Nuestra copa

Nuestra copa

La periodista argentina Ariana Budasoff analiza el cubrimiento que los medios de su país hicieron sobre el debate de legalización del aborto, el cual coincidió con la inauguración del Mundial de Rusia.
Fotografía tomada de abortolegal.com.ar. Muestra a mujeres reunidas en el Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres
Ariana Budasoff

No recuerdo cuándo empecé a ver que los pañuelos verdes, banderas de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, se multiplicaban en las calles, viajaban en subtes, colectivos y trenes, iban a la escuela, a la universidad, a la oficina, se abrazaban a mochilas, carteras y bolsos, a cuellos, muñecas y cabezas.

No recuerdo cuándo la palabra “sororidad”, que define los lazos de hermandad entre mujeres ante un contexto machista y patriarcal, que sintetiza eso tan fuerte y poderoso que  sentimos cuando estamos juntas que no sabíamos cómo nombrar, se abrió lugar en el lenguaje, se hizo cuerpos abrazados y se posicionó hasta arriba en el ranking de términos que usamos a diario.         

Es difuso el cuándo, pero no el cómo.

Hace tres décadas, en Argentina, un colectivo de mujeres se cargó en los ovarios la lucha por la legalidad de la interrupción voluntaria del embarazo. Una batalla que vio su primera luz verde –bien verde– este 14 de junio, cuando después de una sesión maratónica de 22 horas en la Cámara de Diputados el proyecto ganó media sanción con un resultado reñido de 129 votos a favor y 125 en contra. El ansiado debate interpeló, mantuvo en vilo y conmovió a todo un país que siguió lo que sucedía en el recinto minuto a minuto.

Ese colectivo que entre fines de los 80 y principios de los 90 se convertía en pionero de una militancia por un derecho que garantizaría un país más justo, en el que las mujeres no murieran desangradas, con los órganos destrozados por intentar hacerse abortos caseros o en sucuchos clandestinos, se convirtió en millones. Millones de mujeres de todas las edades, pero sobre todo jóvenes, comenzaron a abrazar el Congreso cuando los diputados empezaron a sesionar y no se fueron hasta que la victoria fue real. Millones empuñando pañuelos verdes, ropa verde, caras verdes, carteles verdes estuvieron espectantes del otro lado, pidiendo a sus representantes que hagan historia, que escuchen a sus mujeres que gritan, que sufren, que mueren: que las representen.

La marea verde, como se nombró a este colectivo cada vez más grande, se convirtió en océano, un océano que empujó para adelante y produjo un glorioso tsunami en las puertas del Congreso Nacional. Que cantó, gritó, bailó y acampó toda la noche del 13. Que burló el frío bajo cero con el clamor de justicia en una vigilia que hervía la sangre. A la que le siguió el amanecer ansioso de un 14 que se mordía los labios ante la ajustada diferencia entre quienes estaban a favor de la ley y quienes estaban en contra.

Embanderados bajo el lema “Salvemos las dos vidas”, los diputados que se opusieron presentaron argumentos que planteaban desde la convicción de que un embrión es un niño que se mata, hasta la idea de que despenalizar el aborto iba a incentivar el tráfico de hígados y cerebros de fetos. Quienes adherían a esta postura, autoproclamados “provida”, también se presentaron en la plaza enarbolando pañuelos celestes y rosas y bebés de plástico. Hubo de todo.

La discusión estuvo plagada de discursos sobre ética y moral, de deconstrucción de valores religiosos añejos e inconducentes y reconstrucción basada en realidades: las mujeres que pueden pagar abortan en clínicas, con tratamientos seguros, las que no, mueren. No se votaba por sí o por no, se votaba legal o clandestino.

Bien por el periodismo

Y el periodismo cumplió su rol. La envergadura del tema superó toda grieta. Vimos a políticos de diferentes bloques darse la mano, a diputadas representantes de bancadas diversas fundirse en abrazos sinceros, a hinchas fervientes del kirchnerismo llorar de emoción con discursos de funcionarias macristas. Los medios también se pusieron la camiseta y salieron a la cancha: cubrieron, en una catarata de notas, crónicas, datos, entrevistas, posteos, enlaces para seguirlo en vivo, todo lo que sucedió, dentro y fuera del recinto. Mostraron las movilizaciones ciudadanas de uno y otro lado al margen de que la mayoría de los diputados oficialistas votó en contra y de que el propio presidente se manifestara en desacuerdo con la ley.

Según escribió el maestro Javier Darío Restrepo en una nota para este mismo blog, la ética es “ese impulso interior que todos llevamos para ser hoy mejores que ayer y mañana mejores que hoy. (...) Porque los campeones verdaderos siempre saben que es posible ir más allá, volar más alto, alcanzar una mayor perfección. (...) La ética hace de las personas unos seres insatisfechos y convencidos de que (...) toda realidad debe ser mejorada”. Ese fue el impulso de las mujeres que comenzaron esta lucha hace 30 años, el mismo que ayer se desgañitó al festejar su primer gran gol.  

Lo que sucedió entre el 13 y el 14 de junio tuvo una fuerza feroz: un torbellino que amontonó ideas, alzó imágenes, enredó palabras. Las consignas todavía retumban. La piel se eriza. La garganta tiembla. Las lágrimas caen.  

La fiesta verde de la democracia fue grande y fue nuestra. Una lucha que muchos titulares llamaron “la revolución de las hijas”: las protagonistas fueron adolescentes que tomaron la voz cantante, que militaron con convicción y corazón, que conocían la formación de los diputados en el parlamento tanto como las de sus equipos de fútbol. “Las Increíbles Hulk de Argentina no tienen sobredosis de músculos –dirá Luciana Peker, periodista especializada en género–, tienen brillantina contra la invisibilización histórica del machismo”.

“Es la previa del Mundial más rara que vi en mi vida”, bromeaba un usuario de Twitter. Y eso es lo que fue. La previa de otro mundial, uno que se había comenzado a disputar tres décadas atrás. Una contienda de polis griega alentada en la plaza pública con fiebre de lucha de gladiadores en el Coliseo romano. La democracia en su máxima expresión.

La mañana del 14 mostró ciudadanas y ciudadanos de ojos hinchados por haber estado en vela, pegados a los canales que transmitieron en vivo las 22 horas de sesión o en la plaza frente al Congreso. En el colectivo, la calle, la oficina, seguían enchufados a un auricular o a una pantalla, escuchando las últimas intervenciones, sumando y restando las posturas a favor y en contra, apretándose las manos, palpitando la votación final. En pocos minutos comenzaría la ceremonia inaugural de la copa del mundo y la atención argentina estaba en esta, nuestra copa.

Al resultado sobrevino el estallido. El grito de victoria. El llanto de felicidad. El abrazo eterno: empezamos a parir la ley que pasará a debatirse en el Senado.

Hoy nos despertamos en un país diferente al de ayer.

Educación sexual para decidir. Anticonceptivos para no abortar. Aborto legal para no morir. Periodismo para informar.

Que sea ley.

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