El Caso Colmenares: otra historia sin fin

El Caso Colmenares: otra historia sin fin

Segunda entrega del análisis sobre este caso, que ha vuelto a ser noticia.
Fotografía: Activedia en Pixabay / Usada bajo licencia Creative Commons
Mario Morales

Segunda entrega del análisis sobre este caso, que ha vuelto a ser noticia, no solamente muestra las fallas de la justicia,  sino ante todo los grandes defectos del periodismo y la ligereza de sus audiencias al analizar la información que reciben (Conozca aquí la Primera Parte).

“[Los espectadores] (…) llegan hacia la mitad del tercer acto y se marchan antes de que caiga el telón, quedándose el tiempo suficiente para decidir tan solo quién es el héroe y quién es el villano de la función.”

Walter Lippman

Todos perdimos

Fiel a su estilo, el culebrón del caso Colmenares se sigue mordiendo la cola. No podía ser de otra forma. Gestado como la serie de no ficción más duradera y truculenta de lo que va de este siglo en Colombia, no podía tener un entierro de tercera. No podía haber punto final para las múltiples conjeturas que se han ido produciendo y enredando entre sí.

El fallo reciente de la juez Paula Astrid Jiménez donde absuelve a Laura Moreno y Jessica Quintero por la “extraña muerte” de Luis Andrés Colmenares, dejó en ascuas al país justiciero que anda en busca de culpables. También dejó inquietos a quienes esperaban un desenlace, y escépticos al resto, que no saben si la decisión de la justicia es una verdad a la cual aferrarse o una provisional, ahora que se anuncian apelaciones de los familiares y de los organismos nacionales de control.

Pero, sobre todo, el caso Colmenares dejó la sensación de que después de los 2.300 días de estar “al aire” este melodrama, todos salimos perdiendo: acusados, acusadores, abogados, Fiscalía, Bomberos y testigos. También los medios, y a través de ellos la audiencia, que sin querer queriendo construyeron una historia paralela sobre la base de los juicios a priori, las declaraciones, las filtraciones y la imaginación, y que parece no tener nada que ver con las 278 páginas del fallo que resumen el caso.

Varios hechos se convirtieron en hitos en la cadena de misterio y truculencia que atrajo a medios y espectadores, que siguen oscilando entre la satisfacción y la frustración con cada giro del caso:

  • El desorden de los fiscales;
  • La extralimitación de funciones de la oficina de prensa de la Procuraduría, que se adelantó al diagnóstico;
  • La aparente negligencia del cuerpo de Bomberos que atendió el caso el lluvioso 31 de octubre de 2010;
  • La versión del médico forense y exdirector de Medicina Legal;
  • La verborrea del segundo fiscal;
  • La inclusión del matiz racial y luego de los celos como causas del presunto asesinato;
  • Las dudas, contradicciones y posterior condena a falsos testigos;
  • El juicio y absolución de Carlos Cárdenas, uno de los implicados;
  • Los errores en la cadena de custodia;
  • El ocultamiento de pruebas, y
  • El fallo absolutorio de las jóvenes Moreno y Quintero por falta de pruebas.

Ese discurrir de los acontecimientos deja mal parada a la justicia colombiana, que en medio de tantos ires y venires deja la sensación de no ser garante para las partes en litigio y de no estar preparada para aclarar este tipo de casos que son el pan nuestro de cada día.

Acontecimiento periodístico

Desde el punto de vista periodístico, el caso Colmenares es un fenómeno narrativo que, sin proponérselo, está en el centro de la creación colectiva, a tono con la ecología digital contemporánea. Esto se debe a varias razones:

El caso Colmenares es un fenómeno narrativo que, está en el centro de la creación colectiva.

  • Al grado de identificación que producen las narraciones de este tipo de violencia, donde todos nos sentimos con derecho a ser juez y parte;
  • A las connotaciones conspirativas que llevaron a asumir el conflicto como lucha de clases o como triángulo amoroso y a suponer el tráfico de influencias;
  • Al morbo aumentado por el misterio y la zozobra; y
  • A la facilidad que hoy brindan los medios digitales para el debate y la expresión de las opiniones e indignaciones –en todos los tonos y matices–, lo que ha convertido el tema en comidilla habitual.

Igualmente, el relato ha sido contado por muy distintas fuentes que se fueron cediendo el turno para alimentar el mito. Voces, imágenes, entrevistas, columnas y puestas en escena están hoy disponibles para quienes llegaron tarde a la función y para quienes siguen ávidos de contenido, que además podrían ser audiencias para la publicación de libros y la emisión de series televisivas que ya se anuncian.

Pero, sobre todo, este caso ha sido tan difundido porque permite esa práctica humana, tan vieja como la palabra –y hoy otra vez de moda con el nombre de posverdad–, de privilegiar las emociones y las creencias propias antes que los hechos y las pruebas irrefutables. Práctica que ha sido fiel acompañante de la crónica roja en nuestro suelo.

El caso Colmenares es el mejor ejemplo de las construcciones sociales de la realidad degeneradas por la exacerbación de las emociones, la difusión mediática de verdades a medias, la excesiva cercanía con las fuentes y la fácil toma de partido por parte de los medios. Todo esto impulsado por la cada vez más frecuente –y equivocada– práctica de creer en las supuestas mayorías de las redes sociales.

Vuelven a salir a flote las dificultades y carencias de la crónica roja, un género que ha modificado algunas de sus prácticas -que en un principio fueron más cercanas al periodismo de baranda y de corte detectivesco donde el reportero iba armando el rompecabezas con trabajo de campo y aporte de pruebas, a veces, por desgracia, de su propia cosecha-. La deuda pedagógica del periodismo que va quedando en evidencia con el caso Colmenares tiene que ver con:

  • El carácter reactivo de los medios;
  • La confianza ciega en las pruebas sobre las causas violentas de la muerte del joven Colmenares, que llevó a los medios por el camino de las aseveraciones apresuradas;
  • La dependencia de la fuente oficial, puesta de manifiesto en la reverencia que aún se siente por la Fiscalía y sus representantes, que son apenas una parte del proceso de investigación criminalística y no la conclusión del mismo;
  • El espíritu ególatra y vanidoso de algunas fuentes y abogados que quisieron aprovecharse de la luz dura de los medios para beneficiar su imagen y proyectos personales;
  • La premura por publicar, en lugar de ayudar a entender el enigma, generó confusión y desinformación. La opinión y la emoción volvieron a ganarle a la razón y a la ponderación.
  • La moralina volvió a contaminar las narraciones. A veces por simpatía de los redactores, a veces para dar gusto a las multitudes airadas.

Del mismo modo, las suposiciones difundidas por los medios de comunicación llevaron a veces a equivocaciones de las partes de la investigación y al desconcierto de sus propias audiencias, que parecían más interesadas en la noticia deseada que en conocer la verdad, así fuera por fragmentos.

Queda en el aire, con razón o sin ella, un tufillo de impunidad sumado al interrogante que debe formar parte del autoexamen de los medios: si el periodismo debe estar del lado de las víctimas, aparte del joven Colmenares, ¿aquí quiénes son las víctimas?

Narrativas vendedoras

El caso Colmenares completa ya cerca de medio millón de entradas en buscadores populares como Google. Por métricas digitales y por la importancia del tema de la confrontación social y del poder de los afectados, es comparable con el caso de la violación y asesinato de la niña Yuliana Samboní, que también despertó en los medios el espíritu justiciero. Gracias a la pronta reacción de las autoridades y a la confesión del asesino se le cerró el paso al morbo, aunque seguirá vigente mientras se conoce la condena el victimario y la suerte de sus familiares.
El caso Colmenares es el mejor ejemplo de las construcciones sociales de la realidad.

Por otra parte, el caso Colmenares se diferencia en vigencia e impacto de otros casos como el empalamiento y asesinato de Rosa Elvira Cely, que causó estupor y rechazo pero que por sus escasas aristas no logró posicionarse por mucho tiempo en la agenda de los medios ni en la conversación de las audiencias. Quedó, no obstante, como una bandera para los defensores de derechos humanos y para los activistas contra la violencia de género.

El caso Colmenares parece no tener final. Los puntos suspensivos que pone el reciente fallo absolutorio nos llevarán sin remedio a las tramas secundarias, aunque sin la misma visibilidad mediática y, por ende, sin la misma emocionalidad de estos largos seis años. Quedan en cartelera las apelaciones, eventuales demandas por daños y perjuicios, las investigaciones a fiscales y forenses y hasta a los 5 bomberos que “atendieron” el llamado de emergencia aquella noche fatídica.

El caso Colmenares sigue en la penumbra. La falta de certezas devuelve al caso el rótulo que le puso el primer fiscal luego de un año infructuoso de investigaciones: “muerte por establecer”. La historia sigue.

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*Mario Morales es periodista y analista de medios. Magíster en Estudios literarios, con estudios en periodismo y especialización en medios y opinión pública. Actualmente es profesor asociado e investigador en la Universidad Javeriana, columnista de El Espectador y defensor del televidente en el Canal Uno. www.mariomorales.info  y @marioemorales, moralesm@javeriana.edu.co

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