El subdirector del periódico me llamó a su oficina para ordenarme eliminar unos párrafos de mi columna semanal. Específicamente, aquellos en los que yo cuestionaba prácticas viciadas de algunos medios y de muchos colegas. Traté de defenderme.
–¿Por qué? ¿Acaso no es cierto lo que he escrito?
–Sí, pero perro no come perro –me increpó.
No borré nada y opté por no pubicar el texto. Dejé de escribir esa columna, que era más un divertimento personal que una pieza periodística de coyuntura. Era mediados de los 80 y yo era entonces un joven jefe de redacción de un diario nacional. Hoy todavía no puedo sacarme de la cabeza la imagen bestial y canibalezca de caracterizar mi profesión.
Han pasado más de 30 años de aquel episodio de censura y poco ha cambiado: Esa forma cómplice de practicar el periodismo está enraizada en la prensa mexicana. Son muy pocos los reporteros que documentan la corrupción del gremio y de la industria; muchos menos son los medios que ventilan el tema en sus páginas, sus estaciones de radio, sus canales de televisión o sus portales en la red.
Lo estamos viendo ahora mismo, otra vez. El pasado 25 de diciembre, el New York Times destacó en su primera plana uno de los aspectos más obscuros de la relación prensa-gobierno: “México gasta mucho en anuncios para domesticar a los medios informativos”, tituló (Mexico Spends Big on Ads To Tame the News Media). La versión en español quizo matizar un poco: “Con su enorme presupuesto de publicidad, el gobierno mexicano controla los medios de comunicación”, se lee en su sitio.
La mayor parte de la prensa mexicana ha guardado un ominoso silencio, mientras el asunto es comidilla en las salas de prensa y en las redacciones.
Los periódicos señalados por el NYT han respondido sin fortuna.
El Universal se mostró ofendido en un editorial (transformado en virulentos tuits) que enarbola la bandera de una eticidad cuya historia no avala, y acusó a las fuentes del diario de “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”. Pero no desmintió nada de lo publicado.
Milenio confundió el derecho de réplica con la entrevista de la contraparte al reclamar que no citaron la respuesta que dio a un cuestionario de cuatro preguntas (la 3 y la 4 las consideró “incidiosas”) y luego se perdió en una farragosa explicación de un viejo caso de censura que le exhibe.
La Jornada no gastó tinta más que para poner bajo sospecha conspirativa el propósito del diario neoyorquino: “¿De quién es la mano que mece la cuna del New York Times? Ahora, como cuando apoyó a Bush para masacrar a los iraquíes, no aporta prueba alguna”, publicó el martes 26 en su contraportada, en un minieditorial bajo el título de “Rayuela”. Al día siguiente, uno de sus columnistas financieros dedicó su entrada a recordar los nexos del NYT con Carlos Slim, dueño de la mayor fortuna mexicana, uno de los hombres más ricos del mundo y hasta hace unos días accionista mayoritario de ese diario. De paso, señaló todas las veces que dejaron pasar la oportunidad de investigar la riqueza de su “cuate capitalista” que también puede entrañar “un acto de corrupción”.
Excélsior no se tomó la molestia de responder a los señalamientos que le hicieron; en su lugar publicó una entrevista con Enrique Ochoa Reza, presidente del PRI, el partido del presidente Enrique Peña Nieto, a quien le quedan 11 meses en el poder, en la que le hacen decir: “En México hay libertad de expresión y los medios de comunicación son plurales”. Y se ufanan: ”El político priista sostuvo que en su experiencia como funcionario público y como líder de un partido político, los medios de comunicación son críticos, abiertos y plurales”.
La ética de lo posible vs. la ética de lo deseable
Los cuatro diarios mexicanos tomados por el NYT como muestra de la subordinación de la prensa mexicana al gobierno son firmantes del “Ya basta” pubicado el 4 de diciembre, como una suerte de mea culpa tras el asesinato de –hasta ese momento– 11 periodistas (dos semanas después ocurriró el duodécimo homicidio de un colega). El Universal, Milenio, La Jornada y Excélsior, junto con otras 35 empresas de medios que lo firmaron, no hicieron alusión a la necesidad de regular la publicidad oficial que beneficia a casi todos ellos.
La omisión contrasta con las observaciones preliminares de la visita a México de los relatores especiales de Libertad de Opinión y de Expresión de la ONU, David Kaye, y de la CIDH, Edison Lanza. En ocho días, entre el 27 de noviembre y el 4 de diciembre, constataron el uso patimonialista de los recursos públicos como factor de riesgo adicional para los periodistas.
Los relatores identificaron prácticas autoritarias e intimidantes del pasado que se mantienen vigentes y que se traducen en “la expectativa de buena cobertura bajo publicidad oficial, que describe el aforismo: ‘no pago para que me golpeen’; el despido de periodistas críticos a solicitud de las autoridades; la creación de nóminas de periodistas pagados por administraciones estatales; y la falta de pluralismo en la propiedad y la línea editorial de los medios”.
Las conclusiones de los relatores de la ONU y de la CIDH, luego de entrevistarse con más de 250 periodistas en México, coinciden con el enfoque editorial del New York Times, al cuestionar la dependencia de la prensa mexicana hacia el dinero gubernamental:
“Las reglas de esa publicidad son (tan) obscuras, que llevan a muchos a concluir, con evidencia sustancial, que los actores de gobierno utilizar los fondos de publicidad para dar forma y distorsionar la cobertura de medios y difuminar las líneas entre historias de noticias verificables y propaganda o incidencia política. Ese gasto también sirve como subsidio para mantener los medios heredados a flote para el detrimento de fuentes alternativas de información.”
En el caso de los relatores, se puede aceptar la generlización que hacen como parte de un discurso político que pretende incidir en la política pública mexicana, en beneficio de la democracia y los derechos humanos en este país. Pero no se puede tener la misma ligereza en la elaboración de una investigación periodística. Ésta reclama datos duros, hechos confirmados, evidencias verificadas, dichos no sólo acreditados sino contrastados.
El New York Times lo sabe de sobra. Lo practica rutinariamente. Por eso ha ganado 122 Pulitzer. Por más que este reportaje plasma una realidad que todos conocen en México, no sumará una medalla a sus vitrinas, dado el uso de fuentes anónimas, documentos sin título, generalizaciones e inferencias a partir de declaraciones de algunos entrevistados cuyo prestigio y eticidad son cuestionables.
El problema para los medios mexicanos es que la publicidad oficial representa un porcentaje tan significativo de sus ingresos que en muchos casos son inviables sin ellos. Pronto se verá hasta dónde llega esta dependencia, cuando el Congreso de la Unión regule el uso del erario público destinado a la publicidad oficial, lo que deberá ocurrir a más tardar el 30 de abril próximo, en acatamiento a la orden de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, producto de un fallo histórico que concedió un amparo a Artículo 19.
En tanto esto ocurre, el periodismo mexicano deberá buscar su camino.
Los hay –colegas y medios– que lo intentan. Resulta esperanzador encontrar cada vez más espacios dedicados en serio al periodismo y a reporteros comprometidos, jugándosela para contar historias fuera del estatus quo. Ellos contrastan con quienes se dicen pragmáticos y hacen malabares para encontrar un punto justificable entre lo que llaman la ética de lo deseable y la ética de lo posible. No es que no se pueda, pero reclama un ejercicio de conciencia extremo. El problema es que, para algunos, la línea entre realismo e idealismo es tan difusa que corre el riesgo de convertirse en cinismo.
Sobre el autor
* Gerardo Albarrán de Alba dirige Saladeprensa.org. Es periodista y tiene estudios completos de Doctorado en Derecho de la Información. Actualmente es director de la Unidad de Investigación y Asuntos Especiales de Capital Media. Es miembro del Consejo Ciudadano del Mecanismo de Protección Integral de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas de la Ciudad de México. Es Defensor de la Audiencia de Radio Educación. Ha sido el creador de la única Defensoría de la Audiencia que ha existido en México en una radio comercial y fue el primer Ombudsman MVS. Ha sido miembro de los consejos directivos de la Organization of News Ombudsman (ONO) y de la Organización Interamericana de Defensoras y Defensores de la Audiencia (OID). Integra la Asociación Mexicana de Defensorías de las Audiencias (AMDA).
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