Seminario-taller Seguridad y vida cotidiana en América Latina con Cristian Alarcón y Mónica González
16 de Octubre de 2016

Seminario-taller Seguridad y vida cotidiana en América Latina con Cristian Alarcón y Mónica González

El escenario: Rio de Janeiro a fines de febrero de 2012, con el espíritu del carnaval todavía flotando en el ambiente. Los protagonistas: veinte periodistas de doce países de América Latina, académicos, funcionarios públicos, representantes de ongs. La excusa para reunirlos: la violencia urbana y sus tramas, las formas en las que ésta afecta a la vida cotidiana en las grandes ciudades y cómo el periodismo se acerca a ella. El lugar: uno de los últimos pisos del Canal Futura, una estación de televisión privada pero de carácter público.

SEMINARIO TALLER DE INVESTIGACIÓN PERIODÍSTICA: SEGURIDAD Y VIDA COTIDIANA EN LAS GRANDES CIUDADES DE AMÉRICA LATINA

 

Con Mónica González y Cristian Alarcón

 

El oficio de  investigar y narrar

la violencia urbana en América Latina

 

 

 

Río de Janeiro, Brasil.

28 de febrero a 3 de marzo.

 

Convocan: FNPI, CAF-Banco de Desarrollo de América Latina, Open Society Foundations. Con el apoyo de Canal Futura.

 

Relator: Sebastián Hacher

 

Maestros: Mónica González y Cristian Alarcón.

 

-Introducción: El escenario: Rio de Janeiro a fines de febrero de 2012, con el espíritu del carnaval todavía flotando en el ambiente. Los protagonistas: veinte periodistas de doce  países de América Latina, académicos, funcionarios públicos, representantes de ongs. La excusa para reunirlos: la violencia urbana y sus tramas, las formas en las que ésta afecta a la vida cotidiana en las grandes ciudades y cómo el periodismo se acerca a ella. El lugar: uno de los últimos pisos del Canal Futura, una estación de televisión privada pero de carácter público. El evento se llamó Seminario- taller de investigación periodística: seguridad y vida cotidiana en las grandes ciudades de América Latina. Los dos primeros días estuvieron destinados a un debate que permitió  analizar la cuestión desde distintos puntos de vista. En los tres días restantes, de la mano de los maestros Mónica Gonzalez y Cristian Alarcón.

 

-Palabras claves: violencia, narcotráfico, investigación, crimen organizado, crónica.

           

-Desarrollo

 

            Desde la bienvenida quedó claro que el idioma oficial sería el portuñol, esa amalgama de lenguas une a Brasil y al resto de los países del continente. La presentación estuvo a cargo de Ricardo Corredor por la FNPI, Lucia Araujo por el Canal Futura y Moria Paz Estenssoro de CAF, Banco de Desarrollo de América Latina en Brasil. Corredor explicó que estamos en un momento de desafíos para el periodismo, y que tanto el seminario como el taller iban a estar atravesados por cuatro ejes: la narración periodística, los dilemas éticos, la investigación periodística y las nuevas tecnologías.

 

            Araujo contó que el Canal Futura, orgulloso lugar de encuentro para esta y otras iniciativas, creado por la Fundación Roberto Mariño, es parte de la tradición periodística que en Brasil representa el grupo O' Globo. “Hoy, como canal educativo volcado al interés público, estamos rediscutiendo el papel del periodismo. En cuando no tenemos que trabajar con el hard news, podemos hablar de otras narrativas del periodismo”.

 

            Paz Estenssoro trazó un cuadro de la situación en materia de seguridad en el continente. “Tenemos una región que para 2025 será la más urbanizada del mundo. En el 2020 tendrá el 85% de la población en grandes ciudades. La prioridad, entonces, tiene que ser desarrollar las ciudades. Y si no abordamos la seguridad ciudadana, no vamos a tener éxito en ninguna de las áreas”. Como ejemplo puso la movilidad urbana. “Estamos sentados en un transporte público dos horas para ir y dos para volver al trabajo. La movilidad urbana se piensa como forma de mejorar la calidad de vida. Pero no sirve de nada si estamos en ciudades que nos dan miedo”. Y los periodistas, explicó, “son agentes de fiscalización de las políticas públicas en seguridad”.

 

            Ya entrando en el desarrollo del seminario, Renato Lima, Secretario General del Forum Brasilero de Seguidad Pública, inauguró la sesión de contextualización Seguridad y violencia urbana en América Latina. Su exposición partió de una pregunta. ¿Cuál es el desafío que enfrenta Brasil de cara al Mundial que se realizará allí en 2014?

 

            “Tenemos experiencia en organizar grandes eventos como el Carnaval en Rio de Janeiro o la Parada Gay en San Pablo. El desafío es aprovecharlos para hacer una reforma en un modelo de la seguridad que es de la década del 40”. Brasil, expuso Lima, gasta 9% de su recaudación en seguridad pública. “Más que países como Alemania, pero mantiene una alta tasa de muertes violentas, sobre todo en jóvenes entre 20 y 25 años”.

 

            En un contexto donde la población tiene una relación de poca confianza con las instituciones, Lima introdujo el ejemplo de como en Rio las Unidades de Policía Pacificadora (UPP), “tienen una contribución fundamental en el cambio de percepción de la gente en cuanto a la seguridad”. Los alcances y riesgos de las UPPs representan la forma que el estado local encontró para recuperar territorios controlados por el narcotráfico y las bandas llamadas milicias. Estos temas fueron retomados varias veces a lo largo del debate.

 

            Le siguió Ana María San Juan, Asesora Senior para temas de Democracia, Estado y Seguridad de CAF. San Juan centró su exposición en plantear un contexto continental para el debate. América Latina, explicó, “mantiene la segunda tasa de homicidios más grande y concentra el 66% de los secuestros del mundo. Se roban un millón de autos al año y la tasa de homicidios de jóvenes cuadruplica la de los otros sectores etarios”. San Juan echó mano al Latinbarómetro de 2011, un estudio comparativo que investiga el desarrollo de la democracia, la economía y la sociedad. Según ese estudio, en la mayoría de los países la delincuencia es percibida como el problema más importante, salvo en Colombia y Nicaragua.

 

            En todos nuestros países, aseguró San Juan, “hay una débil barrera entre la violencia organizada y la violencia común”, y se repiten tanto las prácticas ilegales -limpieza social, escuadrones de la muerte, linchamiento- como políticas de mano dura dentro de un marco legal. Y del otro lado, hay pocas historias de éxito en cuanto a reformas: las policías comunitarias no han dado resultado, se confunde prevención y represión, se desconoce cómo funciona la criminalidad ciudadana, lo programas para jóvenes son limitados, se hicieron 18 reformas a la justicia penal sin éxito, etc.

 

            La intervención de Alonso Salazar, ex alcalde de Medellín, vino a demostrar cómo los casos de éxito son posibles, y cómo la agenda pública de seguridad ciudadana puede cambiar. Vía teleconferencia desde Colombia, Salazar contó cómo fue la transformación de la ciudad en un contexto en el que el narcotráfico empezaba a atacar las instituciones del Estado, asesinando funcionarios o haciendo atentados contra centros comerciales y edificios públicos. Pero la pregunta que había que hacerse, dijo Salazar, era por el impacto cultural del narcotráfico. Y planteó dos hipótesis:

            -Cuando los grupos sociales no logran ser incluidos en un proyecto de ciudad y de nación buscan otra imagen representativa. En los rebeldes hay una potencialidad de identificar a los humildes y de convertirlos en un desafío al poder central.

 

            -Hay un sincretismo en la cultura popular que se instrumentaliza como el gran rito de la violencia. El ejemplo apropiado está en la Virgen de los sicarios. También puede ser el caso de Lupita o de otros santos extraños. Es una religiosidad ritualista, de lo dorado y de la sangre, de un tono muy sacrificial, pero al mismo tiempo una religiosidad donde Dios ha sido destronado por la Virgen. La cultura del narcotráfico llevó otra vez los símbolos de lo rural a la ciudad.

 

            “En los 90”, dijo Salazar, “la sociedad de Medellín se salvó a sí misma. No fue el Estado el que dio la gran lucha contra el narcotráfico. Desde sectores empresariales que formaron sus empresas para no ser tomadas por el narcotráfico, hasta organizaciones que reconstruyeron la sociedad civil”.

           

            En los ocho años de desarrollo del plan propuesto por la gestión de Salazar se logró salir del laberinto de la violencia, aunque todavía “queda mucho por hacer”. Se trataba de volver a retomar el control del territorio desde el punto de vista físico, pero también cultural: en Medellín, como en muchas ciudades tomadas por el narco, los violentos se terminan idealizando.

           

            El cambio de paradigma fue también de paisaje urbano. “La estética”, dijo el ex alcalde, “es un nodo trascendente de la transformación social. Es mejor transformar con radicalidad los territorios. Tenemos seis proyectos en sectores marginados que respiran otros aires. Queremos rescatar la movilización del orgullo y de cierta identidad. Eso es fundamental”.

 

            En una ciudad que creció sin pensar el espacio público, parte de la transformación fue reubicar a tres mil familias y ganarle terrenos a la ciudad. “El espacio público se transforma en un elemento de identidad, y genera una distribución de la economía. En donde hicimos una biblioteca ahora hay cuatro bancos, porque se generó una centralidad. La reorganización urbana reorganiza la distribución del ingreso: si el centro de salud y la escuela son bonitos, la gente dice 'esto es privado'. Hemos hecho una ruptura: ya no se puede pensar que lo que se construye en sectores populares es de baja calidad. Eso impulsa a los pobladores a participar de ese proceso”.

 

            Siguiendo con los ejemplos, Roberto Sá, Subsecretario de Seguridad de Rio de Janeiro, expuso sobre el cambio de paradigma en materia de seguridad que impulsa el gobierno local, en una ciudad con 16 millones de habitantes y la segunda economía del país. Con más de mil favelas, muchas de ellas dominadas por el narcotráfico, el cambio de paradigma para Rio vino de la mano de las Unidades de Policía Pacificadora (UPP), que comenzaron a implementarse desde 2008 y hoy tiene 19 unidades que abarcan 74 comunidades y más de un millón de personas.

 

            Las UPP entraron en cada uno de los territorios luego de que grupos especiales de la policía retomaron el control y desplazaron a las bandas narco. Su objetivo, explicó Sá, es “garantizar la presencia del Estado en zonas que eran controladas por grupos criminales, devolver tranquilidad a la población y contribuir a romper la lógica de guerra con la que el Estado se movía en esos territorios”.

           

            En otras de las mesas, Influencia del narcotráfico y el crimen organizado en la 

seguridad urbana, Jailson de Souza, del Observatorio de Favelas, marcó alguno de los límites de la intervención de las UPP en estos sectores, y planteó que a sus habitantes se los suele ver “fuera del contexto de la ciudad” y como “seres potencialmente criminales”. Pero la verdad, dijo, es que “la mayoría de la gente de la favela no tiene nada que ver con la criminalidad, aunque la visión común es que el 30% de ellos son criminales. La guerra contra el narco es una guerra de eliminación, donde se convierte al otro en monstruo y el campo de batalla es la favela”.

 

“No existen”, explicó, “investigaciones de crímenes en las favelas. Hay una falta de percepción del narcotráfico como un problema de seguridad pública, pero el narcotráfico es una red social con una regulación del territorio. Tiene reglas y mística propia. En la favela no se roba. Uno tiene seguridad con respecto a su patrimonio. El problema es seguridad con respecto a la vida”.

 

En la mesa El papel de la sociedad civil  en situaciones de violencia urbana, Reginaldo Lima, asesor de la ONG Afroregae, un grupo que promueve la inclusión social y ayuda a reducir la violencia usando la música, planteó la necesidad de “usar la misma fuerza de los jóvenes para salir del tráfico”, y que “no necesitamos un helicóptero para resolver una conflicto en una favela, ni es un solo sector el que va a solucionar la violencia. Nosotros hablamos desde con los narcotraficantes hasta con la policía militar”.

 

            Siguiendo con los ejemplos de políticas públicas, el turno fue para el caso de Argentina. Lleana Arduino, del Ministerio de Seguridad de ese país, explicó que el suyo es un ministerio nuevo en relación a otras experiencias, pero que se inscribe dentro del “clima de cambio de paradigma que atraviesa la región, de adoptar una política orientada a la prevención social”.

 

            “Hay que encontrar una matriz común para gestionar los niveles de violencia”, explicó la funcionaria. “Tenemos comunidades adyacentes con niveles sociales muy diferentes. La política de prevención tiene que tener una perspectiva de derechos: acceso a la ciudadanía. La reintegración social es imposible si, por ejemplo, no funciona el sistema sanitario". En ese sentido, parte de la política del Ministerio de Seguridad que dirige Nilda Garré incluye las Mesas de Participación Comunitaria. “Son mesas que tienen formación para sus miembros”, dijo Arduino, “para garantizar el acceso a la demanda de seguridad. Trabajamos con la incorporación de sectores trans y mujeres. Desde octubre del año pasado, todas las paradas policiales de la Ciudad de Buenos Aires se hacen con base en la demanda de la comunidad y el mapa del delito”.

 

Desde su perspectiva, para democratizar la seguridad, hay que trabajar en “un efectivo control político sobre las fuerzas de seguridad, y con una perspectiva de derechos humanos también hacia el interior de las fuerzas de seguridad, teniendo en cuenta que en Argentina hay una ruptura en la confianza en la policía”.

 

            Más tarde, en la mesa sobre Influencia del narcotráfico en la vida cotidiana, habló Ilona Szabó de Carvalho, de la Comisión Global de Políticas de Drogas, una plataforma que reúne a ex presidentes de América Latina y otras personalidades. “La guerra contra las drogas fracasó”, dijo Szabó de Carvalho. “La política de drogas no era cuestionada desde hace 50 años. Eso genera el ciclo de violencia que estamos viviendo. La prohibición genera violencia, no el narcotráfico. La guerra es contra las personas, no contra las drogas”.

 

            ¿Cuáles son las pruebas de la que esa política es un fracaso? Entre ellas, Szabó de Carvalho enumeró: el aumento del consumo, el encarcelamiento masivo, la expansión del VIH/SIDA y las consecuencias negativas para el desarrollo y para los derechos humanos. Un país como Estados Unidos, por ejemplo, tiene el 25% de los presos del mundo, 500 mil de ellos relacionados con el narcotráfico.

 

            La experta sostuvo, además, que como en México hay un combate muy fuerte contra el narco, los cárteles están migrando a Centroamérica y el Caribe, donde la violencia recrudece. “Esos grupos”, agregó, “están vinculados a varios crímenes, pero si se le pega en la base de la pirámide no tienen experiencia para trabajar en otros rubros. La droga es el tráfico más lucrativo. Una vez que se tiene una ruta, que es muy costosa de mantener, se usa para otras cosas”.

 

            “La represión no puede ser una respuesta para algo que está ligado a tantas cuestiones sociales”, dijo. “El mundo siempre va a consumir drogas: hay que ser más pragmáticos en la lucha contra el narcotráfico. El 80% de la droga que se consume en el mundo es marihuana. Sabemos que no hace tanto daño ¿Por qué no comenzamos por regular su mercado?”.

           

            “Y los medios”, finalizó, “tienen un poder increíble para dar visibilidad al tema, relevando las pérdidas humanas, sociales y económicas ocasionada por la guerra contra las drogas. Nos proponemos apoyar acciones de movilización y campañas efectivas, presionar a los poderes y garantizar el debate amplio y calificado en los medios”.

 

            ¿Cómo cubrir la violencia? La periodista Marcela Turati, fundadora de la organización Periodistas de a Pie y autora del libro Fuego Cruzado, inauguró la mesa  La perspectiva de las víctimas. “A las víctimas se las descubrió muy tarde”. En un contexto donde la población cambió sus hábitos y si, por ejemplo, alguien choca en la calle “no reclama por miedo a que el otro sea un sicario”, Turati y un grupo de sus colegas tomaron la posta para cubrir el tema desde el punto de vista de los desplazados, de los que tienen familiares desaparecidos, de los que perdieron todo en manos de la violencia. “Dijimos: 'vamos a adelantarnos'. Nos tuvimos que capacitar en cómo encriptar información, en protocolos de seguridad, en manejo emocional. Uno de los objetivos es exhibir los huecos de las políticas públicas. Ni siquiera hay, por ejemplo, protocolos para levantar a los muertos”.

 

¿Cómo viven la violencia los distintos colectivos? ¿Cómo les impacta a los periodistas? En Ciudad Juárez un fotógrafo registró 19 muertes en un día, en diferentes hechos. ¿Qué pasa con ese fotógrafo? Esas son algunas de las preguntas que inquietan a la periodista mexicana y que quedaron dando vueltas en el público.

 

“Las víctimas”, dijo Turati, “no son solo los 50 mil muertos. La gama de víctimas es enorme, y de eso no se habla. Hay 12 mil desaparecidos. Pero no sabemos si el dato se queda corto. Hay extorsiones, secuestros, huérfanos: no sabemos cuántos son. Hay músicos que trabajan en los panteones: antes iban de bar en bar, pero el negocio ahora está allí. La sangre en los hospitales se agota”.

                       

            Capaz de acompañar al padre de un asesinado a terapia o a talleres de duelo, comprometida de cuerpo y alma con su trabajo, Turati sabe que además de la dificultad de entrar en esos terrenos dolorosos, hay un segundo paso tan complejo como ese: lograr que el público le preste atención. “Los testimonios de las víctimas agotan” reconoció. “Yo sé que el tema cansa. Falta más investigación para encontrar patrones y mecanismos de la violencia de los victimarios. Cruzar expedientes, acumular información, ver en qué zona están secuestrando o si están reclutando ingenieros de telecomunicaciones porque tienen mucha tecnología”.

 

            Y nunca, bajo ningún punto de vista, hay que perder la sensibilidad. "Muchos colegas”, contó, “me preguntan si son buenos periodistas o no porque lloran con las víctimas". Ser sensibles, aclaró, no significa tomar el discurso de las víctimas de forma acrítica. “Cuando hago crónicas sobre las víctimas que se organizan trato de incluir los problemas. En una ciudad de desplazadas hablé de que habían expulsado a la directora por un problema de dineros. En una entrevista con una familia a la que el ejército le había matado la hija, me di cuenta que ellos eran los narcos de la región”, concluyó.

            Marcelo Berada, director de la sucursal de O Estado en Rio de Janeiro, habló de las nuevas coberturas, que incluso incorporan herramientas académicas. “Hoy se discute la seguridad pública. Antes era una cobertura sobre el caso, sin una visión de conjunto. Antes los crímenes se cubrían solo con fuentes policiales. Sin duda lo que hacemos hoy es mejor que lo que hacíamos hace algunos años. Es menos sensacionalista, con menos preconceptos. Es más responsable y preocupado por entender. Hay una percepción más importante de la gravedad del problema de la violencia y el tráfico”.

 

Pero no todas son rosas. “La cobertura del crimen organizado nacional e internacional aún es muy mala. En nuestras fronteras, los colegas que cubren la violencia están muy solos. La prensa bajó sus corresponsalías en los últimos años. No tienen acceso al intercambio de datos y formación. Durante el 2011 en Brasil hubo seis periodistas asesinados”, aseguró Berada.

 

            El periodista y escritor Cristian Alarcón, autor de los libros Cuando me muera quiero que me toquen cumbia y Si me querés, quereme transa, explicó que en las coberturas sobre violencia, los periodistas “somos las personas con las que hablamos. Somos los que les creemos a nuestras fuentes. Se trata de tener las mejores fuentes, de recibir el cable, intuir el tufillo de invento policial, si lo hay, y no dejarse coaptar para ser vocero de la mentira”.

 

 “Yo empecé escribiendo sobre jóvenes”, contó Alarcón. “Cada vez que recibía un cable, mi editor decía que era una noticia breve. Los acumulé y se convirtió en una investigación sobre un escuadrón de la muerte. Los mataban porque consumían drogas. Las sustancias suelen estar presentes en todos los temas sobre los que escribimos. Con el tiempo escribí un libro sobre ladrones jóvenes. En el libro el consumo está muy presente. Y hay un personaje perverso: el dealer que intenta dominar el barrio. Era el antagonista del ladrón que protagonizaba el libro, que mantenía los viejos códigos que ya se estaban acabando”.

 

"El segundo libro, Si me querés, quereme transa, fue una manera de volver sobre ese dealer. Hice un trabajo de bola de nieve que me llevó de un pequeño traficante al otro. Hasta que me sentí tomado por el territorio. Para hacerlo hay que abandonar la comodidad de la redacción, relacionarse con los sectores populares, dejarse conmover por esos sujetos complejos donde aparece lo contemporáneo. Cuando sucedió la masacre de El Señor de los Milagros en una de las villas donde trabajaba, el territorio me habló. Fueron muchas voces: un coro griego que estuvo silenciado durante mucho tiempo. Lo que pasó es tan similar a lo que pasa en las favelas que sería aburrido que lo detalle aquí”, finalizó Alarcón.

 

            Mónica González, directora de Ciper Chile (Centro de Investigación PeriodísticaChile), agregó que “el periodista de policiales, que hoy es un periodista de seguridad o de los grandes temas urbanos, debe manejar las fuentes, apropiarse de la información pública. Hacer la mejor nota entendiendo que estamos escribiendo la historia, es entender que el periodismo de investigación con rigor es clave. Somos los cronistas de nuestra historia”.

           

“Somos el continente con mayor cantidad de muertos sin estar en guerra”, dijo. “Y tenemos otro récord tan obsceno como ese: la desigualdad. Los protagonistas del gran crimen y de los delitos económicos no van a la cárcel. En Ciper nos estamos acostumbrando a trabajar con un diseño de mapas. Los grandes delitos traspasan uno a otro cada país. Y lo que hay en todos es impunidad”.

 

“En Santiago también hay zonas controladas por el narcotráfico. Hay zonas donde el Estado no está en ninguna acepción. A lo más puede haber un negocio con una reja en una casa. No hay farmacias ni mercados. El periodista debe manejar fuentes judiciales, policiales, leyes de información, debe conocer el terreno donde se aplican las políticas.

En esas zonas ocupadas hicimos un mapa hace tres años y ahora aumentó. Igual que una lepra. Para nosotros es un compromiso hacer con rigor esos mapas para decirle a la gente donde debe caminar como si fuese un terreno minado y donde pude desplegar sueños, anhelos o simplemente amar. Con un buen trabajo de periodismo se logra mostrar en qué lugar está fallando el sistema y quiénes son los responsables”.

 

Nuestro deber es no hacer las investigaciones que nos indiquen nuestros estómagos, sino encontrar cosas que sirven para beneficiar a los ciudadanos. El periodismo de denuncia solo sirve para hacer un fuego artificial. Hay que decir “aquí, señores, hay un hoyo. Si no lo llenamos vamos a caer en él. Nosotros no somos buscadores de huesos. Somos cronistas de nuestra historia”.

           

-El taller

 

            Luego de los casi dos días de debate comienza el taller. Ya no están el público ni las cámaras. En el nuevo escenario hay mesas ordenadas para una ronda, veinte cronistas con computadores portátiles, tabletas y anotadores, el portuñol otra vez como idioma oficial. La chilena Mónica González[1], quizás la periodista de investigación más importante de América Latina, toma la palabra. “Tenemos”, dice, “el privilegio de formar parte de esta conspiración. La mayoría de ustedes está solo en su redacción: no hay tiempo para hablar, para intercambiar ideas. No hay tiempo para que un editor pueda ayudarte, para preguntarse por la rivalidad entre la calidad y el tiempo”.

           

            Cristian Alarcón[2] -23 años de oficio, chileno exiliado en Argentina desde niño, hombre de clase media con identidad migrante- dice que todos cargamos con una identidad; que las trayectorias personales marcan nuestra mirada, la construyen. Y eso es lo que parecen ratificar cada uno de los presentes, cuando uno a uno se presentan y cuentas las historias en las que piensan trabajar.

           

            Las experiencias y los temas que cada participante se propone investigar son tan variados como la procedencia de los talleristas. Son una radiografía de América Latina. En algunas de las redacciones de los presentes se puede llegar y encontrarse con un decapitado en la puerta. Se habla del lavado del dinero que viene del narcotráfico, de la creatividad para guardar el dinero en frascos de shampoo o latas de frijoles, o de cómo el robo de coches influye en la violencia y alimenta el mercado de droga.

 

            Cuando se trata de temas así, dice Mónica, no hay que hablar de cobardía. “El que torea a la muerte pone en peligro a sus compañeros. La manera de esquivar a los malos es no torear a la muerte. Yo no trabajé con narcos pero trabajé con los malos de la dictadura”.

 

            Cristian propone enumerar fuentes y protagonistas. Montar un esquema de seguridad: quienes son los guías de estos personajes. “Nunca”, dice, “la seguridad es propia: implica al colectivo y a los testigos del trabajo”. Y pone un ejemplo clásico: un libro que se llama Excursión a los indios Ranqueles del Coronel Lucio Mansilla. Su crónica es un relato de su viaje a negociar con los Ranqueles, que dominaban parte de la Patagonia. “Mansilla”, explica Alarcón, “necesita un traductor, que también le dibuja un territorio. Es el que le va a decir ‘ese cacique te va a matar’; ‘Hoy es el día indicado para hablar con esta tribu porque hay una fiesta’. Es el lenguaraz, una figura que se construye con muchísimo tiempo”.

 

            -Por dónde empezar

 

            Mónica enumera tres rutas claves que una investigación periodística tiene que recorrer: la cronológica, la del dinero y la de los protagonistas. Elige un ejemplo: los desplazados. “Nos vamos a encontrar con que esa historia ya se escribió en Colombia”, explica. “Hoy día esa historia va a ser clave porque van a cobrar una indemnización. Es lo que ocurre en Colombia con la recuperación de tierras. Esa es la ruta del dinero de los desplazados. Quién ganó cuando los echaron de su zona: ¿para qué es? ¿para el narco? Hoy si hay muertos es porque se desató la guerra por el territorio.” Lo que está en juego, dice, en algunas zonas es gas, en otras es oro, en otras es tierra. “Eso no está en la agenda. Por eso es que la ruta del dinero es clave. Hay que hacer mapas: para llenar la crónica hay que llenar cuadritos antes de escribir. A partir de ciertas descripciones puedo armar mis escenarios y mis personajes.”

 

            “Yo pienso en imágenes y escenas”, agrega Cristian. “Cuando pienso en la ruta del dinero, pienso en qué consumen, cuáles son los negocios florecientes, cuáles fueron los avances, qué tipo de automóviles. Cada uno de los objetos tiene algo. La masacre de El Señor de los milagros costó 80 mil pesos argentinos. Muy barato porque los soldados cobran poco. Como en cualquier empresa, hay un gasto fijo y un excedente. Esos valores plantean la profundidad de la investigación. La pregunta es ¿de cuánto estamos hablando?”.

 

            Mónica ofrece otro ejemplo. En abril de 2010 dos jóvenes profesionales denunciaron abuso sexual por parte del sacerdote más importante de la élite chilena. El acusado controlaba a 50 sacerdotes repartidos en las iglesias más populares de Santiago, los controlaba de forma oscurantista. El establishment salió a descalificar a los jóvenes.

¿Cómo profundizar el tema? Buscar nuevas víctimas era un camino posible, pero era obvio que las iban a descalificar. ¿Qué hicieron? Como abusaba de jóvenes de clase alta, necesitaba dinero. Se los llevaba de viaje. Investigaron cómo manejaba la plata de la parroquia. Encontraron testimonios del tipo visitando los departamentos caros de la zona. Encontraron jardineros, agentes inmobiliarios, la agencia de viaje donde sacaba los pasajes en primera, los departamentos donde llevaba a sus víctimas. El resultado fue un libro: Los secretos del imperio de Karadima. Causó tal impacto que los sacerdotes se quebraron.
 

            “Cuando cruzo todos los datos”, agrega Cristian “se produce una epifanía. Lo que le da sentido. Eso es lo que nos impulsa hacia adelante. Es impredecible”. ¿Cómo se llega a ese momento de iluminación? Cristian dice que una investigación que no haya sido pensada puede conducir al vacío. Para elegir el tema se empieza por recortar. Para entrar a una historia, Cristian propone hacer un cuadro con cuatro columnas: personaje, territorio, conflicto y tema. Utiliza otro ejemplo: un falso psiquiatra que trabaja en el sistema judicial. Dibuja el cuadro en el pizarrón. En la columna de personajes están el psiquiatra, la mujer, los padres. Territorio: la oficina, el departamento psiquiátrico. Conflictos: su dictámenes forenses falsos. Tema: justicia, impunidad, doble moral, doble estándar.

 

            “Mi columna de personajes”, explica, “se va a relacionar con la de los territorios: por ejemplo, el lugar donde mintió por primera vez. Voy a terminar con el cuadro lleno y voy a empezar a ligar los elementos de una columna con lo de las demás. Hay líneas invisibles por cada uno de ellos. Voy a hacer una segunda versión para que no se transforme en un libro, voy a trabajar con un límite”.

 

            Entre ambos maestros esbozan un concepto clave: cuando elijo un tema, no puede ser estratosférico. Ese es el principal enemigo. Necesitamos recortar, bajar nuestro tema a tierra. Una de las posibilidades es que la actualidad nos sirva de anclaje. Eso, coinciden ambos maestros, es lo que va a convencer a nuestro editor. “Tenemos que saber vender, seducir al editor en tres frases. La actualidad le da potencia política al tema. Tenemos que relacionarnos con lo contemporáneo, pero no con la obviedad de lo contemporáneo. La investigación no es otra cosa que la formulación de nuevas preguntas. Esas preguntas son las que nos llevan adelante”, dice Cristian.

 

            “Hay que poner en la balanza”, agrega Mónica, el tiempo y la viabilidad de cada investigación. Tratar de no gastar fuerzas en temas que no tienen impacto. Y pensar que hay temas que no tienen impacto en el momento, pero que son parte de la memoria del pueblo”.

 

 

            -La importancia de los mapas

 

            Mónica introduce una idea que será clave. Empieza narrando una investigación del Ciper. En las poblaciones -los barrios populares chilenos- el narcotráfico había empezado a tomar las calles, que hasta entonces eran el living de los habitantes de los barrios. “Lo que hicimos”, cuenta la maestra, “fue hacer una investigación de largo aliento. Nos dijeron que hay zonas ocupadas y fuimos a buscar calle por calle dónde estaban. Hicimos un mapa de Santiago, lo pegamos en la pared y recorrimos esos sectores por la mañana, porque es cuando los narcos duermen”.

 

            ¿Qué es una zona ocupada? Un lugar donde no entran bomberos, carteros, personas de las empresas de electricidad, buses, taxis, colectivos, no hay teléfonos públicos y por supuesto no hay policía. 

 

            “Llegamos a determinar que había más de 700 mil personas viviendo como prisioneros. El 10% de la población. En los colegios los chicos quieren ser narcos o jugadores de fútbol. Las balaceras son permanentes. El narco es el tipo que está para ayudarte cuando tienes un problema a cambio de que luego le hagas un favor. Los testimonios más desgarradores fueron de las ambulancias. Llegan porque hay un niño desangrándose. El padre lo había violado y lo tiró balcón abajo. El tipo salió corriendo para matar al hijo y a los camilleros. Viven viviendas sociales muy feas, con plazas deficientes. El 70% de los presos de Santiago vienen de estos sectores. Probamos que existían zonas ocupadas y que las políticas públicas eran nulas.”

 

            Algunas de las preguntas que se hicieron, explica Mónica, es cuánta plata se gastaba en políticas públicas en esos sectores, cuántas comisarías había en esas zonas, cuántas viudas había en los callejones del narco. “La gracia del periodismo de investigación”, sostiene, “es usar todas las bases de datos disponibles, pero no hacer un reportaje con base en eso. Nunca embriagarse con la base de datos. Tienes el peligro de perder la calle. Investigación sin calle es perder la brújula”.

 

            “Puedo construir mapas de calles, pasillos interiores que atraviesan el territorio”, agrega Cristian. “Ubicar a los sujetos en el territorio. Construir una territorialidad criminal. Ahí voy a instalar donde está la comisaría. De ahí va a surgir una nómina criminal. Es importante la patrulla de calle: levanta el dinero de la actividad ilegal. Tengo que buscar a la sociedad civil desarmada en el barrio, que son mis únicos aliados en ese territorio. En las familias de los muertos hay otra nómina. Lo que hace el periodista de investigación es reconstruir la trama social. No somos policías, ni fiscales. Nuestra misión es contar cómo vive este sector de la sociedad, cuando el Estado actuó o no actuó”.

           

            “Ese mismo mapa”, completa Mónica, “también se puede hacer con empresas. No hay periodismo de investigación sin mapas”. Y sigue Cristian: “El testimonio está subordinado al mapa. La vida íntima es información, pero debajo de la construcción melodramática está la lectura política. Puedo creer que X mató a A porque se acostó con su mujer, pero cuando profundizo, averiguo que A se quedó con un kilo de cocaína. Lo melodramático puede ser importante para darle una carga literaria o construir un escena, pero lo importante es lo otro”.

 

            Para los maestros, en las últimas décadas el testimonio entró en crisis. El mundo del espectáculo y los reality shows intoxicaron y lo transformaron en otra cosa: ya no hay testimonio verdad. El testigo hoy es un elemento más, por eso la importancia de entender las dos facetas: la construcción del mapa y dentro de eso, el testimonio como complemento de la información.

 

            -Las bases de datos.

 

            El periodismo de investigación, dice Mónica, no es solo para libros. El que hace más servicio público es el cotidiano, ya se sea para todos los días o para el domingo. El periodismo de investigación tiene influencia en las políticas públicas. Incluso, un periodista de investigación puede elaborar sus propias estadísticas.

 

            Un ejemplo: en Chile no hay estadísticas del aborto. “No es banal”, dice. “El peso de la iglesia católica es total. Incluso durante la dictadura se eliminó el aborto terapéutico. Pero si tuviésemos estadísticas de las mujeres que se ponen apio, detergente, que se mueren o se quedan infectadas. En los hospitales el aborto espontáneo y el provocado valen lo mismo”.

 

            Todo gira alrededor de cómo usar las bases de datos. Muchas de ellas son públicas. Otras no existen: hay que hacer relevamientos propios a mano y cruzarlos con las bases públicas. Y construir el mapa con base en eso.

 

            Mónica propone dos misiones: “Tenemos el deber y la obligación de fiscalizar las estadísticas oficiales. Con las nuevas leyes de acceso público hay sanciones para quienes oculten información. Y tenemos que simplificar la vida de nuestros lectores, que no tienen tiempo. Por eso somos los cronistas de nuestra historia”.

 

 

            - Víctimas y victimarios

           

            Luego de un vibrante relato de Carlos Dada, director de Elfaro.net, sobre su investigación y entrevistas con los asesinos de Monseñor Romero en El Salvador, Mónica lo dice sin anestesia: un asesino también tiene derecho a decir su verdad, y hay que respetar su contexto. Cuenta la historia de un torturador. “Era un hijo de campesinos obediente, que sin querer queriendo se vio en un grupo de hombres que violaba una niña rubia de ojos celestes. Llegó un momento en el que ese hombre se acostaba y se levantaba con olor a muerte. Y no podía hacer el amor”.

 

            La pregunta que propone la maestra es: ¿cómo consigo que ese hombre me revele dónde enterraron los cuerpos, qué hicieron con los desaparecidos? “Uno puede prepararse de todas las formas”, dice, “pero nunca está realmente preparado para hablar con un asesino. Hay que entender que tú eres periodista: que no eres un vengador. Si quieres parar la máquina de muerte tienes que aprender a desentrañar como se activó, de dónde viene. Paralizarla significa impedir que se repita el sonido que hace cuando se echa a andar. Y eso no se hace si tú no entrevistas a los asesinos”.

 

            “Cuando uno se enfrenta a alguien que habilitó la decapitación de niños, requiere de unas pinzas muy sensibles en el ejercicio del oficio”, agrega Cristian. “Uno no entrevista todos los días a un individuo así. Me preparo buscando casos, leyendo: hay una literatura universal allí afuera sin la que es difícil construir una estructura narrativa efectiva. Crimen y castigo, el arte del asesinato político y la novela negra norteamericana son algunas de las posibilidades”.

 

            ¿Y las víctimas? Cristian afirma que el lugar de la víctima está en crisis en toda América Latina. Los últimos 30 o 40 años nos han llevado a un vaciamiento del concepto de víctima. “La impunidad da la vuelta completa: la víctima se vuelve intocable”, dice.

“Uno de los alumnos en un taller de Medellín investigaba sobre un líder social asesinado. Apareció una hipótesis de la viuda, que dice que lo mandó a matar su ex mujer, por despecho. Plantear que la víctima podía no ser víctima de los paramilitares causó una reacción terrible. La responsabilidad del periodista es sobreponerse a eso. Una forma de reducir el daño es la transparencia del lugar que ocupo como periodista. Y uno de los peores consejeros es la culpa. La culpa nos inmoviliza. Se concentran allí todas las acciones de las que hemos sido víctimas”.

 

            “La historia”, concluye Mónica, “no es una dicotomía entre héroes y villanos. El secreto es cómo estructuras tu relato. Pero involucrarse es distinto. No hay que perder la sensibilidad: esa es nuestra arma”.

 

            -La seguridad del periodista

 

            Promediando el taller, Gustavo Gorriti, de IDL-Reporteros de Perú, participa de un diálogo con los talleristas por teleconferencia. Su tema: la seguridad al momento de las investigaciones. “Hay una cosa que está bastante clara”, empieza su exposición: “El estudio de ataques que resultaron en muerte, elaborado por el comité para la protección de periodistas, dice que tres de cada cuatro casos son de periodistas locales trabajando en su propio país, haciendo una cobertura sostenida sobre el mismo tema”.

 

            Gorriti sostiene que mientras se avanzó mucho en mejorar la situación de periodistas expedicionarios -hay compañías que entrenan periodistas y sistemas de seguros-, del otro lado, la realidad que tenemos en América Latina es que los periodistas trabajan sin protección, sin entrenamiento previo ni contacto inmediato con las oficinas, en pésimas condiciones de cobertura, con poca y mala inteligencia. “Los resultados”, asegura Gorriti, “tienden a ser trágicos. Si hubiera una mina que mandara a sus obreros a los socavones sin castos ni linternas sería multada.”

 

            Su conclusión es que los periodistas deben aprender todo lo posible para mejorar su situación de seguridad. Para eso, propone tomar varias medidas:
 

            -Tener presente el área inmediata al periodista. Dónde vive, dónde trabaja, la zona de cobertura y la situación nacional e internacional.

 

            -Contar con una idea clara de las amenazas y elaborar planes de contingencia para hacer frente a los riesgos previsibles. Por ejemplo si hay un secuestro y aplicarlo a los periodistas y la gente que los rodea. “En el golpe de Estado eso me salvó la vida”, dice Gorriti. “Sabía que iba a llegar eso y tenía un plan detallado con copias que tuvieron varias personas para hacer lo necesario. Les quitó la ventaja de la sorpresa: más bien la sorpresa se generó sobre ellos. Hubo una reacción internacional inmediata”.

 

            -Para todo aquel que está en el periodismo de investigación es fundamental conocer y tener puesta la inteligencia en las fuentes de amenaza. Cultivar cuantas fuentes pueda con antelación, para propósitos colaterales, y que pueden ser fuentes previas a la amenaza.

 

            -Tener luego fuentes de información cuyo negocio es la inteligencia, el estar al tanto de las cosas. Eso incluye incluir a fuentes de las embajadas, especialmente aquellas que tienen relación con las fuentes de seguridad.

 

            -Cuando uno puede tener la información antes está en mejores condiciones de usar el tipo de defensa que en el periodismo funciona bien: sacar a la luz cosas que ellos pretenden que estén ocultas.

 

            - La información es clave. Hay que estar atentos a los cambios de situación y estar informados. Al hacer reportajes en sitios peligrosos, el principio general es audacia estratégica y cautela táctica. Buscar que la información sobre el lugar sea lo más precisa posible, y tener cuidado en los pasos concretos. Estar dispuestos a retroceder cuando sentimos que la situación ha cambiado.

 

            -“Cuando todo ha fallado y uno está en una circunstancia difícil”, dice Gorriti, “yo recomiendo mucho estar bien entrenados físicamente. En IDL-Reporteros todos practican defensa personal. Cuando se esté en la peor circunstancia posible, que tengan una posibilidad real de defenderse. Y que aprendan a leer la calle, a prever las amenazas. El mejor resultado es el poder evitar a tiempo las cosas”.

 

 

-La justicia.

 

Los poderes judiciales no tienen sistema de evaluación. A veces, dice Mónica, los periodistas no conocen el manual de ética de la justicia, y no pueden hacer ninguna evaluación. “Algo que solo los periodistas podemos hacer”. Y para hacerlo, hay que conocer lo que pasa en los pasillos de los tribunales. “No se necesita estar todos los días”, explica Mónica, “Se necesita tener un sistema de organización del trabajo. Además de los jueces, tienen importancia lo servicios anexos: hay que seguir la rutas de la misma forma que seguiríamos las del dinero, y aquí también está la del dinero”.

 

Cristian agrega que la corporación judicial tiene sus propias tramas. “Está cruzada por lazos económicos, personales, sociales. La familia judicial tiene que ser un mapa en sí mismo. Saber por abajo cuáles fueron los que nombraron a este juez, que son siempre políticos. El periodista tiene que ser como una rata que se arrastra por los pasillos sin ser visto. También hay que comprender cómo están estructurados de manera ideológica en los tribunales. ¿Quiénes leen a criminólogos críticos? ¿En qué momento cambiaron nuestros sistemas judiciales? Tenemos que tener claro conceptual y filosóficamente de qué manera juzgan. Saber cómo se le dio la libertad a un delincuente: es el típico caso. El liberado reincide y se le echa la culpa al juez de su liberación. Uno puede terminar formando parte del mapa del miedo, que va aumentando con el tiempo. La ignorancia al hablar de justicia y la relación viciada con las fuentes nos puede poner a trabajar en el proyecto político que es construir socialmente el miedo. Tenemos que tener un acercamiento consciente a la materia con la que trabajamos”.

 

-Cronistas de nuestra historia

 

La memoria histórica, dice Mónica, sigue siendo un valor clave para la comunidad. “Cada uno de ustedes”, sostiene, “tiene algún recuerdo de infancia que evoca esa imagen idílica de la felicidad. Uno vuelve a esos lugares y se pudrieron. ¿Qué pasó? ¿Qué pudrió las relaciones? ¿Por qué se cambió al carnicero del barrio por una mega empresa? ¿En qué momento se pudrieron nuestras ciudades? La memoria histórica tiene muchos bemoles. Tenemos que trazar mapas y leerlos. Nosotros somos los cronistas de nuestra historia”.

 

            Esa idea recorrió todo el taller. Cuando llega el final lo que abunda es la emoción de haber tomado conciencia de ese mandato. Fueron cuatro días en los que se desgranaron los fundamentos del oficio para construir una base sólida para actuar. Luego habrá abrazos, brindis, promesas de seguir juntos a pesar de las distancias.

 

Pero antes, cada uno de los cronistas reafirma el compromiso de tratar de aplicar lo que aprendió. Una de ellas dice que se siente como en la película Matrix, cuando a Neo le muestran las pastillas que simbolizan dos opciones: una azul para seguir dormidos y que todo siga igual, y la otra roja, que es un pasaporte para emprender el camino que propusieron los maestros en el taller: ver la realidad con nuevos ojos.

 

Con la bella Rio como marco, sus playas y clima festivo, la nueva pregunta queda en las cabezas y los corazones de cada uno de los participantes: ¿roja o azul?

 

 

 

[1]                      Mónica González es periodista y escritora. Especializada en periodismo de investigación, actualmente es corresponsal del diario Clarín de Argentina; es docente y conferencista internacional, así como directora del Centro de Investigación e Información Periodística (Ciper) 

 

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