Alétheia es un concepto filosófico de origen griego acerca de la verdad. Pero no de una verdad única o absoluta, sino de la verdad como el acto de des-ocultar. Es una noción que entiende a la verdad como aquello que se revela al correr el velo que la cubre y oscurece. Alétheia es un concepto que bien podría definir el inmenso esfuerzo de los medios contrahegemónicos argentinos por informar a los ciudadanos acerca de todo aquello que los medios dominantes, brazo ¿ilustrado? –sin dudas poderoso– del Gobierno, muy hábilmente censuran con su ya bien entrenado arte de ocultar.
Sabemos. Saber es poder. No saber, es perder.
Recalculemos.
El 1 de agosto de 2017 desapareció en la Patagonia argentina Santiago Maldonado, un joven de 28 años que acompañaba una protesta mapuche reprimida con violencia por la Gendarmería nacional. La consigna “¿Dónde está Santiago Maldonado?” cubrió el país, empapeló paredes, encabezó marchas multitudinarias y hasta resonó a nivel internacional. Todas las cabezas estaban vueltas hacia la Gendarmería, pero la ministra de Seguridad la cobijó con su incondicional manto protector. Mientras, los medios hegemónicos lanzaban, sin recelo, pistas falsas para intentar limpiar las manos del Gobierno y desligarlo de cualquier responsabilidad. Solo lograron ensuciar la investigación y jugar con las esperanzas de una familia con el corazón atragantado.
Algunas de las hipótesis que quisieron instalar fueron: que se había visto a Maldonado paseando por Entre Ríos, una provincia situada al norte de Buenos Aires, para lo que hicieron circular un video donde “claramente se lo veía” en un mercado de la zona. El protagonista de la filmación debió salir a declarar públicamente que él no era Santiago. Entonces, los grandes medios lanzaron su fe de erratas: "Hay un barrio donde todos se parecen a Santiago". Que Maldonado había sido herido cuando él atacaba junto al grupo Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) unas tierras en disputa; que no había pruebas de su presencia el día de la represión de Gendarmería; que había cruzado a Chile. Incluso se inventaron porcentajes de posibilidad de estas teorías, basados en la más espesa nada. Todas estas versiones fueron desmentidas una a una con pruebas reales.
El 17 de octubre, el cuerpo de Maldonado fue encontrado en el Río Chubut sin rastros de violencia. Para el Gobierno y sus poderosos voceros no había dudas: se había ahogado. Los medios dominantes se relamían satisfechos. Maldonado no sabía nadar. ¿Por qué iba a arrojarse a un río gélido? Para el oficialismo fue caso cerrado. No volvieron a preguntar por él.
Falta de diversidad en las fuentes
Los principios por los que se rigen estos medios, mayoría arrasadora en un país que en el abanico de sus principales fuentes informativas cuenta con un único canal de televisión opositor –que da manotazos para sostenerse en pie–, y dos diarios que hacen malabares por sobrevivir –uno de ellos convertido en cooperativa desde hace dos años–, parecen no ser éticos sino meramente económicos.
¿Cómo podemos siquiera empezar a hablar de ética periodística cuando no hay lugar para la diversidad, cuando la heterogeneidad de opiniones e ideas solo corre por arterias subterráneas, secundarias, nunca en el horario central ni en la primera plana? En este territorio cenagoso de la información se necesita un mapa para encontrar la ética periodística y aún así es difícil de hallar. Esto sucede cuando un monopolio mediático, trenzado con el poder, se adueña de la voz oficial llevando la información al paroxismo del ridículo, si hace falta, para que la historia encaje con una versión conveniente. A esas marionetas se le ven los hilos. Aunque no se termina de saber quién maneja a quién.
Y una noticia tapa a la otra. Tapar para distraer. Tapar para olvidar. Pero no olvidamos.
Un mes después de encontrarse el cuerpo de Santiago Maldonado, la atención de los argentinos se posó sobre la noticia de un submarino desaparecido en aguas nacionales. El ARA San Juan, con 44 personas a bordo, perdió todo contacto con la Armada el 15 de noviembre de 2017. Y otra vez las pistas falsas. El juego de la hipótesis sin prueba, de crear y matar, con la misma liviandad, las ilusiones de las familias hechas trizas. El arte de ocultar.
Ni la Armada ni el Gobierno decían con certeza lo que sabían desde el comienzo. A través de sus grandes voceros comunicaron que se había perdido el contacto y que se habían “iniciado las operaciones para retomar la comunicación”. Desmentían oficialmente las teorías que ya circulaban sobre un posible incendio en la nave. En el transcurso de los días sin respuesta instalaron diferentes versiones: que se había perdido, que estaba oculto porque su objetivo era no ser visto, que otros países lo habían atacado. Más tarde se sabría que el capitán había enviado ocho mensajes que informaban sobre una falla en las baterías, horas antes de que se perdiera su rastro. Y que el submarino tenía problemas técnicos desde antes de partir. El 25 de noviembre el presidente argentino aseguró que no iba a cesar la investigación hasta encontrar a los tripulantes desaparecidos. El 30, finalizó la búsqueda.
Los medios dominantes de mi país se parecen muchas veces al Ministerio de la Verdad o Miniver orwelliano, que tenía por tarea manipular o destruir las noticias y documentos históricos para que las evidencias del pasado coincidieran con la versión oficial de la historia impuesta por el Estado. Por eso, muchos periodistas y medios independientes llaman en sus redes sociales a romper el cerco informativo, a luchar contra el silenciamiento de las voces críticas en la escena comunicacional, a correr el velo, a desocultar.
En pocas semanas el Mundial de Fútbol retendrá la atención de la gran mayoría de los ciudadanos. Argentina y la pelota tienen un matrimonio indestructible. Y muchos tememos que una vez más el certamen sirva de velo para esconder maniobras que continúen perjudicando a los trabajadores, a los viejos, a los pobres.
Tapar para distraer. Tapar para olvidar.
Pero no olvidamos.
Sabemos. Ellos también saben. Saber es poder.
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