El sol calienta fuerte en Mompox. La gente quiere aretes y anillos de filigrana de Mompox. Los turistas compran queso de capa en alguna esquina y se sientan en el centro histórico que es, desde 1995, declarado por la Unesco, patrimonio Mundial de la Humanidad. Las casas blancas de ladrillo mezclado con cal y arena, de ventanas que tienen rejas de hierro devuelven a este pueblo a los tiempos de la Colonia, a sus momentos de prosperidad, si bien algunas se ven desgastadas.
Cartagena lloviendo es otra ciudad, aunque la piel siga siendo un pegote por las explicaciones de la humedad. Las calles se vuelven ríos de aguas estancadas y los aviones se retrasan o, como en el que venía yo, asustan a los pasajeros haciéndoles creer que ya van aterrizar y, en un golpe abrupto, el avión vuelve a montarse en las nubes, el piloto explica que es una maniobra sin peligro y una señora grita que ella no entiende que es un viento de cola, que no se quiere morir.