El todo y la nada del periodismo: un interrogatorio a Martín Caparrós en el cierre del Taller de libros periodísticos 2024
12 de Junio de 2024

El todo y la nada del periodismo: un interrogatorio a Martín Caparrós en el cierre del Taller de libros periodísticos 2024

En la quinta y última jornada del taller anual de libros periodísticos de la Fundación Gabo, que reúne a cronistas ‘ñamericanos’ y españoles con Martín Caparrós, los talleristas recopilaron todo lo descubierto durante estos cinco días de intenso trabajo y exprimieron del maestro sus técnicas, sus maneras, sus flaquezas, su trabajo y el oficio.
Foto: Cortesía
Marta Nebot

En la última jornada del Taller de libros periodísticos con Martín Caparrós 2024, los ocho participantes primero recopilaron lo que se llevan de este encuentro: ocho proyectos de libro más reales que los que trajeron. Y es que los ocho autores, como todos, querían la luna: querían que sus libros fueran todos. Terminado el taller, se van contentos por haberlos acotado, por haber elegido hacer uno solo –el suyo–, tras el vértigo de renunciar a los que podían haber sido. Se van con las alforjas llenas de recursos, confianza e ilusión para que su proyecto salga de sus cabezas, de sus pesadillas y de sus sueños, y se convierta en algo real, tangible, con lo que eso implica de aciertos y no tanto; pero, sobre todo con lo que significa como meta personal alcanzada, como ejercicio de libertad cumplido.

En un momento de flaqueza del grupo, después de comer, después de muchas horas durante cinco días, Caparrós dijo algo como soltando un principio de un libro a ver si alguien lo cazaba: "Perdemos el tiempo tratando de hacer libros porque son el espacio donde no tenemos que hacer lo que alguien nos manda". Funcionó.

El día anterior había explicado que se pasa la vida buscando principios, que “uno será el principio del texto y los otros me servirán para reabrir en momentos en los que necesito recuperar cierto ritmo.” Lo recuperó.

Tras la tanda de conclusiones, pese al cansancio, los participantes se arrancaron a interrogar al maestro sobre sus maneras, sobre sus mañas, sobre sus herramientas de viejo artesano,  como si no hubiera un mañana.

Su manera de hacer crónicas. 

Planificar, replanificar y replanificar. Es decir, trabajar y trabajar y trabajar sobre la estructura desde el principio.

Una vez en el terreno, “empiezo a armar alguna idea de estructura desde la primera noche”, con las piezas que va teniendo y las que espera. “Después puede cambiar porque pueden aparecer cosas o no encuentras otras o hay sorpresas –todo eso que ya sabemos–, y uno tiene que estar abierto a lo que vaya pasando; pero esa preestructura me permite trabajar más tranquilo”. Así puede organizar mejor el trabajo del día siguiente. “Cada día, al final de la jornada, reviso y reformo eso que yo llamo mi guión y que terminará siendo muy parecido a la estructura que el texto tendrá cuando lo termine”.

Sobre su manera de hacer entrevistas.

Siempre las graba.

A la pregunta de si hay que avisar o no para grabar una entrevista responde:   “No hay que avisar en la medida en que yo le digo a alguien que estamos en una entrevista. Si estoy hablando con alguien en la  calle y no le digo nada, sí me parece mal. Si estoy con alguien entrevistándolo, las formas en que yo recuerdo lo que me dijo no son relevantes y, además, grabarlo es una forma de respeto. Saber que uno va a tener lo que la persona dijo, no lo que uno recuerda vagamente”.

Sobre su manera de tomar notas. 

Del cuaderno a las notas de voz.

“Hace como diez años, o alguno más, en una calle de Calcuta, me senté en el cordón de la vereda a escribir algo que quería escribir y cuando levanté la cabeza tenía veinticinco personas alrededor mirando al tarado éste, blanquito, que escribía. Una cosa inverosímil. Entonces, poco a poco empecé a sacar menos la libreta. A medida que fue cada vez más delirante ver a alguien que escribe en la calle,  empezó a serlo cada vez menos aquello que antes era la prueba de la locura, hablar solo en la calle. Así que cada vez tomé más notas de voz y menos de papel”.

Sobre su manera de trabajar con los archivos.

Trata de trabajar de la forma más simplista posible.

“Tengo dos documentos abiertos. Uno lo llamo Txt, el texto, y el otro se llama Notas, que son las notas que  estoy tomando y que suele estar encabezado por el guión/estructura. Y después una carpeta de materiales, donde va todo lo que podría usar en el libro. Trato de no tener más que eso para no encarajinarme. Lo que sí hago es una vez por mes juntarlo todo en una carpeta y lo guardo con fecha para tener un backup razonable”.  

Sobre su manera de enfrentarse a los bloqueos y a la procrastinación. 

Ha resuelto el miedo a los primeros con estadística. De lo segundo no tiene. Trabaja de lunes a domingo por placer y sin descanso.

“Mi bloqueo grave es cuando no tengo nada que escribir. Por ejemplo, el próximo lunes. Cuando no estoy escribiendo un libro no la paso bien. […]  Hace años me daban mucha impresión los comerciantes. Esta idea de que tienen una tienda de guantes y tienen que estar ahí todo el día sentados diciendo ‘a ver cuándo va a entrar alguien’. Era una vida que me parecía intolerable hasta que descubrí que es un problema estadístico, que al final del mes ellos saben que van a haber entrado X personas. No están mirando todo el tiempo a ver si alguien entra, porque saben que al final de mes les saldrán las cuentas.  A mí me pasa más o menos eso. Sí, hay días en que no se me ocurre nada, por supuesto. Pero al final alguien va a entrar a comprar guantes”.

Sobre si ha hecho libros por encargo.

No, la excepción fue el libro sobre Boca.

“Siempre me jacté de no haber hecho uno. En el año 2003 me llamó el director de Planeta para preguntarme si quería hacer un libro sobre Boca Juniors porque en el 2005 se cumplían 100 años y ellos querían un libro y pensaban que yo podía hacerlo. Yo muy digno le dije que no: ‘Lo siento, pero no hago libros por encargo’. Bajé a la calle, me fui caminando por la avenida Independencia, donde estaba Planeta, y a las cuatro cuadras o así, me agarró una especie de nervio. Este libro lo va a hacer alguien y me va a dar tanta envidia, tantos celos que ese hijo de puta lo haya hecho. Ahí mismo lo llamé y le dije:  ‘Sí, sí, sí, lo hago yo’”.

Sobre las nuevas narrativas.

Falta muchísimo por hacer.

“Me sorprende que sigamos –y es lo que hacemos acá también– trabajando, escribiendo o contando, por decirlo con un verbo más amplio, como si siguiéramos limitados al papel. Curioso pensar que ya llevamos cuarenta años de computadoras presentes todo el tiempo y la mayoría de nosotros sigue pensando en relatos que podían haber existido antes de la computadora. No estamos encontrando porque no estamos buscando de verdad las formas de contar que estas nuevas técnicas –que ya no son ni nuevas–, digamos actuales, contemporáneas. Nos da la sensación de que están muy secuestradas por la  brevedad, la boludez y otras cosas por el estilo, y no buscamos.

En general, lo que aparece en algunos diarios pretenciosos o en algunas revistas como uso de lo digital es pura espuma, es como ponerle adornitos a cosas. Creo que todavía no hemos encontrado formas auténticas y potentes de usar unas herramientas técnicas extraordinarias que, por ahora, usamos para hacer lo mismo que hace cien años”.

El maestro Caparrós dio por terminado el cuestionario infinito para cerrar el taller hablándoles sobre el público.

“¿Para qué hacemos lo que hacemos? Y eso también tiene que ver con el prestigio perdido o lo que sea. Cuando trato de responder esta pregunta siempre recuerdo la semana anterior o diez días antes de que se declarara la pandemia. Hacía unas columnas para el New York Times y ese día no tenía columna. Se me ocurrió mirar cuáles eran las notas más leídas en cinco o seis de los diarios más prestigiosos de América Latina. A una hora concreta, bajé las seis listas. Eran unas cincuenta notas. No me lo podía creer; era patético. 46 de esas 50 notas eran historias que ninguno de nosotros hubiera querido escribir, firmar, ni siquiera leer. Eran farándula, policiales, los diez más no sé qué de no sé cuánto. Eran una mierda. Entonces escribí una nota airada que titulé “Contra el público”, pensando en si el público pedía eso, entonces quizá nuestro trabajo consistiría en escribir en contra de lo que el público quiere para no entrar en ese círculo vicioso en el que ‘quieren mierda, les doy mierda, entonces les gusta la mierda y les doy más mierda, les gusta más’, y así sucesivamente, que es lo que parece que estamos más dispuestos a hacer, sobre todo los editores que, además, muchos de ellos, cuando los hay, trabajan para una raza imaginaria que se han inventado que es el lector que no lee. Entonces, si tu nota tiene más de veinte líneas, ya es un desastre, etc, etc, etc. No, creo que hay que escribir a favor de aquello que uno crea que vale la pena ser contado. No depender en absoluto de la demanda, que está mal formada por muchos malos periodistas y malos periódicos, y sobre todo mal formada por la poca educación y por el sistema de circulación de la cultura que se está imponiendo. […]

Nuestro trabajo se supone que es saber qué nos parece que merece la pena ser contado.  Si nos dejamos decir qué contar por las listas de los más leídos de los periódicos, estamos jodidos, no tenemos nada que hacer, nos tenemos que ir a casa y ya.

Por supuesto hay que pelearse con editores, con gente. Yo poco después de eso me fui del Times y tuve mi propio espacio un año, año y medio y me aburrí y volví a hacer otra cosa, qué sé yo.

Pero la idea de poder trabajar en lo que uno cree que vale la pena, escribir lo que uno cree que merece ser escrito, a mí me sigue pareciendo decisiva. Además con la asunción, aceptación y comprobación de que el buen periodismo nunca fue masivo. Está esta locura contemporánea en la que las cosas tienen que ser masivas. En España, en los años 80, hubo un periódico que fue más hegemónico que ninguno que yo haya conocido. No ha habido ningún periódico tan hegemónico como El País en los años 80. Era todo: era un gran negocio, el más prestigioso, el que decía qué había que leer, qué había que comer, qué había que mirar en el cine y cómo había que rascarse los huevos. Todo estaba ahí. Tenía un nivel de hegemonía en este país que yo no he visto en ningún otro periódico en ningún otro país del mundo.

Y de lunes a viernes vendía 400.000 ejemplares, que ahora parece increíble, pero eran 400.000 ejemplares en un país de 40 millones de personas. Quiere decir que el 1% de la población compraba El País, que el 2% lo leía si uno se lo prestaba a su prima.

Entonces, dejémonos de joder con la masividad”.

El día anterior, los participantes se despidieron hablando sobre cómo trabajar con la muerte. Este último día, antes de que cada uno volviera a su redacción y/o a su país –en España, en El Salvador, en Ecuador, en Colombia, en México o en Argentina–, lo hicieron viviendo fuertemente, sin querer perderse ni un minuto, como si no hubiera un mañana, lo que, en su caso, coincide con hablar de periodismo.

El maestro

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) se licenció en historia en París, vivió en Madrid, Nueva York y Barcelona, hizo periodismo en gráfica, radio y televisión, dirigió revistas de libros y revistas de cocina, tradujo a Voltaire, a Shakespeare y a Quevedo, recibió la beca Guggenheim, los premios Planeta y Herralde de novela, los premios Tiziano Terzani, Roger Caillois y Caballero Bonald de ensayo, los premios Rey de España, Moors Cabot y Ortega y Gasset de periodismo. Es maestro de la Fundación Gabo desde 2000 y miembro de su Consejo Rector desde 2013. Ha publicado más de cuarenta libros en más de treinta países. Los últimos son las novelas Sinfín y Sarmiento y los ensayos Ñamérica y El mundo entonces. En 2023 Random House inició, con unos 15 títulos, la publicación de la “Biblioteca Martín Caparrós”, que reeditará la mayoría de sus obras.

Los participantes 2024

Gabriel Labrador viene de El Salvador, trabaja en El Faro y está escribiendo sobre la democracia en su país;  Patricia Nieto, de Colombia, es freelance y profesora universitaria y escribe sobre la vida en el Amazonas colombiano de los habitantes que se resisten a abandonar la selva;  María Gabriela Verdezoto, de Ecuador, freelance, sobre lo que la minería del oro ha hecho a su país;  Daniel Burgui, de España y freelance, sobre las repúblicas islámicas de Asia central;  Jacobo García, de España también, trabaja en El País y prepara un libro sobre Ñamérica tras más de veinte años allí;  Marcela Turati, de México, trabaja en Quinto Elemento Lab, sobre una desaparecida en 1978 en la “guerra sucia” del cuerpo policial militar contraguerrillero en su país;  Joaquín Sánchez Mariño, de Argentina, que trabaja en Antartica Press, prepara proyecto sobre un encargo de un libro que le hizo un hombre para que escribiera su historia de amor para salvarla y Silvina Ajmat, argentina también pero residente en Madrid, trabaja en Mediaset y prepara libro sobre el Programa Visar de 2019 que prometió la nacionalidad española a los argentinos hijos y nietos de españoles y resultó ser un fraude.

El taller

Hoy, el formato libro es el refugio del mejor periodismo narrativo. Ante la reticencia de muchos medios a publicar artículos largos y su desinterés por determinados temas, los periodistas más entregados eligen esta forma de trabajo laboriosa, paciente y contracorriente, sacándole tiempo al tiempo para escribir sobre lo que quieren y como quieren:  sin restricciones, órdenes, ni límites más que los propios. 

El taller de libros periodísticos de Martín Caparrós se organiza anualmente desde hace una década. En él se reúnen ocho periodistas/escritores ñamericanos, que tienen un libro entre manos, para trabajar en sus estructuras y contenidos durante cinco jornadas bajo la guía del maestro y con la colaboración del resto de talleristas. 

Oaxaca, Buenos Aires y Madrid han sido las ciudades sede. En esta ocasión se celebra en Casa de América coincidiendo con la Feria del Libro de Madrid, por tercera vez consecutiva. Ambas instituciones y la Fundación Gabo hacen posible esta actividad.

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