Estas son las palabras del maestro de la FNPI durante la ceremonia de entrega del Premio de periodismo Maria Moors Cabot que le fue otorgado por la Universidad de Columbia el 24 de octubre de 2012, en la ciudad de Nueva York. Señoras, señores, autoridades académicas, colegas y amigos en general, lo primero que debo decir es que la concesión de un premio como el Maria Moors Cabot, aparte de la satisfacción personal que indudablemente me ha causado, ha servido para otra cosa de una gran importancia personal. Me ha dado una comprensión de quien realmente soy, de mí mismo, de la que hasta ahora carecía. Hoy yo soy más yo. Me explicaré. Pertenezco a la última generación del franquismo (fin de los años 60 y comienzo de los 70) y primera de la democracia (mediados los 70) y, como no podía ser de otra manera, en ese tiempo se otorgaban en España numerosos premios de periodismo, pero todos estaban indefectiblemente marcados por el régimen dictatorial, estaban, digamos que intelectual y espiritualmente contaminados, con lo que los jóvenes periodistas modestamente demócratas de entonces, ni nos planteábamos la posibilidad de presentarnos a ninguno de ellos. Más aún, el solo pensamiento de entrar en la 'familia' de los premiados por el régimen hacía insufrible la propia idea de ser premiado. Así, nos desarrollamos en nuestra profesión en mi ciudad natal, Barcelona, y tuvimos la suerte de que, relativamente pronto, ese crecimiento periodístico pudiera producirse en el marco de un sistema de libertades democráticas. Los más jóvenes tenían entonces veintimuchos años y los más mayores, entre los que me cuento, estábamos a medio camino entre los 30 y 40, pero para la gran mayoría de nosotros la idea de presentarse a un premio había quedado como borrada de nuestras mentes. Así fue como durante los 30 años siguientes, ni por un momento pensé en presentar mi candidatura a nada. Eso era cosa de chiquillos, de meritoriajes infantiles. Uno era lo que era y no necesitaba que le premiaran en ningún sitio. Hasta que un día de 2012 todo cambió. Una gran amiga e igualmente grande como periodista, la colombiana María Teresa Ronderos, me dijo de sopetón: "por qué no te presentas, ya te diré yo lo que tienes que hacer, al Maria Moors Cabot". Yo conocía de sobra el premio y su extraordinario prestigio, mas aún, unos cuantos amigos, como la propia María Teresa, Daniel Samper, y el periodista mexicano Jorge Zepeda, habían recibido el preciado galardón. Y súbitamente algo se removió en mi interior, haciéndome entender que sí, que no era imposible, que la idea tenía sentido, y que, en cualquier caso, podía probar. Las semanas, meses siguientes, fueron febriles, tenía que recoger materiales para confeccionar un dossier, como exigían las bases del premio, y la propia María Teresa y, muy destacadamente la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, de la que me honro en ser maestro, hicieron buena parte del trabajo; recopilar entrevistas, análisis, reportajes, testimonios como el de la propia FNPI y de destacados periodistas latinoamericanos y españoles, como los cuatro directores que he tenido en EL PAÃS de Madrid (Juan Luis Cebrián, Joaquín Estefanía, Jesús Ceberio y Javier Moreno). Lo hice con lo que en inglés se llama 'trepidation', excitación extrema, pero también pánico de que todo quedara en nada, hasta que, por fin, entré en una especie de ataraxia: la placidez del deber cumplido y que sea lo que Dios (siempre el del catolicismo) quiera. Y aquí estoy ante ustedes, experimentando una alegría interior y exterior en la que durante lo que ha sido prácticamente toda mi vida profesional no había jamás pensado. No nos engañemos, me encuentro en la última recta del camino, pero quizá por eso precisamente, este reconocimiento, merecido o no tanto, tiene un sabor especial. Miro atrás y veo como llegué un día hace casi 20 años a las dependencias de la Fundación, hoy rebautizada de Gabriel García Márquez, en la calle san Juan de Dios de Cartagena de Indias, y sé que todo empezó ahí; mi entusiasmadísima inmersión en Colombia y en toda América Latina, que ya vagamente conocía de viajes anteriores pero que empezaba a ver entonces de una forma distinta, aunque no pudiera imaginar lo que iba a llegar a significar para mí. Me quedan, verosímilmente unos años, no demasiados, de actividad en razonable plenitud, y créanme, señoras y señores, amigos todos, que de manera aun más superlativa gracias al premio, pienso aprovechar y disfrutar hasta el último instante de ellos, trabajando en lo que debería ser el destino de tantos españoles: América Latina, y, en ella, un país excepcional que se llama Colombia.
Este texto es una versión-traducción del inglés en que fue pronunciado, obra del propio autor.