Una América no solo Latina

Una América no solo Latina

América Latina existe mucho más, y sobre todo en este tiempo de Bicentenarios, cuando se la contempla desde el exterior que desde sí misma. Eso le ocurre a todas las 'comunidades imaginadas', como designa Benedict Anderson a los grupos humanos que creen constituir una nación, y la América iberoamericana -otra manera de designarla tan inexacta como la anterior- solo aspiraría, en el mejor de los casos, a ser un proyecto de realidad supranacional. En el mundo latinoamericano compiten, o con suerte se complementan, dos principios difíciles de conciliar: una diversidad en la infraestructura, la realidad subyacente, tan grande o mayor que la que pueda darse entre las naciones europeas, y una relativa unidad en la superestructura, sobre todo en lo referente a la lengua escrita.

¿Qué une a Tegucigalpa con Buenos Aires? O sin salir de un mismo país ¿a las etnias mayoritarias quechuas y aimaras en Bolivia con sus con-nacionales minoritarios, los guaraníes? La conquista española impuso un par de denominaciones tipo cajón de sastre que englobaban a todas las poblaciones autóctonas: el acomodaticio 'indios' porque Colón se equivocó de continente, o el absurdo 'indígenas' porque todos somos indígenas de algún sitio. Pero las diferencias entre los descendientes de esos primeros pobladores, a los que nunca pudo homogeneizar suficientemente la conquista española, es mayor que entre sicilianos y noruegos, no digamos ya franceses y españoles. El único basamento de la latinidad de América, de su potencial unidad, es la lengua de Castilla.

En los años 60 se publicó con encomiable obstinación y durante bastante tiempo un anuncio de una academia de idiomas en un periódico dominical británico. La institución se vanagloriaba de dar clases en varias docenas de idiomas, entre los que figuraba como campeón mundial de la alteridad el swahili. Y entre ellos aparecía la curiosa posibilidad de estudiar dos idiomas por el esfuerzo de uno: el Español y el Español Latinoamericano. ¿Latinoamericano? ¿Cuál, el del barrio bonaerense de Palermo, acaso el antioqueño colombiano, o el del Malecón de La Habana?

No. El inglés de Alabama será crecientemente incomprensible, si no lo es ya, para los hablantes de Mumbai (la colonial Bombay) y viceversa, pero los pueblos de habla española parecen hoy estar razonablemente convencidos de que les interesa mantener la unidad del español, expresada por un canon común, aunque siempre respetuoso de la variedad de acentos, modismos y genio natural de lo que sigue siendo, sin embargo, una sola lengua académica. Por ello no puede existir nada parecido a un español latinoamericano normativamente distinto del original ibérico, sino que sus distintas expresiones dibujan una especie de constelación en la que cada una de ellas ocupa un lugar determinado que solo refleja el alejamiento o proximidad de las demás. El castellano o español -únicos sinónimos absolutos que yo conozco- de la meseta colombiana está, por ejemplo, mucho más próximo al de la lejana Castilla que al venezolano, sin embargo, limítrofe; y el español caribeño es a la vez insular y ribereño hasta trascender cualquier divisoria política. La mayor parte de América  Latina, existe porque habla español, forma de expresión a la que no parecen dispuestos a renunciar ni aún los más ardorosos defensores de la refundación pre-colombina. A los 200 años de la separación de España la lengua común demuestra un vigor que la convierte en un tesoro inapreciable. Eso sí que lo percibe con estupendo orgullo, aunque no sepa muy bien qué hacer con ello, una mayoría de españoles.
 
EL GRAN MITO DEL NORTE ANGLOSAJÓN

Se oye con alguna frecuencia en medios latinoamericanos más bien populares cuanto es de lamentar que la colonización de Río Bravo a Tierra del Fuego fuera una empresa española -y en su parte oriental, portuguesa- en lugar de haber caído en manos de los anglosajones que poblaron el norte del continente. ¡Mas nos valdría! dicen algunos, haciendo la comparación entre la unidad y la potencia de los Estados Unidos con la división extrema y la tumultuosa historia de América Latina. Y, naturalmente, la culpa de todo la tiene España.

Semejante parecer es, por supuesto, puro dislate porque en ese caso no existiría la persona que así se expresa, pero hay razones de más peso para explicar el diferente camino seguido por ambas colonizaciones.

La implantación anglosajona puritana y la ibero--católica, como ha argumentado el historiador ecuatoriano Jorge Cañizares Ezguerra en -Católicos y puritanos en la colonización de América-, se parecieron en sus métodos mucho más de lo que comúnmente se supone, y la colonización septentrional copió establecimiento y formas de trabajo de la meridional. Lo que sí difería profundamente eran el medio y sus habitantes.

El Norte era un mundo relativamente vacío, ocupado por tribus dispersas, de cultura  primitiva y belicosa, y el Sur, en especial la meseta central mexicana y gran parte de la extensión andina, era, para los estándares pre-industriales, un mundo lleno, de notable desarrollo cultural, estructurado en dos grandes formaciones políticas, los imperios azteca e inca, respectivamente.

Los anglosajones tenían todo a su favor en aquel espacio fundamentalmente despejado para tratar de reproducir una versión ideal mejorada de su pais de origen. Y el hecho de que los colonizadores del Norte mostraran nulo interés por mezclarse con los pueblos autóctonos, a los que arrasaron sistemáticamente, era un reflejo ni mas ni menos racista pero distinto de lo que ocurriría en los dominios ibéricos, lo que se explica en gran medida por la diferente historia de Inglaterra y  España. Los habitantes de la península tenían un conocimiento de primera mano de la mezcla de razas, a causa de la larga dominación que ejercieron los pueblos arabizados del norte de África sobre su tierra común, al tiempo que su convicción de que la conquista se justificaba por la misión de atraer a la fe de Roma a los pueblos originarios era mucho más intensa que la de sus vecinos del norte, que se daban por satisfechos con el observar el culto puritano en circuito cerrado. El 'otro' era, por ello, mucho menos extraño y amenazador para los pueblos ibéricos que para el colonizador anglosajón.

Hubo, sin duda, otros muchos factores que ahondaron diferencias, como el aristocratismo imperial hispánico y la condición de gran parte de los que cruzaron el océano, aventureros en busca de fortuna y títulos que les hicieran olvidar su mísera vida de pastores y campesinos, mientras que la colonización anglosajona sí que seguía viéndose a sí misma, como en Europa, integrada por agricultores y comerciantes. Y a  ello aún habría que sumar el descubrimiento de metales preciosos en Iberoamérica, que con la inicial abundancia de mano de obra nativa, era la combinación perfecta para que los españoles se dedicaran a la explotación del 'indio' hasta reducirlo a términos muy próximos a la esclavitud, mientras que los puritanos cosechaban hortalizas.

No hay que juzgar el colonialismo español anacrónicamente, trasladando el presente al siglo XVI, pero tampoco exculparle del extenso derramamiento de sangre. Un asesinato era un asesinato también hace cinco siglos. Ni anacronismo, ni ucronía. Ninguno de los dos conceptos exculpa ni explica. Pero existe hoy entre el público informado de España un cierto sentimiento de que se recibe un trato injusto por parte de su propia progenie americana, cuando ésta acusa a España de todos los pecados habidos y por haber, sin duda para procurarse la propia exculpación de maltrato y de racismo. Es frecuente, sobre todo y de nuevo entre las clases populares, oír cosas como que en el colegio les habían contado que España pobló aquellas tierras con la escoria de sus cárceles, cuando no había en la época cárceles suficientes para poblar nada; cuando, salvo el caso de militares y sacerdotes, el grueso de los que cruzaron el Atlántico eran desarraigados pero no necesariamente criminales, de talante emprendedor, capaces de los mayores sacrificios para conseguir sus propósitos; y cuando no hay que olvidar que, aquellos aventureros son, en cualquier caso, los antepasados del criollo de nuestros días.

Y así es como se desarrollan dos colonizaciones diferentes, una, al norte, que construía la unidad proto-federal de un vasto territorio medio deshabitado, y se basaba en la visión del mundo del protestantismo de la época, fermento de una primera modernidad en la Europa de los siglos XVI y XVII, -Ernst Troeltsch, "El protestantismo y el mundo moderno"-; y otra, al sur, fabricante de oligarquías vétero-medievales que reinaban como taifas codiciosas sobre la mano de obra nativa, peleaban con una abrupta geografía, y se engañaban a sí mismas dando el nombre de federalismo y unitarismo a sus pugnas caudillistas y parroquiales. Un historiador de ascendencia española, pero académico del mundo británico resume la imposibilidad de que la América de raíz hispánica formara una sola gran potencia, atendiendo a lo que había de más y no de menos: "América era demasiado grande y en parte demasiado rica, provincia por provincia; las elites demasiado importantes como para estar dispuestas a repartir privilegios y poder" (Fernández Armesto, 2010). Cada uno tiene lo que se merece; conquistadores españoles y su descendencia criolla de un lado, y el compacto bloque anglosajón de otro, pero unos y otros se merecen solo aquello que una agregación de factores externos condiciona.

 RUPTURA Y HERENCIA.
 Rubén Darío, que llegó a considerar su verdadera nación la lengua española, y descubrió como tantos otros intelectuales hispano-hablantes que España no era exactamente lo que cierta Vulgata escolar había consagrado, es probablemente el primero que proclama el tipo de unidad que había que buscar de América Latina
"Los glóbulos de sangre que llevamos, la lengua, los vínculos que nos unen a los españoles no pueden realizar la fusión. Somos otros. Aún en lo intelectual, aún en la especialidad de la literatura, el sablazo de San Martín desencuadernó un poco el diccionario, rompió un poco la gramática. Esto no quita que tendamos a la unidad de la raza". (Darío, 1901, citado en "Historia de los intelectuales en América Latina II vol.).

El gran poeta nicaragüense, que así proclamaba la necesidad de unificar lo diverso, no fue un inmigrante, ni un exiliado, sino como dice Susana Zanetti: "un migrante, un hombre de todas las partes que eran suyas" (Zanetti, 2010). Y en él se perciben en pugna los dos grandes ADN que gravitan sobre el ciudadano de estas latitudes como son Ruptura y Herencia. Una y otra, inercias productoras de historias también diferentes, lo que no solo explica sino que impone la disgregación latinoamericana en contraste con la unidad del coloso del norte. Ruptura y herencia se establecen como una dualidad entre sí y dentro de sí. Ruptura con España o con el mundo pre-colombino, y herencia española -o europea- e indígena.

Los dos casos extremos pueden ser Bolivia y el binomio Argentina-Uruguay. La tensión entre herencia y ruptura tiende siempre a resolverse con el predominio de una u otra en la formación de los colectivos nacionales. Domingo Sarmiento se mostraba convencido de que en las tierras platenses predominaba la ruptura con España y la herencia de la Revolución Francesa, lo que le servía para comentarios especialmente acerbos contra la colonización española en "-Facundo, civilización y barbarie" (aparecida inicialmente como folletón en el diario de Santiago de Chile 'El Progreso' en 1845). Pero ese punto de vista me parece fuertemente precipitado porque, de un lado, la exaltación de los valores europeos modernos, notablemente el legado de la Revolución, y de otro, la execración de lo hispánico, formaban ese único conjunto que es Europa, y siempre hubo en el Río de la Plata algo más que un eco de Cádiz y la constitución de 1812, de una España que no era exactamente la de Fernando VII. No en vano es español el término 'liberal', rápidamente incorporado a todas las lenguas occidentales, de forma que 'libertad' -o -liberté- le ganaba la partida a 'freedom' cuando el inglés aún no era el idioma universal. Pero la pelea de fondo tenía que operarse con otra herencia, la del pasado indígena, que en los dos países citados ha sido casi exterminado, primero por los españoles en el Río de la Plata, y por la Argentina independiente del general Roca en la 'guerra del desierto' de 1890, hasta el extremo de que solo es visible como elemento humano en las zonas de este último país limítrofes con Bolivia. La herencia europea, en cualquier caso, es la que predomina sobre el legado anterior a la conquista.    

Bolivia es todo lo contrario. Aunque la independencia fue de dirección casi exclusivamente criolla, hoy, a comienzos del siglo XXI, el elemento 'indio', étnicamente puro o no tanto, congrega al menos a dos terceras partes de la población, mientras que el resto se reparte entre mestizos y una exigua minoría de blancos de descendencia española o en general europea. Ese predominio de la versión criolla solo comenzó a ponerse en cuestión en 2006 con la elección a la presidencia del país de Evo Morales, líder cocalero, reputado primer 'indígena' que gobierna en La Paz, que hoy puede interrogarse sobre cuánto del mundo pre-colombino es recuperable en Bolivia y cuanto del Occidente globalizado va a permanecer obstinadamente en el altiplano.

¿Por qué un número tan exiguo de criollos logró durante casi 200 años mantener su versión exclusivista de Bolivia? Sin duda hay que contar siempre con la fuerza, pero no solo con ella. El historiador local Manuel J. Cortés, mediado el siglo XIX, lo argumentaba así: "Eran los hijos de los españoles los que habían ideado y liderado la ruptura y, en consecuencia, ganado el derecho de asumir la dirección del país" (Cortés, 1861, citado en "Historia de los intelectuales en América Latina"). Algo más elaboradamente otro historiador de la época, Ramón J. Sotomayor, racionalizaba por qué la herencia indígena cedió ante la ruptura hispánica: "No apoyaron (los indios) los primeros movimientos independentistas, ya que la guerra era para ellos una división entre españoles", y tampoco podían arrojarse en brazos del criollato porque éste les había explotado terriblemente, con lo que pretendían: "librarse enteramente de la dominación de una raza que, venida siglos atrás de un mundo desconocido, trastornó el patriarcal mundo de los incas y se apropió orgullosa sus inmensas fortunas" (Sotomayor, 1874, citado en "Historia de los intelectuales en América Latina" II vol.. Como se dice en España, el que se mueve no sale en la foto. Ambos casos no agotan, sin embargo, la cuestión. Cada país o área socio-cultural es un caso particular. Los hay que aunque mantengan algún tipo de equilibrio entre ruptura y herencia, se aproximan más al modelo boliviano como Ecuador, Perú, Paraguay o Guatemala entre otros; y tampoco faltan los más próximos a la propuesta platense, pero probablemente sin la misma convicción ni extensa base étnica, como Chile o Costa Rica. Cuba ha fabricado un híbrido pero de partes bien diferenciadas entre la España muy gallega y la santería afro-descendiente; mientras que otros se mueven en un socialismo que apellidan 'bolivariano' y del siglo XXI, como la Venezuela del presidente Chávez. Clasificar es siempre mentir un poco. Y al final quedan siempre naciones como Colombia a cuya clase dirigente seguramente le gustaría ser Argentina, pero el buen Dios no le dio los elementos demográficos para ello, y el inclasificable México, donde, sin que el poder último haya dejado jamás de pertenecer a los descendientes de España, se ha formado una auténtica nación mestiza, lo que hay quien supone que debería poner al país al abrigo de las conmociones que en otros predios se auguran.

Todo esto lo percibe de manera difusa la opinión pública española, que se centra en criticar el gárrulo pero eficaz líder venezolano -el hombre que odiaba el silencio-; en mal comprender y sentir una vaga irritación ante las reclamaciones incluso contabilizadas de Evo Morales cuando afirma que con la plata que se extrajo del 'cerro rico' de Potosí, se podría tender un puente que atravesara el océano hasta la península ibérica; se persigna en la confusión total cuando se habla de peronismo, aunque ello no obste para que la prensa española haya considerado siempre Buenos Aires una plaza informativa de primer orden; y así quedó probado con la desaparición del ex presidente argentino Néstor Kirchner, en noviembre de 2010, cuando toda la Prensa nacional española informaba en primera página, y en muchos casos abriendo la publicación, sobre su inesperada muerte. Colombia, tan querida pero de contornos algo más difusos, será para la eternidad el país donde se habla el mejor castellano de América -o del mundo-; y Fidel Castro  tendrá un perdón incluso para parte de la derecha por su obvia condición de español irrenunciable. A pesar del 'tsunami' inversionista de las últimas décadas, América Latina sigue siendo un tenaz misterio para España..    

RENOVACIÓN; INNOVACIÓN; Y REVOLUCIÓN

Sigamos con las siempre imprecisas clasificaciones. En América Latina se dan al menos tres tipos de respuestas a la pos-modernidad o globalización, sin que por eso se haya llegado en todos los casos a la modernización. Estas son en mi cuenta Renovación, Innovación y Revolución.

RENOVACIÓN.

La Renovación sería una permanencia sobre el propio terreno, pero adecentándolo, haciéndolo más eficaz. La Innovación supone algún cambio estructural sin llegar a romper del todo con la situación precedente, que suele caracterizarse por recorrer tierra incógnita y poseer solo una idea difusa de adónde se dirige. La revolución, el más fácilmente reconocible de los tres planteamientos, es la tentativa de hacer borrón y cuenta nueva.

Un ejemplo modélico de Renovación sería Chile, que ya hizo su Innovación con la liquidación por tiempos del pinochetismo en los años 90, y que con la sucesión del presidente liberal-conservador Sebastián Piñera a la socialista Michelle Bachelet, no ha cambiado nada fundamental, pero aspira a limpiar los establos de Augias de la economía chilena sin inaugurar por ello una nueva ruta. Así se mantiene la línea democrática liberal-capitalista o si se prefiere social-capitalista de los 20 años de gobierno de la Concertación, básicamente formada por social demócratas y demócrata-cristianos. Si acaso las únicas novedades se refieren a la política exterior. A la señora Bachelet le costaba decir lo que pensaba de Hugo Chávez, y Piñera puede tener menos complejos. Y con éste más que se insinúa ya la formación de un nuevo bloque conservador con Perú, Colombia, Panamá, y México, que pueda hacer de contrapeso al bloque bolivariano de Venezuela, Bolivia, Nicaragua y hasta cierto punto Ecuador. Y en parecida tesitura se encuentran países como Colombia donde Juan Manuel Santos, tan de derechas como su antecesor Álvaro Uribe, pero aspirante a una diferente modernización, quiere ir mucho más allá de la política de acoso y derribo de las FARC del que fue su mentor, y hoy rival; ahí anda también el Perú del presidente Alan García, donde el desarrollismo parece ser la 'mot de passe'; el propio México, donde Felipe Calderón aspira a renovar si gana -él o sus sucesores- la dura contienda con el narco-tráfico, pero donde ya su antecesor, el también derechista Vicente Fox, había presidido una Innovación democratizadora. Finalmente me parece también solo renovación por muy ambiciosa que resulte, la del Brasil del presidente Lula, a quien el 1 de enero de 2011 sucedía su pupila aparente, Dilma Rousseff. El gigante latinoamericano aspira nada menos que a ocupar un espacio en el club de las grandes potencias.  

INNOVACIÓN.

La Innovación, mucho más difícil de categorizar porque se trata de una casilla por definición inestable, podría explicar el caso de Venezuela. ¿Está haciendo el presidente Chávez una revolución? Él dice que sí, pero las revoluciones que hemos conocido si no siempre sabían a dónde iban, si rompían absolutamente con lo que dejaban atrás. Y no es una dictadura sin más lo que el líder carismático quiere implantar en su país. Chávez no pretende hacer de Venezuela una segunda Cuba, pero con petróleo. La visible limitación pero no aniquilamiento de la libertad de expresión en Venezuela, parece poner en práctica una máxima de Gramsci, aunque cambiando de protagonistas. El marxista italiano sostenía que la sociedad liberal-capitalista entroniza una serie de instancias de poder como son patronales, ateneos, universidades, dirección de grandes empresas, que son siempre de derechas. Así, mande quien mande por la ley de las urnas, la textura social será permanentemente conservadora, como se decía del Civil Service británico, que por mucho que ganaran elecciones los laboristas anclaba el país en un fundamentalismo 'tory'. Y hacia ello parece dirigirse hoy el líder bolivariano, que quiere convertir esos cuerpos intermedios, como consejos comunales, instancias varias de poder local, o el propio ejército, en correas de transmisión para el Ejecutivo. Así es como Chávez parece aspirar a crear un sistema en el que convivan partidos políticos, elecciones libres en lo tocante al ejercicio del sufragio, y un circuito independiente de medios de difusión, de forma que todo ello garantice legalmente la permanencia del poder chavista. Y eso no me parece una revolución, porque no trata tanto de cambiar formalmente las reglas de juego, como de hacer que éstas se sometan al líder. El 'maítre a penser' de la oposición, Teodoro Petkoff, llamó a ese proyecto 'totalitarismo light' (Petkoff, 2008).

REVOLUCIÓN.

Lo único que se parece hoy a una Revolución en América Latina es el proyecto de Evo Morales en Bolivia.

Los tres presuntos mosqueteros del bloque que se autodenomina anti-imperialista, Chávez de Venezuela, Morales de Bolivia, y el presidente Rafael Correa de Ecuador, coinciden, probablemente, en que es difícil o aún imposible llevar a término el tipo de cambio que desean con los instrumentos políticos propios de la democracia occidental, y la libertad de expresión muy significativamente como valor muy central entre ellos. Fuera de ese acuerdo a tres, las diferencias están, sin embargo, muy presentes. El bolivarianismo de Chávez no puede sentarle demasiado bien a Morales puesto que si bien ambos son fuertemente críticos del papel histórico de España en América Latina -califican de 'genocidio' la obra de los conquistadores- para el indio aymara el Libertador Simón Bolívar -al que idolatra el presidente venezolano- no puede ser sino un 'español' que aunque se rebeló contra la metrópoli, formaba parte de una versión de la historia americana donde lo 'latino' seguía siendo el eje y los pueblos originarios y afro-descendientes aparecían como subalternos. E, igualmente, la espeleología histórica de Morales no puede complacer demasiado al ecuatoriano Correa, típico jacobino que, si bien propugna la elevación del indio a la plena ecuatorianidad, no se entusiasma con la recuperación del pasado indígena, ni con autonomías políticas que puedan fraccionar la unidad democrática del país.

Los promotores de a Revolución boliviana, entre ellos el criollo y vicepresidente Alfredo García Linera, probablemente saben a donde quieren ir, pero difícilmente cómo conseguirlo. El 'Socialismo' del nuevo patronímico nacional República Plurinacional Socialista de Bolivia, ha consistido hasta ahora en subsidiar a los más necesitados con un bono Dignidad, y otras generosidades, así como en nacionalizar la explotación de vastos recursos naturales, notablemente de las grandes reservas de gas, con objeto de retirar un porcentaje mayor que en épocas anteriores de los ingresos de las multinacionales.

Lo auténticamente revolucionario hay que buscarlo en otros propósitos. El presidente boliviano quiere hacerle la guerra al pasado racista del país, y extirparlo del presente por la vía legal. La sola mención de actuaciones o declaraciones de algún contenido considerado racialmente discriminatorio estará penado con la cárcel; la judicatura pasará a elegirse por votación popular con lo que el presidente, fiando en su fortísimo tirón electoral, pretende que se convierta en un feudo de su partido, el MAS (Movimiento al Socialismo). En esa purga que abarca hasta la literatura se ha incluido en el índice indigenista el clásico José María Arguedas, que publicó en 1958 una de las grandes novelas de la literatura hispano-americana' Los ríos profundos'. Pero el proyecto estrella es la creación de una jurisdicción autóctona separada, que habrá de convivir con la de corte occidental. Así se pretenden rehacer unas formas de vida anteriores a la llegada de los españoles; que Bolivia se transforme en una república plurinacional, en la que la mayoría indígena des-hispanice progresivamente el país. Es lo que Morales llama una 'refundación' que cuando menos mantenga en cuarentena el pasado colonial.

La opinión española lo ignora hoy casi todo sobre las intenciones de La Paz, y como mal puede sumarse a la versión anglosajona y protestantoide sobre las causas del retraso de América Latina, que atribuían al 'papismo', y menos aún, a la herencia de un pueblo español acusado de medievalizante 'cuando no puede haber nada más moderno que querer averiguar cómo es el mundo- puede tender a suponer que ha sido la propia independencia, sin distinción de responsabilidades por etnias dentro de la misma, la responsable de ese pasado en el que el indígena parecía un realquilado en su propio país. Las empresas españolas, en cualquier caso, han declarado su intención de seguir trabajando en Bolivia o Venezuela, pese a las estatalizaciones, pero casi nadie es consciente entre la opinión peninsular de que cerca de un 10% del PIB español se ha venido generando estos últimos años en América Latina.

Evo Morales visto desde la península, resulta un personaje quizá algo arcaico, dado a vestir como si fuera un promotor del folklore andino, peculiar pero no hostil. El gusto por mascar coca en crudo del medio rural boliviano se ve también como una excentricidad de pueblos insuficientemente romanizados, pero la transformación de la hoja en pasta de cocaína y su distribución clandestina en Europa a través de sus puntos de recepción en España, no contribuyen, precisamente, a favorecer la comprensión del fenómeno.

AMÉRICA LATINA Y ESPAÑA

La triple categorización citada no pretende, sin embargo, formar una trama perfecta que nos dé la posición exacta de cada país entre Renovación, Innovación y Revolución. Las características de cada una de ellas se mezclan entre sí, y distintos Estados latinoamericanos reúnen o han reunido condiciones de más de uno de esos tres receptáculos', que, por añadidura, aparecen englobando cada uno de ellos al anterior, de forma que la Revolución implica Innovación y Renovación, y la Innovación parte siempre de una intención renovadora. Tan solo la Renovación puede aparecer en estado puro, sin que necesariamente pase a más. Por ello, todos los Estados latinoamericanos figuran como mínimo en grado de tentativa en la casilla de la Renovación, razón por la que también se perfilan zonas difusas como una tierra de nadie entre categorías.

El Salvador que preside el ex guerrillero Mauricio Funes, que es más ¿Renovación o Innovación? La Innovación consistiría en este caso en que un partido formado en la lucha contra la dictadura militar -el Frente Farabundo Martí, marxista y favorable al chavismo-  ha llevado a la presidencia a un reformista, que quiere que el país funcione como una democracia occidental. Pero, en teoría, el traje de la Renovación le resultaría también indicado, puesto que una parte del electorado salvadoreño considera que el país 'ya' era suficientemente democrático antes de Funes, y no espera que se innove más de la cuenta. ¿Y qué es la Nicaragua del antiguo sandinismo, sino pura permanencia sobre el propio terreno en lo que afecta a la continuidad de la presidencia de Daniel Ortega? La Renovación consistiría a lo sumo en la ruptura del pacto de condominio nacional entre el presidente y Arnoldo Alemán ante las próximas elecciones a la primera magistratura. La Guatemala de Álvaro Colom aspiraría a entrar en la categoría de la Renovación, para lo que el Estado en su precariedad parece insuficientemente dotado. Las categorías, por tanto, son solo parpadeos que se encienden y se apagan, así como cambian de lugar.

Ante tal magma se es probablemente algo injusto con la opinión española, cuando se le reprocha su desconocimiento de América Latina. Recuerdo un coloquio en Madrid en el que un representante de una nación centroamericana se quejaba amargamente de que la Prensa española apenas prestara atención a su país, sin ser consciente de que la propia prensa nacional latinoamericana apenas lo hace. El gran escritor uruguayo José Enrique Rodó escribía en una carta a un colega argentino, proponiendo como tarea esencial de la intelectualidad continental que se acabara "el actual desconocimiento de América por América misma" (Rodó, 1896, citado en "Historia de los intelectuales en América Latina II vol.). La reclamación sigue hoy plenamente vigente y es la prensa latinoamericana la que tiene que hacer realidad lo que el filósofo peruano Antenor Orrego llamaba El Pueblo-Continente" (Orrego, 1938, citado en "Historia de los intelectuales en América Latina, II vol.) refiriéndose a todos los habitantes, blancos, mestizos, negros e indios, naturalmente indígenas en su totalidad de América Latina.

El funcionamiento de la prensa es particularmente llamativo. El invitado centroamericano se quejaba de España -y una parte de razón tiene- pero aún así la prensa española es la única que en el mundo desarrollado informa sobre América Latina. ¿Quién escribe más de México fuera de México? ¿Quién se interesa más por Argentina fuera de Argentina? La Prensa española, y no la de los restantes países latinoamericanos, ni tan siquiera limítrofes. ¿Y qué decir del resto de la prensa europea o norteamericana? América Latina le interesa menos al 'New York Times' que el África negra, y de la prensa europea solo 'Le Monde' sigue de forma algo sistemática los acontecimientos latinoamericanos. Tomemos como caso de estudio las secciones de Internacional de los dos grandes diarios de Buenos Aires, 'Clarín' y 'La Nación', que cultivan prioritariamente una selección de noticias del 'Primer Mundo', en detrimento de la información sobre la propia América Latina: los parajes de visita más habitual son, aparte de Estados Unidos lo que es inevitable, Rusia, China -lo que también se entiende por su frenético desembarco económico en Iberoamérica-; el conflicto árabe-israelí; la Unión Europea; y, quizá, calamidades africanas varias. Y tiene poco sentido que un lector  bonaerense conozca mejor el problema de la disputa por Jerusalén de palestinos e israelíes, que el combate contra las FARC en Colombia. También es verdad que algo ha cambiado con la irrupción del chavismo en el escenario político, con toda la formidable capacidad de producir titulares de su líder, pero la propia prensa chilena ha tardado en preocuparse por la revolución de Evo Morales en la vecina Bolivia. Y en Argentina he oído a respetabilísimos profesionales -no solo periodistas- negar toda trascendencia a la nueva visibilidad de la Pachamama, la madre tierra indígena, en países de su misma lengua.

Y cuando digo información de Primer Mundo me refiero a la actualidad que se supone que interesa a los señores, al criollato y su clientela, que es la única que, con la excepción de Argentina y Uruguay donde el mercado es mayor, compra periódicos. La información sobre la mayor parte de América Latina parece, en cambio, que no tiene caché suficiente, salvo cuando se trata de grandes desgracias como el terremoto de Haití o la frecuente devastación de tifones y huracanes, para interesar a ese público. Y todo ello es un raro favor que se le hace a la prensa española de ámbito nacional, que raramente publica menos de una o dos páginas diarias sobre América Latina. Seguramente no servirá todo ello para vender más periódicos en España, pero es una información que siempre despierta el máximo interés en las elites latinoamericanas. Siempre gusta que hablen de uno.                                
 
ESPAÑA Y AMÉRICA LATINA

La política exterior española, especialmente en relación al mundo americano, sufre de una grave enfermedad congénita. Los dos grandes partidos españoles, el PSOE, izquierda y PP, derecha, son  incapaces de concebir una política de Estado que no esté sometida a los vaivenes de los cambios de Gobierno. Si a una administración socialista se le ocurre lanzar la idea de la Alianza de Civilizaciones, como hizo al comienzo de su mandato la administración de José Luis Rodríguez Zapatero, el PP trata de ridiculizar la iniciativa; y el propio Gobierno descuida vender con anticipación la idea para que no la rechacen sin más. Eso ya ocurría a mediados de los 90 cuando el Gobierno liberal-conservador de José María Aznar lograba arrastrar a la Comunidad Europea a una política de hostigamiento y presión contra la Cuba castrista, aún a sabiendas de que con ello se situaba en las antípodas de la posición socialista, partidaria de 'un diálogo constructivo', que tampoco servía para construir gran cosa.

La América Latina del siglo XXI no es la de décadas anteriores. Hugo Chávez en Venezuela ha sacado a su país del contexto latinoamericano clásico, es decir occidental, para acercar su país a Cuba y de manera un tanto exótica a Irán, Siria y hasta Libia; en esa correría le han seguido en parte el boliviano Evo Morales, el ecuatoriano Rafael Correa, y con el mayor fervor Daniel Ortega en Nicaragua. Pero lo que importa a España es en qué medida la política exterior -e interior por las inversiones españolas- de esos países puede resultarle problemática. Los bicentenarios, sin embargo, aunque sus celebraciones aún durarán algún tiempo, han pasado sin pena para España y escasa gloria para sus con-celebrantes; el grado de violencia verbal contra el colonialismo español ha sido menor que lo esperado y oficialmente se ha manejado el asunto con sordina. Eso remite, sin embargo, a otras cuestiones de fondo. Chávez asume el manto de Simón Bolívar y con ello un anti-españolismo que para mantenerse ha de redoblar en decibelios; pero la posición de Morales es mucho más ancestral. La des-hispanización del país está en las cartas y eso no puede entusiasmar a ninguna política exterior española.

La posición asumida públicamente por el anterior ministro de Exteriores del gobierno socialista, Miguel Ángel Moratinos y su sucesora Trinidad Jiménez, es la de que España tiene que hallarse poco menos que en posición de servicio; de 'acompañar' en el caso de los bicentenarios las conmemoraciones, sin decir una palabra más alta que otra, y cuando corresponda poner la otra mejilla, como cada vez que aquellos dirigentes latinoamericanos acusan a España de 'genocidio'. España, según esta visión de las cosas, no debe atacar ni criticar salvo en extrema y legítima defensa; y en el caso cubano, obrar para que la UE abandone toda intención agresiva, política con la que ha obtenido cuando menos la liberación de algunas docenas de presos políticos. En este contexto no deja, sin embargo, de constituir una convalidación y reconocimiento el apoyo explícito de la Iglesia católica cubana a la política privatizadora pero sumamente cautelosa de Raúl Castro, que sucedió en la presidencia a su hermano Fidel -gravemente enfermo- en 2008. Es cierto que tanto las opiniones públicas como los gobiernos latinoamericanos, de izquierda o derecha, no claman por la intervención de oficio de España, a la que solo quieren como mediadora, y eso cuando se lo pidan.

Pero el problema va más allá. La España democrática no se ha sumergido en sí misma para preguntarse qué 'comunidad imaginada' es, mientras que nacionalidades españolas como Cataluña no han cesado de alimentar una versión de su forma de estar en el mundo. Y eso afecta directamente a las relaciones del Gobierno de Madrid -el que sea- con Latinoamérica porque la única versión de España más o menos en vigor sigue siendo la de la España imperial, la nacional-católica, aunque esté, como los toros, afeitada. Urge una revisión que empiece por los libros de texto de enseñanza media. En los 80 y 90 se hizo en la España castellana un cierto expurgo que eliminaba las más groseras alusiones al protestantismo de la Reforma y a la piratería inglesa y holandesa en el Caribe, con lo que se había depurado el 'menéndez-pelayismo' ancestral, pero ese vacío no había sido sustituido por nada o casi nada. Urge, por ello, una nueva narrativa que permita renegociar el futuro con las víctimas de la conquista y la colonización de América. ¿Hay que pedir perdón por lo que sucedió en ese tiempo? Como mínimo es un asunto a debatir. Moratinos me dijo en una ocasión que no, pero tampoco le ofendió la pregunta. ¿Fue la matanza genocidio? Yo opino que no porque faltó la voluntad y una política encaminada a ese fin. Y cabe rechazar hoy tanto panfletos anti-académicos al estilo de 'Las venas abiertas de América Latina' como la santa inocencia de la espada y la cruz. Los gobiernos cambiarán en América Latina, pero la ascensión del indio en Bolivia parece ya un hecho irreversible. Y España tiene y sabe cosas que le hacen falta a Evo Morales o sus sucesores. De eso es de lo que hay que hablar.

La propia evolución de España en su relación editorial-intelectual con América Latina subraya todo lo anterior. Si durante los siglos XIX y XX España había perdido su magisterio intelectual sobre las antiguas Indias, que cedieron ante la novedad y la modernidad de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, en la segunda mitad del siglo pasado y hasta la actualidad nuestro país se ha convertido en una gestora social y profesional de la intelectualidad literaria latinoamericana. Los escritores de lo que fue el 'boom' han conquistado el mundo de los lectores a través de la industria editorial española. Mario Vargas Llosa, muy propiamente nacionalizado español sin dejar de ser por ello gran-peruano, así lo reconocía en el discurso de aceptación del Nobel de literatura en 2010; sin España no habría sido lo que es; una España hogar; una España altavoz; una España editorial. Otro gran Nobel, el colombiano Gabriel García Márquez así lo ha sentido siempre y no por casualidad ha denominado a la organización por él creada para la promoción y enseñanza del periodismo en América FNPI (Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano) y no -nótese- 'latinoamericano'. Muchos españoles se alegraron de la concesión del Nobel a ambos novelistas tanto como si fueran españoles de raíz y no solo consecuencia.

Y aún queda una relación tan íntima como solo aparentemente superficial entre los dos mundos. La música. Numerosos cantautores y cantantes sin autor españoles son tan conocidos en América como en España, lo que igualmente ocurre con los latinoamericanos, y la 'salsa' y el baile, junto con los culebrones televisivos, han sido la gran aportación  latinoamericana al acervo cultural de media España, desde la juventud al ama de casa. El Buena Vista Social Club, de origen cubano, es una gran multinacional del movimiento de las caderas. Si acaso la gran asignatura pendiente es el cine, terreno en el que España no ha sido capaz, en gran parte por falta de base industrial, de interesar a los públicos de su lengua, como Estados Unidos y en menor medida Gran Bretaña sí han sabido, allende incluso las fronteras de su lengua.

España ni madre, ni tía, significará tanto en el mundo como el espacio mental, político, material que sepa llenar en América Latina -o Iberoamérica-; tendrá un puesto en Europa, que jamás hay que abandonar, correspondiente al que tenga en el concierto de naciones de nuestra lengua, porque sin América Latina la política exterior española carece de profundidad de campo. Hace unos años el ya citado Felipe Fernández Armesto, escribía en inglés y sin saberlo el epílogo de este epílogo: "Si el siglo XX fue 'americano' en virtud de la preponderancia de Estados Unidos, el XXI puede también ser 'americano', en el sentido más amplio de la palabra"  (Fernández Armesto, 2004). Es eminentemente necesario que España esté presente en ese futuro.

                                       BIBLIOGRAFIA

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