Sobre la mesa de esta segunda sesión del Taller de Libros Periodísticos se diseccionaron relatos de mujeres: una campesina que defiende su tierra de una poderosa minera y una alcaldesa que gobierna una villa afortunada en el ruinoso Haití.
Detrás de ellas hay un montón de anécdotas, conceptos, ideas, fechas, experiencias, momentos, datos y motivaciones personales que Joseph Zárate y Maye Primera, los autores de esta jornada, quieren contar.
La pregunta que pusieron sobre la mesa es compartida por varios de los participantes: ¿cómo hilar sus relatos para que sean un concepto, para que tengan armonía dentro del libro? Una duda que implica la estructura y también la idea que aguarda tras los telones.
Los cómplices dieron algunas pistas: darle a cada historia que se cuenta una parte de ese todo que se quiere sea el libro; ubicarla en un momento histórico; o conectar las distintas historias de personas con capítulos intermedios que describan procesos más generales o universales y trabajar como una cámara que hace zoom in y zoom out. A veces, ese hilar es más simple, que no necesariamente más fácil, como un arco de tiempo en el que se cuenta la evolución de los personajes. Parece que las preguntas ¿cómo hilar los relatos? ¿cómo definir la estructura de un libro? estarán presentes a lo largo de la semana.
Se discutió también la pertinencia de incluir o anclar el libro a la experiencia personal. Había, entre los cómplices, quien pensaba que tener un vínculo daba autoridad para contar la historia y servía al autor para explicar quién mira y desde dónde lo hace; había quien consideraba que esa experiencia o vínculo personal podía funcionar como hilo conductor que articula las historias. Otros, de plano, opinaban eliminarlo: “todos venimos de algo, todos tenemos traumas, unos resueltos, otros no, pero esos no tienen por qué importarle al lector”. Caparrós intervino: “no siempre tenemos que justificarnos para escribir de algo”. Uno puede escribir de lo que quiera, pero hacerlo bien.
Caparrós dijo una de las frases que han sido constantes en sus talleres: "no es lo mismo escribir en primera persona, que escribir sobre la primera persona". “Hay narradores que se ponen ahí y no te dejan ver. Y tú como lector sólo dices vete, vete, vete”. Caparrós defendió el uso de la primera persona como una decisión política contra la falacia fundacional de quien presume contar LA verdad, LA realidad. Y recomendó a los participantes detenerse a pensar quién narra la historia, separarse del automatismo de que quien narra es uno mismo como escritor, pues el narrador es una construcción.
Sacar del mármol lo que sobra
“El gran criterio de belleza de un texto es que no haya palabras que podrían no estar, que cada palabra se gane su presencia a pulso, que uno tenga la sensación de que cada palabra es indispensable. Eso hace para mí que un texto sea realmente bello”, dijo Martín Caparrós.
Y pidió revisar con atención la primera frase del texto de Joseph Zárate (una primera versión de este texto ganó el Premio Ortega y Gasset):
Salvo las ollas de acero inoxidable en las que cocina y el diente postizo de platino que luce cuando sonríe, Máxima Acuña Atalaya no tiene otro objeto de metal que sea valioso.
“Estamos hablados y escritos por el lenguaje, el lenguaje ya viene armado. Hay que examinarlo. Les sugiero muy intensamente que sometan a examen cada palabra”, dijo. Después de un repaso grupal, la frase quedó así:
Salvo las ollas de acero inoxidable y el diente de platino, Máxima Acuña Atalaya no tiene otro objeto de metal valioso.
Si Miguel Ángel definió esculpir como sacarle al mármol todo lo que le sobra, Caparrós define escribir como sacarle al texto todo lo que le sobra.
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