Respuesta de Javier Darío Restrepo en el Consultorio Ético de la FNPI a la pregunta de Gustavo Franco, locutor y reportero. Noticiero 13, Asunción – Paraguay.
La pregunta de Gustavo fue motivo de uno de nuestros más recientes tuitdebates.
R.- Si el periodista tuviera que adoptar las mismas creencias, cultura o partido de las personas que entrevista, o que protagonizan los hechos que registra, sería dramáticamente pequeño el ámbito de su trabajo profesional en un mundo plural.
El periodismo, por el contrario, tiene una apertura universal que la permite al profesional hacer suya la sentencia del latino: soy humano y nada de lo humano me es ajeno. Ante los temas de sus informes, el periodista observa una distancia respetuosa y, a la vez, de aprecio por las diferencias.
La distancia para observar críticamente el conjunto, el aprecio, como base de la tolerancia activa, hace de él y de sus textos, un estímulo ejemplar de tolerancia y les da a sus informaciones un alcance universal.
Además le permite recalcar la diferencia entre información y propaganda. Esta, puesto que está del lado del producto, institución o personas que han contratado su trabajo, no admite referencia alguna a otros trabajos, productos, personas o instituciones, es decir, la intolerancia resulta una garantía de su trabajo.
No sucede así con el trabajo periodístico que, por principio, rechaza esta clase de limitaciones, de modo que el periodista informa con ecuanimidad sobre cualquier partido, grupo religioso, gobierno o ideología porque interiormente se ha puesto por encima de esas divisiones y al servicio de todas las personas, sin excepción. Es un ciudadano del mundo y parte activa de la humanidad.
Documentación
¿Cómo informar la verdad? ¿Cuáles son las condiciones de producción de verdades honestas, leales y pertinentes? ¿Cómo instalar una relación de confianza entre un periódico y su público, de modo que le permita producir verdades que cuestionen a sus lectores, a sus sensibilidades o a sus compromisos? ¿Cómo hacer para que esta búsqueda incesante, siempre inacabada y siempre recomenzada de un horizonte de verdad, sea sólidamente instalada en el corazón de la vitalidad democrática?
Es aquí donde el periodismo alcanza su propio momento de verdad. Porque el derecho de saber de los ciudadanos ha sido eclipsado por otra libertad fundamental, la libertad de expresión con la que frecuentemente se confunde. La libertad de información no se puede reducir al pluralismo de las opiniones. No basta creer que se piensa políticamente cuando se informa la verdad. Con frecuencia sucede lo contrario. Como lo subrayaba Nietzche nuestras convicciones nos pueden enceguecer con mayor eficacia que las mentiras. Garantizar el derecho de saber del público es crear las condiciones de un periodismo que logra encontrar, tratar, difundir, imponer y asumir informaciones que trastornan sus propias fidelidades, convicciones, prejuicios o certezas, y así también las del público. Es un periodismo que, en su práctica profesional colectiva llega a pensar contra sí mismo, y sin duda no hay desafío más difícil y, algunas veces, más doloroso.
Edwy Plenel: El derecho a saber. Don Quichotte Editions, París 2010 P. 108, 109
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