El derecho a la intimidad y el límite del periodismo

El derecho a la intimidad y el límite del periodismo

Si se consigue una ubicación estratégica y un buen zoom fotográfico, es posible ver con claridad lo que hacen algunos de los parlamentarios en las pantallas de sus computadores.
Fotografía: niekvarlaan en Pixabay | Usada bajo licencia Creative Commons
Francisca Skoknic

La disposición de las tribunas en el Congreso chileno permite que periodistas, fotógrafos y público en general tengan una vista parcial de lo que sucede abajo, en el hemiciclo. Si se consigue una ubicación estratégica y un buen zoom fotográfico, es posible ver con claridad lo que hacen algunos de los parlamentarios en las pantallas de sus computadores. Así se ha descubierto a diputados jugando, viendo videos y mirando fotos subidas de tono mientras legislan. Pero esta vez fue diferente. El lente de una cámara persiguió durante al menos tres días el chat que a través de su teléfono celular mantenía un congresista en particular: Guillermo Ceroni, del oficialista Partido Por la Democracia (PPD, centro izquierda).

Las imágenes fueron captadas por una agencia fotográfica (Agencia Uno) y divulgadas por el diario electrónico El Dínamo. En ellas podía leerse claramente los diálogos con contenido sexual que el diputado tuvo con tres hombres distintos a través de Whatsapp. La nota, titulada Sorprenden a diputado Guillermo Ceroni enviando mensajes sexuales en pleno hemiciclo, fue modificada más tarde y se sacaron las fotografías. El medio se disculpó por haberlas publicado.

Mientras Agencia Uno emitió un comunicado argumentando que “su condición sexual no es lo cuestionable y no nos debe importar, sí el tipo de mensajes”, El Dínamo señaló que “sin importar lo que estuviese realizando en su teléfono celular, el parlamentario estaba concretando una actividad personal distinta a su trabajo en la sede del legislativo y desatendiendo la labor para la que fue elegido”. Para el medio también era relevante descubrir si usó un “teléfono fiscal pagado por los impuestos de todos los chilenos”.

Ceroni (70 años, diputado hace 22 y casado hace 15) se querelló contra el periodista que escribió la nota, el fotógrafo y sus respectivos editores, a quienes acusó de captar y difundir comunicaciones de carácter privado, obtenidas sin autorización. Ellos se han defendido diciendo que el hemiciclo, donde se tomaron las fotos, es un lugar de acceso público. La Fiscalía debería cerrar su investigación en los próximos días. Sin importar cuál sea el desenlace judicial, este caso plantea un problema ético siempre presente en nuestro trabajo: los límites entre lo publicable y la intimidad de las personas.

Exposición pública

Si bien resulta a todas luces inadecuado que un diputado intercambie mensajes de carácter sexual mientras legisla, ese no parece un argumento suficiente para justificar la difusión de diálogos íntimos. Más aún cuando el diputado en cuestión nunca había reconocido ser homosexual. Las autoridades públicas tienen que asumir que sus cargos implican una exposición pública permanente y grados de privacidad menores que el resto de los ciudadanos, pero los medios deben ponderar debidamente y caso a caso cuándo es válido utilizar un material al que se accedió utilizando mecanismos que pueden ser cuestionables y cuándo es justificable publicar información de carácter íntimo.

Como siempre en estas situaciones, lo que debe aplicarse es el test del interés público. ¿Dar a conocer a la ciudadanía esta información constituye un bien mayor que el derecho a la intimidad de una persona?

La tensión entre el interés público de la información y la privacidad de los personajes públicos es recurrente en todas las democracias. Hay dos argumentos que suelen invocarse en casos que involucran aspectos de la vida privada –y particularmente sexual– de las autoridades. El primero es que cuando llevan una doble vida o tienen un secreto inconfesable, son susceptibles de ser extorsionados. La sola posibilidad de que eso ocurra rara vez justifica su divulgación. En el caso del diputado Ceroni, lo que se ha conocido después es que si bien llevaba una doble vida, al menos en lo que se refiere a su esposa, su relación se alejaba de los patrones convencionales y, por lo tanto, la posibilidad de extorsión era lejana (ver entrevista).

En sociedades más conservadoras, también suele debatirse sobre la necesidad de coherencia entre la moral privada y la moral pública. ¿Puede alguien que es infiel o miente en su vida privada, ser íntegro en su actual público? Acá la respuesta depende de valores y creencias individuales, pero lo que es difícil de sostener es que sean los medios de comunicación los llamados a juzgar a los actores públicos por su comportamiento en la intimidad.

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