Nos atraen las historias humanas y las numéricas nos repelen, aunque de cerca la diferencia entre ambas no sea tan clara como parece a lo lejos. Cuando decimos que cada minuto del 2012, Carlos Slim ganó más de mil dólares ¿estamos ante una ecuación o en frente del principio de un cuento? No todo lo que se cuenta se puede contar, ni todo lo que se puede contar, cuenta.
Los números no están peleados con las historias ni viceversa. Todo lo contrario. Una cifra bien puesta en un texto se agradece tanto como una buena metáfora. Las cifras agregan precisión y abren ventanas. Nos dan una idea de escala y permiten comparar. Augusto Monterroso medía menos de 1.60. Julio Cortázar, casi dos metros. Esta imagen es tan buena como cualquiera para comenzar a hablar de dos grandes de la literatura latinoamericana. Las abominables cifras ofrecen una paleta de color para aquel narrador que los quiera utilizar.
Un grupo de números puede ofrecer tanta vida como el mejor de los retratos. La modelo Isabelle Caro murió víctima de anorexia a los 34 años. Cada día comía una lechuga y bebía una Coca Cola Light. Pesaba menos de 27 kilos cuando entró en coma. Ese era el peso que tenía cuando cumplió 13 años.
Las cuentas las lleva siempre una hermana, la más triste, escribió Camilo José Cela en La Colmena. ¿Quién hace las cuentas en tu periódico? No me refiero a las administrativas, sino a la aproximación cuantitativa a ciertos temas. Hay quienes creen que hacer periodismo no tiene nada que ver con trabajar con números. Yo pienso que un gran periódico no se puede hacer sin gente que tenga el talento para contar historias donde los números sean protagonistas.
Soy de esos lectores que aborrecen el pudor del periodista ante los detalles pecuniarios. Quiero saber cuánto gana un poeta; cuánto cuesta el coctel que controla el SIDA; cuánto recibe el boxeador que pelea en la primera pelea de la función y cuánto le cuesta el tratamiento médico por una golpiza; cuánto gasta el presidente en un desayuno.
En las redacciones empieza a estar de moda hablar de big data y minería de datos. Es algo más que sano, sobre todo porque sirve para contrarrestar una tendencia del periodismo latinoamericano de ignorar las cifras o luchar contra ellas. No son el invento de un Demonio que detesta a los periodistas. Son un aliado del que sabe moverse en ese bosque de números que no deja de crecer. En ellos hay riesgo de aburrimiento pero también diversión y hasta posibilidades de descubrimiento del engaño.
El romance con la minería de las grandes bases de datos no es para todos, pero el coqueteo con los números sí. El uso creativo de ellos permite reducir la cantidad de palabras de un texto y hasta darle ligereza. Llegado el momento, puede ser tan contundente como una carga de dinamita. La bala que mató a Selena costó 25 centavos en una ferretería. Al acabar con su vida, puso en marcha un imperio que vale decenas de millones de dólares.
Tener los datos nunca es suficiente para construir una historia, del mismo modo que no basta con tener un personaje interesante situado en un contexto noticioso para producir un reportaje.
Los números no son neutrales, ni tampoco son un reflejo objetivo de la realidad. Están ahí para que los coleccionemos, los interpretemos y los comuniquemos. Dan vueltas alrededor de nosotros, esperando que les demos vida. Al hacerlo nos ayudan a hacer más vivos los textos que trabajamos.
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