“Hay pocas cosas más solitarias que escribir un libro”, dijo Martín Caparrós al inaugurar el cuarto Taller de Libros Periodísticos, que organizan la FNPI- Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano y la Fundación Tomás Eloy Martínez, en la ciudad de Oaxaca.
“Siempre pensé que encontrarse con unas guías, con otros que pelean contra esa soledad, es un lujo”. Es por eso que nueve periodistas están reunidos en la mesa mientras afuera tiene lugar la Feria Internacional de Libro de Oaxaca, también convocante de este encuentro.
Llegaron desde Nicaragua (Fabián Medina), Perú (Joseph Zárate), Colombia (Lizeth León), Ecuador (Mónica Almeida y Ana Karina López), Venezuela (Valentina Oropeza), España (Marta Arias), Estados Unidos (Maye Primera) y, por supuesto, México (Temoris Grecko); con temas tan diversos como las historias de dictadores latinoamericanos, de personas comunes que defienden la tierra porque los verdaderos conflictos no ocurren “allá afuera”, sino en el alma; llegaron para hablar del cuerpo, de cómo se vive el cáncer sin medicamentos o cómo se trae la vida al mundo; llegaron para hablar de algo gremial como el asesinato de periodistas o algo tan personal como el asesinato de un hermano.
Las condiciones que da Martín Caparrós para arrancar este taller de disección de libros son pocas y claras: este es un espacio horizontal, hay que ser políticamente incorrectos –si no, no vale la pena estar aquí-, y decir a sus compañeros qué necesidades tiene cada autor sobre su proyecto.
O, mejor dicho, a sus cómplices. Porque si, parafraseando a Martín, el libro es un espacio donde se refugia parte de lo mejor del periodismo, este taller se ha convertido en ese refugio donde se comparte una apuesta personal y política. Sobre esta mesa están puestas las 139 páginas de los adelantos de cada proyecto, eso en lo que nueve periodistas creen.
Primera apuesta: ¿para qué contar historias de periodistas asesinados?
Témoris Grecko quiere que el mundo conozca a los periodistas mexicanos asesinados y para ello ha recorrido la geografía del país y ha recolectado sus historias.
Parece obvio, pero no siempre está claro en los proyectos de libros. Para arrancar, el autor debe tener claro qué historia quiere contar. Caparrós lo plantea así: ¿cuál es la pregunta para cuya respuesta vale la pena hacer un libro? Hay que pensar un libro en función de esa interrogante -que funciona como eje- y organizar el libro para responderla. En palabras del cineasta Wim Wenders sería encontrar y confiar en el alma de la película, volver a ella cuando se pierda el puerto. Volver cada que sea necesario.
Otra de las lecciones que se pusieron en la mesa fue el llamado efecto potosí: la posibilidad de complejizar los retratos de las víctimas o de los protagonistas de las historias y no transformarlas en imágenes inmaculadas. Eso los hace más verdaderos, los llena, les da volumen y le permite al lector creer en esos personajes. (Martín le llamó así en un guiño al periodista Ander Izagirre, autor del libro Potosí y participante de la primera generación de este taller; en ese libro, Izagirre relata la vida en las minas, cuenta historias de gente muy puteada y no deja de mostrar sus contradicciones; por ejemplo, uno de los protagonistas explotado en las minas, golpeaba a su mujer en casa).
Uno de los problemas más comunes a la hora de plantear un libro es la sobreabundancia de pequeños relatos. Caparrós sugirió a los participantes aprender a discriminar y creer en esa historia que quieren contar y no soltarla, desarrollarla. A veces, para incorporar relatos satélites, se pueden ayudar de trucos como el que utilizó Roberto Bolaño en la novela 2666 al incluir en pequeños párrafos, como disparos, crímenes de las mujeres en Juárez. La novela gana tensión y da sentido a la historia.
La primera jornada cerró con la visita sorpresa de Elena Poniatowska vestida en un traje típico mexicano color blanco y un rebozo rojo que le regaló una maestra sindicalizada. Blanco y rojo, como los colores de Polonia, como el apellido de la escritora.
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