfrutar, durante el camino tendrán que competir con el resto de las agrupaciones de baile. “Nosotros hemos ganado 19 Congos de Oro”, dice Marriaga frente a los máximos galardones del Carnaval que atesora en su casa-museo, salpicada por instantáneas que ya forman parte de la historia del Cumbión.

Pero además de pasión y tradición, para ser miembro de la cumbiamba hay que abonar una cuota de inscripción de 80.000 pesos (algo más de 44 euros), que en el caso de Eliana alcanzó la cifra de los 590.000 (unos 329 euros, lo que equivale al salario mínimo en Colombia) por el coste del vestido y los complementos –pendientes, tocado y zapatos-. “Ella era muy joven y no tenía cómo pagarlo, así que el grupo le dio 100.000 pesos (42 euros) de ayuda”, recuerda Álvaro, contable de la Secretaría de Hacienda de la Alcaldía de Barranquilla. “Siempre se intenta repartir un poco de plata entre las mujeres porque los vestidos son muy costosos”.

La cumbiamba se financia de manera colectiva. Todo el dinero que se ingresa de la inscripción y una serie de actividades paralelas que realizan durante el año se destina a cubrir los gastos comunes, como la comida y el agua para la batalla de Flores. “Nosotros siempre compramos boletas de las rifas para vender entre nuestros compañeros”, explica Eliana, médico en una empresa que ofrece sus servicios a la alcaldía. “Obviamente a los cristianos no se las vendo, pero siempre están los locos carnavaleros que te compran para ganarse un celular [teléfono móvil] o una televisión”, continúa su marido.

Fanáticos del Carnaval, Álvaro llegó a perder su trabajo hace cinco años cuando decidió viajar con el Cumbión a un evento en París, en contra de la opinión de su jefe. “A la vuelta me encontré con un sustituto sentado en mi silla”, relata. “No fue la mejor noticia, pero tampoco me importó. El carnaval es mi vida”.

Marriaga despliega sus libros de contabilidad y se empeña en repetir las estratosféricas cifras que acompañan a la fiesta del carnaval, consciente del esfuerzo que supone para las 44 parejas de clase media baja que componen el Cumbión su participación. “Solo desfilar cuesta 50 millones de pesos (más de 20.000 euros)”, empieza a relatar. “Con las inscripciones y la venta de boletas conseguimos reunir otros 10 o 12 millones (entre 4.000 y 6.000 euros), el resto lo tenemos que buscar en patrocinios”. Antiguo comercial, ahora presidente de las cumbiambas de Barranquilla (Funde Cumbias), la intención de Marriaga es doble: no solo muestra lo que considera “las consecuencias de la comercialización del carnaval”, sino que despeja cualquier tipo de duda sobre el destino del dinero, “todo va al Cumbión”.

Este año el calendario ha marcado fecha para el 9 de febrero. Durante cuatro días, muchos de los habitantes de Barranquilla (casi dos millones) gozarán de la fiesta para la que llevan preparándose casi un año. Dirigida por la empresa Carnaval SA, cuenta con un presupuesto de 5 millones de dólares (algo menos de 4 millones de euros), entre financiación pública y privada, y supone 20.000 empleos directos.

Cira, “una de las tres veteranas del grupo” –en su galantería Marriaga no precisa la edad de su señora, ni amaga con mencionar la suya-, espera sentada en una tiendita la paulatina llegada de las 16 parejas que los miércoles, excepcionalmente, practican en este barrio del sur de Barranquilla. “¿Cuánto es hoy?”, pregunta una joven mientras se acomoda la falda, requisito indispensable con la camiseta amarilla y la gorra por el aniversario de la cumbiamba. “5.000 (unos 2 euros), como siempre”, responde la mujer.

Unas ochenta personas toman una calle del barrio todos los viernes, desde que comienza el año. Solo cuando tienen un evento paralelo al carnaval ocupan la rotonda presidida por la estatua de la cumbia también los miércoles. A estas citas complementarias acuden las parejas que Marriaga elige por cuestiones estéticas –“con una cara bonita, buen cuerpo, gordas no queremos”- y nivel de baile. Respetando la tradicional liturgia de la cumbia, ensayan en círculo en el sentido contrario a las agujas del reloj. Las mujeres mueven la cintura, al tiempo que usan su falda para marcar la distancia con su pareja. Ellos, a su alrededor, se aferran a sus sombreros de paja para guiar el cortejo. Sobre las puntas, en un ejercicio que “termina por machacarte las piernas y la cadera”, explica Marriaga, giran, jalean y sonríen. El truco de la cumbia consiste en inventar cualquier tipo de treta para no acabar pringado con el esperma (cera) de las velas que las mujeres portan como arma, por si el vuelo de sus faldas no es suficiente distancia de seguridad.

“Esta cumbiamba se maneja con un criterio de familia, y siempre nos ha dado buen resultado”, dice el director, al tiempo que marca el ritmo del ensayo con su teléfono iPhone. Eliana y Álvaro, en el centro del grupo, empezaron bailando en distintas parejas hasta que en 2003 se unieron. Les separaban siete años de edad y mantenían en secreto el amor que un viernes precarnavalero se confesaron. “La cumbiamba participó en mi despedida de soltera”, cuenta ella, “y muchos asistieron a nuestra boda el 19 de marzo de 2011”. Si se produce un nacimiento, la cumbiamba está ahí. Si alguien muere, la cumbiamba acompaña. “No acepto que dentro de las 44 parejas haya grupos que no se hablen porque pertenezcan a un estrato más alto”, sentencia Marriaga. “Aquí todos vinimos detrás de una misma causa: bailar cumbia”.

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