Por estos días se estrena en las salas de cine de Iberoamérica la cinta Spotlight (presentada en algunos países como En Primera Plana), la cual retrata en detalle la investigación periodística que llevó al Boston Globe a revelar las verdaderas dimensiones del problema de los sacerdotes pedófilos, escándalo que sacudió los cimientos de la Iglesia Católica.
Desde el punto de vista cinematográfico, la película tiene algunos puntos realmente atractivos, por ejemplo el casting que cuenta con actores de la talla de Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams, Liev Schreiber y John Slattery. Pero me gustaría compartir aquí con ustedes (evitando al máximo convertirme en un spoiler) algunas reflexiones que despertó en mí, desde el punto de vista exclusivamente periodístico.
La película no se trata sobre los escándalos sexuales que tanto han afectado al Vaticano. Es más bien un enorme elogio al sacrificio que hace falta en las redacciones para realizar investigaciones que valgan la pena y afecten a la sociedad de manera positiva. Es una historia sobre la necesidad de tener unidades investigativas en los medios de comunicación actuales, pero hacerlo con un propósito claro. No simplemente para andar disparando investigaciones sueltas ocasionalmente. El propósito del periodismo de profundidad no es hacer ruido. Es generar cambios. Para hacerlo, las investigaciones no deben centrarse en personas, sino en instituciones.
Forastero
Aunque aparece poco en la película, el recién llegado editor del periódico, el judío Marty Baron (interpretado por Liev Schreiber) juega el papel de oráculo que lanza frases demoledoras sobre los fundamentos del quehacer periodístico y el sentido de los diarios hoy en día. “Debemos preguntarnos cómo hacer que este periódico sea indispensable para nuestros lectores”, dice en su primera reunión con Walter ‘Robby’ Robinson, el director de la unidad investigativa del Boston Globe llamada Spotlight.
El guion resalta a propósito el origen judío de Marty Baron. Pues luego de destacarse en el New York Times y el Miami Herald, llega en 2001 a dirigir el principal diario de la católica ciudad de Boston. El no ser católico le permite tener cierta distancia, necesaria para trazar el rumbo de una investigación que tocaría fibras muy sensibles en una sociedad tan tradicional como la bostoniana. “Para que un periódico funcione, debe permanecer independiente”, dice Baron en una de sus líneas en donde argumenta que hace falta ser un forastero para afrontar una investigación de ese tamaño.
¿No es eso lo que todo periodista debería ser, un forastero? Solamente un extranjero puede hablar con la frialdad necesaria sobre un crimen del que todos somos culpables por haberlo tolerado. En Boston ese pecado era la pedofilia de sacerdotes a los que todos conocían y escuchaban cada domingo. En Latinoamérica esa situación es comparable con el narcotráfico, que ha afectado a todas las esferas de nuestras instituciones, y ha requerido de valientes periodistas que se atrevan a denunciar lo enquistada que está la corrupción entre nosotros.
Es cierto que el Boston Globe publicó en 2002 el reportaje ganador del Pulitzer en donde se reveló que el porcentaje de sacerdotes pedófilos en la ciudad era superior al 6%. Pero el diario conocía de ese problema desde mucho antes y no había hecho nada. Por eso, Spotlight es una película sobre el poder que hay cuando los medios de comunicación le prestan atención de verdad a las historias que sus lectores tienen para contar. Abogados, víctimas y organizaciones civiles se habían acercado por años al Boston Globe para denunciar los abusos, pero nada sucedió hasta que el forastero, el judío Marty Baron decidió escudriñar en serio el tema.
No quiero decir con esto que el Boston Globe se hubiera negado a publicar historias sobre sacerdotes pedófilos antes de 2001. Sí lo hizo, pero en pequeños espacios del diario, y sin darle el seguimiento adecuado a los casos. Por eso, otra de las lecciones que la película nos da es sobre la responsabilidad que los periodistas tenemos de hacerle un adecuado seguimiento a las historias aparentemente pequeñas. Fue al darle la relevancia adecuada a un asunto local que el rotativo de Boston logró relatar una historia que tuvo impacto global.
Curiosidad por los datos
Otro personaje que me llamó la atención fue Matt Carroll, a quien tuve la oportunidad de conocer personalmente en 2002 durante una visita a Boston. El director Tom McCarthy lo retrata tal cual es: un hombre preocupado por su familia, de bigote, persistente y apasionado por su trabajo, con un extraño gusto por las camisas demasiado grandes y corbatas de colores que no combinan. En la cinta, Matt es el exponente del periodista-ratón de biblioteca. Gracias a su paciencia, el equipo decide indagar en sus propios archivos para revisar uno por uno los libros de registro de la Arquidiócesis de Boston, para encontrar ahí el fundamento de toda la historia: sacerdotes que habían sido retirados de su parroquia debido a motivos poco claros etiquetados en su mayoría como ‘ausencia por salud’. Matt encarna la persistencia que se necesita para hallar fuentes de calidad, y que no se pueden hacer buenas investigaciones sin que el diario tenga un archivo propio bien organizado.
Luego de encontrar esos casos en los libros, Matt nos da otra lección: no se puede hacer una investigación tan grande sin utilizar métodos de minería de datos. ¿De qué otra forma se podrían clasificar las historias de 1.500 sacerdotes desde 1980 hasta 2001? Por eso, el director muestra a Carroll y al resto del equipo pasando los datos encontrados en los libros a celdas de enormes documentos de Excel, en donde logran darle forma a la columna vertebral de su denuncia.
La investigación estaba lista para ser publicada a mediados de 2001 cuando sucedió lo inesperado: dos aviones asaltados por terroristas chocaron contra las Torres Gemelas de Nueva York. ¿Qué hacer cuando una historia mucho más grande obliga a todos los trabajadores de un diario a abandonar temporalmente los temas que cubren? ¿Cómo explicarle a las fuentes que su caso no es tan importante como este acontecimiento que acaparará las portadas por semanas enteras? La película retrata muy bien estos dilemas, y muestra de qué manera los periodistas, en especial la dulce Sacha Pfeiffer y el incansable Mike Rezendes tienen una sensibilidad especial al entrevistar a las víctimas y ayudarlas a entender la coyuntura.
Sobre el final de la película, cuando la investigación está a punto de ser publicada, Walter ‘Robby’ Robinson el director de Spotlight, tiene una reunión con laicos amigos de la Iglesia Católica, quienes a fin de incitarlo a no difundir la historia le preguntan “¿cuál va a ser tu responsabilidad como bostoniano al publicarla?… A Marty Baron no le va a pasar nada porque no es de aquí y se puede ir cuando quiera. Pero tú eres uno de los nuestros, creciste aquí.” Ante esta velada amenaza, él responde de la forma en que todo periodista debe responder cuando lo tratan de amedrentar: “Preguntémonos más bien ¿cuál es la responsabilidad que pesa sobre mis hombros si no publico la historia?”
El mismo Robinson protagoniza la última lección que nos deja el largometraje. Cuando se tiene una investigación tan grande, con tantas fuentes involucradas, ¿cuál es el momento adecuado para publicarla? ¿Al tenerlo todo completo, arriesgándonos a que la competencia se nos adelante? ¿O es mejor publicar la historia poco a poco conforme vayamos obteniendo las primeras pruebas?… Robby demuestra su experiencia como periodista al aguardar hasta el final, hasta el momento en que todo el rompecabezas estaría completo, para que de esta manera la historia tenga el peso y robustez suficientes para generar el impacto que su editor le pedía al principio de la película: hacer que el diario sea esencial para sus lectores.
– –
Ahora lea Quiénes ganan con el Oscar de Spotlight a Mejor Película.
– –
Más entradas de Hernán Restrepo.
– –
Las opiniones expresadas en nuestra sección de blogs reflejan el punto de vista de los autores invitados, y no representan la posición de la FNPI y los patrocinadores de este proyecto respecto a los temas aquí abordados.