El Fondo para Investigaciones y Nuevas Narrativas sobre Drogas (FINND) otorgará, en su segunda edición, entre 15 y 22 becas, de entre 2.000 y 6.000 dólares cada una, para apoyar y fomentar trabajos periodísticos innovadores, que aborden con rigor, ética y calidad los desafíos, retos y oportunidades relacionados con las políticas de drogas en Latinoamérica.
Surgido de una alianza entre la Fundación Gabo y Open Society Foundations (OSF), el FINND pretende ir más allá de coberturas tradicionales que tienen que ver, por ejemplo, con pistas de aterrizaje al servicio del narcotráfico, narraciones sobre la denominada ‘guerra contra las drogas’, historias de vida de traficantes de drogas ilícitas, y en general coberturas basadas en estereotipos y lugares comunes sobre el tema.
Por el contrario, buscar estimular propuestas que analicen, desde abordajes innovadores, los fenómenos relacionados con las drogas declaradas ilícitas.
Conversamos con Zara Snapp, cofundadora del Instituto RIA, organización que investiga y busca incidir en políticas de drogas y construcción de paz, sobre las consecuencias de las políticas prohibicionistas y punitivas sobre drogas y lo que debe hacer el periodismo para revertir los prejuicios y tabúes en torno a las drogas declaradas ilícitas.
La convocatoria está abierta hasta el 14 de septiembre para personas que se desempeñen como periodistas ‘freelance’ o que tengan vinculación permanente, o en calidad de colaboración, con medios de comunicación en Ecuador, Bolivia, Colombia, Paraguay, Perú y México
¿En qué consisten las políticas prohibicionistas sobre drogas? ¿Cuál es el fundamento de estas?
La prohibición empieza por gobiernos que piensan que las personas que usan drogas no pueden tener una autorregulación o un control propio sobre su consumo. Hubo desde un principio la idea de que solo hay un tipo de consumo: un consumo crónico que causa problemas en la salud y que está dañando a muchas comunidades.
Pensemos en la guerra del opio y en esa época en la que se pensaba que “necesitamos erradicar este mal de nuestras sociedades”, porque no existía ninguna otra experiencia con esas sustancias. Esta no fue una política basada en evidencias sino en el miedo, en estigmas, en prejuicios y en un desconocimiento de las plantas y sustancias psicoactivas.
Cuando vemos por qué implementan esa política a nivel internacional, desde las convenciones de Naciones Unidas, tiene mucho que ver con esta idea paternalista de cuidarnos, de asegurarse de que las personas no tengan acceso a las sustancias y en definir que sólo hay dos tipos de usos legítimos: el uso medicinal y el uso científico. También se pusieron unos objetivos: en 1961 dijeron que iban a erradicar los cultivos de amapola, de hoja de coca y de cannabis del mundo dentro de 25 años. Claramente, nunca cumplieron con esa meta. Y, más bien, lo que hemos visto es un aumento en la producción a nivel global, fomentado por una demanda que también existe.
Ahora, lo que complica el asunto de desmantelar este sistema y este enfoque prohibicionista son todos los intereses alrededor. Es un negocio hacer guerra. Es más fácil comprar armas y nombrar un enemigo público con el cual tener una guerra constante, como los narcotraficantes, y decir estos son ‘los malos’, sin matizar el discurso. No tienen en cuenta que muchas de las personas que participan en los mercados ilegales de drogas lo hacen por razones económicas o por razones culturales.
Hay que mencionar la influencia de Estados Unidos a nivel internacional y cómo ellos han utilizado esta ‘guerra contra las drogas’ para justificar bases militares e intervenciones en diferentes países. En México tenemos la Iniciativa Mérida, con la que Estados Unidos brinda asistencia monetaria, que nosotros como país tenemos que gastar en productos que solamente vienen de Estados Unidos. Es un negocio redondo que fomenta un estado de guerra continua.
Esto ha venido acompañado de un discurso de estigmatización hacia personas que usan drogas, utilizado como una forma de control social hacia ciertas poblaciones, que pueden ser en poblaciones negras en Estados Unidos, indígenas en otros países. En México al principio fue en contra de los chinos que vinieron a construir los ferrocarriles y trajeron consigo el opio. Lo vemos en la criminalización de las juventudes en general: los marihuanos, los que están ‘moneando’, que en México son los que inhalan. Se crea todo este discurso muy discriminatorio de destacar los peores casos del consumo y desde ahí fortalecer su estrategia.
Ha surgido un cambio en los últimos años. Muchos de nosotros hemos podido decir que sí hay un consumo responsable, que son muchas las personas que consumen sustancias: la mayoría lo hacen de una forma responsable, teniendo vida familiar, trabajos y una vida productiva. Y eso hace frente a esa idea de que todas las drogas te van a llevar a estar en la calle inyectándote y sin posibilidad de llevar a cabo un proyecto de vida. Es cuestión de la sociedad de decir “ya basta” ante la estigmatización.
Hasta la propia ONU reconoce que el 89% de las personas que consumen sustancias ilegales lo hace sin desarrollar un consumo problemático, y que sólo el 11% lo hace con un consumo que puede generar problemas en su personal o profesional. Ese 89% evidentemente es la gran mayoría y requiere de otras políticas que no son la prohibición.
Tenemos drogas estimulantes como la cocaína y la metanfetamina, pero también otras como el cafeína y la nicotina; y drogas depresoras como la marihuana, pero también el alcohol. En cierta forma todos estamos consumiendo drogas. ¿Por qué unas son legales y otras no?
Cada país tiene diferentes historias sobre por qué. Muchas tienen que ver con intereses económicos. Hemos normalizado el uso del alcohol y del tabaco porque se han podido comercializar desde hace mucho tiempo y ahora son una gran industria. Hace un siglo se declaró ilegal la cannabis y el cáñamo para sus usos industriales porque la industria del algodón quería tener ese mercado. Ahora, son intereses distintos, por ejemplo, porque la marihuana podría ser una amenaza para las prescripciones médicas y todas las pastillas que la gente toma.
Yo creo que si vemos el futuro de las sustancias --más allá de cannabis-- no sería una gran oportunidad comercial, pero sí sería una gran oportunidad para la humanidad de trabajar y acercarnos un poco a la reconciliación que requieren algunos países que han pasado por muchos años de violencia hacia personas que consumen sustancias.
Cuando hablamos de drogas, no solo estamos hablando de drogas ilegales sino de plantas y sustancias psicoactivas. Eso incluye café, alcohol y tabaco. El café es un estimulante y la gente dice “mi día no empieza hasta que tomo café”, pero si yo dijera “mi día no empieza hasta que me tome mi primera raya”, me verían como una loca. El café lo hemos normalizado y nos sentimos bien con eso, pero existe adicción, existe dependencia fuerte hacia hacia el café, y hay síntomas de abstinencia cuando uno deja de consumir café.
¿Cómo el periodismo ha reforzado esta línea prohibicionista, de ‘guerra contra las drogas’?
Los medios utilizan imágenes muy fuertes al hablar de sustancias. Cuando publican un artículo sobre marihuana ponen a una persona, que claramente es menor de edad, fumando un porro enorme, sentada en la calle, sin reconocer que la marihuana tiene muchos otros usos. Yo he publicado diferentes ensayos y artículos sobre la regulación de las sustancias y recuerdo que ilustraron uno con una foto de una persona inyectándose en la calle. Claramente yo no estaba hablando de eso. Habría sido mejor poner una foto de un sitio de consumo supervisado o de qué significa un enfoque de salud. También vemos los términos que utilizan como seguir usando ‘adicto’, asumiendo que cualquier consumidor sufre de dependencia o adicción.
Los medios a veces no ayudan, pero creo que en nuestros países sí hay medios y reporteros que buscan cambiar la narrativa. Con ellos podemos trabajar en los términos, para entender las diferencias entre descriminalización y regulación, la importancia de decir ‘personas que usan drogas’ en lugar de adicto o drogodependiente. Los medios requieren capacitación, requieren tener esas conversaciones, pero eso debe partir de una curiosidad de los medios sobre el tema para entrar más.
Creo que todavía nos falta mucho en cuestionar los datos oficiales de los gobiernos. Los periodistas deberían poder tomar esos datos, presentarlos y contrastarlos con la realidad. Por ejemplo, contar la historia de una comunidad cultivadora, de quienes están siendo afectados por la erradicación de su cultivo, por qué una familia en México cultiva amapola, por qué cultiva coca una familia en Colombia, cuál es su relación con intermediarios o con otros actores en la cadena de producción. Pero hay que describir y contar las historias más allá de las cifras o del horror.
Algo que le ha ayudado a los medios a retomar este tema ha sido el activismo y que hay notas, hay cosas que escribir, hay cosas que compartir, por ejemplo, porque logramos una jurisprudencia, o cada vez que hay un caso importante en la corte. Entonces se trata de encontrar una historia alrededor de las noticias.
Digamos que la captura de El Marro es la noticia en México, pero es muy delicado esto porque no quieres glorificar la vida de esta persona que es responsable de tantos actos violentos; pero al mismo tiempo, él es una es un producto del sistema. Entonces, en las historias que sacan los periodistas ¿cómo se puede matizar, entendiendo que si no es él va a ser alguien más? Él no es especial, el Chapo no es especial. Lo hemos notado porque ya los reemplazan sin problema. La historia es por qué cómo país seguimos produciendo estos personajes, cuáles son las condiciones estructurales que nos llevan a estar ahí.
Es lo mismo que abogamos cuando estamos hablando de temas de consumo. Normalmente no es la sustancia que uno consume la que determina cómo va a ser mi experiencia sino mis circunstancias, la situación que me rodea.
En México, una cosa que ha sido muy difícil son las masacres que hemos tenido en los centros de tratamiento, conocidos como anexos. En las notas uno lee “mataron a 26 jóvenes que estaban en tratamiento y fue por una venganza”. Sabemos que el 92% de estos centros no están regulados por el Estado, y muchas personas están ahí contra su voluntad porque su familia los lleva o porque no tenían otras oportunidades en su vida; entonces por eso tal vez desarrollaron alguna dependencia. Y sabemos que si una persona decide salir del crimen organizado, es muy difícil construir un nuevo estilo de vida. Pero para los medios solo fue una venganza entre dos grupos, con 26 jóvenes asesinados.
Ya tenemos que dejar de justificar las muertes, las desapariciones o las violaciones de derechos humanos por estar bajo un enfoque prohibicionista, una política punitiva. Eso ya no puede ser justificación. El ejército ya no debería entrar a ningún lugar para matar gente. Los pueden detener, los pueden investigar por delitos; pero solo por formar parte de estos grupos no significa que deberías morir. Nada te quita ese derecho. Creo que todavía en México y en muchos de nuestros países pensamos que por ciertos comportamientos entonces tú pierdes tus derechos.
¿Hacemos eso porque es lo más fácil o porque no nos importa? ¿Cómo aumentamos el valor de la vida? ¿Cómo valoramos la vida en nuestros países cuando tenemos tantas muertes por violencia en las que el Estado es uno de los autores? Es muy difícil y por eso es importante el trabajo de brindar a periodistas esa educación para que puedan entender mejor y hacer un mejor trabajo. Los medios no pueden seguir haciendo lo mismo.
¿Cuál ha sido, en términos generales, el impacto político y sociológico de las políticas prohibicionistas en América Latina? ¿Qué tabúes ha perpetuado?
Hay una nota que he usado como ejemplo en talleres que dice “fumar mota te vuelve gay”. Quieren volver tabú la orientación sexual y el consumo de sustancias. También el tema de que quienes consumen no pueden llevar una vida productiva, así como temas raciales que no estamos no estamos hablando suficiente en nuestras sociedades.
La mayoría de gente no puede salir del ‘clóset psicoactivo’ porque seguimos con muchos prejuicios y poco entendimiento sobre que, por ejemplo, el consumo de cannabis tal vez no es un consumo problemático y que las sustancias en sí no son malas. Otro tabú es el de las personas que participan en el mercado ilegal. Decimos “bueno, las personas que solo consumen y poseen la sustancia no deben ir a la cárcel, pero los dealers sí”. Y pues ellos también son personas, que han creado redes de confianza, probablemente tienen otro trabajo y es algo que hacen adicionalmente. También hemos estigmatizado muchísimo a las comunidades cultivadoras, diciendo “ ellos son el narco”, porque tenemos esa idea de estar buscando al enemigo público.
Hasta la idea de los cárteles. Hablamos como si cada grupo del crimen organizado fueran narcotraficantes. No, hay muchos grupos que no tienen la posibilidad de ser narcotraficantes porque necesitas diferentes contactos, logística y es un poco más complicado. Lo más fácil es dedicarse a la extorsión porque solo necesitas armas.
Entonces, hemos estigmatizado a toda la cadena de producción de diferentes formas, mientras a algunos como el Chapo o como Pablo Escobar los hemos puesto como un paradigma. Y no, en realidad hay muy pocas personas que hacen toda su vida en este negocio. Es algo que mucha gente hace para aliviar una pobreza extrema, para poder mandar a sus hijos a la escuela o poner un nuevo techo en su casa.
Creo que estamos empezando a superar los tabúes en nuestro discurso alrededor de la regulación de cannabis. Ya no hablamos de crear un mercado paralelo al mercado ilegal que hoy en día existe, sino que hablamos --y hasta los legisladores lo hacen-- de cómo se transita de un mercado actualmente ilegal a un mercado ilegal. Y eso entonces significa que la regulación tiene que ser amigable a esas comunidades.
¿Cómo pueden los medios hablar claramente sobre drogas y desvirtuar estos tabúes, en sociedades tan conservadoras como las latinas?
Hay que encontrar voceros que formen parte de estos grupos, pero que han cambiado de "opinión, para que ellos sean los que lleven ese mensaje en México. Ese fue el caso con el primer amparo en la Suprema Corte. Eran empresarios los que llevaron ese caso, gente que decía “yo no consumo, pero creo que la prohibición no ha funcionado”. Es cuestión de buscar esas personas que los puedan convencer.
Otra estrategia es llegar con la parte humana. La historia de la niña o el niño que tiene epilepsia y que requiere cannabis. Tenemos que buscar esos rostros. Y a veces tenemos que hacer preguntas diferentes. Por ejemplo, si agarran a tu hijo consumiendo, ¿prefieres que vaya a la cárcel o que se le ofrezca algún servicio de salud? Ahí es cuando la gente dice “no quiero que manden a mi hijo a la cárcel”.
En México hemos intentado argumentar que una regulación liberaría recursos del Estado para poder perseguir delitos de alto impacto, y que estos delitos sobre drogas han sido una distracción de lo que realmente nos preocupa como el problema de inseguridad en el país. Los ministerios públicos, los jueces, los fiscales pasan mucho tiempo en estos delitos en vez de investigar el secuestro, una desaparición, un homicidio. Entonces es saber hacia quién vamos a poner la responsabilidad, y el actor que realmente podemos cambiar con esto es el Estado. A muchos grupos conservadores les importa mucho el Estado de Derecho, pero la guerra contra las drogas o las políticas punitivas generan corrupción diaria entre policía y usuario --te revisan y les pagas una mordida para irte-- y corrupción a altos niveles para poder traficar sustancias y sacarlas de las fronteras . Queremos bajar la corrupción y por ende queremos cambiar las políticas de drogas, queremos cambiar la investigación y persecución de delitos de alto impacto; entonces ya dejemos de distraernos en delitos sobre drogas.
Creo que también tenemos que pensar en que hay tercios: una tercera parte que está muy a favor, una que puedes cambiar y una que nunca vas a cambiar. Solo nos podemos enfocar en los que podemos cambiar y entender que siempre va a haber un público que no te va a escuchar. Eso es entendible: los derechos no se ponen a consulta; son algo que se va reconociendo con el tiempo.
¿Cuáles son las ventajas de hablar claramente del tema de drogas?
La ventaja de hablar sobre drogas verazmente, de una forma honesta, hablar de la política de drogas y la historia de la política de drogas es que podremos tal vez avanzar sin repetir los errores del pasado. Eso crea confianza, y lo que buscamos como sociedades es mayor tejido social, mayor acercamiento. En el momento que alguien te miente sobre estas cosas, ya no hay confianza, puede ser como medio, gobierno, maestro de clase, padre o madre de familia.
Entonces tenemos que decir la verdad, tenemos que ser claros en nuestro reconocimiento de los errores y de lo que ha sucedido en nuestros países y que se ha justificado bajo este paraguas de la guerra contra las drogas porque necesitamos recuperar la confianza.
Siempre lo digo, esto es un cambio político pero también es un cambio cultural. Hay que estar dispuesto a tener estas conversaciones. Hay que buscar abrir esta discusión y uno nunca sabe qué va a salir. Cuando viajo a otro país me preguntan “¿qué vienes a hacer aquí?”. Les digo “quiero regular el uso de cocaína” y me preguntan dicen “¿cómo puedes querer eso?. Y les contesto “los países solo se quedan con el 2% de las ganancias de las cocaína; ¿cómo sería si se quedaran con el 80%?” Entonces, les empieza a hacer más sentido.
Si buscas en internet hay un capítulo de la telenovela La rosa de guadalupe en el que hablan de marihuana. Ahí puedes ver todos los mitos que se alimentan en un capítulo de una telenovela. Que por haber comido una hoja de una planta de cannabis una niña desarrolla una dependencia de la cannabis y entonces no puede dejar de consumirla cuando es adolescente. Que una madre que, sin saber que estaba embarazada consumió una vez, y por eso el bebé tiene una adicción. Que el albañil es el que está fumando marihuana. ¿Qué más me está diciendo esta telenovela? Que todo eso está mal.
A ninguno de nosotros nos hicieron una educación sobre drogas desde una temprana edad como se habla de café, hablando de chocolate, hablando de azúcar, hablando de cerveza. Si hiciéramos eso, entonces ya podríamos tomar mejores decisiones. A nadie le toca esa educación sobre drogas; entonces los medios tienen una responsabilidad de dar esa información eficazmente, entendiendo que son una de las vías de educación.
Sobre Zara Snapp
Es cofundadora del Instituto RIA, organización que investiga y busca incidir en políticas de drogas y construcción de paz, miembro del directorio de ReverdeSer Colectivo (México) y asesora internacional de Acción Técnica Social (Colombia). De 2014 a 2017 formó parte de la Secretaría de la Comisión Global de Políticas de Drogas, donde se enfocó en la estrategia latinoamericana y la Asamblea General de las Naciones Unidas 2016. A menudo escribe y da presentaciones sobre políticas públicas innovadoras relacionadas con la regulación de sustancias psicoactivas, desde un marco basado en los derechos humanos y la justicia social. Escribió el libro Diccionario de drogas, publicado en 2015 por Ediciones B. Es licenciada en Ciencia Política por la Universidad de Colorado en Denver y maestra en Políticas Públicas por la Universidad Harvard.