Según un estudio… Pero ¿qué tipo de estudio?

Según un estudio… Pero ¿qué tipo de estudio?

El creador de escepticemia.com comparte dos aspectos fundamentales para establecer si un estudio científico es tan relevante como para convertirlo en noticia.

Fotografía: Luvqs en Pixabay | Usada bajo licencia Creative Commons
Gonzalo Casino. Periodista científico y profesor de periodismo científico y de datos en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.

 

La muletilla “según un estudio”, usada a menudo como referencia de autoridad en la información periodística, aporta más confusión que otra cosa si no se añaden detalles relevantes sobre la investigación. Autores, revista donde se ha publicado y resultados del estudio son sin duda datos importantes, pero no son los realmente decisivos a la hora de enfocar la información y modular el mensaje. ¿Qué es pues lo relevante? En mi opinión, hay dos aspectos fundamentales: el tipo de estudio y el contexto científico, es decir, cómo encajan los resultados con los de otras investigaciones que abordan la misma cuestión. 

Cada día se publican varios miles de estudios de salud en las mejores revistas, muchos de ellos con potencial interés informativo. Pero no todos los estudios son iguales y, por ello, sus resultados no tienen el mismo grado de certeza, ni mucho menos. Son muy diferentes, por ejemplo, la credibilidad de un ensayo clínico que compara la eficacia de un fármaco con un placebo y la de un estudio observacional que asocia el consumo de café con el riesgo de cáncer. En general, el grado de certeza de los resultados de un ensayo es alta y el de un estudio observacional, baja.

Observar no es lo mismo que experimentar. Los estudios de salud pueden dividirse en dos grandes grupos: los observacionales y los experimentales (ensayos clínicos en su mayoría). Los primeros, como su nombre indica, se limitan a observar y recoger los más diversos datos relacionados con la salud (por ejemplo, niveles de colesterol, consumo de aceite de oliva, infartos, mortalidad, etc.), y de este modo pueden llegar a establecer asociaciones o correlaciones (por ejemplo, entre el aceite de oliva y la incidencia de infartos), pero no pueden establecer una relación de causa-efecto (por ejemplo, el aceite de oliva “reduce” el riesgo de infarto).

Siguiendo con el ejemplo, no es lo mismo afirmar que la gente que toma mucho aceite de oliva presenta menos infartos que decir que el aceite “reduce” o “mejora” el riesgo de infarto. En los estudios observacionales se constata una asociación entre las dos variables, pero no se puede concluir que una sea la causa de la otra, porque podría ser al revés o podría deberse a otros factores. Para poder concluir que el aceite de oliva es la causa de la reducción de la incidencia de infartos habría que hacer un experimento o estudio de intervención (un ensayo clínico), comparando dos grandes grupos de personas distribuidas al azar, lo cual garantiza que son homogéneos en todo excepto en que un grupo toma aceite de oliva y el otro no.

Adecuar el lenguaje a los resultados. La distinción entre estudios observacionales y experimentales es trascendental desde el punto de vista científico, pero también desde el periodístico o de comunicación. Mientras los observacionales permiten descubrir asociaciones o correlaciones entre variables o fenómenos, los ensayos clínicos están diseñados específicamente para comprobar si existe una relación causa-efecto entre dos variables (la intervención y el efecto). Así pues, cuando se informa sobre resultados de estudios observacionales no se deberían usar verbos que indiquen causalidad (provocar, originar, reducir, aumentar, etc.), sino expresiones más cautas (los resultados sugieren, etc.) y tiempos verbales condicionales. Estos estudios ofrecen asociaciones ciertamente atractivas para los medios de comunicación, pero tienen muchas limitaciones científicas.

Un estudio es solo un estudio y el último no es necesariamente el mejor. Los resultados del último estudio no son la última palabra, sino solo una pieza más del puzle científico que trata de ofrecer respuesta a una pregunta de salud. Tener esto presente es esencial para informar con rigor, pues continuamente se publican estudios que asocian los más diversos hábitos de vida con infinidad de problemas de salud, y sus resultados pueden ser muy divergentes y, a menudo, contradictorios. 

Hay, por ejemplo, numerosos estudios que asocian los principales alimentos con el riesgo de cáncer. Unos sugieren que el consumo aumenta el riesgo y otros que lo disminuye. ¿Podemos limitarnos a informar de lo que dice el último estudio? Esto sería un error, pues lo que importa no es lo que diga un determinado estudio, sino el conocimiento global. De ahí que las llamadas revisiones sistemáticas, que tienen en consideración el conjunto de investigaciones realizadas, sean el tipo de estudio que ofrece resultados más fiables. La lástima es que estas revisiones tienen escaso eco en los medios.

Un estudio aislado es como una frase suelta en medio –o al final– de una conversación, y lo que nos interesa saber y explicar es de qué va la conversación y qué credibilidad tienen los distintos estudios. Y eso no es todo, porque también es relevante informar sobre quién financia la investigación y los posibles conflictos de interés de los autores, entre otros aspectos. Pero nadie dijo que hacer una buena información sobre la investigación de salud fuera sencillo.

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