Taller de Periodismo Narrativo con Juan Villoro
12 de Octubre de 2016

Taller de Periodismo Narrativo con Juan Villoro

"Los límites entre ficción y no ficción son muy claros en la medida en que no se puede tergiversar la verdad. Yo creo que el cronista sirve a la verdad, y puede reconstruirla de manera intensa (...)".

Disección de un ornitorrinco

Cartagena de Indias (Colombia), del 25 al 29 de mayo de 2010 

Organizado por:

  • Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI)
  • Corporación Andina de Fomento (CAF)
  • CEMEX
  • Fundemas 

Relator:          Marcelo Riccardi Doria 

Editor:           Jairo Echeverri García

En uno de los textos contenidos en el libro Safari accidental (2005), Juan Villoro asegura: “si Alfonso Reyes juzgó que el ensayo era el centauro de los géneros, la crónica reclama un símbolo más complejo: el ornitorrinco de la prosa”. Dispuestos a diseccionar tan exótica y amenazada especie, a espaldas de la Sociedad Protectora de Animales y sin la ayuda de Linneo, se encontraron con el escritor mexicano 14 periodistas provenientes de ocho países de América Latina en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias. 

Bajo la dirección del escritor, el aula de la FNPI se convirtió así durante los cinco días del Taller de Periodismo Narrativo, en un laboratorio donde fueron separadas y estudiadas las partes de este ignoto miembro de la familia Ornithorhynchidae. Puesto sobre la mesa de disección, el espécimen mostró ser un verdadero rompecabezas biológico en el que se pueden encontrar características de la novela, el cuento, la entrevista, el teatro, el ensayo y otras familias taxonómicas del orden escrito. Pero con una particularidad que advierte Villoro en su ensayo: “la crónica es un animal cuyo equilibrio biológico depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser”. Las siguientes fueron las palabras del maestro Villoro durante el transcurso de tan delicada operación.

Características de la especie

El género del periodismo narrativo, la combinación de literatura y periodismo, pasa por un momento ambivalente. Yo estudié sociología y tenía un profesor que nos decía: estudien muchachos o van a acabar de periodistas. En esa época, el periodismo no se había profesionalizado. Durante mucho tiempo fue visto como una zona de preparación para otra cosa: se dedicaban a eso esperando una oportunidad mejor en la literatura, en la política. Ese es un prejuicio superado e innecesario para nosotros. 

Se pensaría que Hemingway o García Márquez hicieron trabajo de albañilería como periodistas para ser luego grandes arquitectos como novelistas. Esta definición es falsa. Puede haber un periodismo tan interesante como una novela o superior. Depende de quién lo ejerza y cómo lo haga. Sin embargo, no dejará de pasarnos que si vamos a un festival como periodistas nos ponen en un hotel de tres estrellas en la periferia y si vamos como escritores en uno de cinco estrellas en el centro y nos llamen: maestro. 

Hay una inflación intelectual del género de la crónica, en el sentido de que cada vez son más frecuentes los encuentros de cronistas, los talleres, los premios; cada vez adquiere más prestigio la crónica. Tenemos que tener cuidado con esto. Hay un gran coro en torno a la crónica, pero hay enormes dificultades para ejercerla y pocos espacios. Es como los pájaros exóticos que llaman la atención pero rara vez se ven. Tengo miedo de que esto se convierta en algo que se habla académicamente pero no se ejerza, como una corriente que solo sirve para ser enseñada.

Los medios que realmente se alimentan de textos le tienen una enorme desconfianza a la crónica, porque les requiere un mayor esfuerzo en tiempo, dinero y espacio. No hay un solo editor que no elogie la crónica por razones de prestigio social, pero luego no las publican. Los cronistas son como los cascos azules de la ONU, que tienen un gran prestigio simbólico, pero pocas oportunidades de entrar en acción. Así que debemos asumir el ejercicio de la crónica de manera tan radical como el ejercicio de la poesía.

De la novela: las herramientas

La idea de mezclar literatura con no ficción se puede rastrear desde la Biblia. A partir de los mismos evangelios podemos encontrar distintas estrategias para abordar y narrar un hecho. Mateo toma como fuentes a varias historias populares, Marcos entrevista a San Pedro, Lucas es un médico que hace un trabajo erudito de reconstrucción de los hechos. 

Existen vasos comunicantes entre los distintos géneros artísticos, si nos acercamos a la literatura podemos mejorar nuestro periodismo y si nos acercamos al periodismo podemos mejorar nuestra literatura. La verosimilitud, por ejemplo, de los momentos mágicos en la obra de García Márquez proviene de la exactitud del periodismo.

Que se cuente algo como un relato de ficción no quiere decir que no es comprobable, que no puede ocurrir. Esto nos acerca a la convivencia feliz entre la ficción y la no ficción. No estamos ante un discurso de la mentira, estamos ante un discurso de lo inverificable. Si pensamos así, podemos pensar más generosamente en los estímulos que llegan de la ficción. 

Cuando alguien tiene la voluntad de hacer una crónica, debe ir hasta las últimas consecuencias del género. Cuando haces crónica, haces crónica. El camino intermedio no lo entiendo. Si existen los géneros de la ficción y la no ficción, vale la pena correr con los riegos de asumir cada uno. 

Del reportaje: la verdad, la investigación

Los límites entre ficción y no ficción son muy claros en la medida en que no se puede tergiversar la verdad. Yo creo que el cronista sirve a la verdad, y puede reconstruirla de manera intensa con técnicas que involucren la subjetividad de los testigos y que recuerden la estructura de un relato de ficción, así como las emociones y sentimientos de los personajes de novela. Pero, en ningún momento, debe novelizar la realidad; para eso es muy fácil dedicarse a la novela. En la novela se puede mentir con conocimiento de causa a partir de hechos reales. En la crónica no se puede ni se debe hacer esto. Por supuesto, es una postura personal; hay quienes trasgreden con mayor flexibilidad este límite pero yo creo que tenemos un compromiso ético con la verdad. 

El periodista entra a una realidad de la que no es juez absoluto; sabe que eso es verdadero, al menos en el momento de escribir esa crónica. Debe atenerse siempre a la verdad, por el contrato que tiene con hechos que realmente sucedieron evitando la mentira y sus variantes más sofisticadas: la distorsión y la opinión que tergiversa. La objetividad del periodista se mide por no tener pruebas en contra. El periodista sabe que la verdad es relativa, pero al no tener pruebas en contra, puede decir que es verdadero lo que encuentra.

Por eso, es decisivo ser honestos y plantear un punto de vista muy claro desde el principio. Esto se puede dar de manera implícita, dejar claro desde dónde estamos hablando, cómo llegamos a nuestra crónica. Es importante que el lector sepa el grado de aproximación a la verdad para que pueda ponderarla.

Del cuento: el sentido dramático y la estructura 

Una crónica debe empezar sin poner mucho énfasis en su propia importancia, con un detalle lateral, que no sabes muy bien a dónde te va a llevar. No le conviene a la crónica delatar cuál es su importancia absoluta, le conviene arrancar con un misterio menor. Por ejemplo, si vamos a hablar de una persona que murió, podemos hablar de algo como un remanente, que es un símbolo o un saldo de la ausencia. Creas una imagen de un sitio, una circunstancia que cautive, y pones en escena una realidad. Componer un lugar significa que nosotros como lectores visualicemos el escenario donde ocurre la acción. 

Muchas de las mejores entradas de crónica tienen que ver con fijar un día especial. Porque en el desarrollo de la crónica debemos dar la sensación de que estamos poniendo en la encrucijada cosas que no se habían contado antes. Toda crónica trata de poner una situación en encrucijada. ¿Por qué contamos una historia? Porque se cruzaron dos cosas que normalmente no se cruzan. Nosotros escribimos cosas que sólo se pueden encontrar en nuestras crónicas. Cuando narramos, apelamos a algo singular e irrepetible. ¿Por qué narrar esto? Porque sólo ocurrió de esta manera. Cuando un texto, de ficción o no ficción, es reiterable, no es necesario narrarlo, porque no es una historia. La historia comienza con algún tipo de excepción. 

Los hechos públicos tienen vida privada. Si nosotros ponemos detalles de la vida privada al principio damos la idea de que estamos poniendo en contacto con una parte inédita de la realidad. Siempre se debe partir de lo particular, lo individual, lo íntimo, antes de los datos que lo refuerzan. Pasamos de la historia individual al impacto público. Ponemos primero a Mario Pérez y después la estadística del desempleo. Nos centramos más en lo individual y lo particular, para después pasar a lo estadístico y los datos. Pero en algún momento debemos hablar de la vida pública, de la importancia noticiosa de lo que estamos diciendo. Lo que seguimos narrando en adelante debe mezclar lo público y lo privado.

Otra de las características significativas es la noción de unidad, sea un texto de dos párrafos, un artículo de opinión cargado de intención o una crónica. Esto es importante que lo tomemos en cuenta: una de las mayores obsesiones de un contador de historias es que algo no parezca sustraído de un texto mayor, tenemos que generar la sensación simbólica de que la historia está completa. Entonces uno de los grandes desafíos es: por qué, cómo, de qué manera nuestra historia da la ilusión de estar completa, aunque normalmente la realidad sigue ocurriendo después de nuestra historia.

Es el caso del hombre que tiene 99 monedas que lo hacen infeliz, necesita tener las 100 para sentirse completo. Tenemos esa necesidad de cerrar, de completar. En la ficción lo resuelves, pero en la realidad no es tan fácil. Por eso, uno de los grandes desafíos es crear unidades de realidad para dar un sentido. Hay muchas maneras de lograr esa unidad, de crear esta ilusión de que nuestra historia debe terminar. La temporalidad es una de ellas. Podemos hacer un día: amanece y oscurece, una semana, un año. 

En ocasiones, las situaciones históricas, algún evento o acontecimiento significativo permiten darle una coherencia más literaria que periodística a un hecho que puede ser privado. Es muy común en la literatura que alguien decida contar una historia a partir de un hecho histórico que le da coherencia. La historia de L.A. Confidential transcurre mientras están quitando las letras del letrero de Hollywood. Esto no tiene que ver con la trama, pero le da un marco. Situar una historia en la celebración de la virgen de Guadalupe, en México, a lo mejor es un buen marco para contar algo que no tiene nada que ver con eso. Podemos utilizar el marco de las elecciones colombianas y encontrar allí una unidad. El hecho queda encuadrado en este destino que lo trasciende, en un marco que nos estructura la realidad. 

También podemos crear unidades simbólicas a partir de un objeto que va a apareciendo a lo largo de la crónica; por ejemplo, el anillo de Noticia de un secuestro. A todos nos conviene que haya cosas que se vayan repitiendo, para que al final nos quede la ilusión de que tuvo un sentido. En esta ilusión de redondez que tratamos de generar, uno de los recursos es empezar y terminar con la misma frase. Es una forma más o menos trillada o artificial de hacerlo y creo que todos hemos pasado por ahí. 

No es que una crónica tenga necesariamente que cumplir con alguna de estas estructuras, pero si ayuda a crear la sensación, la ilusión de que tenemos las cien monedas.

Nosotros vamos a cubrir un suceso cuya verosimilitud, importancia y unidad, no está en los hechos en sí. No somos transcriptores de la realidad, tenemos que hacer que esos hechos funcionen como escritura. Pero muchas veces tenemos la sensación de que la realidad no quiere ser escrita. Lo que más trabajo nos cuesta es adecuar la realidad a la realidad del texto, que tiene exigencias especiales. Hay cosas que nos van a causar sentido, que podemos reconstruir sin falsear los hechos, para que eso tenga la congruencia narrativa que debe tener. Esa manera de trabajar la realidad es lo que buscamos cuando hacemos periodismo narrativo. 

Pero la realidad no produce historias ya hechas, hay que desenterrarlas de la realidad y construirlas. La realidad del texto no está en la realidad. El periodismo narrativo le da sentido a una realidad que se niega a tenerlo, que es caótica. En la unidad de sentido que aporta está el valor ético y cultural de la crónica. ¿Cómo transmitimos nuestro mensaje? Definitivamente, no con el mismo descuido con el que ocurre la realidad, que de por sí no viene en el formato: planteamiento, desarrollo, resolución. Nosotros hacemos, en nuestros textos, que sea así. La realidad del texto responde a su propia lógica. Y es gracias al cronista que se nos plantea una historia como algo que nos intriga, conmueve y cautiva.

De la entrevista: los personajes

No todos los personajes son igual de interesantes. Siempre hay que tratar de tenerlos, pero algunos personajes y testimonios no son interesantes, aunque entregan información que es importante. Lo bueno es saber dosificar unos y otros. Hay personajes que requieren de mucho trabajo literario para que sean interesantes, hay otros que los datos en bruto que entregan ya los hacen noticia.

Una de las grandes lecciones de Kapuściński es que nunca los ve como informantes; encuentra que toda persona, por poco acceso que tenga a la cultura, tiene derecho a ser muy neurótica.

Todo suceso ocurre en el mundo de los hechos, pero repercute en la mente de los testigos, en la concepción que se tiene de ese hecho en un tiempo. El periodismo narrativo busca reconstruir los hechos, con la intensidad de quienes lo vivieron. Mezclar lo colectivo, el destino público, con lo individual, con lo privado. Este cruce de lo público y lo privado hace que, al mismo tiempo, se crucen las nociones de información y emoción. Cuando reconstruimos una historia, se entiende una noticia abstracta como un relato concreto que afecta a un protagonista o a grupo de personas.

Hay cosas que debes saber de los personajes aunque más tarde no las pongas: prefiere dulce o salado, montaña o mar, bicicleta o caminar. Es un grado de dominio del personaje que es necesario tener aunque no venga a cuento. ¿Por qué tengo que saberlo? Porque tienes que conocer al personaje, hay cosas que debes saber aunque más tarde no las pongas: la forma en que habla, las expresiones, los ademanes, el tono de voz, hay que fijarse en esos detalles. 

Cuando registramos una noticia tenemos una serie de datos fácticos que construyen un hecho noticioso. Para que podamos revivirla en toda su intensidad necesitamos reproducirla a través de la voz de quienes pasaron por esa situación. El periodismo narrativo puede hacer que hechos distantes nos toquen de alguna manera, como si nosotros hubiéramos estado ahí. La utilidad básica del periodismo narrativo es esta.

Del teatro grecolatino: el coro

Las cosas ocurren dos veces: en los hechos y en la representación de los hechos que nosotros hacemos como cronistas. Cuando llegamos a un lugar, muchas veces las personas ya tienen una opinión formada sobre el hecho, eso forma parte de la realidad. En la descripción del hecho está no sólo lo que ocurrió sino cómo lo vivió la gente y cómo lo cuenta. Esto nos ayuda mucho con informaciones no confirmadas. La polifonía de testigos, los parlamentos entendidos como debate, la "voz de proscenio", como la llama Wolfe, es la versión narrativa de la opinión pública, cuyo antecedente fue el coro griego.

Una de las cosas más ricas del periodismo es que admite la presencia no sólo del periodista ajeno, sino del periodista confundido. Muchas de las grandes crónicas han sido escritas desde la perplejidad, a veces los malentendidos explican muchas más cosas. Malcom Lowry lee en un restaurante “pollo especial de la casa”, pero entiende “pollo espectral de la casa” y elabora toda una teoría sobre la relación de México con la muerte. La equivocación agrega datos a la percepción que tenemos de la realidad. 

En nuestros países suelen manejarse informaciones erróneas sobre los hechos noticiosos. Pero esas informaciones erróneas reflejan lo que piensa la gente. Hay que tomar distancia y decir que lo que dice el personaje se aparta de la realidad; sin cuestionarlo, solamente dando el dato fáctico. Eso enriquece al personaje por su desinformación, pero sin ser derogatorio. Simplemente decir: en realidad pasa esto. ¿Qué cosas debemos citar y qué cosas no debemos citar? Cuándo algo es una información necesaria, pero está muy mal escrito, si no satisface como lectura, hay que hacer una paráfrasis, una mención, una explicación.

A veces, ante el cronista, la gente revela cosas que ni ella misma es consciente que está revelando. Nosotros somos los que nos damos cuenta. ¿Cómo llegar a estas voces? ¿Podemos meter voces que de alguna manera hemos espiado, que no saben que son objeto del reportaje? Yo creo que es mucho más interesante que todos los testimonios sean recolectados como periodista. Estar en los sucesos como periodista implica reconocer que no perteneces completamente a ellos. Una paradoja es que los informantes, sobre todo si es gente humilde, trabajan a mucho gusto con los periodistas. Muchas veces la gente te va a decir más cosas si tu juego es limpio, si te acercas sin mimetizarte. 

Muchos reportajes de inmersión son más interesantes por la forma cómo fueron hechos, pero fracasan como reportajes. Muchas veces las crónicas uno las rechaza precisamente por eso, porque el cronista pone más énfasis en sí mismo. Hay crónicas muy personales que son así, por ejemplo los diarios de viaje, donde todo lo que pasa le pasa al autor. Yo creo que en ese sentido, cuando el cronista llama más la atención sobre sí mismo no está sirviendo al principio fundamental de la crónica, que es narrar una realidad más interesante que el propio cronista. Relato de un náufrago es un ejemplo inmejorable de cómo puedes meterte en la piel de alguien sin haber naufragado ni haber estado en el mar.

¿Hasta dónde podemos estar seguros de que lo que nos dicen es cierto? Muchas veces recibimos versiones contradictorias, o fallamos en el intento de tenerlas. Es un tema difícil de manejar. El grado de acceso a la verdad nunca es absoluto. En los 60 estuvo muy de moda darle voz a los que no la tienen, pero eso es un acto de paternalismo difícil de aceptar. Ese es el gran desafío ético de los testimonios. Tener un testigo integral es imposible, pero tenemos que acercarnos a ellos tanto como nos sea posible, sin dejar de ser nosotros, sin fingir que los suplantamos, que hablamos por ellos. La persona que habla siempre quiere callar algo, no necesariamente es algo importante; curiosamente puede ser que callen lo mejor de sí mismos. Como periodistas nos conviene tener su mejor versión de los hechos. 

Del ensayo: la argumentación

La crónica, el periodismo narrativo, comparte con el ensayo la posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos. El cronista es el acompañante del lector a través de la realidad. Todo viaje gana cuando alguien comenta algo que te lo hace más comprensible. En este sentido el criterio es sentir que se representó una realidad, sentir que alguien nos acompañó ubicándola en un tono de sentido común.  No se trata de una voz que se nos impone, que nos alecciona, que nos enseña, sino una compañía comentada del cronista. 

De la autobiografía: la memoria

A veces el gran problema que enfrenta el cronista es la sobreabundancia de datos. Por eso, el reportaje esencial es el que tenemos en nuestra propia memoria. A veces tenemos tantos datos que cuando nos basamos en nuestra memoria, por fuerza los vamos a decantar. Después acudimos a los datos y las grabaciones para complementar, porque se puede haber olvidado algún dato importante. Pero lo fundamental, lo que más llamó nuestra atención, lo más interesante, es lo que se quedó en nuestra memoria.

La cita completa:

“Si Alfonso Reyes juzgó que el ensayo era el centauro de los géneros, la crónica reclama un símbolo más complejo: el ornitorrinco de la prosa. De la novela extrae la condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato deliberado, con un final que lo justifica; de la entrevista, los diálogos; y del teatro moderno, la forma de montarlos; del teatro grecolatino, la polifonía de testigos, los parlamentos entendidos como debate: la "voz de proscenio", como la llama Wolfe, versión narrativa de la opinión pública cuyo antecedente fue el coro griego; del ensayo, la posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos; de la autobiografía, el tono memorioso y la reelaboración en primera persona. El catálogo de influencias puede extenderse y precisarse hasta competir con el infinito. Usado en exceso, cualquiera de esos recursos resulta letal. La crónica es un animal cuyo equilibrio biológico depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser”.

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