En la cuarta y penúltima jornada del encuentro anual de cronistas ‘ñamericanos’ y españoles con Martín Caparrós se trabajaron los trabajos de Marcela Turati (sobre la búsqueda de una desaparecida en los vuelos de la muerte mexicanos) y de Joaquín Sánchez Mariño (sobre un argentino excéntrico con dinero que cree comprar amor como compra el resto, y otras masculinidades).
En la penúltima jornada del Taller de libros periodísticos con Martín Caparrós 2024 sobresalió lo dicho sobre la importancia de la búsqueda de los principios de los textos, sobre la importancia del encuentro con los finales de los mismos y sobre la importancia de dar con estrategias personales para enfrentarse a lo peor del oficio para cada uno.
“Los cronistas somos cazadores de principios”, dijo Caparrós como quien acaba de cazar uno. “Los busco todo el rato. Si encuentro uno, estoy más aliviado. Si encuentro dos, estoy contento. Si encuentro tres, estoy feliz. De esos tres o cuatro o cinco, uno será el principio del texto y los otros me servirán para reabrir en momentos en los que necesito recuperar cierto ritmo”. Es decir, los principios cazados son el eje sobre el que estructura. “Así que cuantos más uno tenga, mejor”. Caparrós los redacta in situ y los apunta. Es decir, no es que tome notas en su pequeño cuaderno de tamaño bolsillo trasero del vaquero que siempre llevó, hasta que se tuvo que sentar en una silla de ruedas. Martín Caparrós redacta sus grandes crónicas en ese cuadernito mientras reportea.
Cazar principios no es cualquier cosa. Para cazarlos hay que tener actitud de “cazador primitivo”, hay que poner “atención extrema”, los cinco sentidos. Hay que sentir que, “si no estás atento a la que salta, esa noche no cenas”.
Los comienzos le importan porque “es la parte del texto que más personas van a leer, sin ninguna duda”. Nadie sabe si después de esas primeras líneas el lector seguirá leyendo. “Desde el punto de vista más oportunista, el principio es el momento de publicitar el texto que estás escribiendo. Si nos ponemos cínicos, esa es la función básica del principio: conseguir que se compren lo que les estás ofreciendo”. Sobre las maneras enumeró: “sorprendiéndote, planteándote un enigma, ofreciéndote algo con lo que te identifiques o todo lo contrario, algo que te parezca ofensivo”. Aparte de eso, “un poco menos cínicamente, los principios son fundamentales porque sientan el tono, el ritmo y la forma del resto”.
Puso como ejemplo: “Si uno empieza diciendo: A las 4:08 de la tarde del jueves 28 de diciembre de 1983 un señor naraná, naraná, el lector dice ‘uuuuuuuuuh’. En cambio si uno empieza con: cuando abrió la puerta estaba oscuro, nunca vio la mano que cayó sobre su cabeza, el lector dice ‘ajá’, aunque luego digas que ‘eran las 4.08 del jueves bla, bla bla’”.
Y mientras los comienzos los busca todo el tiempo, los finales son algo que nunca consiguió decidir. “Hay un riesgo bastante fuerte de acabar con un chanchán o chimpún, llámenlo como quieran. Está bien, pero es un poco berreta, un poco vulgar. Algo que redondea todo o que vuelve a eso con lo que empezaste, o que retoma alguna cosa que fue fuerte y que la completa. Es la manera más usada y, quizá eficaz, pero a mí no me gusta.” […] “Nunca busco finales mientras trabajo, ni los pienso casi hasta el momento de llegar a ellos. Nunca sé bien qué hacer con eso.” No busca los finales, salen a su encuentro.
Los finales que le gustan y que cree “bastante difícil” de conseguir “son esos que cuestionan aquello que acabas de decir, en lugar de confirmarlo –que sería el chanchán– “. Y así obliga al lector a repensar todo lo que leyó, todo lo que creía haber entendido.
“No siempre se puede hacer eso”, reconoció y puso como ejemplo una vez que sí pudo en su crónica “El sí de los niños”, publicada en 1997 en Clarín, sobre la prostitución de menores muy menores –menos de diez años– en Sri Lanka y sus depredadores sexuales.
Hay algo que le preocupa de la crónica y es “la función Macedonio”. Macedonio Fernández –escritor, amigo y contemporáneo de Borges– decía que la municipalidad de Buenos Aires tenía que pagar a un señor horrible, un verdadero esperpento, para que se paseara por la calle Florida, la más concurrida entonces, para que al verlo, todos los demás se dijeran “yo no estoy tan mal”.
“Me da mucho miedo cuando una crónica cumple esa función Macedonio de hacerte ver una cosa horrible para que tú digas ‘bueno, nosotros no estamos tan mal’, que es algo que pasa con mucha frecuencia. A los periodistas, por supuesto, nos gusta contar situaciones espantosas, Doña María las lee y dice: ‘Aquí estamos bien, a nuestros chicos no se los coge nadie’. Yo detesto esa función porque es como usar la crónica como una especie de sedante, no como un revolvedor, o como quiera que eso se llame”.
En el caso de Sri Lanka le daba miedo eso y algo lo arregló. De vuelta a Colombo, la capital, después de su inmersión en la costa sur del país, Martín le estaba contando a un tipo las cosas horribles que había visto y el tipo le cuestionó: “¿Qué pasa que en tu país no hay trabajo infantil?”.
Aquello le disparó una cascada de preguntas a las que buscó respuesta: “¿Será que es tan distante cogerse a un chico que ponerlo catorce horas a machetear hoja de mate? No estoy tan seguro. A primera vista sí, porque tenemos una moral sexual X y porque lo otro nos sucede todo el tiempo y esto no; pero ¿es tan distinto tener a un chico trabajando diez, doce, catorce horas?”. Ese fue el final que encontró sin buscar y que obliga al lector a repensar todo el texto.
A raíz del “asco” que le dio hacer esa crónica, en la que se hizo pasar por pedófilo para tener acceso a los clientes, a los niños, a las familias que los prostituían, después de fotografiar a cuatro o cinco niños que lo hacían posando para él en una playa, estuvo cuatro días sin poder moverse de una cama. No le había pasado nunca y no le volvió a pasar.
Esa anécdota abrió la caja de Pandora de lo peor a lo que cada uno de los participantes ha visto la cara.
La mitad, cuatro, han mirado de cerca a la muerte muchas veces y han buscado sus maneras de trabajar con eso. Tres decidieron no mirar hace tiempo. Dejaron de necesitar ver cadáveres para contarla. “Las imágenes son lo que más te persigue. Luego te visitan”, contó una de ellas. Otro dejó de cubrir muertes. Otra más lo llevó aún más lejos: no ve imágenes de guerra, heridas ni sangre. El cuarto mira y hace chistes: es su manera de enfrentarse a lo terrible.
Todos reconocieron arrepentirse de haber hecho preguntas torpes, dolorosas en momentos en los que el dolor rebosa. Una hace tiempo que decidió no preguntar a las víctimas y a los supervivientes por lo obvio en esos momentos, si no por sus sueños. Tras años de experiencia descubrió que, con esa distancia, se puede contar el dolor sin que haga más daño.
El día anterior todos se despidieron hablando sobre la muerte o no del exotismo por el auge de las redes sociales; esta vez lo hicieron hablando: “Nunca sé bien qué hacer con eso. Solo sobre cómo trabajar con la primera”.
El maestro
Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) se licenció en historia en París, vivió en Madrid, Nueva York y Barcelona, hizo periodismo en gráfica, radio y televisión, dirigió revistas de libros y revistas de cocina, tradujo a Voltaire, a Shakespeare y a Quevedo, recibió la beca Guggenheim, los premios Planeta y Herralde de novela, los premios Tiziano Terzani, Roger Caillois y Caballero Bonald de ensayo, los premios Rey de España, Moors Cabot y Ortega y Gasset de periodismo. Es maestro de la Fundación Gabo desde 2000 y miembro de su Consejo Rector desde 2013. Ha publicado más de cuarenta libros en más de treinta países. Los últimos son las novelas Sinfín y Sarmiento y los ensayos Ñamérica y El mundo entonces. En 2023 Random House inició, con unos 15 títulos, la publicación de la “Biblioteca Martín Caparrós”, que reeditará la mayoría de sus obras.
Los participantes 2024
Gabriel Labrador viene de El Salvador, trabaja en El Faro y está escribiendo sobre la democracia en su país; Patricia Nieto, de Colombia, es freelance y profesora universitaria y escribe sobre la vida en el Amazonas colombiano de los habitantes que se resisten a abandonar la selva; María Gabriela Verdezoto, de Ecuador, freelance, sobre lo que la minería del oro ha hecho a su país; Daniel Burgui, de España y freelance, sobre las repúblicas islámicas de Asia central; Jacobo García, de España también, trabaja en El País y prepara un libro sobre Ñamérica tras más de veinte años allí; Marcela Turati, de México, trabaja en Quinto Elemento Lab, sobre una desaparecida en 1978 en la “guerra sucia” del cuerpo policial militar contraguerrillero en su país; Joaquín Sánchez Mariño, de Argentina, que trabaja en Antartica Press, prepara proyecto sobre un encargo de un libro que le hizo un hombre para que escribiera su historia de amor para salvarla y Silvina Ajmat, argentina también pero residente en Madrid, trabaja en Mediaset y prepara libro sobre el Programa Visar de 2019 que prometió la nacionalidad española a los argentinos hijos y nietos de españoles y resultó ser un fraude.
El taller
Hoy, el formato libro es el refugio del mejor periodismo narrativo. Ante la reticencia de muchos medios a publicar artículos largos y su desinterés por determinados temas, los periodistas más entregados eligen esta forma de trabajo laboriosa, paciente y contracorriente, sacándole tiempo al tiempo para escribir sobre lo que quieren y como quieren: sin restricciones, órdenes, ni límites más que los propios.
El taller de libros periodísticos de Martín Caparrós se organiza anualmente desde hace una década. En él se reúnen ocho periodistas/escritores ñamericanos, que tienen un libro entre manos, para trabajar en sus estructuras y contenidos durante cinco jornadas bajo la guía del maestro y con la colaboración del resto de talleristas.
Oaxaca, Buenos Aires y Madrid han sido las ciudades sede. En esta ocasión se celebra en Casa de América, del 3 al 7 de junio, coincidiendo con la Feria del Libro de Madrid, por tercera vez consecutiva. Ambas instituciones y la Fundación Gabo hacen posible esta actividad.