La crítica a un equipo de fútbol hace ver al periodista como un enemigo de la región a la que pertenece el equipo. ¿Qué pensar de todo esto?
22 de Julio de 2016

La crítica a un equipo de fútbol hace ver al periodista como un enemigo de la región a la que pertenece el equipo. ¿Qué pensar de todo esto?

Foto: Pixabay

La crítica a un equipo de fútbol hace ver al periodista como un enemigo de la región a la que pertenece el equipo. Alegan en contra del periodista que él no aporta dinero para el equipo. Tampoco se puede criticar a las federaciones deportivas que decretan veto contra el periodista que lo hace. ¿Qué pensar de todo esto? Es evidente que, de ser así, se trata de una idea desfigurada y errónea del periodismo deportivo.

El periodismo deportivo, como el periodismo en general, no está al servicio de un equipo, ni de la imagen de una región, tampoco está al servicio de un gobierno, ni de partido político alguno. El periodista se debe al lector y nada más que a su lector, pero no de cualquiera manera.

En efecto, el periodista no está para satisfacer el capricho o la curiosidad del lector, sino para apoyar informativamente sus más altos intereses por el bien común. Teniendo esto en cuenta, el periodista deportivo le aporta al lector elementos con los que él pueda juzgar apropiadamente el desempeño de un jugador, el de un equipo, el de los árbitros o el de los empresarios de modo que, dejadas atrás las adhesiones fanáticas y ciegas, pueda ofrecer apoyo y aplauso al buen espectáculo deportivo.

El periodista, por tanto, protege a su lector de los intentos para convertirlo en un hincha manipulable por la propaganda, o por el clima de fanatismo de la afición. Es deber del periodista contribuir a darle al espectáculo deportivo el carácter de fiesta al aire libre, en vez de la actual connotación de choque violento entre facciones de intolerantes.

Como se ve, esto nada tiene que ver con el contexto descrito en la consulta.

Documentación

El deporte solo resulta dañino por el mal uso que se haga de él. De suyo el deporte es inocente y desinteresado. En la práctica suele convertirse en un negocio lucrativo más, o en una actividad tendenciosa con implicaciones incluso políticas. El deporte es el lugar común de todas las dictaduras para tener a la gente distraída y desviar su atención de las injusticias sociales. Cuando esto sucede los informadores deportivos corren el riesgo de convertirse en colaboradores activos de esas desviaciones sospechosas del deporte.

El deporte no es un fin en sí mismo, sino una actividad complementaria que contribuye al desarrollo de la persona y de la convivencia social.

El olvido casi generalizado de este principio ha venido a degenerar en lo que se ha llamado la deportización de la sociedad. El hombre queda reducido a una dimensión parcial y sesgada de su vida.

Cuando los informadores deportivos favorecen la exhibición de todas esas miserias humanas, están jugando una mala partida a los propios deportistas y al público en general.

Tenemos que reconocer honestamente que gran parte de la culpa en este grotesco fenómeno la tienen los medios deportivos por el excesivo espacio que dedican a la información deportiva y al modo apasionado y demagógico con que suelen hablar de estos temas.

Otra posible corrupción en la información deportiva es el culto de la competencia. El deporte bien entendido, trasunto del instinto lúdico es, en si mismo, movimiento comunicativo con sentido. El culto de la competencia es una reducción de la comunicación al consumo de resultados y de éxitos. Ya no es cuestión de jugar, divertirse, entretenerse o hacer más llevadera la convivencia humana, sino de ganar dinero, fama y posición social. Esto explica en parte que los medios se vuelquen en los ganadores y se olviden de los perdedores. De esta forma contribuyen a degradar el sentido humanístico original del deporte, derivando hacia objetivos prioritariamente comerciales y propagandísticos. La preocupación por los objetivos comerciales termina suplantando a la información deportiva en sí misma.

Niceto Blázquez; Etica y Medios de Comunicación, Biblioteca de autores cristianos, (BAC) 1994. Pp 297-298

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